PARÍS
Walter Benjamín escribió que un artista
como Atget pasó por alto «las grandes vistas y los llamados monumentos
característicos», aunque jamás olvidó perpetuar una larga hilera de hormas
de zapato, es decir los patios interiores del París de principios de siglo,
donde desde la noche hasta la mañana reposaban apretadas filas de carretillas,
ni siquiera el burdel de ciertas calles conocidas. Resulta remarcable que casi
todas sus imágenes aparezcan vacías: hoy calificaríamos su trabajo de
surrealista, preparó ese saludable movimiento por el cual el hombre y el mundo
que lo rodea, se convierten en entidades extrañas.
Euène Atget (1857-1927) fue el fotógrafo
del viejo París. Entre 1897 y 1927 supo fijar en sus imágenes las huellas de la
historia. Luz y escritura capturan y fijan las espectaculares transformaciones
de la ciudad que, urbanísticamente, había desarrollado antes el barón Georges
Eugène Haussmann, olvidando el carácter único y efímero de los edificios del
París histórico. Su tarea cotidiana, su profesión, también su vocación, fue
rastrear con su cámara esas transformaciones en una metrópoli moderna. Andreas
Krase y Hans Christian Adam recogen en, Paris. Eugène Atget (Taschen,
2008), un curioso álbum que podría denominarse, «Yo poseo todo el viejo París»,
y cuyos negativos, el propio Atget, ofreció al Ministerio de Instrucción
Pública y Bellas Artes para que quedara asegurada la subsistencia de los
mismos: prostíbulos, escaparates, parques, escaleras, interiores, vehículos,
castillos, oficios, vendedores, comercios y escaparates, objetos en general,
incluso habitantes de extramuros se muestran en estos singulares archivos de la
mirada.
Sábado,
21 de enero, 2012; pág., 8
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