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viernes, 27 de abril de 2018

El arte de la belleza


                                      JULIO Y YO


        Cuando era un joven universitario, recién licenciado, allá por el año 1980, mis conocimientos de la poesía y de los poetas almerienses se concretaban en unos pocos nombres y algunas obras que intuía formaban parte de esa extraordinaria voluntad por escribir y plasmar poemas y pensamientos a quienes sintieran el verso como el arte de la palabra, y por consiguiente algo que pertenece al mundo de lo simbólico, a ese espacio de la ficción donde no importa tanto lo que se dice sino lo que significa, en realidad —como yo mismo escribiría, años después en alguna ocasión.
        La poesía vista desde una visión metafórica, pretende producir sensaciones y, al igual que otras de las muchas cosas de nuestro mundo, se convierte en un excepcional método de defensa y, sin duda, de huida. Entonces y hoy más, estoy convencido de que los poetas son esos seres tímidos cuya forma de expresión se convierte para ellos en una auténtica fuga o, incluso, en esa liberación ansiada. Presumen de haber resumido, a lo largo de los años, ese ars poética que forma parte de su cotidiano existir. Viven, en igual proporción, esa visión metafórica de las cosas que les lleva a sucumbir en la simbología de un mundo que avanza hacia una inexorable mirada poliédrica de las cosas, entendiendo este término en su sentido más amplio. Por entonces descubrí a un hombre que había escrito los libros suficientes para considerarse un poeta, y entonces un extraño destino unió nuestros caminos, y el tiempo no ha hecho sino afianzar un mutuo respeto y una entrañable amistad que persiste en nuestros días. Si por entonces Julio Alfredo Egea era un vigoroso hombre de letras, cordial y amable, trabajador y poeta excelente, hoy es un sabio que ha visto prolongada su vida y su obra hasta situarla en lo mejor que ha dado el siglo XX en la Almería lírica. Su magisterio se extiende a los jóvenes que miran en la palabra el arte de concertar emociones porque, indiscutiblemente, los temas recurrentes en la poesía de los últimos mil años se circunscriben a cuestiones universales como el amor, ese conflicto entre la reflexión y los reflejos, traducidos en sensación y desengaño; la naturaleza, esfera infinita, cuyo centro se encuentra en todas partes, y su circunferencia en ninguna; el progreso, verdadero instrumento de ese factor moral de las cosas; la vida, escuela de probabilidades, o conjunto de pequeños dramas que conducen hacia la tragedia; y la muerte, remembranza manriqueña, partimos cuando nacemos,/ andamos mientras vivimos/ y llegamos/ a tiempo que fenecemos;/ así que cuando morimos/ descansamos», inequívoca constatación del paso del tiempo, o inseparable propiedad en revelar la verdad, conceptos espirituales para subrayar la revelación última de nuestro mundo.
        La obra poética de Julio Alfredo Egea es la aportación más sólida y consistente de la poesía almeriense, una afianzada muestra de lírica andaluza, cuya influencia ha crecido en el amplio marco del panorama nacional en las últimas décadas del siglo XX. Sobre su obra se ha llegado a decir que «es una continua transmutación de factores reales a factores digamos sublimados por su fina, delicada y bella sensibilidad. Ahonda en el significado de las cosas, tanto en las vivas y elementales como en las tópicas, y como siempre, pone su carga de amor en los hombres heridos y en las tierras secas. Es una andaluza interpretación de España pero sólo en el acento, pues el espíritu y el contenido son enraizada, apasionadamente hispánicos». Julio Alfredo entiende el concepto amor, como un tema preferente en su poesía desde sus inicios, y tan es así que el sentimiento amoroso irradia su eco al desolado hombre/huérfano que busca y espera se cumpla esa vocación y, al tiempo, vislumbra en sus versos el amor al prójimo, desventurado/ desarraigado, y confluye hasta la sublimación de este sentimiento, en la amada-la esposa, fuerza telúrica que representa un continuo vértigo irrepetible que se consuma y cumple en el choque de su cuerpo con el de la amada. En el hombre, ofrece una solidaria visión y su lucha cotidiana, trascendente en su visión equivocada de una redención que nunca llega; a la espera y en la esperanza de un Dios que no termina por señalar su puerta. Y la naturaleza que se muestra como esa dimensión física o espiritual que pueblan los paisajes de su tierra natal, pero en la poesía de Julio Alfredo Egea este paisaje no es un fin en sí mismo, sino ese elemento que provoca tanto sentimientos como ideas para nuevos poemas, para nuevos libros. Y, finalmente, la muerte, aunque el poeta no rinde culto a este tránsito de vida. Nos morimos sencillamente, es la suya una muerte ajena sin un tono moralizante, un obligado suceder tras una continua existencia dichosa y fecunda. Su poesía —escribió su gran amigo Arturo Medina— da fe de su verdad humana, su verso brota de un hervor barroco, hay plasticidad en su lenguaje, se inscribe en esa inmensa mayoría que otorgara otro gran poeta.
        Su producción poética se inicia con Ancla enamorada (1956) y, transcurridos, casi cincuenta años, más de una treintena de libros, jalonan el conjunto de su obra. Significativos, La calle (1960), Piel de toro (1965), Repítenos la aurora sin cansarte (1971), Bloque quinto (1976) o, Los asombros (1996). Su inquietud vital y literaria puede comprobarse en algunos significativos últimos títulos Desde Alborán navego (Accésit del Premio Rafael Morales), 2003, El vuelo y las estancias, (Cabildo Insular), 2003 y Fábulas de un tiempo nuevo (Premio de Poesía José Hierro, 2003), Tríptico del humano transitar (2004) y Legados esenciales (2005),  o la curiosa publicación Asombros traducidos (CD+Libro, Revista Ficciones, Colección, «El poeta en su voz», 2003), una selección personal del autor que incluye, un total de veintiséis poemas leídos por el poeta, en una voz firme para dejar constancia del valor oral de su lírica, además de un cuadernillo con la trascripción de los poemas seleccionados, la bibliografía completa del autor y una decena de fotos del poeta y su medio.
        Uno oye la voz sosegada, viva, fuerte de Julio Alfredo, parafrasea sus propios versos, y recuerda que «el arte de la belleza —para el poeta— es la consecución de la poesía, en su más amplio sentido, como fondo válido de cualquier actividad creativa del hombre». Y solo así hemos de entender la poesía de Julio Alfredo Egea en su expresión más certera, su mejor y más amplia visión de las cosas que pueblan su propio mundo y el nuestro, un inventario de las verdades que el poeta ha vivido a lo largo de todos estos muchos y fructíferos años.


