AMADO MONSTRUO
¡Sorpréndeme muerte, en medio de
mi trabajo!—aseguraba, con algo de razón, el autor latino de La
Metamorfosis, uno de esos libros donde la mitología convierte
épica e historia en auténtica fuente de sabiduría. Javier Tomeo ha seguido a
quienes mejor han provocado la metamorfosis en sus personajes: el clásico
Ovidio, y el exagerado Kafka. Tomeo pasará a la historia de la literatura como
el creador de tipos solitarios, de fábulas animales que aúnan lo cotidiano y lo
fantástico, y muestran cuanto de imprevisible tiene nuestra vida.
Ha muerto Javier Tomeo, nacido
en Quicena, Huesca, 1932, y lo ha hecho en Barcelona, a donde llegó joven para
dedicarse a la literatura. Fue un devoto irreverente por las abundantes referencias
al expresionismo estético del citado checo, la iconografía de Buñuel, los
negros y grises de Solana, o las greguerías del atrevido Gómez de la Serna, que unen su nombre a
ciertos autores que nos interesa destacar en su obra literaria, y proporcionan
al autor todos los guiños posibles para dejar constancia de su irreverencia
narrativa. Amado monstruo (1985), una
conversación insólita de dos personajes que descubren un vínculo común en su
extensa charla, sería adaptada para salas de París, Coimbra, Madrid, Barcelona
y Ginebra. Para quien aun no haya descubierto su literatura, él mismo afirmó
“no escribo sobre lo que veo, sino sobre lo que imagino a través de lo que veo.
Puede que padezca alguna especie de astigmatismo, o de problema óptico que me
impida dar la medida exacta de las cosas (…) Lo que hago, pues, es rodear a mis
personajes de espejos cóncavos, o convexo, y ponerlos en marcha, pero son ellos
lo que dejan de actuar cuando se les acaba la cuerda”. Nos deja una novela
póstuma, El amante bicolor, que
publicará Anagrama.
Adiós, amado monstruo.
Sábado, 29 de junio, 2013;
pág., 8
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