AGUSTÍN GÓMEZ
ARCOS
El escritor suele acudir a la
memoria para construir sus historias, como ese único sentido preeminente sobre
el porqué de las cosas. Hace unas semanas se cumplían 15 años de la
desaparición del escritor almeriense Agustín Gómez Arcos, el más español de los
escritores franceses, como se ha dicho de él. Nacido en Enix, Almería, en 1933,
alumno del Instituto Nacional de Enseñanza Media por los 40, se traslada a
Madrid a probar fortuna, y en 1962 obtiene el Premio Lope de Vega por Diálogos con la Herejía, que fue
anulado, aunque puesta en escena tres años más tarde con polémica incluida, el
público asistente pataleó vigorosamente la representación, algo que había
ocurrido con, Elecciones generales y Los gatos, mutiladas por la férrea
censura del momento.
En 1966 Gómez Arcos buscará
nuevos horizontes literarios donde la libertad de pensamiento y expresión
puedan acoger su literatura: inicialmente, Londres y poco después París, ciudad
donde vivirá los treinta años más fructíferos de su existencia. Pequeñas
representaciones en café-teatros son sus primeras experiencias parisinas, hasta
que un avispado editor francés le pide un texto para un relato sobre su
experiencia española, Gómez Arcos acepta el reto de escribir una primera novela
con un tema obsesivo, España, su posguerra y arquetipos que protagonizan la
mayoría de sus novelas: El cordero
carnívoro (1975), María República
(1976) y Ana No (1977). Seguirán, Escenas de caza furtiva (1978), Pre-Papá (1979) y Un pájaro quemado vivo (1984), serán finalistas del Goncourt, El hombre arrodillado (1989), Premio
Europeo, 1990, y Marruecos (1990),
Gran Premio Levante, o Madre justicia (1992),
ejemplos de alguien, como ha calificado la crítica francesa, que “práctica la
literatura como otros manipulan la dinamita”.
Sábado,
13 de julio, 2013; pág., 8
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