¡HABLA, HARPO!
El cine de mi infancia estuvo
marcado por las matinales de los domingos, y por las sesiones continuas cuando
la economía nos permitía, a mi hermano y a mí, olvidar las numerosas miserias
materiales y humanas. Vivíamos las aventuras de Steve Reeves, Gordon Scott,
Charlton Heston, o los clásicos Chaplin, Cantinflas y las reposiciones de los
Hermanos Marx: Groucho, Chipo y Harpo, Una noche en la ópera, Un día en las
carreras, o El hotel de los líos. Harpo era el hermano mudo, aunque,
como relata en ¡Harpo habla! (Seix-Barral, 2010), rompería su silencio
en 1962 para contar en unas delirantes y conmovedoras memorias, su infancia, lo
precario de sus inicios en el mundo del espectáculo, el éxito en los años
dorados de Hollywood y, sobre todo, la estrambótica historia de su familia.
Harpo fue el más niño de los
hermanos, en sus películas roba pequeñas cosas, persigue a las chicas jóvenes,
provoca algunos desastres sin intención, aunque resulta simpático a todo el
mundo. Groucho fue el más irónico, Chico el más marrullero. El autor de ¡Harpo
habla! usaba peluca rizada, sombrero de copa, y gran gabardina sin fondo
donde cabía de todo. Tocaba una bocina que daba réplica a las insensateces de
muchas conversaciones. Se hacía llamar Harpo porque desde niño tocaba un arpa
vieja de su abuela. En sus memorias hay mucho de la vida artística, de
la celebridad de los Marx, y una especial atención a la familia: padre de
cuatro hijos adoptados, siempre aseguraba que pese a no ser biológicos, estaban
destinados a encontrarse. Alguien que escribió, «No sé si mi vida ha sido un
éxito o un fracaso (...), no tengo ninguna prisa en convertirme en una de las
dos cosas», no puede pasar desapercibido.
Sábado,
5 de noviembre, 2011; pág., 8.
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