Margarita García Robayo
“La
infancia: ese estadio en el que podemos convivir naturalmente con situaciones
bizarras, extravagantes e incluso siniestras, con la mayor naturalidad”.
La narradora colombiana, Margarita García Robayo
(Cartagena, 1980) ha escrito una novela sobre la memoria, sobre la construcción
retrospectiva del pasado, Lo que no
aprendí (Malpaso, 2014), y es autora de los libros de relatos, Hay ciertas cosas que una no puede hacer
descalza (2009), Las personas normales
son muy raras (2011) y Orquídeas (2012),
y la novela corta, Hasta que pase el
huracán (2012).
Usted empezó escribiendo cuentos,
¿háblenos de su proceso literario hasta el momento?
Mis primeros cuentos tienen una búsqueda más bien
técnica, estructural, y menos literaria, si se quiere. Me pasa lo que a
bastantes escritores cuando han publicado más de un libro, rechazo ese primero
porque no siento que me represente. Representa la impostación de quien quiere
escribir y piensa, ingenuamente, que así es como se hace. No soy muy partidaria
de la inexperiencia, o la ingenuidad. Encontrar lo que quiero decir suele tomar
tiempo, pero una vez lo encuentro, el resto sale relativamente rápido y resulta
muy placentero.
La crítica ha señalado la soledad, una
soledad femenina, motivo esencial en su narrativa breve, ¿está de acuerdo?
Es algo que se dijo de mi primer libro: una
colección de historias tituladas, cada una, con el nombre de su protagonista,
siempre una mujer, y que tenían conexiones entre sí. Tengo cierta fascinación
por algunos personajes femeninos, en mi novela el personaje de la madre es casi
el más importante. Si hubiese algo que pudiera hermanar a mis libros entre sí,
sería quizá una especie de sensación de quiebre de los vínculos afectivos,
familiares, como indicio de una fractura más generalizada en la sociedad.
En sus cuentos ofrece la perspectiva de una
tercera persona, en su novela Lo que no aprendí, una primera, ¿se trata de un
proceso de maduración literaria?
No todos los cuentos están en tercera. En mi libro
de relatos breves Las personas normales
son muy raras, las historias están narradas desde una primera persona muy
cercana a mi mirada porque, justamente, surgen de un ejercicio de observación
muy intenso. Sin embargo, al momento de sentarme a escribir una novela la
búsqueda y la motivación quizá sea otra. En Lo
que no aprendí, y la novela breve, Hasta
que pase un huracán, la búsqueda fue distinta, hubo más intervención de la
memoria, más introspección, más preguntas irresueltas.
¿Se debe
partir de una autobiografía para hacer más creíble la visión literaria de una
vida particular?
No lo creo. Lo que sí creo es que en todo lo que se
escribe se deja parte de la vivencia personal. No importa cuán tergiversada
esté. Por eso el término autobiografía, o eso que llaman ahora “auto ficción”,
me parece tan innecesario y, en un punto, redundante. Y es también un poco
simplista pensar que la autobiografía es un formato cerrado que consiste en
escribir sobre uno mismo en primera persona. En cuanto a la credibilidad
depende exclusivamente de la habilidad del narrador.
Lo que no aprendí, más que una
novela de iniciación, parece una auténtica muestra de indignación.
Puede ser. Yo digo que es una novela escrita desde
la necesidad de decir algunas cosas que venía pensando hacía bastante sobre las
construcciones familiares que, en mi opinión, se asemejan demasiado a las
construcciones literarias.
La cita de Silverstein sobre la
“vulnerabilidad”¿una muestra de descubrimientos y secretos que rodean a nuestra
infancia?
Absolutamente. Silverstein es un autor de poesía
infantil que me fascina. Es un tipo supremamente oscuro y complejo, y los niños
lo consumen desde un lugar muy fresco. Y creo que esto sería una buena síntesis
de la infancia: ese estadio en el que podemos convivir naturalmente con
situaciones bizarras, extravagantes e incluso siniestras.
