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martes, 30 de agosto de 2022

Cuaderno en blanco

Agosto, 2022 No sabría muy bien cómo calificar agosto, quizá como el mes más solitario y aislado de tooos los que componen el calendario. Agosto equivale a vacaciones, descanso, libertad, y ese paso del tiempo donde no courre nada. Y lecturas por recuperar, amigos que saludar y dejar que transcurra el tiempo sin una mayor necesidad. Septoe,nre volverá con aires de novedades y otros proyectos de envergadura, mientras consumimos los últimos días del paraíso en agosto,

jueves, 25 de agosto de 2022

UNA VISIÓN BEAT

 

CENTENARIO KEROUAC

UNA VISIÓN BEAT

 

 

       La historia de Jack Kerouac es la de un hombre que vivió una juventud a la de­fensiva, y en la madurez nada le quedó por hacer. Hoy sería la crónica de un ser que esperó a la muerte apartado de sus amigos y de su propia gente, cuya leyenda ha cobrado vida a lo largo de los años, cuan­do por alguna circunstancia se actualizaba su figura: se cumplen cien años de su nacimiento, y ahora comprendemos que el suyo fue el gesto de un inconformismo repleto de senti­do.

       Quizá nuestras jóvenes generaciones, instaladas en el presente milenio, no quieran verse en el reflejo de los planteamien­tos comunes que llevaron a los beats a afrontar una forma de vida distinta, explorar nuevos conceptos del arte como manifestación diferente del ser y abogar por un despertar espiritual que desembocaría en jazz, sexo, alcohol y drogas. Kerouac, Burroughs, Ginsberg, Cassady o Corso planearon esta transformación e inventaron otra forma de afrontar la vida. Fue Jack Kerouac el menos afortunado, vícti­ma de su propia ambición, se le recuerda por su temprana muerte y una actitud valiente que le llevaría a enfrentarse a sus amigos, a su familia, o a la sociedad, en general; a su propia vida que nunca respetó y cuyos abusos le llevaron a desaparecer a la temprana edad de cuarenta y siete años cuan­do ya había escrito un buen puñado de excelen­tes obras literarias.


 

 

Generación beat

 

       Beat era el individuo que vagaba bajo las estrellas y sólo podía alzar la vista hacia ellas, deseando volar, elevándose lo su­ficiente para comprender que, en realidad, las estrellas eran sólo un sueño. Hasta lo borrachos-vagabundos peregrinaban porque, también, ellos buscaban lo imposible, a veces, nada más que dinero para una cena. Kerouac comprendió que el símbolo beat contenía la combinación perfecta de los ritmos del blues y un significado místico que representaría la vida americana real. Este movimiento, encabezado por algunos de los poetas más escandolpsamente provocadores de una nueva vanguardia, tuvo su punto de arranque en el recital de poesía de la Six Gallery de San Francisco, en el otoño de 1955.

       El mentor de estos jóvenes, Kenneth Rexroth, congregó a Ginsberg, Lamantia, McCIure, Snyder, Welsh y Whalen, aunque entre el público se encontraban Cassady, Fellinghetti y Kerouac. Ser beat entonces significaba haber sido derrotado pero, también, ser beatífi­co y santo. Luchar contra un sistema social persecutorio y basarse en los ideales literarios de la impersonalidad. Kerouac llevó a extremos convertir el escribir en una expresión directa de su persona, de las emocio­nes que sentía, pronto asimiladas por sus amigos beat, Ginsberg que afirmaba haber escrito la parte II de Bramido durante un colocón de peyote.

       Lo mítico, lo político y lo psicológico, combinados audaz­mente; el deseo sexual y la experiencia corporal, en un claro in­tento por resucitar el cuerpo para la nueva literatura norteamericana.

 

 

Una biografía

       Jean Louis Lebris Kirouac nació un 12 de marzo de 1922, en la zona francófona de Lowell, en el estado norte­americano de Massachusetts. Durante años tuvo necesidad de creer en el espíritu y discutiría sobre este asunto con sus mejores amigos y ya en el ocaso de su vida sintió el deseo de volver al Canadá de sus padres para demostrar que el pasado es la raíz del futuro y no se puede vivir sin la continuidad de ambos. Llevó una existencia incierta: jugador de fútbol ameri­cano, apasionado del jazz, voluntarioso estudiante y voraz lec­tor. No encontró una literatura que reflejara el estilo de vida americana de su época y así, a partir de 1940, tras la lectura de obras de Thomas Wolfe, Hermán Melville, Jack London, Joseph Conrad, Walt Whitman, Fedor Dostoievski o William B. Yeats, empezó a escribir sobre su propia existencia. La ciudad y el campo (1950), su primera novela, refleja el mundo del fút­bol que conocía bien; para él, la literatura consistía en contar las dos clases de vida: la sucia y la otra. En la novela puede verse el empuje de una juventud que pretendía recuperar una América construida por los primeros pioneros, que vivieron auténticamente, como  el escritor Henry David Thoreau, tras el viaje que realizara en bote hasta el nacimiento del río Merrimack; los gestos y las imágenes descritas en la literatura de esta excursión le proporcionaron al joven Kerouac la realidad que jamás había podido conseguir, vivir de forma auténtica.

