Javier Mijé
Cuentista consolidado, ha publicado recientemente su
primera novela, La larga noche
(Acantilado, 2014), una obra que no ofrece, precisamente, una visión edulcorada
de la vida.
De su prosa se
ha escrito que es minuciosa y sonámbula, capaz de transformar en irreales los
actos más concretos, vistos por primera vez como esa dimensión recóndita que
solo ilumina la literatura. Javier Mije (Sevilla, 1969) es Licenciado en Teoría
de la Literatura
y Literatura Comparada. El propio Mije afirmaba en sus comienzos,“buena parte de lo que escribo surge del dolor, del
asombro de cosas inconcebibles que nos rodean con naturalidad. Cualquier
artista podrá identificarse con El grito de Münch: la expresión artística es un grito desesperado de asombro
que busca oyentes. En mis cuentos trato de hablar también de la soledad, la
incomunicación, las estrategias de poder, el desencanto, el paso del tiempo. De
ese quiero y no puedo en que consisten la mayoría de nuestras relaciones”,
agrega el autor. Su debut literario, El camino de la oruga (Acantilado, 2003), fue
finalista del premio Setenil al mejor libro de relatos publicado ese año y tuvo
una inmejorable recepción crítica que señalaba,“relatos impecables, juegos literarios inteligentes, tramas insólitas y
brillantes, ensayos documentados, puentes de memoria...”. En 2010
Acantilado publicó su segundo libro de cuentos, El fabuloso mundo de nada, protagonizados por una pareja,
casi ninguno tiene un final feliz, y cualquier curioso perderá el tiempo si
acude a este libro buscando las clásicas historias de amor y de desamor. El
escritor siempre trata de explorar territorios de la cotidianidad a salvo de
los tópicos, emociones bastante más complejas que las que suelen describir el
cine o las canciones de moda. El suyo es un esfuerzo por iluminar zonas oscuras
del alma Y en 2014, de nuevo Acantilado, ha publicado su primera novela, La larga noche.
¿Después de tres libros publicados, cómo sigue
siendo para usted la realidad con la que convive?
Publiqué mi primer libro hace once años. Si hago balance de
ese periodo me temo que la realidad se ha vuelto árida, desesperanzadora,
banal, más injusta. La realidad parece haberse despojado de todas las máscaras
que la hacían soportable y tras ellas resultó que había solo un mercado. Aquí
estamos, los afortunados bailando alrededor del mercado, los desgraciados
esperando integrase en el baile de la mano del patrón menos simpático.
Se lo pregunto porque, en sus comienzos, cuando
escribía cuentos, hacía balance de la frustración, de la soledad, o de la
insatisfacción, ¿lo suyo era metaliteratura?
No había metaliteratura en mis cuentos, si entendemos como metaliteratura
la ficción que tiene como argumento la ficción, los libros que hablan de libros
o de cómo se escriben los libros. En esos relatos, quiero creer, había personajes
de carne y hueso y no especulación literaria.
Y una vez, transcurrido el tiempo, con más
experiencia literaria, y analizado el proceso creativo, ¿se puede escribir por
instinto?
Creo que hay algo instintivo cuando uno empieza a escribir
una historia, uno persigue una intuición sin tener todavía claro dónde va a
conducirle, y por el camino entra en contacto con su memoria, con su
inconsciente, con otras historias que va hallando en el proceso. Más tarde hay
que dar una forma a todo eso. Es el momento del pacto entre lo instintivo y la
razón.
Usted diagnostica un panorama desolador, tanto
individual como social, en su narrativa breve, ¿vale esta misma premisa para la
novela?
¿De verdad es tan desolador? Cuando empecé a escribir asumía
esa opinión. Ahora no lo creo. El concepto de lo que es desolador es distinto
en cada individuo. Hay muchas manifestaciones culturales –películas, libros,
música– supuestamente divertidas que me parecen atrozmente desoladoras. Y hay
un arte con la etiqueta de desolador que me reconforta, consuela y divierte.
Déjeme, entonces que le pregunte ¿para qué sirve,
por tanto, la literatura en el panorama contemporáneo?
La literatura es muchas cosas maravillosas. Yo la entiendo
como una gran fraternidad, un enorme depósito de humanidad, de pasiones, de
dolores, de anhelos, de memoria. El acopio de lo que el hombre ha sido y será a
lo largo de los siglos. Nada menos que eso.
Siguiendo a Lobo Antunes, usted ha llegado a
afirmar que las novelas decepcionan porque en ellas convergen la verdad y la
mentira, ¿qué podemos encontrarnos en La
larga noche (2014)?
Lo que decía Lobo Antunes, y yo suscribo, es que determinadas
novelas decepcionan a un tipo lector que busca en la literatura sólo la evasión,
y encuentra, en cambio, que una novela le ofrece una visión reconcentrada e
intensa de la realidad. En este sentido, “La larga noche” no ofrece, me temo (o
no tanto), una visión edulcorada, sentimental y complaciente de la vida, al
menos de la vida de mis personajes.
Una novela, entonces, habrá que entenderla como una
forma de resistencia ¿en qué medida?
Es un trabajo de enorme paciencia. Y un baño de humildad
permanente.
La larga noche, su primera novela, ¿hay que entenderla
como un experimento de escritura sobre la escritura?
La novela tiene entre sus argumentos los procesos creativos.
Exploro en ella las conexiones entre ficción y realidad. En parte es una
respuesta a las preguntas: ¿cómo se escribe?, ¿de dónde surgen las historias?
Pero hay algo más. Dos historias de amor. Uno que se desgasta con el tiempo.
Otro idealizado en la memoria.
O tal vez, ¿se trate de un ajuste de cuentas ante
la acuciante imposibilidad de escribir a que se enfrenta su personaje?
Mi personaje puede escribir, y escribe.
Lo que no puede es ceñirse a un encargo de escritura concreto, a elaborar un
guión para el cine con un argumento heroico. Es otro tema de la novela: ¿qué
clase de libro podemos escribir?, ¿qué clase de literatura podemos hacer?
¿Cuáles son nuestros límites como creadores?
Y, otra pregunta al respecto, ¿por qué un personaje
tan onettiano?
Supongo que tenía las
neuronas muy frescas y receptivas cuando empecé a leer a Onetti.
La trama narrativa sobre un guión acerca de un episodio
de la guerra civil no se revela ni es evidente, ¿por qué?
El protagonista de la novela da vueltas en torno al guión, lo
toma, lo deja, se ilusiona y exalta con él, y unas líneas después desespera de
impotencia y vuelve a abandonarlo. Creo que es así como suele escribirse.
Su historia está montada sobre ausencias, como la
del propio Almeida, ¿acaso es otra trampa para lector?
Almeida es un personaje que regresa desde el pasado
y altera la vida de una pareja. No creo que su ausencia sea una trampa sino un
hecho.
¿Se puede ser profundamente despectivo porque se es
infeliz, o tal vez al revés?
Esto no lo tengo claro, es una idea, o más bien una intuición
del protagonista de La larga noche.
Se lo preguntaré si vuelvo a encontrármelo.
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