J
Juventud
“Los jóvenes de hoy aman
el lujo, tienen manías y desprecian la autoridad. Responden a sus padres,
cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”.
Sócrates
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El
devorador de hombres y otras novelas cortas
La especificación global que consideraríamos como
cuentos modernos hispanoamericanos del siglo XX se presenta desde un lejano
1906 hasta finales de la década de los 90 y aparece en el panorama literario
como una pieza polifónica, o mejor ofrece una intertextualidad plural en esa
diversidad de países y de paisajes en los innumerables nombres que pueden
atribuirse en tan variados como cambiantes modelos de escritura. Leopoldo Lugones
y Horacio Quiroga se convierten pronto en punto de referencia y en los
innovadores de la renovación moderna del cuento por su profundo conocimiento
tanto de los elementos estilísticos como de los estéticos, al tiempo que los
sitúa en la vanguardia del modernismo hispanoamericano, sobre todo a Lugones,
cuya original ejecución ilustra todo lo moderno asumido en una fascinación tan
absorbente como poderosa ante las nuevas formas; y Quiroga que se convierte en
el primer autor de una auténtica teoría del cuento, y así definió con precisión
los contornos del género y llegó a afirmar, “Un cuento es una novela depurada
de ripio”, que recogió en su Manual del perfecto cuentista (1925). Además,
en la literatura hispanoamericana anterior a los años cuarenta, se supuso que
la lucha desigual del hombre frente a la naturaleza fue el tema principal,
aunque la realidad resulta muy distinta y pocos escritores se preocuparon de
que la naturaleza ocupara un papel predominante en su obra, y en ocasiones más
bien se trata de plasmar esas fuerzas destructivas inmersas en un contexto donde la justicia social predomine. Ya hemos
señalado como este tema corresponde preferentemente a dos escritores, Rivera y
Quiroga
Uno
de los aciertos del mejor Quiroga es utilizar la brevedad fortificando el
concepto de tensión en el relato y llevándolo a un nivel de excelencia porque,
entre otras muchas cosas, ofrece una fuerte visión existencial acerca de los
tejidos que comunican la vida y la muerte, tan frecuente en su narrativa breve.
Jean Franco realza en la prosa del uruguayo la pugna entre estilo y tema,
aunque la sobriedad de la misma se
muestra estoica en las relaciones que mantiene el hombre con las fuerzas
naturales y esta evolución fue posible tras su paso por el París modernista y
sus incursiones en la expresión lírica que devengó en una actitud más realista
tras un accidente y posterior muerte de una amigo a causa de un disparo
fortuito. Desde Montevideo se trasladó a Buenos Aires, donde conocería a
Lugones, interesado por rastrear las misiones jesuíticas en la zona norte y
tropical de Argentina. Quiroga descubría entonces el trópico y posteriormente
viviría durante años como colono y granjero en la región del Chaco y luego en
Misiones, escenario de la mayoría de sus cuentos. Sus primeros intentos
literarios fueron imitaciones de Poe, con quien compartía preferencias por lo
extraño, lo violento y la locura. Y Misiones y del Charco son el mejor telón de
fondo para demostrar lo que realmente vale un hombre cuando se enfrenta a los
peligros de la naturaleza y lo imprevisible de las fuerzas naturales, hasta el
punto de que la razón o la voluntad humana
prevalezcan sobre el medio. Generalmente, sus elementos discursivos son
mínimos, así como el espacio del suceso, la observación y la interrupción final
que posibilita generalmente una tragedia.
