TÁNGER
Algunas
ciudades nos parecen hoy escenarios nacidos de la literatura, propias de las
ilusiones de viajeros y escritores que encontraron en ellas un espejo donde
mirarse, una evocación de lo exótico, o la patria moral que otros buscaron
porque jamás podrían tener una, según escribiera Eduardo Jordá. Podemos leer
acerca de la Alejandría
de Cavafis, el Triste de Svevo y, sobre todo, de Tánger que Lotti calificaba
como la vedette y puerta de África,
por donde han pasado numerosos escritores durante los últimos cien años, y en
cuyas laberínticas calles y plazas buscaban algo diferente, Burroughs, Bowles,
Capote, Genet, Goytisolo, iban y venían como si la ciudad les hubiese otorgado
una ciudadanía especial, una estancia válida para toda la vida. Bowles, dijo
que Tánger era, en realidad, “una sala de espera entre conexiones, una
transición de una manera de ser a otra”. Y vivió esa larga espera de cinco décadas, encerrado en su apartamento, donde concibió
muchas de sus obras o se relacionó con la
Gay Society y Beat
Generation, cicerone de afamados escritores, e introductor de curiosas
drogas marroquíes como el majoun. Un
día tradujo algunos relatos de amigos lugareños porque observó que el Tánger
que él y sus amigos habían vivido, ya no existía; habría que buscarlo en esas
historias que mostraban la otra cara de la ciudad: la miseria, el abandono, la
orfandad y los humildes placeres cotidianos que contrastaban con la realidad
europea y americana.
Si
alguien quiere profundizar, o viajar literariamente que no deje de leer, Reivindicación del conde don Julián
(1970), de Juan Goytisolo, El pan a secas
(1973), de Mohamed Chukri, La vida perra
de Juanita Narboni (1976), de Ángel Vázquez, El año que viene en Tánger (1998), de Ramón Buenaventura.
Sábado, 7 de diciembre,
2013; pág., 8
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