“Los buenos libros se escriben para que gusten a sus autores; luego a Dios o al Diablo, o quizá a ambos; y en tercer lugar, para nadie”. Juan Carlos Onetti
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sábado, 31 de octubre de 2020
viernes, 30 de octubre de 2020
Centenarios
3 de octubre de 1720, nace Johann Peter Uz, poeta alemán.
8 de octubre de 1920, nace Frank Herbert, escritor estadounidense de ciencia-ficción.
15 de octubre de 1920, nace Mario
Puzo, novelista estadounidense.
17 de octubre de 1920, nace Miguel Delibes, novelista y periodista español.
23 de octubre de 1920, nace Gianni Rodari, escritor y pedagogo italiano.
31
de octubre de 1920, nace Dick Francis, novelista británico.
jueves, 29 de octubre de 2020
Cuaderno en blanco
Octubre
Octubre se afianza con esa perpleja capacidad de ofrecernos días frescos y alguno que otro caluroso que darán paso a un otoño suave, lo mismo que las lecturas que se avecinan: Sonia Fides, en su nueva novela, Mónica Ojeda, en una colección de cuentos, o el ensayo rico en sustantivos del campo de María Sánchez. Un proyecto de Viaje al Sur, el libro perdido, de Juan Marsé, y el encargo de Cuadernos para una página a finales de noviembre que me devuelve a los inicios de un joven Marsé y sus mejores páginas, las de últimas tardes con Teresa, el inicio de su mejor narrativa.
Celebramos los 100 años de Miguel Delibes, y los homenajes de multiplican, es el hombre de la palabra medida castellana, del fervor de la naturaleza, el amante de la caza, de su gran familia, y quienes amamos la literatura, la convertimos en una suerte de felicidad cuando pasamos las páginas de sus libros.
La suerte de la literatura está siempre en descubrir nuevos mundos, nuevos espacios donde observar a quienes viven bajo el mismo techo y tan lejos y tan cerca de tu propio medio, con idénticos problemas, pisando calles semejantes, sobreviviendo cada día a todos y cada uno de los problemas que nos asaltan cada mañana, y se alejan cuando llega la noche.
miércoles, 28 de octubre de 2020
Ernesto Calabuig
Nuestro mundo
La playa y el tiempo es una nueva colección de cuentos donde Calabuig retoma su ajustada propensión a pensar en qué consiste la finitud humana
En varias de estas historias, entre lo sorprendente y lo común, algún escritor, cantautor o artista se pone al servicio de un variado aparato inventivo.
La crítica señalaba dos características esenciales en Un mortal sin pirueta (2008), la primera colección de cuentos de Ernesto Calabuig (Madrid, 1966), una notable sensación de intimidad y una no menos manifiesta complicidad con el lector aunque, quizá en igual proporción, se advertían referencias al pasado, el recuerdo y la literatura; en definitiva, esa eventualidad que modela y conforma el contraste entre el ayer y el hoy, y aún faltarían por enumerar los efectos que causa un tiempo anterior como resultado de una clarividente y perspicaz temporalidad con que se sintetiza esa indagación reflexiva sobre una propia experiencia, un hecho que el narrador madrileño ensaya de una manera calculada en sus relatos, al tiempo que conforma un mundo inherente y ofrece la perspectiva a los lectores de quien se asoma al escenario literario con un sólido bagaje de estudioso y traductor, y para quien un cuento ha de contar necesariamente una historia. Calabuig explora la senda que entraña el complejo mundo de los sentimientos, y que de alguna manera verifica con una alevosa memoria que quisiéramos evitar en numerosas ocasiones, porque esta nos desazona muy dentro, y aquellos nos obligan a convertirlos en literatura con el transcurso del tiempo. Buena parte de estas pretensiones quedaban constatadas en su segunda colección de cuentos, Caminos anfibios (2014), en realidad, un paso más, una mirada sobre el misterio de la vida, y al hilo se indaga sobre una colección de experiencias humanas, referencias al mundo germano, la cultura del cine y series de televisión, o aquella literatura adolescente y luego adulta, o inequívocas referencias a su labor como crítico, y ciertos aspectos más íntimos respecto a su familia a lo largo de varias generaciones, añoranza a los veranos pasados en las playas levantinas y el recuerdo de su juventud en los ochenta, a sus futuros estudios de Filosofía, y al amplio bagaje adquirido de literatura germana, Judith Hermann, Hannah Arendt o Clemens Mayer.
