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jueves, 22 de octubre de 2020

Irène Némirovsky



                                        Suite parisina





        Irène Némirovsky adoptó, como forma de escritura, un método inspirado en Turgueniev, uno de sus maestros más celebrados, y asumió esa actitud que lleva a un escritor a comenzar una novela y a anotar, paralelamente, algunas de las reflexiones que el texto le va inspirando, nunca suprime ni tacha anotación alguna a lo largo de todo el proceso de escritura, y a medida que avanza el autor conoce, de primera mano, todos los personajes creados, incluidos los secundarios. El estilo surge así como la única identificación posible en toda la producción del escritor, caso de las primeras novelas publicadas por Némirovsky: El niño prodigio (1926), David Golder (1929) o El baile (1930), aunque será Suite francesa (2004) la obra más ambiciosa de la exiliada rusa en París.

        La narradora había nacido el 11 de febrero de 1903 en Kiev, en lo que hoy se conoce como el yiddishland. Su padre fue un próspero comerciante de granos que viajó mucho antes de convertirse en uno de los banqueros más ricos de Rusia. Fanny, su madre, la había traído al mundo con el mero propósito de complacer a su acaudalado esposo y la abandonó al cuidado de una nodriza. Jamás le otorgó el más mínimo gesto de amor y así Irène abandonada a su suerte se refugia en la lectura y cuando empezó a escribir desarrollaría un odio feroz contra su madre. Dicha venganza se vería cumplida con la publicación de El baile (1930), El vino de la soledad (1935) y Jézabel (1936). Sus obras más críticas se ambientan en el mundo judío y ruso, Los perros y los lobos (1940), novela en la que retrata a los burgueses del primer gremio de mercaderes que tenían derecho a residir en Kiev, ciudad prohibida a los judíos por orden de Nicolás I. Cuando los Nèmirovsky vivían en Rusia disfrutaban de un alto nivel y los veranos abandonaban Ucrania con destino a Crimea, Biarritz, San Juan de Luz o Hendaya. Tras la muerte de la institutriz francesa, una Irène de catorce años, empieza a escribir. Cuando estalla la Revolución de Octubre, los Nèmirovsky residían en San Petersburgo, y pronto el patriarca los trasladaría a Moscú para su seguridad, pero fue allí donde la revolución alcanzó su grado supremo de violencia. Los bolcheviques pusieron precio a la cabeza de León Némirovsky, y en diciembre de 1918 se organizó su huida a Finlandia, disfrazados de campesinos, donde pasaron un año en un pequeño caserío rodeados de nieve. En aquel apartado lugar se convirtió Irène en una mujer y empezó a escribir poemas en prosa inspirados en Óscar Wilde. En julio de 1919 se embarcaron hacia Ruán (Francia) y poco después se instalaron en París donde el padre asumió la dirección de una sucursal de su banco y pudo, poco a poco, rehacer su fortuna. Iréne se había matriculado y licenciado en Letras en la Sorbona y cuando publicó David Golder (1929), ya había escrito y enviado cuentos a la revista bimensual ilustrada Fantasio.
        La joven acude a bailes, recepciones, casinos y en una de esas veladas conoce a Michel Epstein, ingeniero en física y electricidad por la Universidad de San Petersburgo, que trabaja en el Banque des Pays du Nord, se agradan, flirtean y se casan en 1926.  Denise, su primera hija, nace en 1929, y una segunda niña, Élisabeth, en 1937. Ante la psicosis de guerra y el antisemitismo violento que se vive en la época, deciden convertirse al cristianismo en la madrugada del 2 de febrero de 1939. El inicio de la Segunda Guerra Mundial será inminente. El primer estatuto de los judíos el 3 de octubre de 1940 les asigna una condición social y jurídica inferior. La partida de bautismo de los Nèmirovsky no les resulta de ninguna utilidad. Durante 1941 y 1942 escribe La vida de Chejov y Las moscas del otoño que no se publicarán hasta la primavera de 1957, y además emprende su trabajo más ambicioso, Suite francesa. El 13 de julio de 1942 los gendarmes llaman a la casa de los Nèmirovsky, detienen a Irène y el 16 es llevada al campo de concentración de Pithiviers y al día siguiente es deportada a Auschwitz y asesinada el 17 de agosto de 1942.

