“Los buenos libros se escriben para que gusten a sus autores; luego a Dios o al Diablo, o quizá a ambos; y en tercer lugar, para nadie”. Juan Carlos Onetti
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viernes, 31 de enero de 2020
jueves, 30 de enero de 2020
Rosario Izquierdo
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El ángel caído
Rosario
Izquierdo (Huelva, 1964) escribe con mano firme, su concepto narrativo se
concreta en ir fragmentando una información que un curioso lector va
descubriendo porque la narradora deja en suspenso algunos acontecimientos que,
en páginas o capítulos, iremos leyendo y serán de una trascendente importancia;
progresa y retrocede en su narración, y es entonces cuando ya no dejamos de
pasar las páginas, avanzamos en el relato porque se nos ofrece una lectura tan inquietante
como desazonada, y no menos expectante.
La
protagonista de El hijo zurdo (2019),
Lola Rey, es una escritora secreta, de clase media alta, que se esconde detrás
de un seudónimo y trabaja para una modesta editorial; aunque estuvo casada con un
abogado de cierto éxito, ahora está separada y tiene en casa a sus dos hijos,
una chica y un chico; es una madre bastante progresista, y siente una especial
predilección por su hijo Lorenzo, zurdo, como lo fue Lola antes de que le
corrigieran esa “anomalía” social que tantos quebraderos de cabeza le ocasionaba
en su entorno familiar; ahora lo que, realmente, le preocupa es que debe
recoger a su hijo en una comisaría de policía donde está detenido, acusado de
verse mezclado en una pelea con cuchillos y puños de acero y parece, por lo que
irá averiguando, que el chico se ha hecho amigo de un grupo neonazi. Aquí surge
el problema, y se convierte en el argumento crucial de esta segunda novela de
la escritora andaluza que enseguida conlleva esa pregunta que toda madre se
haría en semejantes circunstancias, ¿qué he hecho mal para que este niño se me
haya ido de las manos?
El hijo zurdo es un retrato social de las
clases acomodadas frente a las desclasadas y marginadas por su propia condición
que muestra, de una manera convincente, una y otra actitud ante los problemas
cotidianos, incluso se compromete con la educación de los hijos. Lola y Maru,
heroínas de familias tan distintas y en actitud semejante, se conocen y se
apoyan porque sus necesidades, salvando las distancias, son las mismas; el
mundo las ha maltratado de la misma manera, y ansían una benefactora reparación
que nunca llega; el factor común, ese pasado del que deben aprender y al mismo
tiempo huir, aunque el encuentro entre Lola y Maru, la madre de el Loco,
compañero neonazi de su hijo, nos introduce en la distancia que se aprecia
socialmente entre ambas mujeres: burguesa la primera, limpiadora y pobre la segunda,
dos educaciones, dos barrios, dos hijos que se encuentran en parecidas
circunstancias. Lola siente mala conciencia, y trabaja junto a Gloria, su
editora, con un grupo de mujeres que no han tenido tantas oportunidades como ellas;
Maru sobrevive limpiando y echando muchas horas fuera de casa para mantener a
la familia, y no ve futuro alguno en su vida; el presente no resulta muy
halagüeño, lidian con un hijo díscolo, el Loco
y Lorenzo se conocen, de ahí el nexo que une a ambas mujeres. En una de las imágenes
más acertadas de la novela, Rosario Izquierdo hace un paralelismo explícito
entre la caída de Lorenzo, su descenso a los infiernos, y el ángel caído de El paraíso perdido de Milton, cuando recuerda
sus visitas y siente su admiración por la escultura de Ricardo Bellver
emplazada en el parque de El Retiro, que le fascinaba desde niña, ahora Lola
siente los versos de Milton, mientras oye las letras de los grupos de hard rock que escucha Lorenzo.
El hijo zurdo nos habla de las
diferencias de clase
y, al hilo de la historia, añade reflexiones sobre el amor y las relaciones de pareja, o la no menos curiosa y educativa conexión entre la madre y su hija Inés, sostenida por cuatro pinceladas, pero refleja esa particular y precoz madurez que acusan las hijas de madres adolescentes, convertidas en amigas y, a menudo, casi en conciencia de sus desconcertadas madres; y en el repaso de la vida de Lola, la mirada a una generación de jóvenes diezmadas en el pasado por la libertad sexual, los embarazos no deseados, o el consumo desenfrenado de drogas.
y, al hilo de la historia, añade reflexiones sobre el amor y las relaciones de pareja, o la no menos curiosa y educativa conexión entre la madre y su hija Inés, sostenida por cuatro pinceladas, pero refleja esa particular y precoz madurez que acusan las hijas de madres adolescentes, convertidas en amigas y, a menudo, casi en conciencia de sus desconcertadas madres; y en el repaso de la vida de Lola, la mirada a una generación de jóvenes diezmadas en el pasado por la libertad sexual, los embarazos no deseados, o el consumo desenfrenado de drogas.
La estructura
narrativa, acertada y convincente, alterna distintas voces y, sobre todo,
ofrece un acertado manejo del diálogo, fundamental en la conformación de la
novela, los constantes giros de la focalización de externa a interna
intercambia con naturalidad el estilo directo e indirecto con el indirecto
libre. El resultado es un texto impecable, aparentemente sencillo, pero con una
poderosa complejidad formal y de contenido.
EL HIJO
ZURDO
Rosario
Izquierdo
Barcelona, Comba, 2019
miércoles, 29 de enero de 2020
Cuaderno en blanco
Enero
Los días de
enero nos traen niebla, frío, y sobre todo nuevas perspectivas para los 366
días de un año bisiesto que ya han calificado de los felices 20. Nuevas
propuestas, nuevos retos de cara a los suplementos, Cuadernos del Sur, del
diario Córdoba, Los diablos azules, de InfoLibre, Zas! Madrid, o Artes &
Letras de Heraldo de Aragón, y con suerte, los espléndidos encargos de Turia,
bajo la sabia batuta de mi admirado amigo, Raúl Maicas.