La playa y el tiempo (2020) es una nueva colección de cuentos, su tercera entrega, donde Calabuig retoma, una vez más, esa ajustada propensión a pensar en qué consiste la finitud humana, porque nos convoca a disfrutar de una ojeada sobre nuestra vida cotidiana y una reflexión sobre el paso del tiempo, acercándose a ese concepto de temporalidad a que hacíamos alusión al comienzo de esta recensión, y respecto a esa noción de memoria y cuanto rodea a nuestro mundo, como podemos leer al final del volumen, en el último de los diecinueve cuentos, que el narrador titula, “Lo que sea el mundo”. Desde el comienzo nos sumergimos en la determinación de desnudarnos ante un posible contexto de vivencias personales, ocurre en el primer cuento, el más extenso que le proporciona el título al volumen, supone una muestra antológica del resto que Calabuig ensaya como claro concepto y expresión de sus intenciones narrativas, y que determina la firme decisión de la mujer protagonista que, tras algunos fracasos, intenta reencontrarse junto al mar y decide entonces prorrogar el veraneo como respuesta a esa vida a la que no ve sentido, resuelve, en definitiva, en convertirse en esa arena de la playa… para quienes vengan después. Los siguientes relatos forman parte de ese proyecto para contar una historia, y muchos de ellos ofrecen esa individualidad que se le pide a un buen cuento, incluso aquellos que por su extensión se acercan a un microrrelato y su intención queda marcada por una idea más o menos alusiva a una variada morfología, incluso desde una perspectiva de ficción ensayística, aunque la variedad en Calabuig está asegurada y, por tanto, siempre es compatible con la insistencia en los motivos que complementan a su literatura, o las circunstancias propias o ajenas que proporcionan a sus historias una fuerte impresión de artefacto literario como unidad única y absoluta, sin perder el hilo que encabezan sus mejores relatos. Quizá por eso repite con frecuencia un escenario, Berlín, ciudad y ambiente que protagonizan algunos de los relatos más notables, “Después de los niños (cuento de invierno II), “Una navidad tendrás cincuenta (cuento de invierno III) y “Mommsen” que, sin atrevernos a asegurarlo, formarían parte de esa seudo-vena confesional que ya practicaba el autor en otros relatos, y que si no llegan a perfilarse como autobiográficos sí proceden de una misma voz que enseguida identificamos. En la misma línea, aunque repletos de ironía y bastante chispeantes resultan, los calificados cuentos chinos, “Pekín-Xátiva” y “¡Almuerzo, ciao!”; otros relatos, convierten la historia en esa conciencia que supone la escritura, forman parte explícitamente de aquello que el autor cuantifica como auténtica materia literaria. Quizá por eso hay que pensar que Calabuig cuenta historias que se mueven entre lo sorprendente y lo común, el recuerdo de un amor de juventud que termina en tragedia, la añoranza de un padre recordando los años de un hijo cuando dibujaba con esa ingenuidad, libertad y belleza mientras observa su paso a la adolescencia, o ese túnel del tiempo que acerca a los lectores ante los filósofos Heráclito y Parménides, y las referencias a una realidad tangible, ambos personajes como seguratas en la puerta de una disco, o al menos eso afirma el amigo escritor Pepe Cervera; es decir, una o varias historias curiosas entre lo sorprendente y lo común que protagonizan personajes cultos, algún traductor y escritor, cantoautores y artistas que se ponen al servicio de un buen y variado aparato inventivo. Destacable, por inusual y no menos curiosa, la relación que se describe y se cuenta entre Leonard Cohen y su anciano maestro zen Roshi, tras una exitosa carrera del cantante, en un paréntesis que a mediados de los noventa llevaría a Cohen a retirarse una breve temporada que se prolongaría cinco años en Mount Baldy, un centro zen para dejarse llevar por las enseñanzas del venerado budista y entregarse a la meditación, cansado de una larga trayectoria de éxitos, dudas, y desequilibrios mentales; y lo mejor, la crónica se completa con la intervención periodística de la sueca Stina Lundberg Dubrowski que decidió entrevistar al artista en aquel momento, en 1997, y que repetiría, una vez en el mundo real, en Paris, en 2001.