jueves, 26 de abril de 2018

Mario Pérez Antolín


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Sea conciso, por favor


       La editorial Cuadernos del Laberinto publica Concisos. Aforistas españoles contemporáneos (2017), una antología que reúne a algunos de los mejores escritores de este singular género.

          Las veinte voces seleccionadas representan lo más significativo de un género que somete realidades textuales a la mínima y precisa expresión verbal, una extrema concesión de la palabra escrita. Y, por supuesto, Mario Pérez Antolín reúne voces de ambos sexos, y desde una amplia visión generacional, aunque preferentemente, muchos de los autores nacidos en los cincuenta de la pasada centuria, y en un abanico que propone y pone de manifiesto que podemos leer en sus páginas, sin duda lo mejor de la concisión.
       Obligados a una posible definición, sin duda un aforismo es una declaración breve que quiere expresar un principio de una manera concisa, coherente y en apariencia cerrada. Aunque existen definiciones para todos los gustos, desde el juego de palabras hasta el microensayo filosófico, siempre queda el margen de la creatividad de cada autor, e imperativo inexcusable que el aforismo goce de bastante imaginación y rebose de inteligencia.
       La antología, muy bien representada, muestra una variada nómina que enumeramos alfabéticamente para no dejar nadie fuera, Miguel Ángel Arcas, Rafael Argullol, Carmen Canet, Miguel Catalán, Antonio Colinas, Jordi Doce, Eliana Dukelsky, Ramón Eder, Dionisia García, Sergio García Clemente, Ignacio Gómez de Liaño, Erika Martínez, León Molina, José Luis Morante, Manuel Neila, Andrés Neuman, Gemma Pellicer, Mario Pérez Antolín, Javier Sánchez Menéndez y Vicente Verdú, una acertada selección de escritores de diferentes tendencias y trayectorias.
       Mario Pérez Antolín, antólogo y aforista, ha resumido su concepto afirmando que “aunque en el aforismo casi siempre se juntan lo lírico y lo filosófico, lo cierto es que hay autores que destacan más por sus textos reflexivos y otros que tienden más a lo poético”. El volumen ofrece diferentes muestras de extensión, porque algunos autores son partidarios de la brevedad, se circunscriben y concretan en la frase y otros optan por la amplitud, conciben el texto como un auténtico párrafo; lo más curioso, la variedad de tendencias: confidencias, reflexiones, emociones, evocación de los clásicos, experimentación, filosofía, fragmentación, y mucho sentido poético, razón última de muchos de los nombres que firman esta antología, notables poetas como Dionisia García o Eliana Dukelsky, pasando por Anto­nio Colinas o Carmen Canet, Jordi Doce o Gemma Pellicer, Andrés Neuman, Javier Sánchez Menéndez y, también, Erika Martínez que han hecho de su producción poética el sentido de su literatura.



       La ficha de cada autor viene precedida por una breve semblanza biográfica y literaria y continúa con una muestra de aforismos, entre 35 y 50, como queda apuntado de variada extensión. Sin duda, los escritores antologados son de un oficio y calidad incuestionables, una muestra imprescindible de la mejor lírica reflexiva que se escribe en nuestros días.

       Bienvenidas iniciativas como las de la editorial Cuadernos del Laberinto que apuestan por un género minoritario pero que, una vez leído y conocido, no deja de dejar en el lector el poso suficiente para el deleite y la reflexión, y nos convierte en seguidores incondicionales en un mundo donde se desvanece la belleza a nuestro alrededor.






Concisos. Aforistas españoles contemporáneos; antólogo, Mario Pérez Antolín; prólogo, Carlos Aganzo; Madrid, Cuadernos del Laberinto, 2017.







