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martes, 31 de marzo de 2015

Jorge Manrique



D
Dolor
    “No hay mayor dolor que recordar los tiempos felices desde la miseria”.
                                                                 Dante Alighieri


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LA MUERTE, o el espíritu y su conciencia

      A propósito de una edición de Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, ilustrada por Jesús Herrero Marcos, en Ediciones Cálamo.


   La realidad física y palpable, inexorable de la muerte, ha provocado en los hombres de todos los tiempos un profundo sentimiento de impotencia. En las antiguas civilizaciones, salvo alguna excepción, la muerte tenía un contenido religioso, según la creencia particular de cada una. En Egipto se había de superar un juicio sobre la vida. La excepción era Grecia, donde las almas pasaban al infierno o mundo bajo el Aqueronte, y allí les era entregado un nuevo cuerpo con el que volvían a la vida, una teoría expuesta por Platón, ya que la conciencia individual era parte de una conciencia universal y externa. En la época del Imperio Romano, el emperador era deificado tras su muerte. El hombre del medievo tiene que enfrentarse necesariamente a la muerte, y su forma de hacerlo está íntimamente ligada al sentido de la vida y su concepción de la inmortalidad. La existencia terrenal como valle de lágrimas lleva a considerar la muerte como ese tránsito al descanso y a la paz; mientras que una apreciación positiva de la vida juzgaría a la muerte como ese terrible destino que nos arrebate, en ocasiones, lo más preciado. El Arcipreste de Hita (c. 1284- c. 1351) expresará rabia y temor a propósito de la muerte de Trotaconventos, y escribe que la muerte destruye la belleza del cuerpo y la alegría del alma, en su celebrado Libro de Buen Amor (1330); en las Danzas de la Muerte (finales del XIV y principios del XV) el sentimiento que predomina es de pavor, la muerte tiene su propia personalidad y llama a todos los nacidos que nunca pueden escapar de ella;  Ferrant Sánchez Calavera se quejará en sus obras, En la muerte de Ruy Díaz de Mendoza y Decir de las vanidades del mundo (primera mitad del XV) de que la muerte iguale a todos; aunque el de mayor trascendencia, sin duda, ha sido Jorge Manrique (1440-1479) y sus Coplas a la muerte de su padre (segunda mitad del XV). 

   
La edición

   El elogio fúnebre al maestre Rodrigo, sabia mezcla de sencillez y profundidad, tributo a quien fuera su ejemplo en vida, y héroe inmortalizado, se ha convertido con el paso del tiempo en una dolorosa obra lírica que lamenta la sentenciosa y melancólica inestabilidad de los bienes de la fortuna, la fugacidad de la vida humana y el poder de la muerte. Solo la virtud persona, según Jorge Manrique, desafía al tiempo y al destino y tras reflexionar en sus Coplas, hace un elogio fúnebre de su padre.
  La presente edición lleva un preámbulo de Amalia Iglesias Serna, titulado, ¿Qué se hizo Jorge Manrique? y afirma que estas “Coplas contienen algo especial, una esencia o una suerte de levadura que se va transmitiendo y fermentando y renovando en toda la poesía posterior escrita en castellano”, y aun añade que, “uno de los mayores aciertos de Jorge Manrique haya sido reunir algunos de los tópico fundacionales del pensamiento sobre la vida y la muerte, y hacerlo con un sereno equilibrio: el tempus fugit, el homo viator, el vanitas vanitarum, el ubi sunt?, concentrados en unos pocos versos y con una intensidad desconocida hasta entonces”.
  Aunque la métrica empleada por Manrique había sido ensayada por poetas anteriores, la doble sextilla octosílaba, cuyos versos se reparten en dos semiestrofas iguales con terminación quebrada en cada una de ellas y tres rimas consonantes, a partir de la celebridad del poeta castellano, se denominará, “copla manriqueña”, unos versos de pie quebrado que producen musicalidad y armonía en todo el conjunto.

Los autores

Jorge Manrique
(Paredes de Nava?, Palencia, 1440?- Santa María del Campo, Cuenca 1479) hombre de armas y de letras, de familia noble. Escribió sus Coplas a raíz de la muerte de su padre, don Rodrigo Manrique de Lara, en 1476, y este mismo año participa en la batalla de Uclés, y en el tramo final de la guerra civil castellana fue herido de muerte en el castillo de Garcimuñoz (Cuenca) y está enterrado en el monasterio de Uclés, cabeza de la Orden de Santiago, de la que su padre fue gran maestre.