La reflexión de Ernesto Calabuig acerca de la temporalidad se convierte en el auténtico bucle temático de un manifiesto peso en el volumen, y se sirve de ese concepto psicológico que denominamos crisis de los cincuenta que, sin duda, inquieta y obsesiona al escritor, y se relaciona con ese momento que genera algunas de nuestras decisiones vitales: la toma de conciencia del paso del tiempo, el recuerdo de lo vivido hasta el momento, el conformismo o, en el peor de los casos, la ruptura con el pasado, la búsqueda de curiosos estímulos de rejuvenecimiento, incluso esa necesidad de explorar opciones para el disfrute del tiempo restante, y en definitiva la sensación de celeridad ante la fugacidad de lo vivido; sin embargo, las historias del madrileño resultan atractivas y son un excelente trabajo literario que nos invitan a un proceso tremendamente discursivo porque, entre otros valores, el autor se esmera en ofrecernos una mirada amable de las situaciones, cuantifica el valor de la madurez y las lecciones que proporciona ese estado para lo que nos quede por vivir. El resultado es una excelente colección de situaciones de alcance tan humano como filosófico que nos congratula, y eso es lo mejor, con la estricta condición filantrópica.
La playa y el tiempo
Ernesto Calabuig
Madrid, Tres Hermanas, 2020
martes, 27 de octubre de 2020
lunes, 26 de octubre de 2020
domingo, 25 de octubre de 2020
sábado, 24 de octubre de 2020
viernes, 23 de octubre de 2020
jueves, 22 de octubre de 2020
Irène Némirovsky
miércoles, 21 de octubre de 2020
martes, 20 de octubre de 2020
100 años Delibes
Miguel
Delibes, o la palabra de la meseta castellana
Miguel Delibes había publicado La sombra del ciprés es alargada, Premio Nadal, (1947) y Aún es de día (1949), dos novelas que, según su criterio, habían sido textos de aprendizaje con la perspectiva suficiente para abordar nuevos proyectos con una estructura más concreta y una narrativa de mayor envergadura literaria, propósito que se cumplió en diciembre de 1950: El camino, la tercera novela del vallisoletano, un fenómeno gradual que cruzaría las fronteras traducida a diversas lenguas, y Delibes supuso el reconocimiento definitivo de su narrativa; es una obra con una pequeña trama y de una sencillez absoluta, casi insignificante que da pie a no pocos equívocos dada la magia de la literatura; una historia que cala, trasciende, ahonda en nuestro espíritu y alcanza esa universalidad hasta nuestros días, pese al tiempo transcurrido desde su publicación, setenta años después.
La acción se desarrolla en un microcosmos rural: un pueblo, y el protagonista es Daniel, hijo de los queseros, un niño inteligente y sensible, apodado, el Mochuelo, porque sus ojos son verdes, grandes y redondos, de mirada atenta, observa todo con cierto miedo; Daniel es tímido y callado, solo se siente protegido rodeado de sus inseparables amigos: Roque, el Moñigo y Germán, el Tiñoso, que son esos otros indudables protagonistas de la historia. Roque es valiente y tiene un carácter fuerte, más alto y corpulento; Germán es el más debilucho de los tres, cojea, tiene calvas, de ahí el mote Tiñoso, puesto que como le encanta jugar con los pájaros todos dicen que estos le pegaron las calvas; es un muchacho inteligente y perseverante. El camino fue un acierto estilístico, una lectura de incuestionables valores éticos, se convirtió en la novela castellana, si entendemos que esta vinculación geográfica facilita el análisis de la narrativa de Delibes, porque consiguió captar la realidad española, y en particular su tierra, testigo de ese mundo, del espacio y de las gentes de su Castilla.