Pese a ofrecer un tema duro, memoria y
recuerdo, el ritmo de su texto es pausado, Caty lo acepta casi todo.
Tiene que ver con la respuesta anterior. Caty es
una niña y por lo tanto tiene la habilidad de aceptar todo, hasta lo más
siniestro, con la naturalidad propia de los niños. Cuando esa habilidad se
pierde, Caty deja de ser niña.
¿Nos traiciona la memoria para contar
nuestras cosas familiares, y echamos mano de la literatura?
Tal cual. Aunque suene un poco extremo, creo que
escribir es traicionar. Y más cuando tratamos de reconstruir memorias
personales, porque la traición está implícita en el recuerdo. Recordar es
también traicionar. En un ejercicio silogístico clásico diríamos, entonces, que
escribir es recordar.
Los rasgos
políticos en su historia, el gobierno colombiano y Pablo Escobar, ¿intenta usted
concretar un momento histórico vivido al hilo de la narración?
Yo elegí una porción de la vida del personaje, que
se sitúa en un espacio con un contexto determinado. El contexto político que
aparece de fondo en la historia de Lo que
no aprendí es lo que estaba sucediendo en el mes de junio de 1991 en
Colombia. Yo recuerdo particularmente la entrega de Pablo Escobar y su
posterior fuga, así como todo el debate de la extradición que, más o menos, se
dio en paralelo con el de la nueva Constitución nacional. Esos temas tan
álgidos pasaron a ser conversaciones domésticas.
La protagonista Caty sufre un auténtico
desencanto con respecto a la figura del padre, ¿en ese proceso narrativo madura
realmente?
El desencanto de Caty coincide con lo que
narrativamente llaman la pérdida de la inocencia. Caty pasa a ser adulta, a
tener conciencia de lo que hace su padre, de lo que hace ella misma, entiende
que las acciones generan consecuencias y que, en general, no estamos preparados
para asumirlas, aceptarlas o digerirlas.
La
lectura une a padre e hija, ella se siente fascinada por un libro como Los
Siete Principios, ¿qué busca Cathy?
Busca entender, como todo niño. La curiosidad debe
ser el rasgo más sobresaliente de este personaje, y de muchos niños. Yo
recuerdo haber sido una niña muy curiosa, aunque despistada; por eso, las
lecturas, en vez de aterrizarme, contribuían a la construcción de un universo
personal medio disparatado. Los Siete
principios es un libro que no existe.
¿Qué
límites se impone usted entre verdad/ ficción? Si es que se los impone, claro.
El límite es muy subjetivo, tiene que ver con la valoración
que haga del texto en cuestión. Con respecto a lo que yo escribo y con respecto
a lo que escriben los demás. Tengo que tener la seguridad de que el texto
merece la pena en términos de calidad literaria.
La segunda parte de la novela justifica,
de alguna manera, lo narrado, un auténtico proceso de escritura, ¿deberíamos
hablar de una expiación?
Creo que la segunda parte es la esencia de la
novela. Pone en duda la narración anterior y deja abierta la pregunta de si eso
pasó realmente o es una construcción caprichosa y en verdad no se sabe si la
narradora está hablando de la memoria familiar o del oficio de escribir.
La
madre, juega un papel importante, ¿es realmente ella y no Caty la verdadera
protagonista de su relato?
La madre resulta ser un personaje fundamental, pero
el padre también, en el sentido de que conocerlo o conectarse con él es la
principal motivación del personaje de Caty. Quizá en la segunda parte, la
madre, como dueña de la versión oficial de la memoria de su padre, y de su familia,
esa memoria que, inútilmente, intentamos reconstruir, se vuelve una pieza
clave, atractiva y al tiempo perturbadora ante la mirada de la narradora.
Por sus respuestas parece tener las ideas bastante claras, aun siendo tan joven.
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