miércoles, 25 de abril de 2018

Raúl Hernández Viveros


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RELATO ESPAÑOL ACTUAL, UNA VALORACIÓN Y UN ANÁLISIS

        El relato español contemporáneo goza en estos momentos de un prestigio tan importante que estudiosos del género se asoman, desde perspectivas muy diversas, al trabajo realizado por las generaciones de escritores españoles de las últimas décadas, sobre todo desde la implantación de la democracia en el año 1977. Conviene señalar que el auge producido en estos últimos tiempos viene avalado por la calidad de los autores y de sus textos; también conviene resaltar que han sido necesarias varias generaciones de narradores para mostrar la fuerza del cuento o del relato que, en estos momentos, se está publicando en y fuera de España. Podemos aducir los condicionamientos varios que han llevado a los autores a ensayar en un género tan interesante y, además, añadir que a través del cuento se pone manifiesto el empleo de fórmulas diversas que dan sentido a un género que vuelve una y otra vez a recuperar el protagonismo de antaño, sobre todo de la tradición decimonónica del XIX, porque en esencia se retoma el interés por contar historias, en su sentido estricto. Antologías, colecciones, revistas y editoriales que se vuelcan sobre este arte narrativo evidencian que los hallazgos narrativos están el relato corto, con una variedad técnica y estilística dignas de lo mejor que se escribe hoy. Pero evidentemente, resulta arriesgado aventurarse en el mundo literario español iniciando una colección de narrativa breve y publicando, esencialmente, volúmenes de cuentos o relatos en su sentido estricto. La década de los 80 y, también, la de los 90, resultaron importantes porque numerosos autores vieron publicadas sus colecciones de una u otra forma y sobre todo se pudo hablar de un renacimiento de este género breve. Francisco Umbral ya escribía en la década de los 70 que «para él, el cuento era el género que mejor se correspondía con el estado de conciencia del hombre actual». Durante estos últimos años el relato vuelve a su concepto tradicional, aquel en el que lo narrativo constituye el elemento esencial del cuento, y no importa que durante estas dos últimas décadas se hayan escrito cuentos de terror, policíacos, eróticos, históricos, humorísticos y que revistas y editoriales se aventuren con colecciones de cuentos, aunque a partir del año 2000 su originalidad consista en ver agrupadas numerosas colecciones por temas: como el mar, el adulterio, los trenes, la música,  o recetas y cocina.
        No menos curioso resulta el hecho de que estudiosos y escritores de habla española en otros países se aventuren en antologar ampliamente el género que venimos defendiendo desde el principio de estas líneas. Me refiero a escritores que han ensayado el género en sus propias «carnes» y de una forma, también, interesante y magistral. No me cabe la menor duda de que el mexicano Raúl Hernández Viveros, autor de una voluminosa obra cuentística y narrativa, aborda el estudio del cuento español con ese magisterio de años y con el conocimiento tanto de las técnicas, de las estructuras, de los temas y de la proyección del cuento español, leído y estudiado por el veracruzano, desde sus inicios en literatura. Así el libro que se presenta, Relato español actual, coeditado por la Universidad Nacional Autónoma de México y el Fondo de Cultura Económica, resulta ser el compendio más importante que sobre el género y su difusión en España se publica en México en la actualidad. A destacar, en primer lugar, el rigor de la edición, en segundo término, el conocimiento de los autores españoles que tiene Hernández Viveros y tercero y último, la amplitud de visiones que podrá encontrar el curioso lector en los cincuenta y cinco autores seleccionados en esa diversidad curiosa que uno puede encontrar. Y me refiero a una diversidad curiosa en el sentido positivo del término porque en esta amplia antología del relato español uno encuentra autores de gran prestigio como José María Merino, Luis Mateo Díez, Cristina Fernández Cubas, Soledad Puértolas, Enrique Vila-Matas, otros nombres de una generación literaria que arrancaba en los primeros años de la transición española, incluidos Pedro Zarraluki, Antonio Muñoz Molina, Ignacio Martínez de Pisón, Juan Miñana que forman parte de una generación posterior, la de los 80, instaurada la democracia en España y cuya obra sustenta, hoy en día, la narrativa española contemporánea dentro y fuera de las fronteras naturales; e incluso, otros autores interesantes como Herminia Luque Ortiz, José Manuel Benítez Ariza, Juan Bonilla o Alejandro Luque, cuyos primeros pasos literarios se iniciaban por los años 90 y hoy son esas nuevas generaciones de una narrativa pujante y que forman parte de la vanguardia literaria española. Y lo más curioso en este libro, aunar en una selección tan amplia una visión de conjunto del cuento español.
        La habilidad de Raúl Hernández Viveros muestra a través de un inteligente «Prólogo» tanto las perspectivas del género en las antologías publicadas anteriormente y citadas, como las ambiciones del relato en España o unas reflexiones críticas que realiza el propio antólogo que terminan por situar el género en su justa medida. Así, casi al final de su análisis, Hernández Viveros añade que, en su «selección realiza un recorrido por la geografía narrativa llena de fascinación e interés por los autores que describen sus propias obsesiones. Y puntualiza que cada lector está en la libertad de aceptar su propia interpretación sobre esta selección tan amplia».
        Relato español actual, en selección, prólogo y notas de Raúl Hernández Viveros, constituye el compendio y la visión de los autores españoles que han forjado y siguen forjando lo más significativo de su narrativa en un género con el que, como algún autor ha señalado, mejor se interpreta el ritmo de la vida y esto, dicho así, es la mejor de las literaturas.





Relato español actual
Raúl Hernández Viveros
Madrid, F.C.E. 2003.

martes, 24 de abril de 2018

Premio de la Crítica en Murcia

     Los días, 19, 20, 21 de abril nos encontramos/ reunimos los críticos, de la Asociación, en Murcia para fallar los premios de este 2018. Unos días intensos de trabajo, y de buena compañía.
    La acogida en Murcia espectacular, y nos hemos sentido en casa, arropados por tanta amabilidad y atenciones de su alcalde y corporación.  Todo un lujo, y un recuerdo que siempre llevaremos en nuestro corazón.
Premiados:

Berta Isla', de Javier Marías. Narrativa.

Clima mediterráneo, de Luis Bagué. Poesía.

Lengua vasca, 'Mal de altura', de Aingeru Epaltza, y 'Bárbaros en el jardín ', de Luis Garde. 
Lengua gallega, 'Bibliópatas e fobólogos', de Emma Pedreira, y 'Camuflaje' de Lupe Gómez.
Lengua catalana, 'Los hijos de Llacuna Park', de Maria Guasch, y 'Convivencia de aguas', de Zoraida Burgos.

Foto de familia crítica en el Museo Ramón Gaya.

viernes, 20 de abril de 2018

Fin de semana...

Y, una vez, más descanso...

Sabías que...