El escritor
Miguel Delibes fue un hombre de fidelidades respecto a sus ideas, a sus amigos, a su tierra y a sus lectores. Convirtió en literatura sus aficiones, sus viajes, sus obsesiones, y los problemas de su entorno. Mantuvo una absoluta coherencia entre su obra y sus convicciones, pródigo en expresar sus opiniones, hecho que a los estudiosos le ha proporcionado muchas de las razones que explican su creación literaria; él mismo ofreció las claves a tener en cuenta para comprender una obra que cubre toda la segunda mitad del siglo XX, un caso poco frecuente de escritura sostenida a lo largo de cincuenta años de ejercicio literario, desde La sombra del ciprés es alargada, Nadal 1947, hasta su última gran novela, El hereje, en 1998.
El escritor dominaba el arte del lenguaje y su obra, mosaico de un rico anecdotario, se llenó de la autenticidad de la vida conversando con los amigos, en las tertulias y en el trabajo, con los campesinos de su Castilla, los cazadores y la gente de la calle, trasfondo de la palabra viva. Se adaptó a las modas literarias de la narrativa en las últimas décadas del pasado siglo, y si su obra arrancaba de un realismo social, ensayaba en el experimentalismo de los sesenta, luego se abriría a una definitiva apertura, tras una larga y férrea censura, en los setenta. Delibes adecuaría sus historias al momento valorando lo humano y la iluminación que produce su escritura, bien desde su refugio vallisoletano de la capital o en el pueblo burgalés de Sedano, a donde el escritor volvía la vista en esa doble revisión melancólica que supuso gran parte de su vida. Fue una devoción que, convertida en oficio, le aseguró el reconocimiento de los lectores, de la crítica y de los eruditos que acudían a su cita lectora cuando uno de sus libros aparecía en los escaparates de las librerías de toda España.
Etapas
La crítica ha fragmentado su producción en períodos que se concretan en los nuevos conceptos estructurales de la narrativa española de la segunda mitad del siglo XX. Delibes no fue ajeno, sus libros parten de una visión de coherencia equilibrada del mundo. Una primera etapa, marcada por el subjetivismo, integra sus primeros libros, La sombra del ciprés es alargada (1948), Aún es de día (1949) y Mi idolatrado hijo Sisí (1953); una segunda, un fuerte realismo social que se inicia con su obra, más conocida y reeditada, El camino (1950), y Diario de un cazador (1955), Diario de un emigrante (1958), La hoja roja (1959) y Las ratas (1962).
El marcado carácter experimental de los sesenta le servirá para replantear su novelística que, bajo la fuerza y el valor de la palabra, resultará incuestionable: Cinco horas con Mario (1966) inauguró otra forma que aglutinará procedimientos ensayados en su producción anterior; es una obra de acentuada actitud crítica y su particular visión de las experiencias vividas; otra muestra, sus libros de viajes, Europa, parada y fonda (1963), Por esos mundos (1966), USA y yo (1966), La primavera de Praga (1968); los de caza, La caza de la perdiz roja (1963), El libro de la caza menor (1964), Con la escopeta al hombro (1970), o textos que exhiben parte de su existencia, 377A, madera de héroe (1972), Un año de mi vida (1974), Mi vida al aire libre (1989), Señora de rojo sobre fondo gris (1991) y He dicho (1996). Su producción narrativa fue tan congruente como definitiva, privilegiado espectador del mundo, recurrente su descripción del mundo rural, con apuestas críticas, Los santos inocentes (1981), alterna expresión culta y familiar, sencillez y belleza, y no menos curiosa, El tesoro (1985). Escribía sugestionado por el estado colectivo en que transcurría su vida, nunca encontró modelos a seguir, se volcó en sus vivencias personales y practicó un tipo de literatura con un estilo propio, entonces descubrió los nuevos aires: Joyce, Faulkner, Brecht, Hesse o Beckett, y el realismo mágico hispanoamericano de Vargas Llosa, García Márquez, Fuentes o Carpentier. Parábola del náufrago (1969) es una obra cuyos precedentes se encuentran en la fabulación de una metamorfosis de un denodado estilo kafkiano.
