ALEJANDRÍA
Fue la más grande en la Antigüedad, tanto o más
que Roma o Constantinopla. Cosmopolita, fascina por sus innumerables ecos
literarios y sus visitantes ricos y desinhibidos. Su prestigio viene de lejos,
de su celebérrima Biblioteca, creada, en el siglo III a.C., por Ptolomeo I
Sóter, general de Alejandro y, ampliada por su hijo, llegó a albergar unos
900.000 manuscritos y encerraba saberes como que la Tierra era redonda y giraba
sobre su eje; Aristarco escribió que tal vez diera vueltas en torno al sol;
Herófilo anotó que el cerebro es el centro del sistema nervioso; Hiparco
dividió el círculo en 360 grados; Sosígenes ajustó el calendario de 365 días;
por no hablar del nacimiento de la alquimia, los primeros catálogos de
estrellas, los mapamundis, los croquis del cuerpo humano. El sultán Omar se
apoderó de la ciudad en el siglo VIII, y ordenó calentar los baños públicos con
esos manuscritos
De
obligada referencia, tan solo por el monumental Cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, sus cuatro novelas: Justine (1957), Balthasar (1958), Mountolive
(1958) y Clea (1960), cuentan la historia de unos amigos que compartieron
sus vidas en la ciudad durante el período de las entreguerras mundiales. Cada
uno relata su punto de vista, cómo lo sintió, lo vivió, o cómo pretendió
vivirlo, y lo más importante, qué queda de su recuerdo. E.M. Foster ofreció
curiosas anotaciones en Alejandría
(1961) y su visión de las catedrales coptas, o las catacumbas de Kom
es-Shogafa. Y mejor, los versos vitalistas y oscuros de Cavafis, el poeta de
las gentes anónimas de la calle, los objetos vulgares y corrientes que de
pronto adquieren un profundo valor simbólico,“Siempre llegarás a esta ciudad./ Para otro lugar —no esperes— no hay
barco para ti, no hay camino”.
Sábado, 10 de mayo, 2014; pág., 8
¡Menuda Biblioteca! Y pensamos ahora que somos descubridores de todo.
ResponderEliminarMª Ángeles.