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viernes, 14 de noviembre de 2014

TRAVESÍAS



TÁNGER
          Algunas ciudades nos parecen hoy escenarios nacidos de la literatura, propias de las ilusiones de viajeros y escritores que encontraron en ellas un espejo donde mirarse, una evocación de lo exótico, o la patria moral que otros buscaron porque jamás podrían tener una, según escribiera Eduardo Jordá. Podemos leer acerca de la Alejandría de Cavafis, el Triste de Svevo y, sobre todo, de Tánger que Lotti calificaba como la vedette y puerta de África, por donde han pasado numerosos escritores durante los últimos cien años, y en cuyas laberínticas calles y plazas buscaban algo diferente, Burroughs, Bowles, Capote, Genet, Goytisolo, iban y venían como si la ciudad les hubiese otorgado una ciudadanía especial, una estancia válida para toda la vida. Bowles, dijo que Tánger era, en realidad, “una sala de espera entre conexiones, una transición de una manera de ser a otra”. Y vivió esa larga espera de cinco décadas, encerrado en su apartamento, donde concibió muchas de sus obras o se relacionó con la Gay Society y Beat Generation, cicerone de afamados escritores, e introductor de curiosas drogas marroquíes como el majoun. Un día tradujo algunos relatos de amigos lugareños porque observó que el Tánger que él y sus amigos habían vivido, ya no existía; habría que buscarlo en esas historias que mostraban la otra cara de la ciudad: la miseria, el abandono, la orfandad y los humildes placeres cotidianos que contrastaban con la realidad europea y americana.
           Si alguien quiere profundizar, o viajar literariamente que no deje de leer, Reivindicación del conde don Julián (1970), de Juan Goytisolo, El pan a secas (1973), de Mohamed Chukri, La vida perra de Juanita Narboni (1976), de Ángel Vázquez, El año que viene en Tánger (1998), de Ramón Buenaventura.


                    Sábado, 7 de diciembre, 2013; pág., 8

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