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jueves, 28 de enero de 2021

Cuaderno en blanco

 Enero

 

       Seguimos con las secuelas del COVID-19, y un manto blanco de un invierno, estación que se empieza a instalar en nuestro paisaje, mientras crece la esperanza de esa vacuna que nos devolverá esos aires de libertad, la realidad de algunos viajes, la compañía de los amigos, o sabernos libres de una mortal enfermedad que azota a la humanidad. Nunca la ciencia-ficción fue tan vehemente con una realidad a la que, durante muchos tiempos, apenas le hemos dado importancia alguna.

       Nuevas propuestas, Taján responde a la entrevista pactada, y el propósito de una nueva a Esther Ginés, interesante joven novelista que acaba de entregar, Mares sin dueño, una acertada visión intimista de la relación humana con el mar.

       Leo, aprendo y disfruto con La reina del exilio, de Herminia Luque, novela histórica con premio incluido. Y dos curiosos acuses de recibo, En casas ajenas, de Lore Segal (Xórdica) y Ese famoso abismo. Conversaciones con Enrique Vila-Matas, de Ana María Iglesia (Wunderkammer) propuestas para una reciente lectura.

 

miércoles, 27 de enero de 2021

Hoy invito a...


M. Ángeles Pérez

 

Amaneceres

 

Miradas

   A la típica pregunta de qué es en lo primero que te fijas cuando conoces a una persona, yo siempre tengo la misma contundente y afirmativa respuesta: los ojos. Y, más que a los ojos, a esa expresión que pueden transmitir a través de una simple e inocente mirada. Y, en este momento que atravesamos, tan raro y extraño para todos, lleno de confusiones, de incertidumbres y grandes contradicciones, me he dado cuenta, quizá con más profundidad, de lo que puede decirte la mirada de alguien. Y, cumpliendo con nuestra estricta obligación de llevar la mascarilla puesta, esas miradas se han convertido, en un porcentaje bastante significativo, en nuestro lenguaje y en nuestra comunicación, es más, se han visto abocadas a aumentar su expresividad de una manera especialmente acelerada.

       Todos sabemos que hay distintas clases de miradas, las profundas, las paranoicas, las seductoras, las que matan. Pues bien, yo siempre me quedaré con aquella que me transmita paz, serenidad, esperanza y, le añadiré, de mi cosecha si no lo tiene, un poquito de misterio para dar intriga y suspense a mi reposada vida.

 


 

 

martes, 26 de enero de 2021

Madame Bovary

                           El realismo decimonónico de Madame Bovary

 

 

       Tres situaciones provocan cierta curiosidad en la vida de Gustave Flaubert (1821-1880), nacido en Normandía y de esencia normanda, que merecen nuestra atención lectora; no porque de alguna forma hayan caracterizado sus obras, salvo la tercera, sino porque han contribuido a modelar su carácter y a darle una visión del mundo que estaría en la base misma de las estructuras esenciales que configuran su mirada de la sociedad como del universo simbólico que nace con su escritura. En primer lugar, su situación en el seno de una familia a la que ama con pasión, madre, una hermana y padre, aunque nunca dejará de sentirse un extraño frente a él y a su hermano mayor, sobre todo por la relación que ambos mantienen con el mundo científico y laboral, son médicos, y el hermano mayor heredará el puesto del padre, cirujano jefe en el Hospital de Ruán; en segundo lugar, la muerte sucesiva de dos personas muy queridas: el padre en 1846 y la hermana que sigue la tradición de los grandes amores románticos y se había convertido en la confidente del hermano, pero aunque estas muertes marcan de manera muy negativa al joven autor, no se consideran como la fuente de su gran crisis existencial que tuvo lugar entre 1842 y 1845; en tercer lugar, su experiencia del amor, en 1836 conoce a Elisa Schlésinger: amor loco, amor imposible, que le va a desvelar sus secretos como experiencia trascendente, aunque en 1839, en el transcurso de unas vacaciones por el Midi francés, conocerá a Eulalie Foucauld, que le ofrecerá otra clase de amor, la experiencia de los sentidos, y le cura de las añoranzas de Elisa y del amor místico.

 


 

       Esta doble experiencia amorosa la traduce en novelas calificadas de Realismo romántico autobiográfico, cercanas a la visión de Musset y de Sand, e integran el ciclo de Memorias de un loco (1838), Los recuerdos, notas y pensamientos íntimos (1840-1841), y Noviembre (1842). En 1846, Flaubert fija su residencia en Croisset y comienza un inmenso trabajo solitario de escritura. Inicia la primera versión de La tentación de San Antonio, que abandonará según el consejo de su amigo Maxime Du Camp, y a instancias del mismo, tras un viaje por Oriente, se pondrá a escribir, Madame Bovary, “un libro sobre nada, un libro sin atadura exterior, que se mantendría a sí mismo debido solo a la fuerza de su estilo (…), un libro que apenas tuviera trama”, como le dirá a su amante, la poeta Louise Colet, en carta de 1852. Los esfuerzos de Flaubert para escribir esta novela resultarán proverbiales, cinco años de continua labor, unas 2.500 páginas de borradores, y finalmente, una obra de 300 páginas con el título completo de Madame Bovary. Costumbres de la Provincia. El éxito le lleva a París, a abrirse a una vida social más intensa, a nuevos amigos y a la idea de a reescribir una segunda versión de La tentación de San Antonio (1874).