Su última obra
En el trasfondo de nuestro espíritu existe ese subconsciente que nos inspira, es un mecanismo de conocimiento, un proceso y aliado de la memoria para producir, desde un punto de vista erudito o crítico, el germen de una nueva creación. Delibes contempló esa realidad humana, los pueblos y las gentes de su tierra, y las preocupaciones y los afanes cotidianos: El hereje, ambientada en el Valladolid del XVI, que protagonizan luteranos e inquisidores, reconstruye una etapa histórica conocida en la ciudad, ambiciosa por el asunto tratado, el auto de fe celebrado en la Plaza Mayor de la capital castellana contra veintiocho personas acusadas de herejía, agarrotadas y quemadas vivas; una ceremonia similar se repitió con otras dieciocho acusados de protestantismo, condenados a muerte, entre ellos el doctor Cazalla, razón y motivo esencial de este relato novelado. Delibes fabula acerca de un comerciante de pieles y lanas, Cipriano Salcedo, y suma los conflictos de la época, el reinado de Carlos V y los primeros años de Felipe II, que acontecieron en esta importante ciudad de la España Imperial: el fervor erasmista y el reformismo luterano, los sucesos en torno a los correligionarios del teólogo y reformador alemán. El hereje muestra la vehemente mirada con que el escritor toca el tema de la religión: su ética más profunda y la herejía, una actitud rebelde que ennoblece a estos castellanos porque los actos que los llevaron hasta el patíbulo, no dejan de emocionar, aún hoy, al lector.
Se muestra, además, como un compendio de toda la obra anterior del excelente narrador Delibes, porque en esta voluminosa obra están algunas de las principales claves de su escritura: el individuo frente a la soledad y la independencia personal que caracterizan a muchos de sus personajes anteriores, aunque el sentido último de la novela estaría en la dificultad que presupone vivir de una forma honesta, o de una forma igualitaria.
Viejas historias castellanas
El volumen, Viejas historias y cuentos completos (Menoscuarto, 2003), recoge la totalidad de la narrativa breve del vallisoletano, desde que publicara La partida (1954), Siestas con viento sur (1957), Viejas historias de Castilla la Vieja (1964), La mortaja (1970), Tres pájaros de cuenta (1982) o, más recientemente, Tres pájaros de cuenta y tres cuentos olvidados (2003), e incluye aquellos textos que por su extensión o singularidad exceden el número de páginas habituales en el género, y sobre todo ordena ese mundo definido y concreto, retrata el campo castellano con sus aciertos y miserias, la vida de provincias durante muchas de las décadas del siglo XX pasado y que, en la actualidad, nos llevarían a ese momento de revelación momentánea y de encantamiento, como suele ocurrir con las historias y la prosa de Delibes.
En la introducción que el escritor, Gustavo Martín Garzo, hace a la presente edición de los cuentos de Delibes, señala, entre otras muchas cosas, y entre otros muchos aciertos, que «en la obra literaria de nuestro escritor el tema secreto es esa búsqueda de un camino que nos llevaría al encuentro de esas otras criaturas del mundo»; porque la literatura de Miguel Delibes está poblada de seres maravillosos, de pájaros, de niñas y de niños, de viejos, de personajes anónimos indefensos, en definitiva, marcada por esa ansiada búsqueda suya de la belleza y del bien, aunque con la naturaleza como fondo que, alguna manera, estimula la percepción del lector en muchos de sus relatos. Indiscutiblemente existe una íntima relación entre el autor y sus personajes que llega a producir una identificación entre ambos. Los cuentos de La mortaja, sin lugar a dudas, una de las más importantes colecciones del autor, muestran a un Delibes maduro, dueño de su arte narrativo y vislumbran, sobre todo, algunas de las constantes temáticas de su obra, técnicas diversas y un domino del lenguaje coloquial. Una colección de relatos escritos por el autor entre 1948 y 1963, y donde se aprecia el germen de muchas de sus grandes novelas, de muchos de sus grandes personajes. Delibes destaca por el mimo, por el cariño, por el cuidado que tiene a la hora de crear y describir a sus protagonistas, en realidad, unos personajes perfectamente definidos, perfectamente perfilados, y, sobre todo, muy humanos. Y en estos relatos encontramos el estilo que ha caracterizado toda la obra de Delibes: sencillez. Y al fondo de su obra, como se ha escrito, está la autenticidad porque en sus escritos es muy fácil encontrase con el hombre, su palabra es viva y su testimonio siempre de primera mano. Incluso más allá de las modas literarias, que los estudiosos se encargan de cuantificar, pervive lo humano como ese punto de confluencia entre la intensidad literaria y la propia vida. La de Delibes es esa realidad, apuntada por Joyce, que se vuelve de pronto expresiva, como señala Martín Garzo. Y como afirmaba Juan Luis Alborg, al comienzo mismo de la carrera literaria del escritor, su prosa animada y expresiva, brinca con un ritmo ligero de singular amenidad y fácil lectura.
