POE Y LA
MUERTE
La
muerte de Edgar Allan Poe un 9 de octubre de 1849 sigue siendo un misterio, una
de esas analogías que chocan con el mundo de la metafísica y que solo tendría
una explicación lógica por la cercanía del autor a los temas que había ensayado
en sus cuentos; esto es, lo relativo a lo espectral y lo detectivesco. Lo
cierto es que, las hipótesis científicas cuantifican su mal estado físico tras
la versión que el periodista Joseph W. Walter diera la noche del 3 de octubre,
cuando él mismo se dirigía a un conocido garito de efervescente ambiente
nocturno, y poco antes se encontraba a un hombre delirante y vestido con
harapos, a quien identificó como Poe. El escritor murió seis días después, y el
certificado médico aclaraba que el fallecimiento había ocurrido por una
hinchazón del cerebro.
Desde
entonces, las hipótesis en torno a muerte han sumado suficientes teorías de lo
más variopinto: se hablaba del linchamiento de unos rufianes que lo habían
asaltado borracho, o la más común y concreta que Poe bebía hasta caer ebrio,
incluso se llegó a certificar su muerte por inhalación de monóxido de carbono
procedente del gas carbón utilizado para iluminar las estancias, y se creyó en un
creíble envenenamiento por mercurio, resultado de una epidemia de cólera a la
que estuvo expuesto en julio de ese año, en un hipotético tumor cerebral que
degeneró en un extraño comportamiento, o un posible asesinato a manos de los
hermanos de su prometida Elmira Shelton. Quien acierta, tal vez sea Borges que
escribió, “Borracho, murió en la sala común de un hospital de Baltimore. En el
delirio repitió las palabras puestas en boca de un marinero que murió, en uno
de sus primeros relatos, en el confín del Polo Sur. Pero en 1849, el marinero y
él murieron a un tiempo”.
Sábado, 15 de noviembre, 2014; pág., 8
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