Jesús Herrero Marcos
(Palencia, 1950) es autor de una amplia bibliografía sobre el románico, y con el paso del tiempo ha desarrollado una gran afición por la fotografía, sobre todo de patrimonio. En sus libros profundiza  sobre aspectos simbólicos imprescindible para entender las clases religiosas, artísticas y sociales del Medievo.





Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre;

ilust., de Jesús Herrero Marcos;
Palencia, Ediciones, Cálamo, 2014; Col. Ilustrados.
 

 


 

lunes, 30 de marzo de 2015

Desayuno con diamantes, 29



Un gallego en la corte del Rey Arturo
     “El periodismo puede hacer o deshacer a un escritor, pero es indudable que la literatura española siempre ha entrado y salido de los periódicos con naturalidad perfecta”, Ignacio Peyró. 



Ese fue un tipo de periodismo muy diferente, el que se practicaba a caballo entre la corresponsalía de guerra y la crónica chispeante y analista de la sociedad inglesa durante los bombardeos que la Luftwaffe realizaba sobre Londres, crónica de una larga sucesión de ataques por aire  desarrollados entre julio de 1940 y el 10 de mayo de 1941. La Luftwaffe comenzaría sus incursiones en el sur de Inglaterra, sobre objetivos navales y económicos que facilitarían su invasión terrestre por el Canal de la Mancha, luego se aventurarían hasta algunos importantes barrios londinenses y entre septiembre y noviembre las incursiones fueron casi a diario y, al menos, 43.000 fueron las víctimas mortales, unos 100.000 los heridos y más de un millón de familias perdieron sus hogares.

El gallego Augusto Assía fue el único corresponsal español que contó desde la City cuanto ocurría sobre los cielos londinenses durante la Segunda Guerra Mundial, cuando previamente había sido expulsado de la Alemania nazi, censurado por la República española y posteriormente por el régimen franquista. Corresponsal de La Vanguardia,  un medio para el que escribiría durante buena parte de su vida, posteriormente desarrolló su trabajo en Bonn, Nueva York y Washington hasta que en la década de los 70 volvió a su Galicia natal, donde siguió con sus colaboraciones hasta bien entrada la década de los ochenta.
Según se dice, plantó cara a Goebbels, fue anfitrión de Indalecio Prieto, compartió mesa con Franco y finalmente fue amenazado por Serrano Súñer.

Libros del Asteroide recupera para el curioso lector español sus crónicas fechadas entre los difíciles períodos, el 3/12/1939 y 8/05/1945, que anteriormente ya habían sido recogidas en Cuando yunque, yunque (1946), y un segundo volumen, que corresponde a julio de 1943, en adelante, y publicadas con el título Cuando martillo, martillo (1947), ahora aparecen en un solo volumen que ofrece la visión de conjunto, y lo mejor no solo la visión bélica que Assía enviaba con mucha asiduidad, sino que estas crónicas están escritas, al más clásico estilo literario y, lo sorprendente, en medio de una tormentosa evocación de la más sangrienta contienda en la Historia de la Humanidad reciente. Leemos a un Assía, sarcástico, de un sutil humor, conjugando aspectos humanos, acontecimientos bélicos y civiles, en realidad vida y muerte, el periodista apunta, y siempre da en la diana, para ofrecer un auténtico retrato del flemático inglés, del gentleman pese a todo, porque según Assía, son el pueblo más normativo y ritual que nadie pueda imaginar. “El guardarropa de un gentleman”, o “Casco y bombín” son buena muestra de ello, jocosidad, ironía y saber estar, por encima de todo.



Defensor de un impertérrito Churchill, vería en el Primer Ministro la quintaesencia del carisma británico a quien, enseguida, la población británica aclamó como su salvador, e incluso asevera, “el jefe del Partido Conservador es, por temperamento, un innovador”, y eso “a pesar de pertenecer a una de las grandes familias que encarnan el abolengo conservador de esta misteriosa isla”. Es más, señala que su talante reformista le ha convertido en un sospechoso habitual en los conciliábulos “que ponen pies de plomo en la marcha del Imperio”, y en otra crónica, aun insiste, “Churchill no solo ha salvado al Imperio durante los tres últimos años, sino que ha enriquecido su historia como no lo hizo quizá jamás hombre alguno antes de ahora”.