        “Existen dos maneras  de ser feliz en esta tierra, una es hacerte el idiota y la otra serlo”.
                                                       Sigmund Freud

jueves, 19 de abril de 2018

Hoy invito a…


María Ángeles Pérez

 

 

amaneceres

Mañana

       

         Cerró la puerta tranquila, muy despacio, al contrario de como había pensado hacerlo. Sintió un leve mareo, se apoyó sobre la silla azul, sacó el clínex algo humedecido por sus propias lágrimas y, sobre él, escribió: Y mañana volverá a salir y a ponerse el sol, recibirá el beso de buenos días convertido en una constante rutina, la vecina saludará amable y cumplidamente, el paseo se cerrará ajustado a una hora aproximada, como siempre. Pero mañana, para ella, no será un día más. Miraréis a su cara y no sabréis qué decir, omitiréis pensamientos, cariños, verdades y mentiras, y sabrá leerlo en vuestro corazón y en vuestra mirada y, a pesar de todo, hará un esfuerzo para poder entenderlo.
       Volvió a coger el clínex levemente caído de la mano, pasaron por su cabeza una serie de imágenes desordenadas y las recordó como una terrible pesadilla. Y, en esos momentos, sólo se le ocurrió añadir: Mañana será otro día.

miércoles, 18 de abril de 2018

Alejandro López Andrada


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AQUELLOS DÍAS DESHOJADOS

               
        Los libros de Alejandro López Andrada (Villanueva del Duque, 1957) que reúnen su memoria sobre el mundo rural se han convertido, con el paso del tiempo, en un auténtico prodigio lingüístico, y a los lectores nos sirven como el vehículo que recupera y de alguna manera actualiza ese uso impecable del español, textos ricos en su vocabulario que, pasadas unas décadas, nos devuelven la voz nostálgica de quienes vivieron los años de la niebla. Y es así como el autor esboza ese contraste entre lo que hay de siniestro en el mundo que describe, El viento derruido (2017), con los recuerdos del hambre y de la pobreza, el vivo recuento de aquellos días en una época opresiva que solo puede rememorarse con el agrado de los lazos de solidaridad que creaban quienes padecían la más absoluta de las miserias, y devuelta hoy a la memoria como la manera única de sobrevivir a una época que ni siquiera deberíamos haber inventado para la ficción literaria.
        Una de las mayores virtudes de la prosa de López Andrada es el amor que demuestra el autor cordobés por su tierra y por las gentes que habitan la comarca de los Pedroches, que rememora, una vez más, convirtiéndose en cronista y hacedor de los hábitos y afanes de Los últimos pastores. Los años de la niebla (2018), en cuyas páginas se presupone existe una cultura popular que busca su lugar en el espacio cotidiano, con esa sencillez que otorga la verdad, sobre todo porque buena parte de nuestra vida se desperdicia en esos detalles que nunca recurrimos a simplificar. Los lectores percibimos cómo López Andrada ha sabido captar los fecundos caminos de la cultura popular para su literatura, como señala y afirma en su prólogo a Los años de la niebla el escritor José Manuel Caballero Bonald, y el cordobés lo hace con esa sensibilidad que le han proporcionado sus largos años de continuas vivencias, y por añadidura ser un privilegiado habitante, un curioso espectador de su comarca.
        Las páginas que compondrán el total de la trilogía rural de Alejandro López Andrada se convierten, en definitiva, en esa crónica de un mundo perdido, esa sabia mirada antropológica de una comarca, los Pedroches cordobeses, en un constante deseo de dejar constancia por escrito, y para siempre, de una sociedad del pasado, de los días grises vividos durante una larga posguerra, y de la lucha diaria de la existencia de unos hombres y mujeres que vivieron en plena naturaleza. El recuerdo permite recuperar los momentos efímeros en la medida en que uno los ha asumido en su memoria y en otro sentido, también, se quiere justificar para que solo así comprendamos en la distancia ese tiempo pasado y logremos entender el por qué de ese ayer.
        López Andrada traspasa con Los años de la niebla. Los últimos pastores esa voluntad característica suya de escribir con absoluta honradez para, de una forma sensible y cabal, plasmar la realidad de su espacio geográfico, de su entorno tanto político como social, y dueño de una particular habilidad entregarnos lo mejor de su sabiduría y de sus conocimientos sobre el medio. Y es precisamente, con esos últimos pastores, los lugareños y campesinos, con los que el escritor entabla un diálogo continuo porque su convivencia ha sido constante durante años. En este libro reaviva sus recuerdos con la magia de una nueva palabra, indaga en la particularidad tanto de sus grandezas como de sus miserias, en la nimiedad de un cotidiano sobrevivir, y su prosa se traduce como ese juicio severísimo que transforma Los años de la niebla en un documento excepcional que nos otorga la visión de una auténtica labor de campo. El escritor cordobés consigue fundir documento y narración en un solo proyecto para que este testimonio se resuelva en una auténtica muestra de la mejor ficción. Así el lector recrea en estas páginas el mundo y la verdad de un pasado que va más allá de la mera anécdota para convertirse en un relato donde, con un acentuado tono épico y lírico, López Andrada nos ofrece lo mejor de su prosa. A propósito de ese tránsito temporal el autor escribe y afirma, “el tiempo es como una lámina neblinosa posada sobre nuestras almas y nuestros ojos, una lámina gris donde se depositan los recuerdos y los mejores momentos de nuestras vidas, instantes que son triturados son misericordia y regurgitados, luego, por el olvido”; este es el mensaje que quiere transmitirnos el autor, la noción de ese pasado sostenido en el tiempo, diluido como él mismo afirma, entre las piedras y los arrugados troncos, aunque, evidentemente, por sus palabras entrevemos que el futuro no existe en un mundo como el descrito, mientras los días, las semanas y los meses, la suma continuada de los años se derrumba como esos atardeceres amarillentos sobre los lejanos montes.
        Hay abundantes y curiosos aciertos en este libro que corona por su precisión la obra en prosa del narrador cordobés, sobre todo por esa justa y medida interpretación de la vida y las circunstancias de estos hombres y mujeres que realizaron durante buena parte de la intrahistoria española un capítulo significativo de esa inmisericorde labor ancestral casi perdida en la actualidad; otro de sus logros, esa voluntad del autor por asistir a cada una de las explicaciones sobre el arte del pastoreo e integrarse en la narración como un personaje más; por otra parte, como ya apreciáramos en El viento derruido, este libro se convierte en documento social de sobresaliente magnitud porque con su lectura asistimos, no solamente, a una amplia mirada antropológica sobre diversos temas y testimonios,  sino a toda una serie de circunstancias humanas, sociales y de costumbres que incluyen juegos, gastronomía, pucheros acerca del arte del pastoreo: “Aún puedo tocar la densa niebla que cubría a los pastores los días de diciembre— señala el autor—, intento romper la bruma de la historia— afirma nuevamente—, transformar el pasado, recuperar los días antiguos para limar la escasez de los pastores y cubrir su dolor con el bálsamo de la alegría”, o la descripción del mundo laberíntico para sobrevivir a las circunstancias de una España excesivamente dura para algunos sectores de la población, en especial, los habitantes de esta región de Los Pedroches; otro de los grandes aciertos, esa condición de haber vivido entre estos hombres y mujeres y convertir este relato en una vivencia única que le permite al narrador ser uno más de esta historia, compartir con sus paisanos los infortunios o, tal vez, la nostalgia de ese tiempo pasado, pero al mismo tiempo ejercer de severísimo maestro de unos hechos que forman parte no sólo de un espacio geográfico concreto sino que trascienden mucho más allá de sus fronteras y se leen como un hermoso documento que logrará satisfacer la curiosidad a quienes se aproximen a un libro escrito con una prosa culta, medida, ajustada de un poeta que conversa con los protagonistas de su relato, además de sorprendernos con el lenguaje multicolor de la flora, de la fauna y de muchas de las costumbres del lugar.
        Si alguien duda de este homenaje poético a esos hombres que convivieron en contacto con la naturaleza, que dormían en chamizos, soportaban la lluvia, las noches frías, la escarcha de los amaneceres o los cálidos días de intenso calor de los largos veranos cordobeses, solo debe recordar las primeras líneas de Los años de la niebla: “El día que salió de la finca El Fontanar, Rafael Arroyo tenía sólo once años y flotaba en sus ojos una película de niebla que le impedía observar con nitidez el paisaje que iba dejando a sus espaldas”, una auténtica invitación a sumergirse en el silbo de un pastor que cubre los campos de serenidad, de una profunda y sutil melancolía.         