 

 

Madame Bovary

 

       El escritor francés relata la existencia gris y atormentada de Emma Rouault, una mujer soñadora e insatisfecha que, para escapar al tedio de la vida matrimonial y provinciana, se entrega primero a un aristócrata libertino y después a un pasante de notario. La heroína, plagada de contradicciones y obnubilada por la lectura de novelas románticas no se resigna al papel de esposa y madre que el destino le ha deparado y, en su búsqueda de la felicidad, se deja llevar por la pasión y el autoengaño hasta que acaba convertida en una figura trágica. Flaubert disecciona a su protagonista con fría impasibilidad, pero a menudo simpatiza con esa mujer fantasiosa de corazón desbordado que se rebela contra un orden burgués que el propio escritor detestaba. La identificación de los lectores con Emma es tan fuerte que el personaje ha cubierto, casi como una usurpación exclusiva, desde la modernidad rebelde, tanto femenina como masculina, el espacio que otras heroínas, anteriores a la época de Flaubert, cubren como catalizadores de la ensoñación del amor imposible frente a la realidad social: la mujer del XIX y XX soñó y sueña en Emma el fracaso de todos los intentos de fuga de esa realidad, reviviendo en el fondo de su oficina o de su cuarto de estar las desventuras de la única Madame Bovary que para ellos hay en el texto. Sin abandonar esta lectura existencial, ligada al sentimiento del amor vivido o reducto de la individualidad frente a las estructuras sociales, el texto ofrece, sin embargo, otras pautas de interpretación, la dinámica de la novela presenta al menos tres conflictos de alto significado histórico: primero, y ante todo, el de Charles Bovary, quien da nombre a la novela, al prestar su apellido a tres mujeres; en segundo lugar el de Emma, tercera Madame Bovary del texto; y, en último lugar, el boticario Homais, el personaje más antipático, más cargado de significado histórico. 

 


 

       Cada uno de estos personajes cubre parcelas más o menos importantes de la novela, Charles iniciará el texto y lo acaba, ocupa sobre la coordenada temporal, la mayor cantidad de ficción de cuantos personajes participan en la novela, obliga a pensar que su conflicto es el marco general del texto, aunque el de Emma, luego Madame Bovary, tras casarse con Charles, aparece ya iniciada la historia, cuando el lector está al corriente del conflicto de Charles, y se resuelve a su vez, con la muerte, el de Charles queda aún sin resolver. El hecho que ocupe con sus tres aventuras amorosas, con Léon, con Rodolphe y de nuevo con Léon, el centro del texto y la mayor cantidad de escritura ha permitido identificar, y sin gran esfuerzo la novela entera con el de Emma, que borra de la conciencia del lector el resto de conflictos. Se ofrece un sarcástico retrato de esa sociedad vulgar y de la desdichada Emma, compuesto con una elaboradísima prosa de exquisita perfección formal que revolucionó el arte de la novela y dejó una estela de notables imitadores.

 

La edición

 

       La editorial madrileña, Tres Hermanas, publica una edición con las hermosas ilustraciones de Fernando Vicente, quien a través de la prosa perfecta de Gustave Flaubert descubre ese universo que gira en torno a Emma Bovary, a sus fantasías e insatisfacciones en una ciudad de provincias en la Francia del siglo XIX. A la hora de ilustrarlo, Vicente ha elegido las escenas claves para seguir las aventuras de Emma mezclándolas con alguna metáfora visual que nos habla del lado oculto del personaje, de sus deseos y sus anhelos, porque así se convierte en una protagonista muy apetecible, una mujer atractiva llena de contradicciones, que dota a la obra con un punto de modernidad y actualidad; no menos memorable la definida traducción de Mercedes Noriega y “Una pasión no correspondida”, prólogo de Mario Vargas Llosa.

       A Flaubert apenas le interesaba la intriga en una novela, quería ofrecer al lector una sinfonía cromática que, en Madame Bovary, se concreta en un azul secreto, y que aparecerá de manera sistemática en los momentos culminantes de la escasa acción, incluso en la misma muerte de Emma.

        


                                        Madame Bovary

                                       Gustave Flaubert

                               Prólogo de Mario Vargas Llosa

                             Traducción de Mercedes Noriega

                           Ilustraciones de Fernando Vicente

                            Madrid, Tres Hermanas, 2020

domingo, 24 de enero de 2021

Centenarios

 Efemérides, enero 

 

   01 de enero de 1921, nace Otto-Raúl González, poeta guatemalteco.