El libro

Las crónicas, “seleccionadas entre más de un millón de palabras”, abarcan las primeras impresiones del gallego al llegar a Londres, con Inglaterra golpeada por el yunque alemán, estamos en la fase de la guerra defensiva, y están escritas entre 1940 y 1943. La segunda, la guerra ofensiva, con las tornas cambiadas y la guerra a su favor, Gran Bretaña, se convierte en un martillo que golpea hasta la victoria.
Aparecen por primera vez, y en un único volumen, casi un centenar de artículos, en los que se alternan la guerra entre los civiles, la resistencia, la vida y la muerte. La última crónica lleva fecha del 8 de mayo de 1945, y ya lejos de Londres, en Nueva York, hace un balance final: “Hitler se había echado montañas arriba contra el curso de la Historia, contra el poder de la libertad, contra la fuerza de la gravedad”. Y añade, “sólo un loco puede intentar de nuevo la tarea de subyugar a Europa”.

El autor

Felipe Fernández Armesto, conocido también como Augusto Assía, nació en La Mezquita (Orense) el 1 de mayo de 1904 y fallecido en Xanceda (Mesía, La Coruña) el 2 de febrero de 2002.
Estudió el bachillerato en Orense y, en 1924, ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Santiago. En ese mismo año vieron la luz sus primeros artículos en El Pueblo Gallego, donde dirigió la página universitaria de este periódico.
En 1927 abandonó la ciudad compostelana, y marchó a París. Al año siguiente consiguió una beca de estudios en la Universidad de Berlín. Desde allí escribió en diversos periódicos españoles, especialmente en La Vanguardia de Barcelona, entonces popularizó la firma Augusto Assía. En abril de 1933 fue expulsado de Alemania por el Gobierno nazi y La Vanguardia lo envió a Londres como corresponsal.
En agosto de 1936 viajó a la España nacional, quedando adscrito a la sección de Prensa del Gobierno de Burgos. Estuvo en el frente de Asturias y, más tarde, fue director del diario orensano Arco, así como jefe de la sección de Internacional de La Voz de España.
En 1939 fue enviado de nuevo a Londres como corresponsal, e allí pasó toda la Segunda Guerra Mundial, enviando unas crónicas que se hicieron famosas. Tras la victoria aliada en la guerra, cubrió la información sobre los juicios de Nüremberg.
En agosto de 1950 contrajo matrimonio con la periodista María Victoria Fernández-España y Fernández-Latorre, de quién tuvo un hijo. Ese mismo año se trasladó a Estados Unidos, donde continuó como corresponsal de La Vanguardia.
En el año de 1964 compró en Xanceda (Mesía) una gran extensión de terreno, donde montó una explotación agrícola-ganadera.
En julio de 1967 firmó en La Voz de Galicia un artículo en el que reclamaba la equiparación de derechos para la lengua gallega en su país. Y el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, le impuso una multa de 50.000 pesetas al director del periódico.
En 1986 dejó de escribir en La Vanguardia, tras 58 años de servicio.
 














Augusto Assía; Cuando yunque, yunque/ Cuando martillo, martillo; Barcelona, Libros del Asteroide, 2015; 476 págs.


domingo, 29 de marzo de 2015

Hoy tomo café con…



Óscar Esquivias*
     «Me interesa hacer literatura, explorar el alma y los sentimientos de una serie de personajes y contar una historia apasionante».


     Nació en el barrio de Gamonal de Burgos el 28 de junio de 1972. Se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Burgos y desde muy joven se ha dedicado por completo a la literatura.

Codirigió la revista literaria El Mono de la Tinta (1994-1998). También fundó y dirigió Calamar, revista de creación, desde 1999 a 2002. Ha colaborado en numerosas revistas de España e Hispanoamérica con poemas, artículos y relatos cortos. Su novela Inquietud en el Paraíso recibió el Premio de la Crítica de Castilla y León en el 2006.