He recuperado
derechos de autor de Después de Praga nada fue igual y de Conexión Helsinki,
mis dos primeras novelas juveniles que esperan, ahora, nueva oportunidad para
volver a las mesas de novedades.
El centenario
de Pérez Galdós me lleva hasta una estupenda novela, Los ojos de Galdós, de mi admirada
Carolina Molina,
a quien quiero y pretendo entrevistar para Cuadernos.
Otras lecturas
me ofrecen cuentos de Margarita Leoz y Concha Alós, la olvidada dama del pasado
siglo XX, que con su literatura mostró una auténtica superación temática y
estética.
Los días de
enero, lluvioso, grises, de mañanas oscuras, y tardes breves que nos adelantan
la noche, baja en temperaturas y propicia para el calor y la lectura.
martes, 28 de enero de 2020
David Trueba
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Promesas de diversión
David Trueba (Madrid, 1969), cineasta y narrador, escribe
sobre ese concepto universal que desarrollamos una vez en nuestra vida: la
infancia y la pubertad, etapa previa a una adolescencia como final de una niñez
y nos acerca a nuestro desarrollo como adultos; un hecho exclusivo desde una
perspectiva individual pero similar a esa generalidad de amigos y compañeros de
correrías que conocemos a lo largo de nuestra vida. No cabe imaginar que El río baja sucio (2019) deba ofrecernos
un relato de aparente sencillez, y despierte la suficiente emoción para que
llegue a un público lector amplio, interesado en descubrir por qué en unas
anodinas vacaciones de Semana Santa, y en ese momento de sus vidas, los catorce
años, Tom y Martín, que perciben su mundo de una forma distinta, conciban por
primera vez cómo baja el río. Trueba indaga, y con una suerte de éxito, en la
trascendencia que supone tomar conciencia de la imborrable experiencia vital de
ese paso entre la niñez y la primera adolescencia, cuando todo empieza a
cambiar, y uno redescubre ese paraíso perdido donde todo sucedía, y se convierte,
con el paso del tiempo, en un recuerdo para siempre porque, entre otras muchas
cosas, nunca ya nada será igual. De ahí que la novela apueste por esos
horizontes diferentes que asoman y sirven de advertencia frente a los retos que
invariablemente parecen haber estado ahí: las decisiones de los mayores, el
compromiso con el medio ambiente, el dolor y la ausencia, el sentido de la
honradez, la amistad, el despertar sexual y el amor, en definitiva ese trance
que tras unas vacaciones nos señala el desarrollo que determina cuándo somos
capaces de tomar nuestras propias decisiones.
Los amigos Tom
y Martín deambulan por la antesala de la madurez, en esa edad que descubre las
primeras experiencias de una temprana madurez, y estas afloran con intensidad. Días
en los que cualquier muchacho se tambalea en esa cuerda floja que supone la
vida, han superado los juegos infantiles, se asoman a la cruda realidad de
cuanto viven a su alrededor, todo les llama la atención, y también todo les
sorprende. Tom es el narrador de la historia que se cuenta en El río baja sucio, recuerda haber dejado
sus años de inocencia viviendo parte de esos momentos en la sierra madrileña,
donde siempre veraneaba y su madre tenía una casa; sucedieron unos hechos vinculados
a un problema mediombiental que marcaron su futuro para siempre, y fue consciente
entonces del valor ecológico de aquel río que siempre había estado allí.
Los jóvenes
sufren una auténtica inflexión en su vida porque aquella Semana Santa no
repetirían sus acostumbrados paseos en bici, sus pequeñas exploraciones, el
placer de vivir la experiencia de la naturaleza, sino que un día descubren al auténtico
protagonista de sus vacaciones, un misterioso personaje, Ros, ex presidiario
que vive en una apartada y abandonada finca, Los Rosales, y emprende su propia
cruzada para preservar el lugar, hecho que lleva a los jóvenes a tomar
conciencia de la degradación medioambiental; otros personajes se suman a la
historia, sobre todo Dánae, la hija de ese enigmático inquilino del caserón,
visita que provocará una sacudida entre los dos amigos en pugna por llamar la
atención de la joven. Como
personaje magnético para ambos, ejercerá el atrayente deseo de un acercamiento,
y una vez que Tom y Martín se introducen en su vida, y descubren el siniestro pasado
del padre, las consecuencias serán impredecibles; perderán su inocencia, y lo
harán en los muchos aspectos que le ofrece esa nueva vida; lograrán dar su paso
a la madurez en aquellas vacaciones y lo hacen con esa vaga sensación que
otorga lo infalible de una inconsciencia.
David Trueba escribe
sobre ese complejo proceso de maduración a que se llega solo una vez en la
vida, aunque como es habitual en este tipo de narraciones, intercala temas de
plena actualidad, ese espacio de la ecología sometida a la especulación, al
dinero que corrompe las voluntades de políticos corruptos que representan a
esos municipios que, supuestamente, generan riqueza para un bien común y todo
queda reducido a una especulación cuando el interés personal se impone, y se
habla de ese pasado doloroso que viven los adultos que vuelve con la intensidad
que condiciona el futuro que los jóvenes empiezan a experimentar pero que, de
alguna manera, deja atrás esa inocencia en la que hemos sido felices y de la
que nunca debemos arrepentirnos.
