Paloma Díaz-Mas
“Contrapone, en su último
libro, las características, actitudes y habilidades de los gatos y de los
humanos”.
Foto, gentileza de Carlos Mota
Paloma
Díaz-Mas (Madrid, 1954) es Licenciada en Filología Románica y Periodismo,
profesora de investigación del Instituto de Lengua, Literatura y Antropología
del (CSIC) de Madrid. Sus investigaciones se orientan preferentemente hacia
la literatura sefardí, la literatura de transmisión oral en el ámbito
hispánico y la poesía judía castellana medieval, además de notable narradora, El rapto del Santo Grial (1983), El sueño de Venecia (1992), La tierra fértil (1999), y los libros de
cuentos, Nuestro milenio (1987), Una ciudad llamada Eugenio (1992) y Como un libro cerrado (2005), acaba de
publicar una última y no menos curiosa narración que ha titulado, Lo que aprendemos de los gatos
(Anagrama, 2014).
¿Escribir sobre el pasado
autentifica, en algún sentido, el presente?
Varias de mis narraciones se sitúan en un tiempo pasado, pero eso no
siempre significa que realmente esté escribiendo sobre la historia del pasado.
Por ejemplo, El rapto del Santo Grial
se sitúa aparentemente en una Edad Media más imaginaria que real, la que
aparece en las novelas caballerescas artúricas o carolingias. Para mí, situar
la acción en una época lejana en el tiempo es un recurso equivalente a situarla
en un lugar imaginario: un procedimiento que me permite crear un
distanciamiento irónico para hablar de hoy como si estuviera hablando del
pasado. Como cuando hacemos una fotografía y nos alejamos unos pasos para
obtener un encuadre mejor.
Usted es experta en el pasado
sefardí-judeo-español, ¿esa perspectiva histórica le abre muchas puertas para
narrar?
Soy especialista en historia de la literatura y, dentro de eso, me he
dedicado sobre todo a investigar sobre la literatura de transmisión oral (el
romancero, la poesía popular, el cuento folklórico) y sobre la literatura
sefardí. Esos dos temas de investigación se integran de manera muy distinta en
mi propia creación literaria: la interacción entre escritura y oralidad está
muy presente en toda mi literatura (hay pasajes de novelas mías que incorporan
temas, motivos y hasta citas literales del romancero, por ejemplo), mientras
que, curiosamente, nunca he sido capaz de escribir una novela (¡ni siquiera un
cuento!) sobre los sefardíes, un tema sobre el que sin embargo he publicado
numerosos estudios académicos y artículos divulgativos. Es como si en mis obras
de creación necesitase alejarme de lo que es el tema principal de mi
investigación académica.
¿Qué
importancia le otorga a la parodia y el humor en su literatura?
El humor es un elemento fundamental, que aparece incluso en mis novelas
aparentemente más serias o trágicas, como La tierra fértil, donde el
atormentado protagonista, Arnau de Bonastre, tiene con frecuencia rasgos de humor. En
ocasiones he utilizado también la parodia de textos y procedimientos literarios
como recurso narrativo. Pero yo añadiría un tercer elemento, que para mí es el
más importante: la ironía, en el sentido literal de la palabra; es decir, la
figura retórica que consiste en decir una cosa aparentando decir otra. En todo
lo que he escrito hay un trasfondo irónico. Me atrevería a afirmar que la
narrativa es un género irónico de por sí, porque cuando uno escribe una novela,
normalmente no pretende simplemente contar una historia, sino que a través de
la historia contada se intenta plantear una reflexión, un problema o una
denuncia de algo. Es decir, se cuenta una historia para decir otra cosa: eso es
ironía.
¿Ficción e historia se intensifican
en su narrativa hasta el presente?
Es curioso, porque yo tengo la impresión contraria, que he ido más de la
ficción y la historia a la memorialización y la narración autobiográfica. En
mis primeros escritos, de alguna manera, la invención y la imaginación suplían
a la experiencia: es el caso de mi primer libro, que publiqué con sólo 19 años
(ahora se ha reeditado para libro electrónico con el título de Ilustres
desconocidos) y que consiste en una serie de biografías apócrifas de personajes
supuestamente históricos... que nunca existieron. Historia y ficción son la
base de otras novelas, como El sueño de Venecia (1992) y La tierra
fértil (de 1999) o en el libro de cuentos Nuestro milenio. Pero ya
en 1992 publiqué Una ciudad llamada Eugenio, un libro de viajes que en
realidad es reflejo de mi experiencia como profesora en la Universidad de Oregón,
en Estados Unidos. Y los libros más recientes, Como un libro cerrado
(2005) y Lo que aprendemos de
los gatos (2014) entran más en el terreno de la ficción autobiográfica, o
la experiencia más o menos novelada. A lo mejor es que me voy haciendo
mayor.
El
sueño de Venecia (1992), es una de sus
novelas más estudiadas, con entresijos y ecos literarios del XVII, ¿es quizá de
las más ambiciosas?
