Guadalupe Nettel
(Ciudad de México, 1973),
El
matrimonio de los peces rojos
El escritor Carlos Fuentes llegó a afirmar, en
alguna ocasión, que los narradores jóvenes mexicanos eran más libres porque ya
no tenían la obligación de darle voz a los sin voz, y al hilo de esas
declaraciones, aquellos se preguntaban si se puede ser libre en una
sociedad teatralizada, ciega por el consumo, superpoblada y descreída. Bien es
verdad que, consecuentes estos, han asumido su cuota de cinismo con que se ven
obligados a vivir, y sostienen como la literatura mexicana se ha vuelto
básicamente procaz con cuanto está ocurriendo durante las últimas décadas en el
país. Tan es así que la generación de Guadalupe Nettel (Ciudad de México,
1973), creció en mitad de un ambiente caracterizado por la dominación mediática
y la violencia simbólica, aspectos que rompen las barreras sociales, económicas
y familiares, y hoy hastiados cuestionan su lugar en este mundo por verse
obligados a existir al margen de las expectativas de la era global. Retratan la
debilidad humana en sus planteamientos literarios, y el deseo de convertirse en
otro, sin dejar de ser ellos mismos. Los autores, con quienes se asocia el
nombre de Nettel, nacen en un estrecho margen de tiempo no superior a diez años,
su narrativa ofrece planteamientos similares y una visión desde los márgenes; críticos
disparan a quemarropa sobre la sociedad corrompida, rompen con las barreras
establecidas por alienantes. El mayor, Julián Herbert (Acapulco, México, 1971),
una voz narrativa intensa, dibuja las relaciones familiares y toda destrucción
posible en torno a ellas. Canción de
tumba (2011), es la historia de su madre, una mujer que trabajó como
prostituta desde la infancia de Julián hasta su adolescencia, aunque cuando
enferma de leucemia él la cuidará y establece así una relación amor-odio; César
Silva (Ciudad Juárez, México, 1974), cuenta en Una isla sin mar (2009), como la cómoda existencia de
Martín en Ciudad Juárez se ve súbitamente sacudida: su novia lo ha dejado, su
exitosa carrera atraviesa un mal momento y, además, sufre unos sueños recurrentes
y extraños; en ellos, Martín visita su antigua casa paterna, donde un viejo de
barba blanca le urge a huir de Juárez; Daniel
Espartaco (Chihuahua, México, 1977), publicaba, Autos usados (2012), la historia de una generación que
vivió la adolescencia en el norte de México durante los noventa, los años
felices de la economía, el comienzo del ascenso de la cultura del narcotráfico;
una alegoría sobre el mal, no el metafísico, sino el que tiene causa y efecto,
y aguarda su momento bajo la superficie de las cosas; y la más joven, Valeria
Luiselli (Ciudad de México, 1983), Los
ingrávidos (Sexto Piso, 2011), una novela sobre
existencias fantasmales; y una evocación, a la vez melancólica y llena de
humor, sobre la imposibilidad del encuentro amoroso, y el carácter irrevocable
de la perdida.
La narrativa de Guadalupe
Nettel se ha caracterizado hasta el momento por su curiosa visión de nuestro
mundo, actitud que la mexicana divide entre lo esencialmente cotidiano y lo
extraño. Ocurría en su primera novela, El
huésped (2006), donde se describe un largo adiós a la percepción de la
vista y un, no menos curioso, encuentro con el universo de los ciegos, aunque,
por otro lado, ofrece la cara subterránea de la ciudad de México, y los personajes,
incluida la gran urbe, se desdoblan en una confusión de reflejos, para moverse
entre lo superficial y lo profundo, sin que los lectores nunca sepamos el
territorio que realmente pisamos. Son personas que no encuentran un lugar
posible y se organizan en grupos paralelos que imponen sus propios valores; y
algo semejante ocurre en El cuerpo en que
nací (2011), su última
novela, en la que Nettel traza una crónica sobre arrebatados momentos de
nuestra historia más reciente, recurriendo a la figura de una psicoanalista,
neutra e invisible, como si de un escudo protector ante semejante desnudo
interior se tratara. Aquí no cuentan el pudor ni el sentimentalismo, sino un
descarnado rosario de
recuerdos que se encadenan,
dibujando una infancia y una adolescencia peculiares y, a través de ellas, el
retrato de toda una generación.
Los
cinco relatos de El matrimonio de los
peces rojos (2013), que ha obtenido el Premio Internacional
Narrativa Breve Ribera de Duero, cuenta los extraños y singulares vínculos que
una abogada, un profesor de biología, una estudiante de doctorado, una
violinista y un autor de teatro establecen con los animales de compañía, y que
de alguna manera influyen en las relaciones de pareja, o en los no menos complicados
lazos de familia. Peces, cucarachas, gatos, hongos y serpientes coprotagonizan
unas historias en las que algunos humanos ven desorientada su existencia por el
extraño influjo de estos huéspedes. En el primer relato, más extenso, y que da
título al conjunto, una abogada que tiene una pareja de peces rojos observa
como su propia vida cambia a raíz de su embarazo y alumbramiento de su hija,
influye en su posterior separación y, finalmente, en la pérdida de su trabajo;
aunque, lo más curioso del cuento es la mimetización que la protagonista
establece con la vida de sus peces, sobre todo con la hembra para intentar
solucionar sus problemas de pareja. Nettel escribe historias paralelas que se
mueven entre la agresividad animal y la soledad humana, o la coexistencia con
insectos, concretamente cucarachas, como ocurre en la firme y extraña decisión
de un biólogo, cuantifica las relaciones oscilantes con los gatos de una joven
doctoranda, o no deja de sorprendernos con el hongo que una mujer madura se
empeña en mimar para sustituir un olvidado afecto de otro tiempo; en realidad,
un previsible adulterio; y no menos curiosa, en el último relato, la relación
que establece el protagonista con una serpiente para descubrir su identidad familiar
y la deuda que debe pagar a través de su hijo, un narrador testigo que observa
como el padre se reencuentra con las emociones de una lejana juventud.
El paralelismo humano y animal
que esgrime la mexicana ofrece las suficientes dudas al lector para continuar
con la lectura y el resultado remite tanto a un devenir psicoanalítico como a
ciertos aires cortazarianos de algunos significativos relatos del argentino. La
tensión producida por la irrupción de lo anómalo en la vida cotidiana y las
consiguientes reacciones de los personajes, sustentan a todos y cada uno de los
cuentos de El matrimonio de los peces
rojos. Nettel se mueve con soltura en el género, dosifica
dramatismo, derrocha humor e ironía, y nos muestra con bastante perspicacia la
conducta humana, y ahonda sobre todo en las obsesiones de sus personajes, sin necesidad
de ir mucho más allá, porque quizá la narradora mexicana no se haya planteado
justificar el por qué de algunas de las actuaciones de los protagonistas de sus
historias.
Guadalupe Nettel
El
matrimonio de los peces rojos;
III Premio
Internacional Narrativa Breve Ribera del Duero; Madrid, Páginas de Espuma,
2013; 120 págs.
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