EL RÍO
BAJA SUCIO
David Trueba
Madrid,
Siruela, 2019
lunes, 27 de enero de 2020
Desayuno con diamantes, 150
Historia de una conversión
Gonzalo Torrente
Ballester (El Ferrol, 1910- Salamanca, 1999) iniciaba su carrera literaria escribiendo
ensayos de teatro ideológico para minorías, y daba a la imprenta su primera
novela en 1943, Javier Mariño. La
suerte de este libro se resumió en un proceso de alejamiento y ostracismo por
parte de un grupo de intelectuales identificados con Falange, aunque pronto se
dieron cuenta que dicho programa no iba a conformar su vida de una manera
revolucionaria, o contrarrevolucionaria, inmersos en una sociedad que se
autoafirmaba nacida de la guerra de liberación. Torrente Ballester había
escrito Javier Mariño entre el otoño
de 1941 y el otoño de 1942, y cuando llegó el momento de publicarla, introdujo
diversas modificaciones en el texto para no tener problemas, y la novela fuese
grata al régimen franquista; no se fiaba de su condición de miembro de la
Falange, finalmente apareció en diciembre de 1943 y veinte días más tarde, el
10 de enero de 1944 los ejemplares existentes en las librerías fueron
retirados, y la editorial recibió orden de almacenarla, porque había en sus
páginas muchas cosas muy molestas para quienes guardaban la ética y el orden en
el régimen. El informe censor se lamentaba de un exceso de “imágenes lascivas” y
un evidente regodeo en ellas; al censor le disgustaba la posición política del
protagonista, muy ambigua; incluso, Javier
Mariño, carecía de auténticos sentimientos religiosos. Cayó en el olvido,
quizá engullida por el éxito de La
familia de Pascual Duarte (1942), de Cela y Nada (1944), de Laforet. Este alejamiento y ostracismo se hizo más
evidente, Dionisio Ridruejo encabezaba una rebelión que ya había liderado entre
1937 y 1939, pero Torrente Ballester, que había llegado más tarde a las filas
de Falange, la abandonó para adoptar una actitud de absoluto escepticismo,
manifestado esencialmente en su visión del mundo en consonancia con su obra narrativa.
En esta novela apunta en su retrato de los jóvenes intelectuales educados en el
control de los impulsos vitales por una autocrítica racionalista a ultranza que
los lleva al callejón sin salida de la abstención y del complejo de
superioridad. La historia de Javier
Mariño es la imposibilidad de la conversión, sea política, religiosa o
simplemente vital, y ese final patriótico postizo nos inclina a pensar que fue
una auténtica imposición, pero no la salvó de una última prohibición que hoy
fechamos en 1943; la edición fue retirada de la venta, y explica que no se la
haya considerado hasta ahora, como merecía, entre las mejores novelas de
aquella década a la hora de los balances narrativos. Fue la única que entonces
se inscribía en la nueva tradición de la novela intelectual europea sin
abandonar esas evidentes raíces autóctonas noventayochistas.
El argumento
Un joven, de
familia acomodada y de costumbres tradicionales, bastante escéptico, algo
desengañado, encerrado en sí mismo, se ve obligado a escapar a toda posible
complicación que fuerce su destino, sale de España en las vísperas de la guerra
civil, dispuesto a forjar su vida en alguna nación americana donde los suyos
tienen intereses. De camino recala en París, donde reside varios meses, allí
recibe las primeras noticias del “pronunciamiento” del 18 de julio, como lo
califica él. Mariño declara sus simpatías por los “sublevados” en diversas
ocasiones, y ante quienes va conociendo, aunque esas simpatías chocan
ciertamente con la indiferencia, incluso el cinismo, que muestra hacia las
cuestiones políticas en general. Salvo la inquietud por la suerte de su
familia, con la que no consigue comunicarse, nada le preocupa y la ciudad y el
ambiente serán determinantes para él. En París, entre las numerosas personas
con quienes se relaciona o traba amistad, conoce a una joven francesa,
Magdalena, que va a ser la auténtica protagonista del relato; hija de una
familia rica, ha renunciado a los suyos y a su vida burguesa para afiliarse al Partido
Comunista, por el que trabaja con fervor de neófita. Javier es conservador
hasta la médula, pero cae rendido ante la poderosa personalidad de la joven,
que toca La Internacional al piano y llama “camaradas” a sus amigos. Muestra
Torrente Ballester, ¿un intento de reconciliación de las dos Españas que
ideológicamente se enfrentaban entonces? Pronto observamos que el comunismo de
Magdalena es temporal, ella abjurará de él por amor al joven español y sus
continuas contradicciones.
La novela se
desarrolla casi toda en París, ciudad que conoce bien el autor, puesto que el
fondo ambiental, variado y cosmopolita, se describe con un desenfado y crudeza
de buena ley, la diversidad y animación de sus personajes, dan a la novela un
sabor europeísta que no era frecuente en la narrativa de posguerra. Una vez
leída no imaginamos que la atmósfera cosmopolita sea para deslumbrar al lector;
lo que otorga a este libro de Torrente Ballester, y algunas otras novelas de la
misma época, esa dimensión "europea" es el meollo intelectual, las
cuantiosas ideas que circulan por las venas del relato, que anima a seguir ese
desarrollo de una profunda visión de mayores posibilidades temáticas y
estructurales como ocurrirá algunas décadas después. Numerosos peripecias,
variadas y dinámicas, perspectivas interesantes y el conocimiento de una vida
y expectativas diferentes, harán que Mariño supere su escepticismo y vuelva a
España con Magdalena, a quien convierte
en su mujer, pese a cierto turbio episodio de su pasado, después de atraerla
también, naturalmente, a su nuevo entusiasmo recobrado.