LOS AÑOS DE LA NIEBLA
Los últimos pastores
Alejandro López Andrada
Córdoba, Almuzara, 2018

martes, 17 de abril de 2018

Una conversación con Sergio Pitol


                    SERGIO PITOL EN SU INFIERNO TERRENAL


         El concepto de un mundo mexicano fuera de su espacio natural y la obra de arte como única permanencia válida de la historia, se han convertido, con el paso del tiempo, en esos temas obsesivos de ese inocente, perverso y ocasional personaje que es Sergio Pitol (Puebla, México, 1933-Xalapa, Ver., 2018). El escritor ha sido consciente, desde siempre, que la literatura se realiza plenamente en el acto de leer; hasta tal punto que, ciertas cuestiones insalvables en su percepción de arte, han consistido en saber separar realidad y vida, y así algunos de sus personajes resultan ser consumidores de un arte hipercodificado, estabilizado y apaciguado; otros se muestran como los transmisores de un arte más rico, pero también arduo y desestabilizador, para constatar que su representación estética se disuelve en cualquier certidumbre que gire en torno a un sólido sistema valorativo. Una amplia obra cuentística y narrativa avalan semejante mundo interior, con títulos tan significativos como *Infierno de todos+ (1965), *No hay tal lugar+ (1967), *Asimetría+ (1980), *Cementerio de tordos+ (1982) o su última recopilación por el momento, *El relato veneciano de Billie Upward+ (1992), las novelas, *El tañido de una flauta+ (1972), *Juegos florales+ (1982), *El desfile del amor+ (1984), *Domar a la divina garza+ (1988) y *La vida conyugal+; su última entrega por ahora es una especie de autobiografía oblicua que lleva el sugerente título de *El arte de la fuga+ (1996).



-A Sergio Pitol se le ha calificado como la paradoja del nómada, )hasta qué punto puede ud., asumir esta afirmación?


Yo propondría la palabra viajero en vez de nómada, para aligerarla de cualquier connotación oscura. Viajé por el placer puro del viaje, llevado por el instinto y el azar, que al final de cuenta son lo mismo. Tuve una niñez pesada debido a las fiebres palúdicas que asolaban la región donde vivía, una infancia son escolaridad definida, con pocas salidas de casa, en un ingenio azucarero. Viví rodeado de libros; la incitación al viaje debió haber salido de Julio Verne, para potenciarse después con cualquier otra lectura. Leer a Tolstoi significaba imaginar algo tan remoto en aquella zona tórrida como era la nieve, los trineos, los lobos corriendo desaforadamente en busca de viajeros, los ríos congelados; de la misma manera que leer a Conrad significaba reconstruir el corazón de África o los azarosos puertos del Sudeste Asiático. Esa carga de irrealidad se convertía en algo tan real como los gigantescos árboles tropicales, parecidos a los de los primeros días de la creación que veía desde mi balcón. Cuando en la adolescencia recuperé la salud mi deseo más ardiente era llegar al puerto de Veracruz y embarcarme en el primer barco disponible.

-Sus primeros tanteos literarios, allá por los años 50, se concretan en el cuento, un género poco agraciado, literariamente hablando. )Cuál ha sido su relación con el relato corto?
El cuento era uno de los géneros más prestigiados en la época en que comencé a escribir. Dos de mis autores preferidos, Borges y Onetti, eran grandes cuentistas, como también lo era el novelista William Faulkner. Entre los americanos, tanto los del Norte como los del Sur, no existía una delimitación precisa entre ambos géneros. Un narrador como Borges que sólo escribía cuentos significaba una rareza. Hoy es diferente, el cuento ha perdido terreno, salvo en los Estados Unidos.