05 de enero de 1921, nace Friedrich Dürrenmatt, escritor suizo.

   19 de enero de 1921, nace Patricia Highsmith, escritora estadounidense.
21 de enero de 1921, nace Eugenio Corti, escritor italiano de firme convicción cristiana.

   29 de enero de 1921, muere António Duarte Gomes Leal, poeta portugués.

31 de enero de 1821, muere Ábate Marchena, poeta español.



 

jueves, 21 de enero de 2021

Txani Rodríguez

 

… me gusta

                        ¿En qué puedo ayudarte?

        

       Las imágenes que, a medida que pasamos las páginas, se suceden en Los últimos románticos (2020), la novela más reciente de Txani Rodríguez (Llodio, 1977), proceden de sus recuerdos de infancia y del paisaje industrial de su ciudad natal, quizá por eso la narradora construye un relato reivindicativo, un claro exponente de la solidaridad obrera, y añade una firme defensa de la amabilidad humana que complementa con la descripción de un envolvente horizonte que, siempre, ha dominado la vida de los habitantes de Llodio.

       La protagonista, Irune, trabaja en una fábrica de rollos de papel higiénico industrial para gasolineras, el papel que cubre las camillas de los hospitales y servilletas para una cadena de comida rápida, desempeña una tarea alienante que, sin embargo, resulta esencial para que funcionen los engranajes de la producción. Aburrida, una primera impresión sobre la joven deja mucho que desear, resulta sosa, insegura, sin lazos familiares o de amistad que den vidilla a sus días que son repetitivos como su agenda, de casa al trabajo y del trabajo a casa, solo un problema de salud inesperado hace saltar las alarmas de su rutina, alterada también por un conflicto laboral y los problemas de una vecina, se muestra dispuesta a escapar de las preocupaciones o de su vida anodina, y se entretiene llamando al teléfono de información de Renfe para preguntar horarios de trenes que la lleven a París, a Sevilla, o a Lisboa, pero sin la verdadera intención de ir, solo para soñar con un destino, o para hablar con un teleoperador de voz sugerente llamado Miguel María. Un día decide unirse al grupo de huelguistas que ha ido viendo a su paso a la fábrica, aunque suponga un riesgo para su puesto de trabajo; de hecho, la avisan sutilmente desde arriba en alguna ocasión, sin que para ella suponga una renuncia a sus propios planteamientos. Irune es una mujer actual, con vindicaciones personales y, en realidad, Txani Rodríguez cuenta un relato minimalista, donde unos personajes y cruzados giros de un argumento variado dan vida a la narrativa que propone su autora. Una obra intimista donde la historia gira en torno a Irune, narradora en primera persona que se erige, en la voz y en la conciencia de su pequeño mundo, para ella repleto de injusticias, caso de la precariedad laboral o el maltrato a los ancianos; una suma de tragedias íntimas, como la enfermedad, la ausencia de los seres queridos o la difícil búsqueda del amor, y paralelamente, la narradora incluye un episodio más íntimo cuando se descubre un bulto en su pecho y comienza a sentir la angustia de quien recorre las consultas médicas en busca de esas rápidas respuestas que se demoran.

       Muchos de los detalles que se van sumando a la narración construyen un argumento simple, confluyen en una novela sólida porque entre otros muchos aciertos cobran ese valor simbólico que trascienden a otras perspectivas y, en realidad, se convierten en auténticos dilemas existenciales: enfermedad y salud, amor y soledad, trabajo y diversión, o esa continua huida en pos de una realidad. Todas estas disyuntivas hacen que el relato avance con cierta sabiduría narrativa, sin que su tensión desfallezca en ningún momento, aunque el acierto de Txani Rodríguez es el tono que mantiene con una sobria y emotiva tensión sin que el relato caiga en un sentimentalismo chovinista.

       Otros personajes conforman una trama que proporciona al lector una visión de conjunto, como Paulina, una vecina anciana que conoce Irune y visita con frecuencia para aliviar su soledad y el mal trato al que la somete su hijo Abel. Desde el planteamiento simbólico aludido en el párrafo anterior, es todo un acierto que no haya parentesco entre la joven y la anciana, así el altruismo de la joven se convierte en otro modo de luchar contra la soledad que experimentan nuestros mayores, particularmente significativo en una sociedad actual cuando el aislamiento y la vulnerabilidad de estas personas ha ido acentuándose.

       La autora sintetiza su lenguaje, lo precisa y lo concreta, cuida la expresión sintáctica, porque en una novela intimista como Los últimos románticos lo vemos todo a través de los ojos de Irune, y esa mirada debe ser absolutamente nítida si pretende denunciar una realidad; pero, al mismo tiempo quiere transmitir al lector la sensibilidad de la protagonista para abordar los temas que va exponiendo, propios y ajenos que conforman ese micromundo del que todos formamos parte.