La novela
encierra una "intención", que nunca consideraríamos una tesis, el
autor sostiene ideas que resultan visibles a lo largo de la historia,
postulados políticos que rebate con otros personajes, y muestra su habilidad
para salir airoso de situaciones comprometidas. Es verdad que, el personaje
protagonista, es el responsable de que la lectura de la novela pueda resultar,
en algunos tramos, controvertida para los tiempos que corren. El propio
Torrente Ballester hacía alusión a esto en 1985: “tengo mis dudas acerca del
verdadero pensamiento político de este personaje: no que sea ambiguo, como
creía mi censor, sino que carece de él. Quien vea en esta figura lo que
realmente es, una persona y su máscara, sabrá qué atribuir a la máscara y qué a
la persona”. Marcos Giralt, en su Prólogo, “El novelista y su circunstancia”,
opina que “Javier Mariño es, desde luego, por muchas de sus creencias, un
personaje repelente, pero la historia de la literatura está llena de grandes
novelas sobre personajes repelentes y es de cajón, aunque haya que repetirlo,
que lo que piensa un personaje no es necesariamente lo que piensa su autor”. “En
cualquier caso”, apunta, “en lo que a Javier
Mariño atañe, su único delito es el de haber plegado su indudable instinto
de novelista a las demandas de la España en la que vivía”. Leída hoy, Javier Mariño, resulta interesante en la
medida en que permite adentrarse en los primeros tanteos del novelista
primerizo que se convertirá en uno de los grandes de nuestras letras a lo largo
de la segunda mitad del siglo XX, reconocemos sus dudas y titubeos, y los
primeros despuntes de una brillantez que derrocharía años más tarde en cientos
de páginas. Y, también, advierte Marcos Giralt, sobre Torrente Ballester “pudo
optar por no publicar, pero el precio era demasiado alto para alguien que desde
muy joven vivió para ser escritor”. Quizá para un joven gallego fue el
principio del camino, y sin él no habría existido lo demás.
Una nueva edición
Gonzalo Torrente
Ballester la rescató del olvido en la edición del primer tomo de sus Obras
Completas (Destino, 1976), y Seix Barral la publicó como volumen individual en
1985. En ambas ocasiones, el novelista hizo ajustes de diversa consideración.
Hoy, la editorial
Almuzara la incluye en su colección, La Guerra Civil contada por
sus protagonistas, y añade un prólogo, a cargo de Marcos Giralt Torrente, quien
afirma que el “magnífico novelista que llegó a ser se advierte ya en muchísimas
de sus páginas”.
Javier
Mariño
Gonzalo Torrente Ballester
Prólogo
Marcos Giralt Torrente
Córdoba,
Almuzara, 2019
domingo, 26 de enero de 2020
sábado, 25 de enero de 2020
viernes, 24 de enero de 2020
jueves, 23 de enero de 2020
Hoy invito a…
Amaneceres
Oportunidades
Pasadas las
empachosas fiestas navideñas y, una vez digerida toda aquella comida sobrante
en nuestros estómagos privilegiados, nos lanzaremos como fieras enloquecidas a
por las oportunidades que nos ofrecerán en grandes y seductores almacenes.
Buscaremos con ansiedad esa prenda que habíamos seleccionado previamente y la
conseguiremos, con suerte, a la mitad de precio. Aprovecharemos las grandes
ofertas que nos ofrecen para realizar la compra de ese detalle, que nos vendrá
perfecto, para el rincón que quedó solitario y vacío hace algunos años en
nuestro salón. Ascenderemos penosamente la cuesta de enero con resaca, incertidumbre
y cautela esperando una buena solución política a los problemas que atraviesa
nuestro país.
Esperemos que 2020
venga cargado de maravillosas y fantásticas oportunidades y, por supuesto, que
nosotros sepamos aprovecharlas y las subamos en el prodigioso tren de los
sueños y de la vida.
miércoles, 22 de enero de 2020
lunes, 20 de enero de 2020
Marian Izaguirre
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La felicidad como mentira
Los humanos
tenemos cierta inquietud por el pasado, y la memoria es una herramienta que nos
hace emprender un viaje en el tiempo, ese que quizá nos obliga a buscar
respuestas en nuestra vida cotidiana, o tal vez se convierta en ese intento de
justificar un pasado que nos resulte más idóneo y mejor, porque la memoria es
una herramienta fundamental en nuestra propia evolución, y de alguna manera nos
vemos obligados a valorar esa necesidad de recordar el pasado que se verá
potenciado por los vertiginosos avances y desarrollos sociales que vivimos, y a
que nos somete la sociedad actualmente. El peso del pasado sigue siendo ese
argumento válido y, en ocasiones, necesario para que Marian Izaguirre (Bilbao,
1951) construya sus historias, que han resultado ser una excelente propuesta
literaria, como ocurre en La vida cuando
era nuestra (2013) escrita con ese fervoroso sentimiento que la narradora
bilbaína incorporó a una novela esencialmente sentimental, aunque al mismo
tiempo se mostrará como un firme homenaje a la lectura, traducida en la
historia de dos mujeres, una que poco sabe y tiene poca experiencia de la vida,
y otra quizá demasiado. Entre estas miradas cómplices anda el talento
literario, y aun más la sorpresa lectora que siempre nos procura la narradora;
el concepto de lealtad, de entrega mutua, la deuda y el peso de un pasado que
dejaba una huella indeleble, en una etapa histórica significativa, y una perfecta
ambientación resumen los componentes para una historia tan intimista como la
anterior, aunque en este caso con mayores perspectivas, como Izaguirre plantea
en Los pasos que nos separan, (2014).
Y una historia sobre mujeres, Cuando aparecen los hombres (2017), sobre cómo
construimos nuestra identidad a través de los otros, sobre el peso de la culpa;
un juego de espejos en el que la protagonista se construye a sí misma a través
de otras dos mujeres, un viaje hacia delante y hacia atrás en el tiempo, para
que Teresa, la protagonista, se mire desde el ángulo positivo que resulta,
Elisabeth y, también, desde el negativo, personificado en Ángela.
Henar, una joven acomodada de Bilbao, se enamora de Martín
y toma la decisión de huir con él a Madrid; Martín, un chico humilde que sueña
con ser escritor, se enamora de la chica de los vestidos bonitos, y esta
decisión será el punto de partida del libro: la fuga de dos amantes que deberán
sortear las adversidades que la sociedad española de los 60 les impone en su
relación, porque ninguno de los dos esté dispuesto a renunciar a su amor. Deben
luchar en una España represiva que, entre otras muchas cosas, apenas admite los
derechos de las mujeres, pero que comienza a despertar e incorporarse a un
mundo más real. Después de muchos
inviernos (2019) se desarrolla en un Madrid que se abre lentamente a la
modernidad, pero sus protagonistas se alejarán de sus sueños y aprenderán a ser
adultos. El destino será caprichoso respecto a lo que se espera de ellos, y muy
pronto, por la suerte de un destino que encamina sus vidas, se verán separados
física y emocionalmente.