-Su narrativa breve plantea la dicotomía de un final con distintas posibilidades, )a qué obedece este recurso?
Mi narrativa, tanto breve como la de más amplia extensión plantea finales con distintas posibilidades, y eso se debe a un aborrecimiento a cualquier dicotomía claramente definida. Mi escritura ha deseado, desde un principio, ser conjetural y abierta. Se rige por aquel principio alquímico que propone que todo está en todo, que cada punto del universo puede reflejar el universo que, sin embargo, no será siempre desconocido.

-A partir de los años 60 inicia su aventura europea, )supuso esta experiencia un corte en su producción como puede apreciarse?
En 1961 decidí viajar a Europa por algunos meses. Estaba harto de mil cosas, de un trabajo que me fastidiaba, del país, de la situación política, de la vida literaria, de la amorosa, de todo. Mi relación con la literatura estaba casi hundida. Había publicado un libro de cuentos para vivir después cuatro años de parálisis. En el barco que me llevaba a Europa se produjo el deshielo, comencé a escribir relatos y luego en Italia esa actividad se produjo con mayor intensidad.

-)Cómo fue su estancia en la Polonia difícil de los 60?


Mi estancia en Varsovia de dos años y medio a partir de 1963 fue una auténtica maravilla, una revelación; allí comenzó a definirse mi estilo, y allí también nació una pasión que me ha durado hasta el presente por las literaturas eslavas, o, mejor dicho, por dos de ellas: la polaca y la rusa. Mi estancia en Polonia coincidió con una época general de liberación en el antiguo campo socialista, la de Jruschov quien había dado a conocer el informe sobre los crímenes de Stalin. En Polonia, en especial, en esos años se produjo una ola de intensísima creatividad de el cine, la literatura y, sobre todo, en el teatro y la música; la tensión cultural era sorprendente, muy estimulante. Poco antes de mi salida comenzó a haber fricciones entre los escritores y la censura y fueron reapareciendo los duros, quienes durante algunos años habían permanecido bastante inhibidos.

En Xalapa, Raúl Hernández, Sergio Pitol y yo mismo.


-Tras una breve estancia mexicana vuelve de nuevo a Europa, )necesitaba, tal vez, de una distancia y experiencia nuevas para continuar con su producción literaria?
Repito, desde que llegué a Europa en 1961 permití que fuera el azar quien decidiera de mi vida. Al volver a México me instalé en Xalapa, la misma ciudad donde vivo ahora. Un día recibí una invitación para ocupar el puesto de agregado cultural en la Embajada de Polonia. Se consideraba que era yo un candidato idóneo debido a mi conocimiento del lugar, de su lengua y de su literatura, que había ya traducido. Al recibir esa invitación me invadía una nube de recuerdos, la nostalgia del pasado inmediato, la sofisticación de la cultura polaca, la vida nocturna, los amigos, el teatro, etc., etc., y acepté. Unos cuantos días antes de la partida me dijeron que por algún error me habían asignado para un puesto en Belgrado, que tenía que esperar a que una comisión rehiciera el nombramiento. Dije que no era necesario, que me iría a Belgrado. (Los Balcanes, qué experiencia fascinante! En Yugoslavia comencé a escribir mi primera novela. Me convencí que el aislarme de una vida literaria organizada resultaba indispensable para mi escritura: esa lejanía de los grupos de poder cultural, de sus presiones directas o invisibles no sólo me proporcionaba el tiempo necesario para escribir sino también para algo más esencial: mantener el diálogo conmigo mismo.

-Los años 70 los inicia con su adscripción a la narrativa extensa, )qué motivó ese cambio? )tal vez la necesidad de un mayor espacio narrativo?
En efecto, abordé la novela por necesidad de situarme en un espacio narrativo más amplio. En Yugoslavia escribí un relato breve: *Icaro+; cuando lo leí ya impreso en una revista mexicana advertí que esa historia no podía quedar allí, encarcelada en un espacio tan breve. Me vinieron a la mente una infinidad de escenarios, de situaciones, de personajes que debía completar el entorno de Ícaro, mi personaje. En esos días descubrí a Hermann Broch, y enloquecí con la lectura de los tres inmensos volúmenes de *Los sonámbulos+. Fascinó su forma: la estructura admitía varias historias que no tenían ninguna relación directa entre sí. Emprendí la expansión de *Ícaro+, que terminó en convertirse en mi primera novela, *El tañido de una flauta+

-)Su trabajo como traductor obedece a un plan estructural predefinido? )En qué medida dejó huella este ejercicio en su obra narrativa?


Aprendí idiomas muy pronto; a los doce o trece años podía moverme con cierta soltura en cuatro lenguas. En 1968, después de una matanza atroz de estudiantes mexicanos, renuncié a mi puesto en Belgrado. Alguien me dio una recomendación para solicitar una plaza como traductor en The Economist. La revista inglesa que había comenzado a aparecer en México. De paso me detuve en Barcelona; debía entregar en Seix-Barral la traducción de *Cosmos+, de Gombrowicz, que había convenido con la editorial por correspondencia. Cuando la di, me ofrecieron traducir otro libro cuya publicación era muy urgente, una novela de Bassani, y después otro y otro, hasta que un día decidí quedarme en Barcelona y renunciar por el momento a Londres. Tenía ya amigos en Barcelona, me sentía muy bien, traducía sólo los libros que yo proponía a las editoriales. La experiencia de traductor fue la mayor lección que he recibido. Podría haber estudiado durante largos años técnicas narrativas, asistir a mil talleres literarios y leído todos los libros sobre historia de la novela y nada de ello hubiese equivalido a la enseñanza que me proporcionó la traducción de Gombrowicz, Henry James, Conrad. Jane Austen,  y tantos otros más.