       Sus últimas novelas forman una sinfonía global con estampas francesas de época, ofrecen una mirada total de la evolución ideológica y social de este país desde la Gran Guerra hasta 1942, como en Los bienes de este mundo (publicada por entregas y bajo pseudónimo en 1941), le seguirá Los fuegos de otoño (escrita en 1942, publicada póstumamente) y la inacabada Suite francesa (publicada póstumamente, en 2004). Tres novelas, tres historias que describen el desmoronamiento social francés a causa de las dos guerras mundiales, haciendo gran hincapié sobre el modo de vida de la burguesía. Los fuegos de otoño cuenta la historia de ese devenir social, político y económico de una Francia de comienzos de siglo, desde el punto de vista privilegiado de una sagaz y curiosa Irène Némirovsky. La editorial francesa Albin Michel publicó la novela por primera vez en 1957, y existen dos versiones mecanografiadas que conserva el Institut Mémoires de l’Édition Contemporaine: la primera de 1957 y,  la segunda, un documento corregido por la autora donde incorporó y suprimió pasajes hasta dar con la intención definitiva de la obra. Esta última versión, que publica la editorial Salamandra, reproduce la edición de Olivier Philipponnat y Teresa Manuela Lussone, dos expertos, que añadieron algunos de los capítulos eliminados por la escritora, para que los lectores comprendieran mejor la historia correspondiente al periodo entre 1914 y 1918. En la primera parte, que comienza con el periodo anterior a la Gran Guerra, de 1912 a 1918, se nos narra cómo era la vida de la pequeña burguesía antes de que el mundo cambiara para siempre. Su forma de vida pausada y sus acomodadas costumbres, que eran comunes en la mayoría de ellos, y analiza cómo la sociedad parisina contempla que desaparece todo lo que anteriormente conocía, sin que nadie haga nada y fruto de unos sueños patrióticos de grandeza y de victoria rápida que los políticos iban construyendo sobre mentiras; en realidad, eran unos cimientos poco sólidos incapaces de mantener esa caduca sociedad, y sobre todo las falsedades que alimentaban al pueblo francés mientras sus hijos peleaban en el frente, viviendo unos horrores que muchos de ellos jamás pudieron contar, y los que regresaron ni siquiera quisieron rememorar. Toda una crónica de vanidades que en sus primeras páginas ofrece el retrato de una familia burguesa de clase media formada por tres miembros: el padre, Adolphe, viudo desde hace tiempo, la hija de quince años, Thérèse, y la suegra,  la señora Pain, que hace las labores de señora de la casa. Celebran un banquete dominical junto a sus invitados: la familia Jacquelain, un matrimonio cuyo mayor orgullo es su único hijo Bernard, un adolescente brillante en los estudios del que se esperan grandes cosas; y el sobrino de Adolphe Brun, Martial, aspirante a médico, que sueña con abrir su propia consulta médica y algún día poder hacer de Thérèse su esposa, pese al parentesco y la gran diferencia de edad. Al grupo se unirán Raymond Détand, un estudiante de derecho amigo de Martial, que no tiene dónde caerse muerto, aunque es un auténtico superviviente y la señora Humbert, una atractiva viuda, que ha sacado adelante a su guapa hija Renée montando una pequeña sombrerería, y cuya única ambición es divertirse y casar bien a su hija.

       La segunda abarca el periodo de entreguerras de 1920 a 1936, y Némirovsky centra su mirada en los hombres y mujeres que sobrevivieron, y muestra especial hincapié en esa clase de individuos capaces de rentabilizar una desgracia. Hace un desglose cáustico y mordaz sobre aspectos políticos, económicos y morales de esa clase social nueva que tomó las riendas del país debilitándolo hasta la última consecuencia, pero es el retrato, al mismo tiempo, de un mundo trepidante, inestable y sin honor, donde la palabra de un hombre valía tanto como sus finanzas. Destruyó las defensas morales y sociales de un país que no pudo asumir lo que vendría después.

       La última parte comienza en 1936 cuando en Europa se empiezan a respirar los aires de la nueva guerra. Un conflicto que llegaría pocos años después con la invasión de Polonia, el 1 de septiembre de 1939, y en la que Francia entró dos días más tarde declarando la guerra a Alemania. En este último tramo de la historia Irene Némirovsky se prepara para llegar a la conclusión final de su argumento, y quizá por eso dará una salida honrosa a sus protagonistas que, como observamos a lo largo del relato, representan al individuo francés medio de la época, mientras analiza las consecuencias nefastas a las que llegó Francia por esa dejadez moral y política de sus gobernantes, no pretende relatar algunos de los acontecimientos bélicos, o el comportamiento de la sociedad parisina ante la invasión alemana y sus consecuencias, aunque se hace alguna mención en favor de la trama central, la historia que protagonizarán Thérèse y Bernard, y esa triste advertencia a las generaciones posteriores en contra de la violencia, de los fanatismos y de la pérdida de los valores sociales que otorgan al individuo las guerras y contra la humanidad.












Los fuegos de otoño
Irène Némirovsky
Barcelona, Salamandra, 2020

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