Alejandro Zambra
“Escribir es fingir, pero fingir completamente, hasta
rozar una especie de verdad”.
Alejandro
Zambra (Santiago de Chile, 1975), es autor de dos libros de poemas (Bahía
Inútil (1998) y Mudanza (2003), de la colección de ensayos No
leer (Alpha Decay, 2012), y de tres novelas, publicadas por Anagrama de forma
simultánea en España, y en casi toda Latinoamérica, Bonsái (2006), La
vida privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011).
Acaba de publicar, el libro de relatos, Mis
documentos (2014). Bonsái ganó en Chile el Premio de la Crítica y el Premio del
Consejo Nacional del Libro y la
Lectura, 2006. En 2011 el director chileno Cristián Jiménez
estrenó la película homónima en el Festival de Cannes; La vida privada de los
árboles fue nominada en Francia al Prix du Marais 2010, y Formas de
volver a casa obtuvo en Chile el Premio Altazor y el Premio del Consejo
Nacional del Libro del año 2012, En 2007 Zambra fue elegido uno de los mejores
escritores latinoamericanos por el jurado del Hay Festival para participar en el encuentro Bogotá 39. En 2011 la
revista británica Granta lo eligió como uno de los mejores 22 narradores
en lengua española. En 2013 recibió en Holanda el Premio Príncipe Claus, por el
conjunto de su obra. Ha sido publicado en varios países, Brasil, Francia,
Grecia, Israel, Italia, Portugal, Holanda, Turquía y Estados Unidos.
Si usted tenía ubicado su lugar en la lectura, ¿qué
le llevó a la poesía y a la narrativa?
Escribía
desde chico, pero como un juego. La lectura después se volvió el lugar
verdadero del placer, aunque siempre seguía jugando a ser poeta. No sé en qué
momento escribir se volvió un hábito, una manera de estar en el mundo. A
la poesía me llevó una suerte de destino nacional. A la novela, quizás, la
falta de talento como poeta.
¿Se encerró usted, literalmente, para escribir Bonsái (2006)?
No podría,
porque estuve como cinco años con esa idea. Soy un poco claustrofílico, pero no
puedes, salvo en la cárcel, estar cinco años encerrado. Soy más obsesivo que
metódico y en ese tiempo, como en el poema de Darío, perseguía una forma,
obsesivamente.
Su novela La vida privada de los árboles (2007) es la crónica de una espera, ¿la de
algunos chilenos que nunca volvieron?
También. La
novela no habla de ellos, sino de una mujer que insistentemente no llega,
mientras su marido hace dormir a la niña. Y hay algo, un sentimiento colectivo,
que el protagonista recupera o descubre sólo entonces, mientras
espera.
Dígame en qué momento confunde su propia vida con la
literatura.
Nunca, la
verdad. Alguna vez tuve el deseo de vivir literariamente, creo que estuve
seriamente enfermo de bovarismo, pero afortunadamente me mejoré
Una novela como Formas de volver a casa (2011) ofrece otra mirada sobre Chile,
¿quizá volver a la palabra escrita frente a las versiones oficiales?
Sí. O
simplemente representar, revivir ese proceso, el que vivimos todos los
chilenos, cuando intentamos formular una experiencia colectiva. Creo que uno de
los temas importantes para mi generación es esa vacilación entre el yo y el
nosotros. Tardamos en aprender que no hay experiencias totalmente personales,
individuales.
Nos engaña usted, realmente, cuando afirma No leer (2010) y nos remite en sus textos a tantos
autores y buenas obras literarias, ¿cuál fue su intención al publicar este
libro?
Ese libro fue
una idea de su editor, Andrés Braithwaite. Él lo armó, a partir de un montón de
textos que yo había publicado en diversos lugares. Si el libro funciona es
gracias al montaje que él hizo. Le dimos muchas vueltas al título y finalmente
llegamos a ese, un poquito demagógico y efectista, pero me gusta.
¿Qué inquietudes habría que tener, por consiguiente,
para ser un buen lector?
Oh, no lo sé.
Soy malo para generalizar. Una vez, en Bogotá, un niño de siete años nos
preguntó, a Álvaro Enrigue y a mí, de dónde sacábamos la inspiración, pero no
para escribir, sino para leer. El niño no podía creer que hubiera gente a la
que realmente le gustara leer.
Acaba usted de publicar un nuevo libro, Mis documentos (2014) ¿está escrito desde la nostalgia?
Quizás, pero
no sé si es nostalgia o melancolía o quizás simplemente el deseo de recordar
con precisión. Y recordar desde aquí, desde ahora, porque cuando recordamos con
precisión, sin idealizar, sin creer del todo en lo que muestran las fotos, lo
recordado consigue modificar el presente.
Es un libro más complejo, esa carpeta de documentos,
guardada y rescatada finalmente, ¿la estructura del cuento le proporciona mayor
libertad?
Sí, aunque
nunca he sabido bien cuál es la estructura del cuento. Son once textos
narrativos, eso es seguro. En cada uno intenté algo distinto. Son como once
hijos.
Vida privada, incluidos conflictos familiares, y
también, ficción y otras vidas literarias, se confabulan en este libro, ¿el
resultado del esbozo de una cotidiana ansiedad?
Claro, puede
ser. Me gusta eso, cotidiana ansiedad.
Estos relatos están poblados se silencios, ¿quizá
para dar un portazo a un pasado que es necesario olvidar?
Más bien
revivirlo. Crecimos en ese silencio, nos criamos en las frases a medias, en los
sobreentendidos, en los malentendidos. Nos costaba discernir la diferencia
entre silencio y silenciamiento. Me interesó, sobre todo en algunos relatos del
libro, retratar eso.
Familia, educación, y en tercer lugar, una extraña
madurez componen las variantes temáticas que el lector encuentra en Mis documentos ¿es esa la desesperada evolución del ser
humano?
Oh, realmente
no lo sé. Alguien me dijo que con este libro yo había alcanzado la madurez literaria
y pensé que era un insulto. Como buen gombrowicziano, desconfío de la madurez,
en todas sus variantes. Yo pienso que Mis documentos es un libro
paradójicamente plural, donde abordo asuntos que me importaban en los libros
anteriores, siempre desde la incertidumbre, indagando en las preguntas,
buscando nuevas vueltas, nuevas preguntas.
Finalmente, ¿la impostura es la única forma de
arraigo que tiene un escritor?
Es lo que
decía Pessoa en su poema famoso. Escribir es fingir, pero fingir completamente,
hasta rozar una especie de verdad. Quienes estudiamos literatura tenemos la
impostura a flor de piel: nuestros profesores nos decían que no habíamos leído
nada, entonces teníamos que fingir que habíamos leído, como los protagonistas
de “Bonsái”, que fingen que leyeron a Proust. Y también nos decían que no
podíamos hablar sobre Chile, porque no habíamos nacido para el golpe de Estado,
porque no habíamos vivido el gobierno de Allende. Me interesan esas
descalificaciones, me interesa indagar esos lugares: ese sentimiento de
impropiedad, de lejanía. Mostrar esa distancia y el deseo de recorrerla, de
anularla.
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