     


 

 

Los últimos románticos

Txani Rodríguez

Barcelona, Seix-Barral, 2020

miércoles, 20 de enero de 2021

Sabías que...

 

                 “Ten cuidado con los miedos, les encanta robar sueños”.

martes, 19 de enero de 2021

Alejandro Zambra

 ... me gusta

La estrategia del poncho

                           

 

       Chile reúne a algunos de los mejores novelistas contemporáneos que, entre otras curiosidades, evitan la estética del realismo mágico en favor de una armonía propia, y proponen nuevos relatos del pasado histórico y del presente actual en un país reconstruido en los últimos quince años. Certifican una curiosa diversificación y profusión en el terreno narrativo, frente a ese conocido concepto de “país de poetas” que supuso la indiscutible repercusión de Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Su temática viene marcada por un hecho sencillo: estos narradores vivieron el final de su infancia y parte de su adolescencia en un contexto histórico-político inestable que, como toda dictadura militar, causó heridas en la vida nacional, y articulan sus discursos pensando cómo se vivía antes del golpe, qué ocurrió durante la dictadura, o qué ha cambiado en la pos-dictadura. Su ficción ofrece historias personales y familiares de un pasado reciente, contadas desde la perspectiva de los hijos, una construcción narrativa sobre la infancia y la juventud en los años ochenta, noventa y principios del dos mil, como Cansado ya del sol (2002), de Alejandra Costamagna, Verano robado (2006), de María José Viera-Gallo, La vida privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011), de Alejandro Zambra y Ruido (2013) de Álvaro Bisama, que exponen perspectivas que vinculan o desvinculan al lector con el pasado: una infancia o adolescencia que se cruza en cualquier punto con la de otro, ese “otro” es un personaje de novela chilena reciente; un periodo que abarca a una generación, desde mediados de los ochenta en adelante, asociada a situaciones cotidianas, objetos y enlaces con los medios de masas, y relaciones familiares con recuerdos comunes de lectores de otras promociones.

       Conocido como el mejor escritor de la generación más joven, Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) había publicado los poemarios, Bahía inútil (1998) y Mudanza (2003). Ensayista y crítico literario se decantará por la narrativa, experimenta una autoficción consciente y concibe la escritura como ese desvelamiento de la realidad, publica la trilogía, Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011). Su responsabilidad cívica respecto a su Chile natal se lee en Mis documentos (2013), curiosidad que desvela innumerables signos de vigor y la habilidad de quien se aleja del encorsetamiento literario. Facsímil (2014) es un libro muy de Zambra, su estilo y temas lo han convertido en una voz imprescindible de la literatura latinoamericana que despliega de manera radical y extrema, nos interpela ante la desigualdad, la memoria, la educación, muestra a un autor que arriesga y proyec­ta una obra que se distingue por su precisión, contundencia y esa tonalidad única que conjuga rabia, humor y delicadeza. Tema libre (2018) evidencia esa indeterminación liberadora que alcanza un escritor, reúne conferencias, cuentos dispersos, o ese homenaje a la escritura; incluye dos relatos cómicos con chistes de argentinos y personajes estrafalarios y absurdos, un ingenio deprimente, bastante risible que ya adelantaba en No leer (2010) una recopilación de textos sobre literatura, a medias entre crítica o memoria publicados en prensa.

       Poeta chileno (2020) es su obra más extensa, y los tres temas que vertebran el libro están íntimamente conectados: uno es el de las relaciones paterno-filiales, con ese padrastro y ese hijastro que no aciertan a definir del todo el vínculo que los une, ni sopesan con exactitud hasta qué punto los define o influye; otro, una masculinidad vacilante en el cambio de milenio, con un machismo más que superviviente obstruyendo otros modos dubitativos de estar en el mundo, y el tercero ese sentimiento comunitario, de pertenencia a un país, gremio, generación, clase social o familia, de ahí la importancia de esa alusión a legendarias escenas de la poesía chilena en un libro que no trata exactamente acerca del tema, lo utiliza para sus verdaderas preocupaciones: la vocación de la escritura, la necesidad de reconocimiento frente a la voluntad de independencia, el concepto de éxito o de fracaso, la extraña mezcla de entendimiento y competencia que caracteriza a los miembros de una misma generación, y las peculiaridades de una vida dedicada a un asunto improductivo como la literatura.

       La novela se articula en tres tiempos: Gonzalo y Carla, novios adolescentes, se separan tras un decepcionante sexo primerizo, se encuentran diez años después, y Carla es madre de Vicente, un niño de seis años que Gonzalo, poeta en ciernes, criará como propio hasta una nueva separación; años más tarde, Vicente, que ha cumplido dieciocho, se enamora de una “gringa” y comienza a escribir sus propios poemas y retoma el contacto con Gonzalo. Zambra indaga acerca de las relaciones afectivas paternofiliales, sobre la vulnerabilidad y el orgullo, y acerca de los malentendidos de la convivencia y de la generosidad como una forma mayor de amor. Las mejores páginas las protagonizan el “padrastro” y el “hijastro”, se modulan sin entrar en complejidades psicológicas ni salirse del patrón heterosexual en nuevas formas de masculinidad. Zambra mantiene una respetuosa, y algo burlesca distancia, respecto a sus personajes que no pierden encanto por ello; la trama irá más allá, Gonzalo y después Vicente son poetas, y no olvidemos que en Chile la poesía es algo parecido a un deporte nacional y cumple un importante papel en la novela, aunque no resulte exclusivo, porque la sociedad de los poetas funciona como un espejo humorístico y embellecedor de una sociedad popular y, gracias a la poesía, Zambra reformula uno de sus temas predilectos: la defensa de una entusiasta inmadurez, y como suele hacer, el narrador evita la tentación de presentar una novela en clave, solo para entendidos, y lo justifica con un curioso personaje extranjero, Pru, una norteamericana que entrevistará a una variopinta lista de poetas locales que recuerdan a personajes de Bolaño, si cabe más ridículos que sublimes, porque para Zambra la elección no es inocente, escribe con ese inevitable aire de época, aunque una neoyorquina objetive el bullicioso mundo de los poetas chilenos, y Nueva York se convierta en esa mirada que permite definir lo local en momentos determinados.

 

Alejandro Zambra 

Poeta chileno

Barcelona, Anagrama, 2020.

 

 

      

 

        

sábado, 16 de enero de 2021

Hoy tomo café con...

 Ernesto Calabuig indaga sobre la finitud humana en su libro de relatos, La playa y el tiempo.

 

       Ernesto Calabuig (Madrid, 1966) es Licenciado en Filosofía, escritor y traductor de alemán. Ha publicado la novela, Expuestos (2010), y los libros de relatos, Un mortal sin pirueta (2008), Caminos anfibios (2014), y acaba de entregar, La playa y el tiempo (Tres Hermanas, 2020). La crítica señalaba dos características esenciales en Un mortal sin pirueta (2008), su primera colección: una notable sensación de intimidad y una no menos manifiesta complicidad con el lector aunque, quizá en igual proporción, se advertían referencias al pasado, el recuerdo y la literatura. Calabuig explora la senda que entraña el complejo mundo de los sentimientos, y lo verifica con una alevosa memoria que quisiéramos evitar en numerosas ocasiones, porque esta nos desazona muy dentro, y aquellos nos obligan a convertirlos en literatura con el transcurso del tiempo. Parte de estas pretensiones ya se constataban en su segunda colección, Caminos anfibios (2014), un paso más, una mirada sobre el misterio de la vida, y al hilo se indaga sobre una colección de experiencias humanas, referencias al mundo germano, la cultura del cine y series de televisión, aquella literatura adolescente y luego adulta, o inequívocas referencias a su labor como crítico, y ciertos aspectos más íntimos respecto a su familia a lo largo de varias generaciones, añoranza a los veranos pasados en las playas levantinas y el recuerdo de su juventud en los ochenta, a sus futuros estudios de Filosofía, y al amplio bagaje adquirido de literatura germana, Judith Hermann, Hannah Arendt o Clemens Mayer. La playa y el tiempo (2020) es una nueva colección de cuentos, su tercera entrega, donde Calabuig retoma, una vez más, esa ajustada propensión a pensar en qué consiste la finitud humana, nos convoca a disfrutar de una ojeada sobre nuestra vida cotidiana y reflexina sobre el paso del tiempo, acercándose a ese concepto de temporalidad, y respecto a esa noción de memoria y cuanto rodea a nuestro mundo.

 


 

       ¿Sigue teniendo esa sensación de intimidad y de manifiesta complicidad con el lector cuando publica un nuevo libro?

       Sí. Incluso creo que ha ido a más esa sensación. Este es mi cuarto libro. En el primero, de hace ya doce años, tenía todavía una impresión de escribir a solas, para mí, casi como si nadie o muy pocas personas fuesen a leerlo. Era la idea de una “plegaria no atendida” Pero con los años, he ido conociendo a muchos lectores y lectoras que, además, me han ido comentando con mucha profundidad y cercanía cuánto les llegaba de las cosas que yo contaba. Ahora, por ejemplo, a  raíz de “La playa y el tiempo”, muchas mujeres de cuarenta y tantos se han visto retratadas en gran manera por la protagonista del primer relato y me lo han dicho. Es una suerte esta comunicación interpersonal. Un lujo para un escritor que cuenta sus historias esperando que lleguen y digan cosas. 

¿Un libro de cuentos se somete al criterio de unos lectores, quizá, más exigentes?

       Supongo que ese es el juego y el riesgo. Hay en nuestro país lectores de relato que son de verdad exigentes y perciben muy fino o están cansados de libros clónicos o insustanciales. Uno no debe “escribir por escribir”. Esto no es una mera tarea de redacción. Hay que poner el alma en lo que se cuenta para que el mensaje llegue y sea apreciado.

       En su primera colección de relatos, Un mortal sin pirueta (2008), mostraba esa eventualidad que modela el ayer y el hoy, ¿sigue dudando de qué manera se modelan ambos espacios de tiempo?

       Tengo que reconocer que la percepción del paso del tiempo es una obsesión, enfermiza, que está en cada uno de mis libros y que yo he sido mi propio terapeuta. Escribir me ha permitido analizar qué es lo que el “tiempo canalla” hace con nosotros. Naturalmente, la edad te va dando perspectiva y ángulo, y desde ahí cuentas cosas a través de tus personajes, personajes que, como yo, padecen el vértigo del fluir acelerado de las cosas y las pérdidas que vamos acumulando, aunque también alguna madurez o sabiduría personal. 

       Entonces, ¿le inquieta lo suficiente esa temporalidad como para escribir un relato y compartir, además, ese sentimiento con sus lectores?

       Claro. Me inquieta y me tortura y quiero sacar algo de ese sentimiento. No soy más que un privilegiado que, a diferencia de otros, puede verbalizar y tirar del hilo con mis pensamientos y palabras, sacar las consecuencias por escrito.

       ¿La búsqueda, el reencuentro y las pérdidas conforman ese mundo particular donde contar una buena historia?

       Pues son ingredientes importantes. Y otro que yo añadiría es la conciencia de la fragilidad personal, algo que está presente en cada uno de los diecinueve cuentos. Yo siempre fui un deportista, un competidor, un tipo alto que caía bien o gustaba. De repente la vida rebaja tus pretensiones y tu energía y te vas quedando ahí, con cara de no entenderlo. De eso hay también que hablar y a veces los hombres tenemos que ser “tan hombres” que no hablamos de ciertas cosas, de nuestra decadencia física, etc. En la presentación virtual en Madrid del libro mencioné aquella hermosa canción de Antonio Vega, Lucha de gigantes, donde se dice: “En un mundo descomunal siento mi fragilidad”. De eso va mi libro, de cómo el mundo nos supera, nos pasa por encima y somos criaturas absolutamente frágiles. 

       El siguiente volumen, Caminos anfibios (2014), ¿reúne, en realidad, una colección de experiencias humanas?

       Antes de Caminos anfibios publiqué, en 2010, una novela (“Expuestos”) y en Caminos anfibios hablé sobre todo de las tentaciones humanas, de cómo, en nuestras vidas, resbalamos por el barro y nos dejamos caer (infidelidades, traiciones personales, rupturas familiares, rencores que perduran sin solución…). Caemos en todo eso  incluso sabiendo que nos hacemos mal o le haremos mal a otros. Hay una parte animal, básica, que nos guía a menudo, incluso hormonalmente, como a los sapos que recorren cada año esas sendas embarradas de los bosques y corren peligros.

 


       Ahora nos entrega una nueva colección de cuentos, La playa y el tiempo (2020), ¿se le resiste la novela o se encuentra más cómodo en la distancia corta?

       Bueno, como sabes, publiqué una novela en 2010, pero es cierto que me impresionan cosas y las desarrollo mejor en forma de relato, aunque a veces esos relatos tengan treinta páginas o sólo dos. Me gusta esa idea de dejar algo sugerido, mostrado, apuntado, sin necesidad de cerrar todos los hilos.

       ¿Seguimos estando sometidos a esa nostalgia del pasado, de nuestra infancia, de nuestra juventud, de los años universitarios, ¿y usted lo canaliza a través de la escritura?

       Así es. Soy uno de los muchos que añora la simplicidad del tiempo que me toco vivir de niño y de adolescente, ese espacio humano de realidad cara a cara. A la televisión se le llamaba “la caja tonta”, como si fuese un gran peligro. Esa generación de la EGB y  Verano azul, previa a la informática y a estos móviles de ahora, que dejaron de ser meros teléfonos para mediatizar del todo nuestras vidas. Somos zombis, hipnotizados entre pantallas de pantallas de pantallas… No miramos la realidad. Estamos enfermos de apariencia y de virtualidad.

       El cuento, La playa el tiempo, que le proporciona el título al volumen, ¿es una declaración de intenciones del resto del libro?

       Creo que describe bien el espíritu del resto de los textos. En todos hay esa conciencia de que el tiempo se lo lleva todo como hacen las olas del mar. Apenas somos adultos y ya estás casado y los hijos crecen y es posible que te sientas demasiado rápido como la mujer del cuento, fuera de todo a los cuarenta y pico, con la misión ya cumplida pese a ser aún “joven”, atractiva o con cosas por hacer. 

       La protagonista de este relato ¿tenía que ser necesariamente una mujer que pusiera de manifiesto la sensibilidad del alma femenina?

