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martes, 6 de octubre de 2020

Poesía del desencanto

 A propósito del poemario, La libertad duele, de F. Javier Franco

 

       Siempre he pensado que cuando abrimos un libro de poesía nos adentramos en un mundo simbólico, en ese otro espacio donde no importa tanto lo que se dice como el significado de cuanto somos capaces de entender. De ese modo he llegado a creer que la poesía es, en un sentido perceptible, un método de defensa, una forma de liberación, o incluso una constante fuga. Estas afirmaciones, sentencias o, tal vez, arriesgados juicios de valor vendrían a justificar, por mérito propio, el último libro que hemos sostenido en nuestras manos, alguno de los anteriores que recordamos gratamente, incluso muchos de los que leemos a lo largo de nuestra vida, porque de alguna manera verifican más que nada un género que no por denostado sigue dejando una profunda huella en las conciencias humanas.

       F. Javier Franco mostraba en su primera incursión lírica, Perros despeñados (1990) una angustia vital, y se servía del verso como de una suprema necesidad para comunicarse, aunque los suyos fueran los sentimientos más frágiles que un ser humano pueda albergar, y solo a través de la poesía fuera capaz de desnudarse ante la frialdad de una soledad tan tangible como absoluta, y así desvelar sus sentimientos frente a un cielo gris y no azul, pero lo suficiente cálido para brindarle aun esos deseos para subsistir. Aquellos eran los versos de un hombre desesperado que con un libro lograba sobrevivir.

       El filósofo Friedrich Nietzsche sostuvo a lo largo de su vida que los pensamientos humanos devienen, de alguna manera, en una forma de libro, un concepto textual que se va fraguando con el paso de los años, de una forma imprevista y sin previo conocimiento. Quizá esta, y no otra, sea la única forma de escribir con esa absoluta libertad que nunca viene impuesta, y quizá por ello, F. Javier Franco escribe y nos entrega, La libertad duele, poemas que se convierten en una suma de paraísos perdidos que el autor busca a través de sus versos. El título que propone el poeta rememora ese otro pensamiento del filósofo cuando afirma que solo llegaremos a ser persona cuando nos identifiquemos con esa libertad, para así ser capaces de reconducir nuestras vidas y consigamos hablar de nosotros mismos. Y una vez alcanzada esta meta, superar la homogeneización y la posibilidad de construir de otro modo de comunidad, en definitiva, superar el nihilismo y por consiguiente el sinsentido de lo cotidiano. Para Nietzsche “cortar las ataduras del pasado personal” debe entenderse  como uno de los caminos de la libertad, y por consiguiente la atractiva idea del “espíritu libre” se traduce o mejor debe entenderse como esa independencia del pensar respecto al entorno y las relaciones humanas. Visto desde esta perspectiva, afrontar este modo de realidad parece constituirse en una forma apolítica, apátrida y solitaria, y por consiguiente entenderse como ese momento previo a una cierta autonomía desde donde podamos vislumbrar cualquier perspectiva o pretensión de la política del sentido.

       Para alcanzar su meta, el granadino establece en su libro un “Proemio”, seguido de un poema titulado, “La expulsión del paraíso”, que rememora la visión de un fresco de la Iglesia del Carmine de Florencia, y sigue su andadura por el proceso de ese discurrir de unos versos que el poeta concreta en cinco apartados de variada factura poética y métrica, generalmente ensayando un verso libre que se ajusta a un calculado verso del desencanto, o a ese sentimiento de frustración espiritual que el poeta establece en esa dicotomía de la realidad que vivimos entre lo verdadero y lo falso, la dimensión de una dramática realidad a que nos vemos condenados, y es así como elabora simbólicamente su imagen del hombre, una imagen que ni siquiera literariamente consigue dejar prefijada, a través de los poemas de “Náutica del ser”, para seguir dejando su huella en “El rastro del vagabundo”, poemas donde el placer y el dolor se confunden por el peregrinaje que emprende el viajero; para desembocar en el apartado, “Vacíos”, sobre experiencias propias y ajenas, evocaciones a Miguel Hernández, Federico García Lorca, Brian Jones o a ese poeta callejero que regala sus versos al olvido. El apartado más extenso corresponde a “Condenados”, donde la perspectiva del poeta mira a temas y propósitos de lo más variado, con abundantes poemas sin título que otorgan al conjunto esa otra visión de lo escrito, y que dará paso a otro “Vacíos de nuevo”, o instantes donde subyace una eternidad y la vida del hombre-poeta, y el resumen mismo de su existencia se hace a golpes de silencio, hasta llegar a un hipotético “Final” y encontrarse a sí mismo, soportando la carga de angustia, mientras esa libertad duele.

 



       De la lectura de La libertad duele, se desprende, sin duda alguna, que la poesía puede convertirse en un acto donde la heroicidad es absoluta, un hecho que de una manera y de una forma personal nos libera, y que nos explica la auténtica libertad. Para el poeta, el dolor y las dificultades no resultan una objeción contra la vida, más bien conforman su conclusión y un medio de perfección porque en condiciones adversas, nos hacemos libres y dueños de nosotros mismos.

                                                           Pedro M. Domene

                                                           Febrero, 2018

 

 

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