Dos voces irán
alternándose en el relato, y de alguna manera sostienen el peso de la narración
que, Izaguirre, construye desde dos puntos de vista, sobre los mismos hechos
comunes y volviendo la mirada al pasado para reconstruir un presente cercano
donde se incide en esa mirada sobre el ansia de un amor pleno, incluso más allá
de las distintas formas de vivirlo, y sobre la culpa y el dolor que este
sentimiento conlleva, y también los malos tratos, la infidelidad y la
insatisfacción personal, o la frustración, y las anheladas ganas de futuro con que
ambos protagonistas proyectaban sus respectivas vidas, pero transcurrido el tiempo
suficiente, Henar y Martín, han ido madurando y han cruzado el horizonte de una
vida que para ellos ha transcurrido con toda su intensidad, con cierta
esperanza mutua y, también, dejándose mucho en el camino, y por añadidura sufriendo
una acusada crudeza en sus vivencias. Aunque
Después de muchos inviernos es una novela de amor, ofrece una
curiosa mezcla de novela negra porque arranca con un crimen, pero es sobre
todo, una novela sobre la reciente historia de España, que la narradora
bilbaína documenta como una espléndida reseña sobre el glamour de las fiestas
de la alta sociedad, el ambiente de un Hollywood en su mejor momento como
séptimo arte, y nos acerca al trabajo que hay detrás del diseño y la confección
del vestuario, especialmente cuando se trata de ambientaciones en épocas
históricas que requieren de una exhaustiva mirada, nos pasea por las grandes
obras renacentistas que una inquieta Henar admira en el Museo del Prado para
inspirarse en su trabajo, se adentra en las bambalinas del gran teatro bonaerense
y, con un corte costumbrista, recorre el Madrid más castizo de las corralas, y el
Café Gijón con el ambiente literario de sus tertulias, puesto que Martín sueña
con ser escritor lo que sirve de excusa a la autora para dotar a la novela de
una cierta perspectiva metaliteraria.
El eje argumental,
las tres décadas que recorremos con sus protagonistas, se concreta en el
espacio temporal de dos jóvenes que se aman hasta que, transcurridos los
suficientes años, ambos ha sido capaces de superar sus frustraciones y sus
propios límites.
DESPUÉS
DE MUCHOS INVIERNOS
Marian
Izaguirre
Barcelona, Lumen, 2019
domingo, 19 de enero de 2020
Centenarios, enero
En, Enero
02
de enero de 1920, nace Isaac Asimov, novelista y divulgador científico
estadounidense.
04
de enero de 1920, muere Benito Pérez Galdós, escritor español.
07
de enero de 1920, muere Vahan Terian, poeta y activista armenio.
14
de enero de 1920, nace Jean Dutourd, prosista francés.
16
de enero de 1920, nace Wei Wei, ensayista y novelista chino.
17
de enero de 1820, nace Anne Brontë, escritora británica.
18
de enero de 1920, muere Giovanni Capurro, poeta italiano.
Hoy tomo café con…
Socorro
Venegas
El volumen, La memoria donde ardía, que publica, Páginas de Espuma, 2019, reúne
diecinueve relatos de la mejicana Socorro Venegas, en los que la
supervivencia crea una unidad temática.
Socorro Venegas (Luis Potosí, México, 1972) es
escritora y editora mexicana. Ha publicado las novelas La noche será negra y blanca (2009) y Vestido de novia (2014); los libros de
cuentos Todas las islas (2002),
La muerte más blanca (2000) y
La risa de las azucenas (1997).
Sus cuentos se han traducido al inglés y al francés, y han sido recogidos en
varias antologías. Escritora residente en el Writters Room de Nueva York,
becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y del Centro Mexicano de
Escritores. Su columna «Modo Avión» aparece en Literal Magazine. Ha dirigido proyectos editoriales en el
Fondo de Cultura Económica y la Universidad Nacional
Autónoma de México. En España acaba de publicar la colección,
La memoria donde ardía (2019).
¿Debemos movernos en la ambigüedad para escribir buena
literatura?
Me siento
cómoda en la ambigüedad, qué difícil es vivir con certezas en un mundo al que
le encanta cambiar y rompernos la
cara. Creo que cada escritor encontrará sus coordenadas y
obsesiones, y seguirlas hasta las últimas consecuencias es su único deber. Para
mí la ambigüedad es un territorio necesario en las historias de La memoria donde ardía, donde busco sugerir
más que describir con exactitud ambientes o personajes. Funciona en estos
cuentos, pero en otro proyecto tal vez necesite algo distinto.
¿Busca, de alguna manera, sobrevivir con sus relatos?
Yo aprendí la
ficción, a imaginarme en otros sitios o siendo distinta a partir de una
tragedia familiar. Así que la necesidad de escribir es profunda, misteriosa,
como el dolor, como el azar, como todo lo que nos empuja a transformarnos para
sobrevivir. Tal vez los suicidas son los grandes resistentes al cambio.
Prefieren hundirse con sus banderas ondeando.
Es autora de varias colecciones de cuentos y dos novelas,
¿qué le lleva a publicar un nuevo libro de relatos?
Había
trabajado varios años en los cuentos de La
memoria donde ardía. Puse el libro en pausa varias veces por distintas
razones, pero el año pasado sentí que ya era poco lo que tenía que hacer. Al
mismo tiempo fue también lo más difícil: decidir el orden en que los relatos se
engarzarían para darle un ritmo y coherencia al libro. Y luego, la decisión no
menos relevante de proponerlo a una editorial. Siempre pensé que era un libro
para Páginas de Espuma. La fortuna fue que Juan Casamayor pensó
igual.
