Vistas de página en total

domingo, 30 de noviembre de 2014

Hoy tomo café con…



David Torres

      “Vivimos en la política-ficción desde hace mucho y cualquier día vamos a despertar y darnos un batacazo tremendo”.



        David Torres (Madrid, 1966) es escritor, profesor y columnista y hoy un referente de la novela negra española. Premio Dashiel Hammett por su novela, Niños de tiza (2008), un libro que recupera para la literatura un escenario cercano pero apenas utilizado: el de quienes crecieron en los años finales de la dictadura en los barrios periféricos, entre traficantes de heroína, curas rojos, madres abnegadas y bandas callejeras, y Tigre Juan por El gran silencio (2003). Con El mar en ruinas (2005) intentó recrear una ambiciosa continuación de la Odisea, de la que Ángel Basanta escribía,  “lo mejor de la novela está en su tono y estilo por su acertada combinación de gravedad, humor y desmitificación”. En 2011 obtuvo el premio Logroño de Novela por Punto de fisión y su novela última se titula, Todos los buenos soldados (2014). Viajero incansable ha publicado, La sangre y el ámbar (2006) y las colecciones de relatos, Donde no irán los navegantes (1999), Cuidado con el perro (2002), y ahora, Dos toneladas de pasado (Sloper, 2014), nueve cuentos y una novela corta.

        ¿Corren buenos tiempos para hablar de fracaso, de abatimiento y de dolor?
        La verdad es que sí, para qué vamos a engañarnos. 

        Se lo pregunto porque en Dos toneladas de pasado (2014), que reúne sus relatos de los últimos años, se constata una plural desazón humana.
       Siempre son malos tiempos, que decía Borges, pero en estos últimos estamos asistiendo a la demolición del estado del bienestar y a la hedionda dictadura del dinero. 

        Usted es un novelista de fondo, de certero y concreto recorrido, en una variada narrativa extensa hasta hoy, ¿el cuento le proporciona un soplo de aire fresco?
       Es otra distancia, no tiene nada que ver. Escribir un cuento puede ser tan agotador y gratificante, en ocasiones, como acabar una novela. Pero generalmente la diferencia es la misma, imagino, que entre correr una media distancia y correr un maratón. 

        En su novela, Niños de tiza (2008), su personaje se mueve entre la sordidez de un pasado y un presente mejorable, al tiempo que deja constancia de la dureza de un ambiente que tal vez se quiere corregir, ¿se escribe esta novela para redimir a Roberto Esteban, o tal vez a toda una época?
       No creo que pretendiera redimir ni mejorar nada. Intenté reflejar lo que vi y lo que viví en mi infancia, dejar constancia de un tiempo y una sociedad y del lugar que ocupábamos en ella. 

        Años después, Punto de fisión (2011) ofrece una realidad que procede de la ciencia ficción, ¿vivimos hoy en día víctimas de una auténtica ficción, o estamos más necesitados que nunca de ella?
       Ojalá fuera ciencia-ficción. Vivimos en la política-ficción desde hace mucho y cualquier día vamos a despertar y darnos un batacazo tremendo. En Punto de fisión (de donde tomé el nombre de mi blog en Público) la monstruosidad surgía de Chernobyl, el mayor accidente provocado por la mano del hombre. 

        No es la primera vez que publica relatos, ¿qué opina de este género tan denostado literariamente?
       Es el género narrativo por excelencia, lo que cuenta alguien a la luz de una hoguera es un cuento, no una novela. La novela moderna nace en la picaresca y en el Quijote pero el cuento viene de muy atrás, de las cavernas. Los mejores cuentistas (Poe, Chejov, Cortázar, Cheever) tienen el mismo pulso que los narradores anónimos y los creadores de leyendas.

        Volviendo a Dos toneladas de pasado usted mueve a sus personajes por distintos espacios geográficos, ¿da igual por donde se mueva nuestra desordenada especie?
        No creo. Cada historia pide un lugar y cada personaje se mueve según sus circunstancias. No es lo mismo vivir en la ciudad de Londres, como el poeta Paul Taylor, que en la selva brasileña, como la fotógrafa Claire Asthon-Jones.



        La variedad se imponía en esta colección, o tal vez ¿ese coraje y la rebelión de los personajes le sirve de hilo conductor a todas sus historias?
       Los cuentos fueron escritos a lo largo de mucho tiempo, casi quince años. Al montarlos en un libro, casi sin querer, se fue armando una estructura que yo no había sospechado, como si ellos mismos buscaran sus líneas de fuerza.

        La actualidad prima en un relato como “Rey de Ítaca”, ¿siempre hay una verdad escondida en sus historias?
       Decía Dalí en un consejo a los pintores jóvenes que no intentaran ser modernos, que era lo único que no podrían dejar de ser. “Rey de Itaca” cuenta, en clave homérica, la historia de esa multitudinaria estafa que hemos convenido en llamar crisis. También podía haber contado la historia de Robin Hood al revés: los ricos robando a los pobres. 

        Y lo mismo podemos decir del falso torero; ¿es su visión particular del mundo del toreo?
       No creo que Pepe el Puñales sea un falso torero, al contrario, es un hombre que lleva hasta el límite una pasión; poco importa que esa pasión no le corresponda. El mundo del toreo es sólo un escenario, Pepe lo mismo podía haber sido un pintor, un escritor, un fotógrafo, alguien entregado por completo a un arte que lo desdeña. 

        Enjundiosa y “casi” una novela, “El último concierto de Toño Balandros”, ¿lo mismo nos cabe imaginar así el mundo de la música tan gratificante como injusta?
       El relato, en realidad una novela corta, está basado en una anécdota real que me contaron sobre el concierto de un músico español en Colombia, en la finca de un narco emparentado con la familia Escobar. Ocurre lo mismo que con el toreo: el mundo de la música es un símbolo de las miserias e injusticias de cualquier tinglado artístico. 

        Usted se convierte en el fiscal de una realidad, ¿escribe sus cuentos para no moverse solo frente a ese fracaso? 
       Los escribo porque alguien tiene que hacerlo, son historias que me obsesionan y que al final tengo que expresar porque si no, nadie lo haría. 

        ¿Es usted finalmente, un escritor obsesivo, que lucha con su literatura para no salir derrotado?
        La derrota está siempre ahí, al final, incluso para los vencedores. No creo en esa falsa dicotomía del éxito y la derrota. Creo que todos somos fracasados, que sólo podemos fracasar y que a un escritor, como decía Faulkner, hay que medirlo por su capacidad de fracaso. Por eso mismo es tan estimulante. 

        Leyendo Dos toneladas de pasado, ¿presupone usted que la literatura es algo que siempre hay que ir más allá, pero le pregunto, ¿más allá de qué?
      De la literatura precisamente. Es difícil de explicar, pero si se tratara sólo de escribir bien y de decir algo, no habría mucho que decir. Hay que escribir no porque quieras sino porque no tienes más remedio. Escribir no de lo que sabes sino de lo que desconoces. Lo demás son cuentos. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario