David
Torres
“Vivimos en la política-ficción desde hace
mucho y cualquier día vamos a despertar y darnos un batacazo tremendo”.
David Torres (Madrid, 1966) es escritor,
profesor y columnista y hoy un referente de la novela negra española. Premio
Dashiel Hammett por su novela, Niños de
tiza (2008), un libro que recupera para la literatura un escenario cercano
pero apenas utilizado: el de quienes crecieron en los años finales de la
dictadura en los barrios periféricos, entre traficantes de heroína, curas
rojos, madres abnegadas y bandas callejeras, y Tigre Juan por El gran silencio (2003). Con El mar en ruinas (2005) intentó recrear
una ambiciosa continuación de la
Odisea, de la que Ángel Basanta escribía, “lo mejor de la novela está en su tono y
estilo por su acertada combinación de gravedad, humor y desmitificación”. En
2011 obtuvo el premio Logroño de Novela por Punto
de fisión y su novela última se titula, Todos
los buenos soldados (2014). Viajero incansable ha publicado, La sangre y el ámbar (2006) y las
colecciones de relatos, Donde no irán los
navegantes (1999), Cuidado con el
perro (2002), y ahora, Dos toneladas
de pasado (Sloper, 2014), nueve cuentos y una novela corta.
¿Corren
buenos tiempos para hablar de fracaso, de abatimiento y de dolor?
La verdad
es que sí, para qué vamos a engañarnos.
Se
lo pregunto porque en Dos toneladas de pasado (2014),
que reúne sus relatos de los últimos años, se constata una plural desazón
humana.
Siempre
son malos tiempos, que decía Borges, pero en estos últimos estamos asistiendo a
la demolición del estado del bienestar y a la hedionda dictadura del
dinero.
Usted
es un novelista de fondo, de certero y concreto recorrido, en una variada narrativa
extensa hasta hoy, ¿el cuento le proporciona un soplo de aire fresco?
Es otra
distancia, no tiene nada que ver. Escribir un cuento puede ser tan agotador y
gratificante, en ocasiones, como acabar una novela. Pero generalmente la
diferencia es la misma, imagino, que entre correr una media distancia y correr
un maratón.
En
su novela, Niños
de tiza (2008), su personaje se mueve
entre la sordidez de un pasado y un presente mejorable, al tiempo que deja
constancia de la dureza de un ambiente que tal vez se quiere corregir, ¿se
escribe esta novela para redimir a Roberto Esteban, o tal vez a toda una época?
No creo
que pretendiera redimir ni mejorar nada. Intenté reflejar lo que vi y lo que
viví en mi infancia, dejar constancia de un tiempo y una sociedad y del lugar
que ocupábamos en ella.
Años
después, Punto de
fisión (2011) ofrece una realidad que
procede de la ciencia ficción, ¿vivimos hoy en día víctimas de una auténtica
ficción, o estamos más necesitados que nunca de ella?
Ojalá
fuera ciencia-ficción. Vivimos en la política-ficción desde hace mucho y
cualquier día vamos a despertar y darnos un batacazo tremendo. En Punto de fisión (de donde tomé el nombre
de mi blog en Público) la monstruosidad surgía de Chernobyl, el mayor accidente
provocado por la mano del hombre.
No
es la primera vez que publica relatos, ¿qué opina de este género tan denostado
literariamente?
Es el
género narrativo por excelencia, lo que cuenta alguien a la luz de una hoguera
es un cuento, no una novela. La novela moderna nace en la picaresca y en el
Quijote pero el cuento viene de muy atrás, de las cavernas. Los mejores
cuentistas (Poe, Chejov, Cortázar, Cheever) tienen el mismo pulso que los
narradores anónimos y los creadores de leyendas.
Volviendo
a Dos toneladas
de pasado usted mueve a sus personajes
por distintos espacios geográficos, ¿da igual por donde se mueva nuestra
desordenada especie?
No creo.
Cada historia pide un lugar y cada personaje se mueve según sus circunstancias.
No es lo mismo vivir en la ciudad de Londres, como el poeta Paul Taylor, que en
la selva brasileña, como la fotógrafa Claire Asthon-Jones.
La variedad se imponía en esta
colección, o tal vez ¿ese coraje y la rebelión de los personajes le sirve de
hilo conductor a todas sus historias?
Los
cuentos fueron escritos a lo largo de mucho tiempo, casi quince años. Al
montarlos en un libro, casi sin querer, se fue armando una estructura que yo no
había sospechado, como si ellos mismos buscaran sus líneas de fuerza.
La
actualidad prima en un relato como “Rey de Ítaca”, ¿siempre hay una verdad escondida
en sus historias?
Decía
Dalí en un consejo a los pintores jóvenes que no intentaran ser modernos, que
era lo único que no podrían dejar de ser. “Rey de Itaca” cuenta, en clave
homérica, la historia de esa multitudinaria estafa que hemos convenido en
llamar crisis. También podía haber contado la historia de Robin Hood al revés:
los ricos robando a los pobres.
Y
lo mismo podemos decir del falso torero; ¿es su visión particular del mundo del
toreo?
No creo
que Pepe el Puñales sea un falso torero, al contrario, es un hombre que lleva
hasta el límite una pasión; poco importa que esa pasión no le corresponda. El
mundo del toreo es sólo un escenario, Pepe lo mismo podía haber sido un pintor,
un escritor, un fotógrafo, alguien entregado por completo a un arte que lo
desdeña.
Enjundiosa
y “casi” una novela, “El último concierto de Toño Balandros”, ¿lo mismo nos
cabe imaginar así el mundo de la música tan gratificante como injusta?
El
relato, en realidad una novela corta, está basado en una anécdota real que me
contaron sobre el concierto de un músico español en Colombia, en la finca de un
narco emparentado con la familia Escobar. Ocurre lo mismo que con el toreo: el
mundo de la música es un símbolo de las miserias e injusticias de cualquier
tinglado artístico.
Usted
se convierte en el fiscal de una realidad, ¿escribe sus cuentos para no moverse
solo frente a ese fracaso?
Los
escribo porque alguien tiene que hacerlo, son historias que me obsesionan y que
al final tengo que expresar porque si no, nadie lo haría.
¿Es
usted finalmente, un escritor obsesivo, que lucha con su literatura para no
salir derrotado?
La
derrota está siempre ahí, al final, incluso para los vencedores. No creo en esa
falsa dicotomía del éxito y la derrota. Creo que todos somos fracasados, que
sólo podemos fracasar y que a un escritor, como decía Faulkner, hay que medirlo
por su capacidad de fracaso. Por eso mismo es tan estimulante.
Leyendo
Dos toneladas de
pasado, ¿presupone usted que la
literatura es algo que siempre hay que ir más allá, pero le pregunto, ¿más allá
de qué?
De la
literatura precisamente. Es difícil de explicar, pero si se tratara sólo de
escribir bien y de decir algo, no habría mucho que decir. Hay que escribir no
porque quieras sino porque no tienes más remedio. Escribir no de lo que sabes
sino de lo que desconoces. Lo demás son cuentos.
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