¿Los diecinueve cuentos de La memoria donde ardía (2019) ofrecen, temáticamente, un conjunto
unitario?
Podría decir
que hay un tema recorriendo cada página del libro, lo formularé como una
pregunta: ¿cómo diablos sobreviven los que sobreviven? Yo misma me considero
una sobreviviente. Sé lo que es quedarse y atemperar el impulso de saltar por la ventana. Quería
escribir sobre el dolor de la pérdida, de un ser querido pero también de lo que
es perderse uno mismo, verse forzado a convertirse en alguien distinto porque
la vida impone esas metamorfosis. La pérdida que es para una madre la
separación de la criatura que gestaba y de pronto es tan ajena a ella: esa
inesperada e incomprensible sensación.
¿Qué perspectiva ofrece la maternidad en la sociedad
mexicana para que usted escriba sobre ella?
Es una
sociedad en donde la voz de una mujer no puede escucharse para cuestionar o siquiera
dudar de la bondad de la
maternidad. Es una sociedad donde a las mujeres no les
pertenece su cuerpo, el aborto sigue siendo penalizado en varios estados del
país, nos prefieren silenciosas, quietas: muertas. En mis cuentos no es que
haya una voz militante o que politice la situación de las mujeres. Mi
exploración es literaria y profundiza desde otro lugar en la angustia, el
dolor, el sufrimiento que puede venir con la maternidad. Se
trata de romper con los tabús, con ese secreto oscuro que es, por ejemplo, la
depresión posparto. Todo aquello que no puede decirse y que yo quise narrar
porque es esencial escuchar la voz silenciada de las mujeres: es la perspectiva
de una mitad del mundo.
¿El cuento que usted propone para sus lectores siempre
conlleva la brevedad más absoluta?
No todos los
cuentos de este libro son tan breves, al menos ninguno llega a ser un
microrelato. Pero quien ha seguido esta entrevista hasta aquí, podrá inferir
que mis materiales literarios son duros, altamente sensibles. Trabajar a
temperaturas muy altas obliga de alguna manera a pensar en historias como
saetas muy finas, bien afiladas, que no se vean venir y se metan hondo en los
lectores. Busco esa intensidad que tiene la brevedad y que, quizá, he aprendido
como lectora de poesía.
¿Qué papel juega la memoria en su literatura?
Pienso en la
memoria como en una hermosa cicatriz. La materialización del dolor, del tiempo
transcurrido. Desde ahí me gusta contar una historia, ese tiempo de la
evocación, como aconsejaba Quiroga: no escribir desde la emoción, dejarla pasar
y luego evocarla. Esto implica saber distanciarse de la experiencia que detona
un cuento, una novela. Y en ese saber distanciarse puede surgir la literatura.
Como sus personajes, ¿usted acepta su papel en esta
sociedad contemporánea, o es un simple recurso literario?
Mis personajes
no aceptan su papel en esta sociedad, lo padecen y lo subvierten. Hacen
visibles las fisuras de su inconformidad. Se separan de los demás. Los niños
que viven en el hospital en mi cuento “Los aposentos del aire” llevan a cabo la
mayor transgresión en ese espacio: se enamoran. La mujer solitaria que espera
un tren y cuenta que hace pocos días dio a luz, ha abandonado todo; también es
transgresora la viuda que decide no donar las pertenencias de su marido muerto
a un albergue, como todo mundo hace, sino intercambiar cada cosa que le
pertenece, sus propias cosas, buscando así resignificar una memoria dolorosa.
Mis personajes se salen de los márgenes socialmente impuestos: es su manera de
sobrevivir, su pequeña revancha en un mundo abrumador. Es una de las mejores
posibilidades de la literatura: imaginarnos distintos y que el mundo también puede
ser distinto.
En sus relatos hay un fondo de realidad más absoluta, ¿se
siente usted cercana a una atmósfera realista para contar sus historias?
A veces parto
de una anécdota que puede venir de mi experiencia personal, pero es inevitable
(y no hay por qué evitarlo) que la ficción gane terreno. En ese sentido, no soy
nada realista. En mis cuentos el registro realista se diluye por la fuerza de
la mirada de los personajes, por sus actos, por todo lo que la imaginación hace
posible. El cuento “Como flores” narra la llegada inexplicable de un grupo de
niños ciegos a una escuela, nunca sabremos por qué están ahí, lo que importa es
qué harán los otros niños con los invasores. A fin de cuentas, la realidad
también puede ser muy extraña.
Un cuento como “Los aposentos del aire” es,
extremadamente, duro, ¿la enfermedad infantil resulta útil para un buen relato?
Cualquier tema
es útil para un relato, siempre que atraiga al escritor primero. Si un tema no
me obsesiona, si no me parece fascinante a mí, no podré hacer que le interese a
los lectores. Por otro lado, elegir un tema como la vida de los niños enfermos
tiene la dificultad de ponerte en el límite de la compasión o la condescendencia. Es
indispensable vigilar el proceso de escritura, ser fiel a la historia y a sus
personajes, evitar la tentación de imponer un final feliz sólo para complacer.
La crítica habla de “una prosa teñida de lirismo” para
definir su literatura; ¿cuánto hay de verdad en esta afirmación?
Me parece una
crítica acertada. En mi prosa hay un trabajo con el lenguaje que viene de mi
lectura de poesía. Confío en el lenguaje poético para expresar las más
profundas emociones humanas.
La soledad no esta reñida con la infancia, la maternidad o
el alcoholismo de sus cuentos o ¿tal vez forma parte de estos mundos?
Es la manera
como se atraviesa o se vive la soledad lo que me interesa. Los niños no viven
en un mundo distinto a éste en el que tenemos puestos los pies nosotros mismos.