Quiroga,
en palabras de Andrés Neuman, fue un hombre observador y un lector atento de
Chéjov y de Dostoievski, y más que un autor de complejos argumentos, un
narrador de vidas interiores. Siempre le habían preocupado cuestiones como el
colonialismo, la desigualdad social y la injusticia contra el débil. El mismo
Neuman señala como el uruguayo “fue el primer autor latinoamericano en elevar
el cuento a la categoría de género específico, el primer en objetivar una
técnica más o menos concreta y en reflexionar sobre ella (…)”. Palabras que
sirvieron de ensayo preliminar a Cuentos
de amor de locura y de muerte (Menoscuarto, 2004), libro originariamente
publicado en 1917, y cuyos cuentos aparecieron previamente en algunas revistas
de época, Caras y caretas, Fray Mocho, El
hogar, Atlántida, o incluso el diario La
Nación. En esta edición aparecen quince relatos, además
de los tres suprimidos en la última revisión del volumen hecha por el autor en
1930. Ahora, Menoscuarto, publica El
devorador de hombres y otras novelas cortas (2013), con prólogo de Luis Alberto Cuenca. Las seis novelas cortas
reunidas en este volumen fueron escritas entre 1908 y 1913, bajo pseudónimo y
publicadas por entregas en algunas revistas citadas de Buenos Aires. En ellas
aparece un Quiroga pletórico que complementa en estilo y profundidad a sus
cuentos. Si la brevedad del cuento le permite una economía que influye en el
impacto de las palabras empleadas, la mayor extensión de la novela (variada,
algunas de más de cincuenta páginas) le permite desarrollar mejor el ambiente,
ahondar en los temas que le son más propios. En estas seis historias se repiten
temas ya conocidos en sus cuentos y que le son tan queridos a Quiroga: la
aventura, la llamada de lo salvaje, o las pasiones humana.
El
devorador de hombres consta de
seis novelas cortas, la que da título al libro, es una historia ambientada en la India colonial, y una de las
mejores de la recopilación; en ella, Quiroga aporta un rasgo original: enfoca
el relato desde la primera persona del tigre protagonista. En “El mono que
asesinó”, el autor recoge tangencialmente el interés del fin de siglo por la
fenomenología ocultista, mientras que en “El hombre artificial” retoma el tema
de Frankenstein desde una particular visión, con conocimiento de la obra de
Shelley. “El remate del Imperio Romano” supone una incursión en el pastiche
histórico: Quiroga narra un episodio de la decadencia del Imperio con un estilo
cercano a la mejor imitación de la prosa latina; finalmente, el tema africano,
tan apreciado por el autor, aparecen en “Las fieras cómplices” y “Una cacería
humana en África”. Dos elementos recurrentes aparecen en estas historias, la
crueldad y la crudeza del escritor uruguayo, que no tiene piedad alguna con sus
personajes, animales o humanos.
Horacio
Quiroga Corteza, nació en Salto (Uruguay), en 1878, y murió en Buenos Aires (Argentina), en 1937. Las
tragedias marcaron la vida del escritor: su padre murió en un accidente de
caza, y su padrastro y su primera esposa posteriormente se suicidaron; además,
Quiroga mató accidentalmente de un disparo a su amigo Federico Ferrando.
Estudió en Montevideo y comenzó a interesarse por la literatura, escribió Una estación de amor (1898). Marchó a
Europa y resumió sus recuerdos de la experiencia en Diario de viaje a París (1900). Instalado en Buenos Aires publicó Los arrecifes de coral (1901), poemas, cuentos y prosa lírica, los relatos de El crimen del otro (1904), la novela
breve Los perseguidos (1905). Trabajó
en el consulado de Uruguay de la capital argentina, y dio a la prensa Cuentos de amor de locura y de muerte
(1917), los relatos para niños Cuentos de
la selva (1918), El salvaje (1920),
la obra teatral, Las sacrificadas
(1920), Anaconda (1921), El desierto (1924), La gallina degollada y otros cuentos (1925), y su mejor libro de relatos, Los desterrados (1926). En 1936 aquejado
de fuertes dolores estomacales se internó en el Hospital de Clínicas. Cinco
meses después, un médico le dijo que tenía cáncer. Quiroga no dijo ni una
palabra. Salió a dar una vuelta por la ciudad y esa misma medianoche, el 19 de
febrero, se suicidó con cianuro.
Horacio Quiroga, El devorador de hombres y otras novelas cortas; Palencia,
Menoscuarto, 2013; 308 págs.
Un narrador de vidas interiores no podría acabar de otra manera.
ResponderEliminarPor cierto, la cita de Sócrates podríamos trasladarla a la actualidad sin ningún problema. La Historia se repite.
Mª Ángeles.