Residió un año en Roma, becado por el Ministerio de Asuntos exteriores con el objetivo de documentarse sobre los años italianos de Berlioz.
Colaborador habitual del Diario de Burgos, publica quincenalmente su visión personal sobre temas de actualidad generalmente relacionados con la cultura.
   Es académico correspondiente de la Real Academia Burgense de Historia y Bellas Artes (Institución Fernán González) desde junio de 2008.
 

—¿Dónde te sientes más cómodo, en el Paraíso, en el Purgatorio o en el Infierno?

La verdad es que me siento más cómodo en el planeta Tierra.

—Cuando te planteaste escribir esta historia ¿pensabas que debería ser toda una trilogía para explicar la reciente historia de España?
        Mi propósito no es explicar la historia de España, Dios me libre: a mí me interesa hacer literatura, esto es, explorar el alma y los sentimientos de una serie de personajes y, a través de ellos, contar una historia apasionante con las palabras más persuasivas. Me apoyo en la Divina Comedia de Dante y de ahí la estructura tripartita del relato, que me sirve para jugar con los géneros literarios.

—¿En aquella época, la ciudad de Burgos, a cuál de los lugares visitados por tus personajes se parecía s? ¿Y a los de Dante?
        En La ciudad del Gran Rey quería describir un espacio que resultara al tiempo familiar y fantaseado, como si los personajes no hubieran abandonado del todo España y hubieran entrado en un sueño en el que lo cotidiano se presentara como algo misterioso o amenazante. El mundo que dejan atrás los hombres que se internan en el Purgatorio no es más lógico ni humano que el que se encuentran en el Más Allá, al contrario: en la Ciudad del Gran Rey la violencia no tiene justificación, sucede como si fuera una fuerza de la naturaleza, ajena a la voluntad de los hombres. En 1936 se declaró una guerra en nuestro país porque hubo personas que se empeñaron activamente en imponer sus ideas (o sus intereses) por la fuerza. Desde este punto de vista, la España (no sólo Burgos) real, histórica, es mucho más desasosegante que cualquier escenario fantástico (incluidos los dantescos). 



—La ironía y el sarcasmo pueblan las páginas de tus dos novelas hasta el momento, ¿es necesario que el lector sonría de vez en cuando ante tanta atrocidad?
        No sé, no tengo una teoría definida al respecto. El humor tiene muchas manifestaciones y, en mi caso, a menudo surge en el proceso de escritura, sin que yo lo hubiera previsto de antemano. Creo que nunca he pensado: “Voy a escribir un capítulo o un cuento divertido”, mis ideas de partida jamás son cómicas. De hecho, soy la persona menos chistosa del mundo.
—Si te dijera que el proceso de escritura de estas tres novelas se parece bastante a un proyecto barojiano, ¿qué me contestarías?
        Me encanta Baroja y todo lo que se pueda adjetivar como «barojiano» me interesa, así que no voy discutir a quien me aplique tal adjetivo (aunque me pueda parecer exagerado o inexacto, pero ¿a quién le molesta que le piropeen?). Inquietud en el Paraíso, con sus conspiradores, curas disparatados, militares y demás, quizá sí tenga un aire barojiano, pero no creo que sea el caso de La ciudad del Gran Rey, demasiado fantasiosa para lo que acostumbraba a escribir don Pío (me parece a mí, vaya)
—Un adelanto para el curioso lector de tu próxima novela, ¿qué ocurrirá en el Infierno?
Cualquier cosa. Ahora mismo estoy escribiendo esa parte y lo estoy descubriendo...

* Cuando realizamos esta entrevista, Óscar Esquivias, estaba enfrascado en su trilogía, dantesca, cuyos dos primeros volúmenes habían aparecido, y faltaba Viene la noche (2007). Después ha seguido trabajando, y publicando una interesante obra juvenil y relatos, recogidos en colecciones propias y colectivas. Nos queda pendiente una entrevista en profundidad, ahora que la perspectiva de su obra es mucho mayor.


 

sábado, 28 de marzo de 2015

Claude Duneton



C
Constancia
         “Dijo el perro al hueso: “Si tú estás duro, yo tengo tiempo”.
                                                               Anónimo
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DESCUBRIR A DUNETON
           La editorial Malpaso publica en España a un desconocido Claude Duneton (1935-2012), narrador, guionista, lingüista y traductor francés.  



