Enrique
Vila-Matas (Barcelona, 1948)
Exploradores del
abismo
La
literatura de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) ejerce una inequívoca e
indiscutible atracción sobre los lectores. Quien logra traspasar el umbral de
su espacio inventado, consigue entrar de lleno en su mundo. Pero el suyo es una
realidad de representaciones, de conexiones humanas y literarias que, durante
años, ha conseguido diseñar en una auténtica estrategia narrativa con
inequívocos referentes que recuerdan a los nombres universales de Kafka,
Roussel, Walser, Melville, Beckett, Céline, incluso a las exigencias de
Montaigne y de Blanchot, entre otros. Desde hace algunos años, para Vila-Matas,
la ficción juega a convertirse en realidad, los libros contienen esas vidas
escritas de las que hace gala el autor y así, su identificación de vida y de
literatura, se concretaba en Suicidios ejemplares (1991), como esa
negación consciente de la vida, aunque casi diez años más tarde en Bartleby
y compañía (2000), narraba su definitiva repulsa de la literatura.
Al contrario que muchos
contemporáneos suyos, en la escritura de Vila-Matas no hay propensión a
explicar nada, ni siquiera la razón misma del hombre sobre el universo; es la
suya una impostura que provoca un diálogo intertextual y supratemporal.
En su última entrega, Exploradores del abismo (2007), el narrador
pretende, de alguna manera, abjurar de buena parte de su escritura para volver,
quizá, a los registros de su primera etapa de escritor, aunque una vez leído el
libro, se concreta, en realidad, en una colección de cuentos con las
ambigüedades propias del escritor barcelonés y se muestra, una vez más, su
personal relación con la realidad vivida a través de la ficción. Pero novela y
cuento se confunden en la escritura de Vila-Matas porque, como él mismo ha
asegurado, practica una mezcla de géneros que lo llevan a contaminar su
discurso hasta convertirlo, posteriormente, en auténticas reflexiones
ensayísticas que provocan un auténtico vacío en el escritor.
Cuando
uno empieza a leer Exploradores del abismo las referencias a Una casa
para siempre (1988), Suicidios
ejemplares (1991), la estructura de Hijos sin hijos (1993) o la
antología Recuerdos inventados (1994), su progresión misma, nos
proporciona parte de esa exploración, tanto propia como ajena, que viene
ejerciendo el narrador durante más de estos largos veinte años últimos, aunque
hoy ya esa condición suya de angustiado o desesperado suele ser vencida por la
confusión que ha obtenido de ensayar y practicar quizá una posible y auténtica
literatura. Para justificar este libro, para explicar este puñado de cuentos,
en «Café Kubista» y, a modo de introducción, el autor afirma: «Estoy seguro de
que no habría podido escribir todos esos relatos si previamente, hace un año,
no me hubiera transformado en alguien levemente distinto, no me hubiera
convertido en otro». Y esta categórica declaración de principios,
esgrimida en muchas de sus anteriores obras, cobra mayor fuerza en otro de sus
textos «La gota gorda», cuando añade,
«Hace un año, volví a escribir cuentos, pero sin darme cuenta de que en
realidad seguía con los hábitos del novelista (...). La tensión más fuerte la
provocaba el duro esfuerzo de contar historias de personales normales y tener a
la vez que reprimir mi tendencia a divertirme con textos metaliterarios: el
duro esfuerzo de contar historias de la vida cotidiana con sangre e hígado,
tal como me habían exigido mis odiadores (...). Indiscutiblemente, después de
leer Exploradores del abismo, uno
se da cuenta de que Vila-Matas sigue siendo un provocador capaz de transformar
en un todo orgánico una suma de textos que confluyen en una única y absoluta
dirección: el mundo vilamatiano de sus silencios y de sus desapariciones,
aunque en ocasiones, vuelva su mirada para contar auténticas joyas de carácter,
eminentemente, narrativa breve, cuentos tan sorprendentes que en ocasiones no
resultan ser así y me refiero, concretamente, a «Niño», relato intenso,
conmovedor, una exasperante visión de la extrañeza, característica de su mejor
prosa, o «Fuera de aquí» que, junto al anterior, se convierten en auténticos
capítulos de una obra más extensa y, pueden ser, realmente, calificados como
novelas cortas. El primero muestra el desesperado deseo de un padre porque su «Niño»
salga vivo de una intervención quirúrgica; aunque el relato amplia sus
registros hasta veleidades insospechadas en esa relación padre-hijo. El segundo
cuenta la historia de una saga generacional rusa, con dos hijos revolucionarios
y dos gemelas, que como su autor juegan a explorar ese abismo que supone la
vida; un cuento muy chejoviano pero que, desde la perspectiva de Enrique
Vila-Matas, propone una relectura moderna de las posibilidades literarias del
maestro ruso.
Aunque, en realidad, todo el libro
se estructura o, mejor dicho, se configura en torno a «Porque ella no lo pidió», una profunda
mirada a «otros espacios» explorados por Vila-Matas aunque sobrepasando las
habituales fronteras entre la realidad y la ficción, precisamente para poder
mostrar, con el relato-encargo de Sophie Calle, que toda realidad ficcionada se
convierte en una nueva realidad, la que pretende vivir Calle por encargo, en
esa especie de nouvelle o diario de trabajo, como si de un de juego de
espejos se tratara en los que Vila-Matas vuelve, una y otra vez, a mirarse para
teorizar, una vez más, sobre ese sentimiento expreso de ser otro, aún cuando el
encargo provenga de una extraña para vivir la historia que pretende le
escriba el narrador. El escritor averiguará cómo otros colegas se han negado a
esta proposición, Paul Auster, Jean Echenoz y Olivier Rolin, pero accederá
liberado por esa intensa felicidad de sentirse «fuera de aquí» aunque muy
pronto enfermará, como es habitual, tras comprender que no existe vida sin
narración o sentido de la existencia sin ficción.
Otros homenajes se asoman,
tímidamente, en relatos como «Amé a Bo», una fábula intergaláctica para
justificar toda una tradición de existencialismo científico con Stanislaw Lem
como referencia. En realidad, todos estos relatos y otros no analizados, «Otro
cuento jasídico», «Nunca hizo nada por mí» o incluso, «La gloria solitaria»
proyectan conceptos misteriosamente relacionados para posteriormente verse
unidos en un único conjunto. Y una curiosidad más, el funambulista Maurice
Forest-Meyer se pasea por estos relatos, acompañado por Delia Dumarchey, su
esposa, ambos como esa metáfora de quien logra moverse sobre el vacío para
convertir el abismo en su medio de vida. Sumados, estos cuentos, la escritura
misma a la que se enfrenta Vila-Matas, suponen una vuelta a los orígenes,
aunque en algunos de ellos aún se perciba esa intensidad metaliteraria que le
otorga el autor al conjunto de su obra, esa teoría esgrimida que arrastra en
toda su existencia, incluida la real y la ficticia. Además, el narrador
incluye, una hilarante sucesión de situaciones que con un excelente humor o,
mejor, una finísima ironía, características tan habituales en sus textos, le
devuelven, de una forma provocativa, esas ansias de ser como un dios en la
tierra, para dominar las vidas ajenas y apuntar, en definitiva, con un solo
dedo hacia las cosas.
Enrique
Vila-Matas; Exploradores del abismo; Barcelona, Anagrama, 2007.
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