Si pensamos de una manera idílica en la infancia no veremos que el mundo de los
niños puede ser más complejo de lo que parece. En lo que escribo hay personajes
viviendo infancias solitarias, duras, y al mismo tiempo sobreviviendo con una
luz muy poderosa dentro de ellos.
Una vez escrito y publicado La memoria donde ardía, ¿se ha desprendido usted de esa orfandad
que desprenden sus historias?
No lo sé. Creo
que una obsesión es inagotable cuando se le alimenta. Eso me pasa a mí. Sigo
explorando, no para repetir, sino para encontrar ángulos que no he visto. Escribiré
sobre lo que sienta que es necesario contar.
Y para terminar, ¿qué supone para una narradora mexicana
publicar en España?
Cuando envié
el libro a Páginas de Espuma pensaba en su catálogo, en las búsquedas de autores
con los que tengo profunda afinidad. Sentí que mi libro podía pertenecer a esa
constelación. No pensaba tanto en la plataforma que es para un escritor
latinoamericano publicar en España, pero es cierto que le ha dado una
proyección a mi trabajo. Estoy sorprendida y muy agradecida por el interés y
generosidad de la prensa española.
sábado, 18 de enero de 2020
viernes, 17 de enero de 2020
José Ovejero
…me gusta
Dibujo de una realidad
José
Ovejero (Madrid, 1958) ofrece con su literatura una mirada nada
complaciente con la sociedad que le ha tocado vivir, una visión tan compleja
como irónica que se traduce en un minucioso análisis de los problemas que
atañen al individuo tanto en su ámbito particular como colectivo. Buen muestra
de ello leíamos en sus últimas propuestas, Las vidas ajenas (2005), el
fenómeno de la inmigración y sus problemas de integración; Nunca pasa nada
(2007) está protagonizada por la joven ecuatoriana Olivia; La invención del amor (2013) es una truculenta ficción a la que se
irán sumando una variedad de personajes que configurarán una peculiar y
compleja visión de la conflictividad psicológica humana; Los ángeles feroces (2015) muestra un mundo que parece a punto de
desmoronarse, donde tiene que sobrevivir Alegría, una joven cuya sangre es
particularmente valiosa, y en La
seducción (2017) la realidad es tan resbaladiza como la ficción, nada es lo
que parece y todos ocultamos quiénes somos de verdad. En su propuesta más
reciente, Insurrección (2019), la
carga dramática resulta más intensa y sus personajes sobreviven a una peculiar
y profunda conflictividad psicológica que va más allá de sus posibilidades como
sujetos: una maltrecha relación paternofilial que Ovejero establece entre
Aitor, un conformista que sufre en la madurez de su profesión los desmanes de
un sistema laboral cada vez más injusto, y Ana, su hija, una joven idealista
que, incapaz de soportar el mundo que le tocará vivir, huye a una comuna okupa
desde donde planea reformar la sociedad.
El escenario
donde se desarrolla Insurrección es
un Madrid de hoy, en el barrio de Lavapiés, la zona que funciona como epicentro
de los movimientos sociales de la ciudad, y sigue a su protagonista, que se
esfuerza por vivir en una comunidad enfrentada al sistema con todas sus
implicaciones, con los graves conflictos que dibujan el día a día de una gran
ciudad, y se centra, casi exclusivamente, en jóvenes que se han recluido en El
Agujero, un Centro Social Okupado; son personajes controvertidos a donde ha ido
a parar la joven Ana,
tan escéptica como deslumbrada por lo que allí se encuentra; por otro lado, el
mundo empresarial, representado por la emisora en la que trabaja Aitor y los
problemas que se derivan de las injusticias laborales y un ERE que dejará a la
mitad de la plantilla en la calle, no se siente culpable del despido de su
compañera, pero él se beneficia de la situación.
La doble
perspectiva elegida por Ovejero, dará pie a unas cuantas anécdotas
entrecruzadas: la forma de vida de los okupas, la arbitrariedad patronal o la
fractura de las relaciones familiares. Y a ello se añaden algunos otros
conflictos dispersos: los desahucios, el precario modo de vida o la
marginalidad, la irresponsabilidad de los medios de comunicación, partidistas y
sectarios, manipulando una visión parcial de una sociedad mucho más compleja.
El escritor
Ovejero ofrece un dibujo de una realidad de nuestros días que visualiza una problemática
colectiva y sus aspectos más negativos, consigue el catálogo de unas
circunstancias adversas y las evidencia creando una nómina de personajes a
quienes la vida zarandea, andan perdidos en una realidad que no saben afrontar,
el detective contratado por los padres de Ana representa la falta absoluta de
ética, y los jóvenes okupas, hijos de clase media, se sublevan contra el
sistema capitalista, reivindican la libertad desde una visión instintiva e,
incluso, llevan a cabo acciones subversivas para liquidar el orden burgués. La
novela intenta mostrar su visión de una dual realidad: la sumisión apática y la
insurrección que subraya el título; o mejor el conformismo realista y el
idealismo utópico.
Esta espiral
de historias, anclada en un sólido argumento, se sustenta por la caracterización
psicológica de unos personajes que Ovejero nos va presentando y que muestran
sus dotes de buen observador cuando hace retratos individuales sólidos y atractivos
de caracteres diversos de cada uno de los jóvenes, con rasgos propios que
oscilan entre el fanatismo y la ternura; ese evidente rencor acumulado en las
parejas; y el retrato de los desalmados ejecutivos, sin escrúpulos ni corazón,
puesto que la perspectiva temática demanda una estructura exigente; lo más
curioso de esta radiografía colectiva, es esa falta de expectativas de mucha
gente que anda por ahí, sobre todo desde la visión en perspectiva de los
jóvenes, que sienten por primera vez que van a vivir peor que sus padres, y se
dan por satisfechos porque es lo que hay, cuando les han asegurado, además, que
este es el sistema. El conflicto se plantea desde una perspectiva generacional,
una que defiende ser realista, asume que el mundo es como es, se adapta y
defiende su papel; la ruptura con este sistema se asocia con la juventud, recrimina
a los mayores que aceptan su papel en la construcción de un mundo que han
recibido como herencia y se enorgullecen de él; los jóvenes lo rechazan por no
estar bien en él, por sentirlo hostil, y consideran que la aceptación del
sistema está asociado con la madurez.