En ocasiones la suerte de una recomendación provoca que uno se reconcilie con la literatura; en realidad, con la buena literatura, y aun más si se trata de un relato breve, o mejor de una novela corta que nos facilita sentarnos no mucho tiempo, y disfrutar del momento tras una apacible y tranquila lectura, sin que nada ni nadie a nuestro alrededor contamine esa simbólica obsesión por llegar al punto y final.
No sabía quien era Claude Duneton, y después de haber leído su única obra traducida a nuestro idioma, La perra de mi vida (2015) no sé mucho más, me salva el prólogo que Antonio Soler antepone a un texto de 104 páginas de letra grande, muy grande que permite pasar sus capítulos de una forma muy cómoda.
La Chienne de ma vie (2000) fue un todo un éxito en Francia, aunque el autor ya había publicado algunas conocidas novelas y, sobre todo, colaborado en abundantes guiones del mejor cine francés.

Antonio Soler conoció y descubrió a Duneton en la primavera de 2003, cuando llegó a Mont-Noir, una suave colina situada en un valle de Flandes, a un centenar de metros de la frontera franco-belga, donde un día ocupó su lugar la vivienda familiar de Margueritte Yourcenar, destruida por los bombardeos de la Primera Guerra Mundial, y reconstruida años más tarde como una residencia para escritores europeos. Allí coincidió con los dos escritores franceses, Jean-Paul Dekiss y Claude Duneton; el primero inteligente y dispuesto al debate, el segundo alegre y extremamente productivo, pese a su avanzada edad.

Duneton provenía de la Francia profunda, hijo de campesinos huyó del lugar gracias a la intervención de un maestro rural que convenció a los padres de la inteligencia del pequeño. Trasgresor con el paso del tiempo se convirtió en el defensor de un francés capaz de asimilar e integrar los exigentes dialectos, jergas y lenguajes de la calle. Por entonces trabajaba en su novela, Le monument, que publicaría en 2004.
Soler y Duneton volvieron a encontrarse en varias ocasiones después, la última una visita a un hospital de París, desde donde le comunicaron unos días más tarde que el escritor francés había fallecido; pronto se desmintió la noticia porque había resucitado al día siguiente, pero en condiciones muy adversas: pérdida del habla y su capacidad para moverse.
Una nueva cita, devolvería la esperanza a Soler que intentó visitarlo junto a la novelista Sophie Képès, un domingo de marzo de 2012, pero la noche previa del 21, Claude Duneton fallecía en una residencia de Lille.

La perra de mi vida

El último libro del que habían hablado, según Soler, lo tenía delante, La perra de mi vida, todo Claude Duneton condensado en pocas páginas: el escritor y el hombre; la historia, la perra que en su infancia le había descubierto la existencia, la crueldad, el egoísmo, la lucha por la supervivencia en un mundo hostil pero, también, la ternura. Rita, como se llamaba su perra, había sido la excusa para reproducir un mundo pasado, histórico y, al mismo tiempo, para crear un universo literario pasmosamente sólido pese a su brevedad. Había sido su mascota, y la vida perra que se cernía sobre el niño y los habitantes de aquella olvidada región en tiempos de la ocupación alemana, cuando el nazismo, el mariscal Pétain y la más absoluta de las incertidumbres se abatían sobre Francia.

En La perra de mi vida se cuenta la imposibilidad de escapar al destino, y la relación entre el niño y su perra Rita, a la que éste intenta convertir, por todos sus medios, en una perra relamida, y obediente, sin resultado alguno. No obedece, es víctima de su carácter, que se ha ido forjando por un entorno carente del más mínimo sentido de las reglas, las normas o el orden: la casa familiar de los Duneton. Pero el niño quiere a su perra, ambos se estiman, sin duda el más firme valor del libro, la dignidad y la fortaleza del animal y del niño.

La familia Duneton encarnan un curioso grupo humano, padre, madre e hijo, de lo más indisciplinado, viven una absoluta libertad, casi bohemia; el padre no tiene la más mínima autoridad, ni es capaz de inflingir el menor daño a nadie, ni tampoco de imponer cierto sentido del orden en la familia; víctima de la guerra, había combatido en Verdún donde se había arrastrado sobre un lecho de cadáveres; la madre, una mujer violenta, despiadada, llena de remordimientos y, sobre todo, una frustrada que piensa que es incapaz de educar a su propio hijo, de quien piensa que tarde o temprano acabará mal. Aspectos que trascienden hasta la propia, Rita, hasta que un buen día, cuando la perra muere, el joven Duneton decide largarse de aquel infame lugar. Tendría entonces, quince o dieciséis años, y escribe La perra de mi vida, cuando ya es un viejo narrador.
