       Buena pregunta. Pues no sé cómo sonará esto, pero creo de verdad en el alma femenina, creo que hay una sensibilidad y una percepción especial, una manera de mirar distinta de la de los hombres, que vamos por la vida muchas veces como elefante por cacharrería. Yo he intentado percibir como mi protagonista, dejarme llevar como si fuera ella en esos días solitarios de su playa. Estoy contento si lo he conseguido, tal como muchas mujeres de esa edad me han escrito.

       La ambientación germana, y Berlín como trasfondo, ¿es para usted un simple tema literario o una obsesión particular en su narrativa breve?

       Como sabes, yo soy traductor de alemán y Alemania es para mí como una segunda patria o algo parecido. Mi padre también vivió allí bastantes años. Supongo que acaba saliendo por algún lado esa querencia cuando escribo.

 


       Personajes como Dominque Forest o Leonard Cohen, ¿son ejemplos psicológicos de cierta coherencia durante esa crisis de la media edad?

       Son dos artistas reales. Dominique es casi un octogenario en la época que yo lo retrato. Y a Cohen lo muestro a sus sesenta y muchos (cuando se recluyó en el monasterio budista) y hasta el final de sus días. No es ya la mediana edad, pero sí son ejemplos de personas que, tras haber tenido una gran energía vital y creadora, se van desgastando y diluyendo. Es muy duro sobrellevar la conciencia de todo eso, volverse anciano, tener mala salud…

       Pese a una marcada toxicidad humana, usted nos ofrece una mirada amable de las situaciones, cuantifica el valor de la madurez y las lecciones que nos proporciona ese estado, ¿es esa su filosofía vital?

       Estoy justo en ese aprendizaje, en tratar de asumir que ya no eres el chico que marcaba el ritmo en las carreras de mediofondo sino un espectador alegre de que las cosas continúen y otros hagan lo que tú ya no puedes hacer. La mujer de mi texto lleva muy a gala que (pese a la separación, los años, o el hijo que crece y se va), en lugar de amargarse o caer en el cinismo, es capaz aún de dar amor y de ser dulce, no tóxica.

       ¿Escribir sigue siendo, para usted, un absoluto atrevimiento?

       Así comienza mi libro: “Escribir es un atrevimiento, como quedarse desnuda en una playa”. Uno podría no escribir, no abrirse, no exponerse. Hace falta valor o cierta inconsciencia para ser tan personal como yo suelo serlo cuando escribo, sabiendo que bastante gente va a verte en tu fragilidad, en tus obsesiones, en algunos secretos… Pero no puedo dejar de hacerlo. Hay una parte también de intentar sumar algo de belleza o poesía a este mundo tan difícil y duro. Si tienes un cierto don, debes ponerlo en juego, compartirlo, acompañar a quien te lea.

 

Fotos Copy: Bárbara Sánchez Palomero.

 

viernes, 15 de enero de 2021

Sabías que...

 

     “Quien te lastima te hace fuerte, quien te critica te hace importante, quien te envidia te hace valioso, y a veces aquellos que te desean lo peor, tienen que soportar que te ocurra lo mejor”.

 

miércoles, 13 de enero de 2021

Javier Morales


                                        Miradas de Hopper

 


                       Foto: Isabel Wageman

 

       Contar historias, y poco más, esas que surgen de la realidad inmediata, se traducen en relaciones personales, y pese a insatisfacciones, fracasos, o frente a una soledad absoluta tienden a ciertas alegrías, salvando esos problemas diarios para convertirse en historias que se miran en el espejo de la incertidumbre cotidiana. Javier Morales (Plasencia, 1968) publicó, La despedida (2008) y Lisboa (2011), dos colecciones que ofrecían la realidad moral de toda una vida, y sobre sus personajes recaía, o se construían las historias que giraban en torno a nuestro mundo. Autor de profunda tradición chejoviana, entregó, Ocho cuentos y medio (2014), relatos con calculadas elipsis que dejan el hueco necesario para que el lector interprete, o reinterprete las historias. El narrador arranca de una realidad inmediata, el resultado es tan desolador como dramático porque, como lectores únicos, no reflexionamos acerca de la percepción inconsciente del conocimiento de toda una vida.