-Siguiendo las opiniones de la crítica, el mundo de sus personajes es del los fracasados, )se debe esto a un particular desencanto con un tiempo pasado perdido?
Si los fracasados abundan en mis libros podría esgrimir para ello varias razones; de niño los relatos que oía eran siempre los de los sobrevivientes del antiguo régimen que habían logrado pasar al mundo posterior a la revolución mexicana; por otra parte me atraía el mundo de Onetti y el de Faulkner, donde los personajes son como una encarnación de la desgracia, del desamparo, del fracaso radical.

-Otro aspecto que ha señalado la crítica es una obsesiva mirada hacia el pasado, con personajes amenazados por la soledad y el dolor, que con el paso del tiempo desembocan en una caricaturesca creación de la realidad, )esto obedece a conceptos distintos, de ese tiempo, desde su visión particular?
De hecho ya en mis primeros textos se encuentran atisbos de esas situaciones caricaturescas y paródicas, sólo que aún encapsuladas, que reproducen mi entronque con la tradición hispánica y con la mexicana: Quevedo, Goya, un cierto Galdós, Valle-Inclán y nuestros dos grandes artistas plásticos mexicanos: José Guadalupe Posada y José Clemente Orozco. No me tengo que forzar para nada en recrear esa tradición ya que encuentro que es congénita a mi propio temperamento.



-Hablemos de su narrativa extensa, por ejemplo, *El tañido de una flauta+ (1972) es una novela que alguien ha calificado como su mejor ejercicio literario que inaugura una estructura dual, realidad-sueño, que se incorporará a otras estructuras posteriores, )qué fundamenta esta concepción?


Así es, mi primera novela, *El tañido de una flauta+ (1972), sigue gozando de un reconocimiento crítico que a ratos me parece excesivo. La tensión fundamental, si la memoria no me engaña, no se da allí entre la realidad y el sueño. Lo que encuentro válido en esa obra es un ejercicio activo de la intertextualidad. La realidad escueta de la realidad y la del arte se entreveran, se conjugan, sin que, espero, la novela adquiera una artificiosidad abstracta. Lo que en ella más me interesa es el hecho de narrar historias; trato de que la escritura esté colocada en varios niveles para que el lector elija aquel en que se sienta más cómodo.

-Su siguiente obra, *Juegos florales+ (1982), )tratará de presentar un manual para aprendices de novelistas?
*Juegos florales+, (Dios mío, qué calamidad! Casi acabó conmigo. Si se me permite la pedantería, se trata de una novela que sólo apreciará bien un lector que esté ya de regreso. Comencé a escribirla en 1967, después de hacer un viaje a Papantla, una pequeña ciudad veracruzana cargada de magia, rodeada por maravillosas pirámides totonacas, una de las más importantes zonas rituales de las culturas prehispánicas; asistía a una ceremonia muy heterogénea donde se celebraban unos juegos florales, esos torneos poéticos en los que un poeta era premiado. En esa ceremonia en Papantla se coronaba también a la reina de la vainilla, la joven más bella de la región. Al regresar a mi casa escribí la sinopsis de una historia que había concebido en la fiesta. Tenía ya los personajes y un esbozo de la trama desde el principio hasta el final. Creí que me llevaría muy poco tiempo terminar esa novela, puesto que lo que uno podría considerar como dificultades estructurales estaban ya resueltas, y no se trataba sino de desarrollar ese esquema nacido en unas cuantas horas. Sin embargo, me pasé doce años escribiendo y reescribiendo aquella historia; varias veces destruí todo lo que llevaba escrito. En el interim escribí buena parte d emi obra, pero sin poder olvidar aquella novela en la que fracasaba siempre. En una ocasión encontré en Roma, en un viaje relámpago, a una mujer inglesa que me pareció la encarnación de mi heroína. La protagonista se volvió inglesa y eso lo resolvió todo. En unas cuantas semanas la novela estaba lista. Me libré, por fin, de ella. Tiene pocos lectores, pero ellos le guardan una fidelidad total. En los Congresos Bachtianos Internacionales siempre hay una ponencia sobre ella. Le guardo un afecto entrañable, como a esos amores que nos han hecho sufrir durante largo tiempo.

-El Premio Herralde de Novela, *El desfile del amor+ (1984), le abrirá un nuevo espacio lector en España; con esta obra se le emparenta más con los novelistas europeos de su generación que con sus solegas mexicanos, )quizá porque esta obra tiene una fuerte raigambre de la comedia del Siglo de Oro español?


No me imaginó con qué novelistas europeos de mi generación podría emparentarse, *El desfile del amor+; las deudas que reconozco, las que detecto, serían otras, con autores muy anteriores, con Akutagawa, cuyo *Rashomon+ me es indispensable, con esa maravillosa novela policíaca, *La máscara de Dimitrius+, de Erica Ambler, con el Graham Greene de las novelas policíacas como *El misterio del miedo+ y *El expreso de Estambul+, con el teatro de Pirandello, con el teatro del Siglo de Oro español, en especial con las comedias de Tirso de Molina, al grado de que un capítulo de la novela está dedicado a *El huerto de Juan Fernández+, de ese autor. Durante variso años jugué con la idea de escribir *El desfile...+ Tenía los temas centrales, algunos personajes, llené varios cuadernos con anotaciones de distinto tipo. Me proponía escribir con una novela con un marco histórico, una connotación política y una trama de tipo policíaco, pero me faltaba el detonante que pusiera todos esos elementos en movimiento. Éste se disparó en Praga, a los pocos meses de haber llegado. Tracé el esquema de la novela en unos cuantos días, y luego comencé a escribir como en un trance mediúmnico, con una celeridad que jamás había conocido. Por lo visto tenía la novela muy madura en mi interior, parecía que escribía al dictado, todo se organizaba y crecía, aparecían nuevos personajes y desde su misma entrada parecían moverse en la página en blanco como peces en el agua. Poco después de inciado el trabajo tuve un par de meses de vacaciones, buscaba un lugar apropiado para seguir escribiendo; alguien me recomendó Mojácar (Almería); estábamos en primavera, y el turismo aún no había llegado, lo que resultaba ideal. Al pasar por Barcelona, de regreso a Praga, supe que estaba por concluir el plazo para concursar en el Premio Herralde de Novela, y sin pensarlo dos veces entregué mi manuscrito. Obtuve el premio y eso cambió mi vida. El Premio Herralde hizo que mis compatriotas se enteraran de mi existencias y de ser un novelista de culto me convertí en un escritor muy buscado y celebrado. Mi deuda con Anagrama ha sido, pues, inmensa. Toda mi obra narrativa ha ido apareciendo en esa editorial.