Claude Duneton; La perra de mi vida; Barcelona, Malpaso, 2015; 104 págs.




viernes, 27 de marzo de 2015

The New Yorker



B
Brevedad
            “La brevedad es hermana del talento”.
                                                     Antón Chéjov

… me gusta

LA LITERATURA EN VIÑETAS
Autores, editores, lectores y libreros reflejados en una divertida mirada sobre eso que nos gusta a muchos, los libros.



The New Yorker es una revista estadounidense semanal que publica críticas, ensayos, reportajes de investigación y ficción, y se concentra preferentemente en convertirse en juez severo de la vida social de Nueva York.
Empezó a publicarse el 21 de febrero de 1925, con una tirada semanal, y ahora lo hace 47 veces al año, de las cuales, 5 son bisemanales. Fundada por Harold Ross, pretendió aportar un humor sofisticado para la revista. Junto a Raoul Fleishmann fundó la primera oficina en la 25 West 45th Street de Manhattan. Ross continuaría editando la publicación hasta su muerte en 1951. The New Yorker goza de un enorme prestigio y tiene una amplia audiencia fuera de esta ciudad debido a la calidad de sus periodistas. Es cosmopolita, y mantiene un carácter urbano acentuado por su sección “Talk of the Town”, con comentarios refrescantes sobre la vida en Nueva York, la cultura popular y las excentricidades norteamericanas, y ingenio de sus sketches y famosas viñetas.


A mediados del siglo XX popularizó el relato corto como una forma literaria. Dio a conocer el cuento Brokeback Mountain de Annie Proulx, y fue llevado al cine y premiado a lo largo de los años. Dentro de la profesión periodística, The New Yorker, disfruta de bastante reputación por tener los mejores equipos de editores y columnistas en la industria de las publicaciones.

La editorial Libros del Asteroide acaba de publicar Los libros en The New Yorker, una selección de 182 viñetas de entre las miles que el magazine de cultura y política ha publicado en relación con el mundo del libro desde su fundación hace casi noventa años.
El volumen se une a los dos que ya había publicado la editorial sobre el dinero, El dinero en The New Yorker y el trabajo La oficina en The New Yorker, y una vez más habría que señalar las características que sobresalen en esta revista, que aun mantiene su publicación en papel: su notable facilidad para captar tendencias, su capacidad para reflejar los fenómenos culturales sin caer en la tiranía de la actualidad más rabiosa y, sobre todo, como podemos ver en estas viñetas, Los libros en The New Yorker (2014), una ironía tan deslumbrante como encantadora.


El libro queda estructurado en cuatro secciones: autores, editores, lectores y libreros. Y desde estas páginas se reparte para todos: los escritores están reflejados con un ego tan subido que casi no cabe en el dibujo; los editores parecen vivir en su propia burbuja y actúan con altanería; los lectores pecan de pedantes y, en ocasiones, de estúpidos; y los libreros son esos tipos que no saben bien si hubieran querido ser autores o editores, y que no dejan de sentirse un poco fuera del mundillo del que, pese a todo, se sienten ajenos.
Abunda el sarcasmo y el cariño, y una vez leídas las viñetas observamos que los peores parados son los autores, lamentablemente, aunque es verdad que los dibujantes se ríen de ellos con cierta piedad.

Capote, Carver, Cheever, Salinger, Sontag, Updike, y los dibujantes que más se repiten, incluida esta selección son, Charles Barsotti, William Haefeli, Leo Cullum, Robert Mankoff, Michael Maslin, David Ciprés, Peter Steiner, o Robert Weber, son algunos de los nombres que sobresalen en la publicación a lo largo de los años.



La selección, magistral, por otra parte, además de la traducción, es de Miguel Aguayo y el libro, en su formato y comodidad para leerlo y conservarlo, se convierte en una auténtica pequeña joya.

V.V. A. A. Los libros en The New Yorker; traducido por Miguel Aguayo;
Barcelona, Libros del Asteroide, 2014; 192 págs.