       Los relatos de su última entrega, La moneda de Carver (2020) tienen bastante de recorrido biográfico, quizá por ese personaje o narrador interpuesto que se convierte en el alter ego del propio autor. Estructurado en tres apartados, los dos primeros cuentos, “El tiempo del tabaco” y “Cementerio alemán” evocan el tiempo de la infancia y la adolescencia, corresponden a relatos de formación; el primero, entre el temor y la rivalidad con un esquivo antagonista repasa las casi extintas labores del tabaco y los veranos de duro trabajo cuando se forja el carácter, y una vocación, esta más evidente; en el segundo cuento, el encuentro con un escritor llamado Paul Kirkwood abrirá los ojos a un chaval picado por el gusanillo de la literatura. En la segunda parte, Ninguna necesidad, se rinde homenaje a tres escritores muertos demasiado pronto que marcaron una significativa trayectoria literaria, Raymond Carver, el poeta y traductor Ángel Campos Pámpano y el novelista José Antonio Gabriel y Galán que, con su ejemplo, le había señalado al protagonista por su condición de escritor y placentino el camino para salir de la ciudad, como se apunta en el relato, “Gayga”. Nuevos homenajes en “El perrito de la dama”, un guiño a Chéjov, otro de sus referentes, que abre la tercera sección del libro titulada, Nuevas miradas, y ofrece un conjunto de relatos, tres en total, novedosos, que sitúan al lector a las puertas de un nuevo tiempo en su narrativa, ante ese cambio de estilo con finales menos intrincados que el autor atribuye a su concepción de la literatura como búsqueda personal, a la necesidad de explorar territorios y otras formas de narrar; un homenaje a Hopper en “Habitación de hotel”, y el significativo ejemplo de “La casa de Eccles Street”, que cuenta la eufórica hazaña personal con la que el protagonista intenta superar una pérdida, y nos sumerge en un final esperanzador, y esa sensación de haber leído un excelente cuento, porque Javier Morales considera que la realidad, con esa sensación de soledad y de fragilidad, nunca recrea un realismo sino que, en realidad, lo interpreta.

 


 

 

 

 

La moneda de Carver

Javier Morales

Madrid, Reino de Cordelia, 2020

martes, 12 de enero de 2021

Guadalupe Nettel

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                                 Una teórica normalidad                     

    

                                            

       Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) creció en un ambiente de dominación mediática y violencia simbólica, trance que rompe barreras sociales, económicas y familiares, y se convierte en el retrato de la debilidad humana en su planteamiento esencial. La narrativa de Nettel se caracteriza por una curiosa visión de nuestro mundo, actitud que la mexicana divide entre lo cotidiano y lo extraño; en su novela El huésped (2006) se describe el adiós a la percepción de la vista, un curioso encuentro con el universo de los ciegos, la cara subterránea de la ciudad de México, y los personajes, incluida la gran urbe, se desdoblan en una confusión de reflejos, se mueven entre lo superficial y lo profundo, sin que el lector sepa el territorio que pisa; El cuerpo en que nací (2011) ofrece la visión de una psicoanalista, neutra e invisible, un escudo protector ante un desnudo interior, pero la historia no se llena de pudor o de sentimentalismo, refleja un descarnado rosario de recuerdos encadenados, dibuja una infancia y una adolescencia peculiares y, en definitiva, el retrato de toda una generación; en los relatos, El matrimonio de los peces rojos (2013), extraños y singulares vínculos unen a una abogada, un profesor de biología, una estudiante de doctorado, una violinista y un autor de teatro con animales de compañía, e influyen en las relaciones de pareja, o en los no menos complicados lazos de familia.

       Nettel lleva tiempo investigando, a través de la escritura, la naturaleza de la concepción femenina, su propósito se ha convertido en un terreno literario de lo más fértil, la narradora despliega esa necesidad de cuestionar la impostada normalidad social, ahora entrega La hija única (2020) una novela que emociona por la sinceridad con la que refleja las diversas formas que adopta la maternidad en el universo femenino. La mexicana parte de un hecho real, un suceso cercano: a una amiga embarazada de ocho meses le diagnostican que su hija morirá al nacer; padece una anomalía neurológica, y a partir de esta confidencia, con el permiso de su amiga, Nettel entreteje dos historias paralelas de mujeres, ensambladas con el hecho de convertirse en madres, cuenta un relato poderoso que se aleja de tópicos convencionales porque Alina y su pareja, Aurelio, viven un doloroso episodio emocional tras tan devastadora noticia, y Laura, su amiga, se enfrentará a sus propios prejuicios sobre la maternidad en un escenario desconocido para ella, al tiempo que asiste al martirio que para su vecina Doris resulta la relación con su hijo, lastrada por la huella imborrable de la violencia machista. Las tres mujeres se enfrentan al mundo que otros decidieron para ellas, lo hacen propio, y a través de las relaciones que establecen, de sus necesidades y de sus sentimientos, Nettel configura un universo femenino universal, dispone de lo que realmente quieren las mujeres, con una profunda carga de feminismo, y sin un discurso previo ensayado fija su mirada en un entorno natural, observa un nido en su balcón, averigua que ciertas especies afrontan la crianza de modo colectivo, padres que cuidan de sus crías, una imagen de ese espejo de la madre naturaleza que confirma como la norma de la maternidad es algo inventado, existen mujeres, Alina, que deciden ser madres y otras, Laura, que optan por no serlo; Doris debe decidir sobre su propia vida. Nettel consigue que el lector cuando acabe de leer mire con extrañamiento el mundo que le rodea, liberado de ese cliché de una teórica normalidad.

 


 

 

La hija única

Guadalupe Nettel

Barcelona, Anagrama, 2020