G
Grandeza humana
“Grandeza y bondad no son medios sino fines”
Samuel
Coleridge
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El dedo en la boca
Fleur Jaeggy
(Zúrich, 1940) es una de esas autoras de culto cuyas páginas, en su densidad
más absoluta, interesan a unos selectos lectores porque con su prosa tienen
garantizada la exquisitez de unos textos que gustan a reconocidos seguidores y a
quienes disfrutan de la buena literatura. De escasa producción hasta el momento,
quizá un tenue éxito y una mayor proyección le proporcionó, hace años en
nuestro país, Los hermosos años del
castigo (1991, reeditada en 2009), aunque previamente había publicado, El ángel de la guarda (1974, reeditada
en 2010), y han seguido El temor del
cielo (1998), Proleterka (2004), Vidas conjeturales (Alpha Decay, 2013) y
ahora su primera novela, El dedo en la
boca (Alpha Decay, 2014), publicada originariamente en 1968.
El dedo en la boca es una novela breve, de carácter
fragmentario, un texto esquemático que, de alguna manera, en sus cinco
apartados o capítulos, alterna la voz a unos personajes que habitan un
hospital, una clínica de reposo o, según se mire, un manicomio, ubicado en un
idílico espacio del paisaje suizo que la narradora repetirá a lo largo de su obra
posterior; o en una mejor apreciación, tal vez sus protagonistas sean seres encerrados
antes que nada en sí mismos, y que supeditan su mensaje a una yuxtaposición
inquietante de monólogos, y apenas nos dejan ver cuánto hay de verdad tras
ellos. Unos personajes que desgranan un conjunto de palabras, como ocurre con
Lung, la protagonista, o Jochim y Marween, pero cuyas conexiones argumentales y
lógicas no son tales, como tantas veces ocurre en la vida misma. El estilo
empleado en este breve texto es de una concisión y sequedad asombrosas, nada
sobra y la temática que va fluyendo por la boca de unos personajes, casi
sombras de la propia historia, se diluye y oscila de uno a otro, sin que la
narradora intensifique su significado, sin resolver cuestiones de importancia,
así que finalmente la historia se mueve entre lo convencional de todo un proceso
textual que explora casi todas las posibilidades del lenguaje. Eso sí, apunta a
ese mundo de extraños, absurdos lugares recreados por los grandes autores de la
vanguardia narrativa de mitad del siglo XX y que jóvenes, como Jaeggy, llevaron
a cabo en posteriores propuestas, una auténtica experimentación más allá de la
historia, convirtiendo su literatura en esa revelación que se le presupone a un
texto sin concesión alguna, de manera que lector sobreentiende que la escritura
y su forma están al servicio de aquello que se cuenta, y en el caso de El dedo en la boca se explora desde una
mente enferma porque el sentido de la razón desemboca en un auténtico delirio,
cuyo significado se ejemplifica en esa manía de meterse el dedo en la boca, un
gesto de lo más humano, casi infantil, que convierte todo en pura anormalidad,
como el mundo de los niños donde todo es posible, y todo esta relativamente permitido.
EL DEDO EN LA BOCA
Fleur Jaeggy
Barcelona, Alpha
Decay, 2014
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