Ovejero, en
definitiva, formula con su novela una urgencia testimonial que se interpreta como
un auténtico documento y evidencia esa denuncia que se viste con el mejor
ropaje literario contemporáneo, reflexiona a la hora de actuar sobre el
sistema, sobre la legitimidad de la violencia y sus límites.
Insurrección
José
Ovejero
Barcelona,
Galaxia Gutenberg, 2019.
jueves, 16 de enero de 2020
miércoles, 15 de enero de 2020
Mariana Enríquez
UNA LUZ INTERMITENTE
Mariana
Enriquez (Buenos Aires, 1973) ilumina con luz intermitente las zonas más
oscuras del presente y del pasado argentinos, y acompaña a los lectores a explorar espacios ocultos y
tenebrosos en sus diferentes formas y manifestaciones: el miedo, el terror y el
pánico, incluso ese concepto que denominamos, horror, y que, en ocasiones, se
traduce en violencia. Los asesinos en serie, la dictadura, el machismo, la
homofobia, y por la época en que se desarrolla su relato, el estigma social del
sida, aunque el tema que mueve la acción de Ese
verano a oscuras (2019) es la violencia, la curiosa constatación que dos jóvenes
tienen de los asesinos en serie y de su extrema crueldad hecho puntual que
inquieta a estas quinceañeras, en tanto que llama poderosamente su atención, y
verán asesinos por doquier, incluso entre sus vecinos más cercanos. Las
protagonistas se recrean en una violencia irreal y extravagante, desenfadadas y
de tonos en blanco y negro, escuchan música y emulan a estrellas de rock o
punk, como única y exclusiva forma de escapar de la realidad, en la que la
sangre es roja y la gente muere de verdad.
La narradora y su amiga Virginia
tienen quince años y viven su adolescencia en la ciudad de Buenos Aires de
1989, cuando Argentina acaba de salir de la dictadura y de la guerra de las
Malvinas, y por su actitud se muestran como dos chicas góticas que, en el verano
en el que transcurre la narración, época en la que se producen cortes de luz en
el país, se obsesionan con un libro de asesinos en serie que han conseguido en
una feria que ponen los domingos frente a la Catedral. Esta
obsesión se dilata a lo largo de las páginas de este breve relato de 70
páginas, motor de la historia que conforma las incógnitas e inquietudes de las
dos adolescentes, y lo único que pueden hacer cuando es de noche, y hace calor,
es salir a la calle a respirar un poco de aire, leer a la luz de las velas y
fumar Malboro y algún que otro porro.
La realidad
que viven las protagonistas es muy distinta a la que viven los adultos, aunque eso
no significa que la de ellas sea descabellada o, por convencimiento, una
exclusiva ilusión, sino que la actitud ante determinados temas evidencia una
gran diferencia generacional. El mejor ejemplo lo encontramos en sus muestras
de simpatía hacia Pity, el quiosquero al que un vecino, que califican de viejo
y patético, desprecia por maricón. Saben, gracias al colegio, cómo se contagia
el VIH y, sobre todo, cómo no, pero, por más que tratan de explicarlo, nadie
las escucha, quizá porque la narradora les ha otorgado esa juventud que, ante
los mayores, le niega tener voz. El desconocimiento conduce al temor y al odio,
y las protagonistas son conscientes de ello. Usan la escalera del edificio
donde viven para pasar al fresco las tediosas tardes y, sobre todo, para fumar
tranquilas en el lugar más oscuro, sin la luz que ilumina los pasillos, y
proyecta la del ascensor, allí parecen estar en una tumba amplia y concurrida,
aunque, eso sí, los vecinos van y vienen, mientras ellas fantasean con el
vecino del séptimo piso, a quien conocían como Carrasco que había matado a su
mujer y a su hija durante una noche, y se habían enterado a la mañana siguiente
por la presencia de bomberos y policía; sin embargo, él había escapado de
madrugada.
Mariana
Enriquez formula en, Ese verano a oscuras,
una expresa carga política de calculadas dimensiones sociales; trata aspectos y
situaciones históricas con una naturalidad apabullante pese a lo escabroso de
su propuesta narrativa. Es conciente de la mirada adolescente de su narradora,
morbosa y no del todo inocente, porque ya empieza a tener conciencia de lo que
ocurre a su alrededor, y le otorga el juego enigmático suficiente a la hora de
contar esta historia de evidente minimalismo, y en la que no debemos olvidar
que los hechos resultan de por sí interesantes, y lo son, precisamente, desde
el punto de vista en que son narrados.
Las ilustraciones
de Helia Toledo (Madrid, 1994) de tonos marrones, naranjas, negros, blancos y
un verde azulado, consiguen que percibamos otra perspectiva diferente, quizá el
punto de vista externo de un relato en el que se ven esas cosas que la protagonista
no puede ver. La narrativa de Mariana Enriquez autora de las novelas Bajar es lo peor (1995 y 2013), Cómo desaparecer completamente (2004) y
Este es el mar (2017) y de
las colecciones de cuentos Los peligros
de fumar en la cama (2009 y 2017) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016) empieza a conocerse
en España, y ahora suma a su obra el Premio Herralde de Novela por Nuestra parte de noche (2019).
La narradora Enriquez
y la ilustradora
Toledo nos adentran, con su curiosa propuesta, Ese verano a
oscuras, y desde un plano diferente, en un mundo oscuro y triste, tan cerrado
como asfixiante, lleno de sombras, de prejuicios y salpicadas todas y cada una
de sus páginas, de una absoluta y preconcebida violencia.
ESE
VERANO A OSCURAS
Mariana
Enríquez
Madrid,
Páginas de Espuma, 2019
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