-*Domar a la divina garza+ (1988) acentúa, aún más, esa capacidad suya de presentar universos turbios y esperpénticos, narrado todo desde una perspectiva de diversas voces, )su mundo es realmente así?
-*Domar a la divina garza+ acentúa, efectivamente, el elemento esperpéntico. Aún ahora me sorprende su humor disparatado y su lenguaje cuartelario. Por muchas razones creo que es la novela que surge de mis zonas más profundas, de las imágenes más antiguas que recuerdo. Me gustaría que si quedara alguna obra en el tiempo fuera precisamente ésta.

-*La vida conyugal+ (1991), cierra, por el momento, su producción novelistica y un tríptico iniciado en *El desfile del amor+ y seguido de *Domar a la divina graza+, donde realiza una especie de institución o fisiología del matrimonio, mostrando la pobreza de mente de muchos seres vivos, )pretende ser un retrato de buena parte de la burguesía mexicana actual, vacía y falta de cultura o tal vez pretende universalizar este sentimiento?


*La vida conyugal+ como en el fondo toda mi obra de los últimos diez años me parece que muestra, aunque sea de manera muy oblícua, mi violento desagrado al mundo actual. Detesto el mundo de los yuppies, detesto a sus figuras ceremoniales, Reagan, laTatcher, Yeltsin, detesto la política neoliberal y su modelo económico que ha sido impuesto a mi país y lo ha desecho, detesto esa gris uniformidad que se crea en torno a sus paladines, detesto la nueva costra de intolerancia que recubre el mundo, el odio a la dialogicidad y a la diversidad que desprende ese mundo.

-Desde su regrso a México en 1988 su fama ha ido creciendo; en España tiene un nutrido grupo de lectores y ahora parece estar estudiando la obra de Galdós, )todo esto se traduce en una mayor visión del panorama narrativo de nuestros dos países desde una definitiva asunción de novelista conocido y afamado?
No tengo ninguna ambición de novelista afamado, ninguna estrategia, mi único deseo es seguir escribiendo, es decir, seguir estando vivo e interesado en el mundo. El entusiasmo por Galdós me viene desde la adolescencia y nada tiene de programático. Entre mis maestros de juventud había algunos eminentes republicanos españoles que vivían el exilio en México. Como es bien sabido durante la República se descubrió la verdadera significación de Galdós. La generación del 27 fue quien lo estudió con más sensibilidad, con mayor cercanía y emoción. El más apasionado texto sobre Galdós que conozco fue escrito nada menos que Cernuda. También los hay excelentes de José Bergamín y de María Zambrano. Por influencia de mis maestros españoles me acerqué a Galdós; lo he leído y releído durante toda mi vida adulta; sigue siendo un autor vivo y no un lastre del período escolar.

-)Cómo vive, ahora, la realidad político-social del México presente uan vez instalado, definitivamente, en su país?
Con horror, con ira, con desgarramiento, con temor, con fatiga, con dolor, con morbosidad, con esperanza. Todas esas emociones y muchas otrs más conviven en mí al mismo tiempo.

-Y enlazando con la pregunta anterior, )cómo ve la situación centroeuropea que usted vivió difícil y el resto de cambios que, a marchas forzadas, se están produciendo en el viejo continente?
Con tristeza. Los comunistas iniciaron su suicidio con la invasión de Prga en 1968. Me parece que en algunos de estos países, por influencia de poderosos intereses económicos, el cambio Ctanto tiempo soñado y esperadoCse ha simplificado y pervertido, puesto que la noción de democracia se ha asimilado mecánicamente a la de libre mercado. El retraso en las áreas de culturas es terrible, el racismo atroz; sólo queda esperar que sean fenómenos pasajeros

-Finalmente, su última obra lleva un sugerente título y ha obtenido el Premio Mazatlán al mejor libro del año.
  He escrito una especie de autobiografía oblícua que lleva el título de *El arte de la fuga+ (1996).



Bibliografía esencial de Sergio Pitol

Cuentos

Victorio Ferri cuenta un cuento, México, Cuadernos del Unicornio, 1958
Tiempo cercado, México, Estaciones, 1959.
Infierno de todos, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1965. (Seix-Barral, 1971).
Los climas, México, Joaquín Mortiz, 1966. (Seix-Barral, 1972).
No hay tal lugar, México, Era, 1967.
Del encuentro nupcial, Barcelona, Tusquets, 1970.
Asimetría, México, UNAM, 1980.
Nocturno de Bujarra, México, Siglo XXI, 1981. (con el título de Vals de Mefisto,              Anagrama, 1984).
Cementerio de tordos, México, Océano, 1982.
Cuerpo presente, México, Era, 1990.
El relato veneciano de Billie Upward, Caracas, Monte Ávila, 1992.

Novela

El tañido de una flauta, México, Era, 1972. (Anagrama, 1986).
Juegos florales, México, Siglo XXI, 1982. (Anagrama, 1985)
El desfile del amor, Barcelona, Anagrama, 1984.
Domar a la divina garza, Barcelona, Anagrama, 1988.
La vida conyugal, México, Era, 1991. (Anagrama, 1991.

Autobiografía

Sergio Pitol, México, Empresas Editoriales, 1967.
El arte de la fuga, México, Era, 1996 (Barcelona, Anagrama, 1997).