Lo que plantea El sueño de Venecia es, sobre todo, la dificultad
de historiar con veracidad, de reconstruir verazmente el pasado. El pretexto es
un cuadro que se pinta en el siglo XVII y se restaura en el XX, después de
haber pasado por varias manos. En cada época, los personajes hacen una
interpretación distinta de un mismo objeto. Creo, sí, que es una novela
ambiciosa, tanto en el aspecto formal (intento recrear el discurso literario de
cada una de las épocas) como en el problema que plantea. Curiosamente, en su
momento la mayor parte de la crítica se quedó sólo con los aspectos formales
(la imitación de distintos discursos literarios) y no prestó demasiada atención
al problema moral-historiográfico que para mí es el eje de la novela.
Entendemos, La tierra fértil (1999) ¿como una novela sentimientos?
En algún momento yo misma he dicho que era una novela histórica de
sentimientos. Con ello quería decir que, aunque se tratase de una narración
situada en la Edad Media,
(para la que procuré documentarme históricamente muy bien), lo importante para
mí es la reflexión que intento plantear acerca de los sentimientos, pasiones,
anhelos, frustraciones y deseos de los personajes, y hasta qué punto podemos
reconocer en ellos nuestros propios sentimientos. Aspiro a que el lector se vea
reflejado en los personajes, aunque sean lejanos en el tiempo
¿Se desvincula usted de la carga que
pueda representar la historia oficial, para acercarse al presente?
Cuando escribo novelas no estoy haciendo historia, estoy escribiendo
ficción. Eso me da una libertad total con respecto al discurso historiográfico
más o menos oficial.
Su última
novela ¿Cómo se le ocurre escribir todo un auténtico tratado sobre el gato?
Porque convivo y he convivido mucho con gatos. Los gatos son animales
muy independientes, por lo que convivir con ellos es siempre producto de un
pacto; eso invita a la reflexión sobre nosotros mismos, sobre nuestras
actitudes y costumbres. Así que en este libro miro mi propia vida –nuestra
propia vida humana– bajo el prisma de esa convivencia con los animales.
Los seres humanos, como observamos en
este relato, ¿entendemos las cosas al revés?
Para los gatos, seguramente sí. En el libro hay una continua dialéctica
entre cómo vemos el mundo los seres humanos y cómo imagino que pueden verlo los
gatos. Así que la mirada del gato nos ofrece una perspectiva distinta de
nosotros mismos
En Lo que aprendemos de las gatos (2014) hay mucha observación y sabiduría que podríamos aplicar al mundo
humano, ¿realmente, debemos/ podemos aprender de estos felinos?
Tal como se describe en el libro, los humanos vivimos azacaneados por
nuestras propias preocupaciones, más atentos a la memoria del pasado y a la
ansiedad por el futuro que a vivir el momento presente con plenitud. La
capacidad de vivir el presente, sin proyectarse hacia el pasado ni hacia el
futuro, es probablemente la mejor lección que nos dan los gatos y otros
animales
¿Este libro es un divertimento que
pretende arrancarnos alguna que otra sonrisa?
Sí, claro, es un tema que no se puede tratar sin un punto de humor. Y
las personas que han leído el libro me dicen que les ha parecido divertido,
aunque algunos pasajes les resulten un tanto dolorosos y emotivos también.
Desde el punto de vista gatuno,
¿realmente carecemos de Razón?
En el libro hay un gato sabio y filósofo que reflexiona sobre los seres
humanos. Para ese gato la Razón
es una enfermedad congénita y degenerativa de los humanos, que les hace
segregar grandes cantidades de unas sustancias tóxicas llamadas ideas, de
manera que nuestro cerebro acaba completamente saturado de ideas y eso hace
que, paradójicamente, seamos incapaces de pensar con claridad. Para ese gato
filósofo el cerebro humano es un atropellado caos, y creo que tiene bastante
razón. Deberíamos relajarnos e intentar pensar más sosegadamente.
¿Son intercambiables nuestras
habilidades humanas con sus habilidades animales?
No, claro. Para empezar, los gatos y nosotros tenemos unas
características físicas y mentales completamente diferentes. Precisamente el
eje central del libro consiste en contraponer las características, actitudes y
habilidades de los gatos y de los humanos, desde una doble perspectiva: cómo
vemos nosotros los humanos a los gatos, claro; pero también he jugado a
imaginar cómo podrían los gatos vernos y valorarnos a nosotros... Confío en que
ese juego dialéctico induzca a los lectores a reflexionar, no sólo sobre los
gatos, sino principalmente sobre los seres humanos.
¿Y después de los gatos qué…?
Probablemente, una cosa completamente distinta. Soy una escritora lenta,
que no vive de escribir y que por tanto puede permitirse el lujo de escribir
por gusto, sin obligación y al ritmo que yo quiera. Cada uno de mis libros es
producto de un proceso largo de elaboración y maduración, lo cual quiere decir
que entre un libro y el siguiente yo misma he cambiado. Por eso mismo creo que
mis libros son bastante diferentes entre sí.
Así que lo previsible es que después de Lo que
aprendemos de los gatos venga un período de larga gestación de un libro muy
distinto, que todavía no puedo imaginarme cómo será.
Convivir con gatos...no acabo de verlo. No me gustan nada. Escribir sobre ellos, eso es otra cosa.
ResponderEliminarMª Ángeles.