MAESTROS
El
pasado mes de septiembre se llevó a dos maestros de quienes, en los convulsos
años 70, en la recta final de la dictadura franquista, y al comienzo de una
joven democracia, vivíamos con mucha expectación, en una universidad convulsa,
el cambio que se avecinaba, y percibíamos en sus textos, libros y manuales,
atisbos de un concepto nuevo de mirar la literatura. Con mucho dolor nos
referimos al clásico Martín de Riquer, medievalista y trovador, y al significativo,
Carlos Blanco Aguinaga, una de las voces más críticas y sociales de la
literatura española del reciente siglo XX.
El
filólogo, medievalista e interprete del mundo cervantino, Martín de Riquer,
erudito de las letras castellanas, nos dejó a la no despreciable edad de 99
años, y nos lega su memorable edición de El
Quijote (1944), o Para leer a
Cervantes (2003), porque siempre sostuvo que el texto de Cervantes era una
novela de aventuras cómicas escrita por un competente lector de libros de caballerías.
Su pasión medieval le llevó hasta el ciclo artúrico, a estudiar la heráldica
catalana y castellana, o incluso a escribir sobre torneos, justas y las
panoplias de los caballeros medievales. Monumental resulta la lectura de Reportajes de la Historia (2010),
donde geografía y cronología ofrecen una variadísima visión de conjunto. Carlos
Blanco Aguinaga acuñó desde sus comienzos el calificativo de autor social
porque su Historia social de la
literatura española (1978) nos devolvió la confianza a los inquietos
estudiantes de la época cuando aun creíamos en la literatura como forma de
conocimiento. Blanco Aguinaga se convirtió en la voz de América y de los
novelistas de entreguerras, Ensayos sobre la literatura del exilio español
(2006), y nos acercó a Vallejo, Martí o Nicanor Parra.
Sábado, 26 de octubre,
2013; pág., 8
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