lunes, 19 de octubre de 2020
domingo, 18 de octubre de 2020
sábado, 17 de octubre de 2020
viernes, 16 de octubre de 2020
Las puertas del cielo...
El escritor José Antonio Sáez (Albox, Almería, 1957) nos obsequia en cada una de sus propuestas literarias con un prisma diferente en su faceta de creador consciente, y en este caso propone una colección de cuentos que, para algunos, exhibirán un matiz nuevo en su trayectoria literaria, un quiebro en la sugerencia de su quehacer poético, y esa posibilidad de seguir el curso audaz de un caudaloso río que necesitará desembocar en un auténtico mar de oportunidades, en el arte de la brevedad, con tantas posibilidades como nos ofrecen los textos de Las puertas del cielo y otros relatos. El autor reúne, con el paso de los años, su primer volumen de cuentos, un experimento que viene ensayando desde sus comienzos como poeta, algunos están fechados en los primeros años de la década de los ochenta, otros dilatados en el tiempo se convierten en algo tan nítido y limitado como todas y cada una de las miradas que el narrador otorga a su alrededor.
El proceso narrativo que caracteriza, en su conjunto, a los textos de José Antonio Sáez, viene dado por su carácter mixto que es, fácilmente, reconocible en muchos de los elementos que subyacen en la proporción de una obra lírica, épica o teórica, aunque casi siempre predomina, al menos, una forma en el caso del poeta almeriense, la lírica, casi en exclusiva, como descubriremos en la mayoría de sus cuentos donde aparece una profusa y una exuberante descripción detallada de los objetos y de los paisajes, en las muchas sensaciones que el narrador aplica a sus historias, o nos sorprende con el diálogo de sus personajes, rítmico y ajustado, inexistente cuando acontece algo ajeno a ellos, sin que olvidemos la mirada comedida y atenta del narrador en todo el proceso que va creciendo con la historia.
jueves, 15 de octubre de 2020
miércoles, 14 de octubre de 2020
Amaneceres
M. Ángeles Pérez
La fuga
Con premura, y cierto miedo para no ser vista, introdujo dentro de la pequeña caja de zapatos un viejo reloj de pulsera, tres horquillas para recogerse el pelo y media docena de pañuelos, rígidos de almidón, para secar esas lágrimas que estaban empezando a brotar de sus grandes y tristes ojos. De puntillas corrió el largo pasillo que unía el salón principal de la casa con la puerta que, coloquialmente, llamaban de la esquina. El amor de su vida la estaba esperando al otro lado de la casa. No dijeron nada por temor a ser escuchados. Cogidos de la mano corrieron hacia un viejo coche que los llevaría hasta el pueblo más cercano donde pasarían su primera noche.
Al día siguiente no se hablaba de otra cosa: los novios se han fugado. No dudaban que, a su vuelta, se les otorgaría el derecho eclesiástico de ser bendecidos por la iglesia y, por supuesto, el beneplácito de todos sus vecinos a ser reconocidos como marido y mujer.
martes, 13 de octubre de 2020
Adiós a...
Gene Deitch