 

En el camino

       Mantuvo una estrecha amistad con Hal Chase, William Burroughs y Alien Ginsberg, discutían bajo los efectos del alcohol y las drogas sobre el mundo del arte y la literatura, haciendo de ambos conceptos su punto particular de visión, en una carrera común por ser el mejor. A este círculo se unirán Bill Cannastra, Lucien Carr, Gregory Corso y sobre todo el matrimonio Neal y Carolyn Cassady, la influencia más firme en la vida de Kerouac. La estrecha amistad con Cassady le llevó a convertir a su mejor amigo en el protagonista de En el camino (1957), una novela que aplicó un principio de composición de ascendencia romántica, centrada en la espontaneidad, en la tentativa de captar el momento, el ritmo de la experiencia frenética y esos pensa­mientos excitados por los estimulantes y los alucinógenos. Jack había intentado crear para esta novela una atmósfera de sensibilidad, “viejo carromato”, puesto que había leído en la poesía de Keats, que renunciaba a recorrer la vida con desánimo; la novela representaría un realismo americano preciso. Las notas de su diario, recogidas durante tiempo, aportarían un conocimiento am­plio de la carretera y de las ciudades que había a lo largo de ella: Nueva York, Chicago, Nueva Orleans, Denver, Butte y San Francis­co. Quiso mezclar personajes y ciudades, además de hablar sobre amplias zonas del país en una extensa trama de símbolos que unificaría a todo el libro: Kerouac anotaba, “captar las estacio­nes”, siguiendo la tradición literaria norteamericana. Así, las estaciones se asocian a las regiones: Dean Moriarty viajará a Nueva York, hacia el Sur y a Nueva Orleans, en primavera; a lowa, Nebraska, Denver, Nevada y San Francisco, en verano; a Chicago, el Valle de San Joaquín, Saint Louis e Indiana, en otoño; y a Butte, Dakota del Norte, Idaho y Portland, en in­vierno. Utilizó el simbolismo meteorológico: es­peranza y promesa primaveral de una joven América; pasión ve­raniega de la madurez de una nación; decadencia humana y de un país, bajo los grises del otoño; y la muerte, en los fríos del largo invierno. El simbolismo más ambicioso del relato, se corresponde con la alegoría religiosa, que tanto marcaría al autor, pretendió reflejar la ascensión y caída de una sociedad cuyo protagonista continuaba siendo el ser humano.

       Calificado de borracho, desequilibrado y homosexual, se ha debatido mucho este último hecho que incluye una larga lista de amantes en los momentos en que la vida le dio la espalda, cuando se aferró, desesperadamente, a una voluntad superior que le supeditó, a falta de un carácter autoritario para escoger, en cada momento, la mejor opción para su existen­cia, soslayando la única por la que luchó, la literatura y ese otro concepto de entender el mundo del arte. Esto, y nada más, hace hoy imperecedera su narrativa, escrita de un instante a otro, como él mismo solía decir, una literatura capaz de vencer las modas y cuya lectura se reafirma con el paso del tiempo, ese que, inexcusablemente, hace olvidar algo que Jack Kerouac siempre temió.

 


Jack Kerouac, En el camino. Los subterráneos. Los viajeros del Drama; Barcelona, Anagrama, 2022.

miércoles, 24 de agosto de 2022

miércoles, 10 de agosto de 2022

Julio Castedo

 

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                                          Contar la Historia                          

 


 

       La aventura, mirada con perspectiva, es una forma de iniciaci6n, una posibilidad de experimentaci6n y de aprendizaje porque, en un sentido estricto, el relato se arma a partir de elementos tan solidarios como adversos; los primeros ayudan al héroe a cumplir con su itinerario, peligroso y desconocido; los segundos, que pueden ser tanto físicos como morales, dificultan su recorrido, el héroe estará a merced de las peripecias que deberá superar, quizá no regrese como partió y retoma su existencia con un bagaje en las distintas esferas de la vida.

       La novela histórica, más que otros géneros, refleja la conciencia histórica del tiempo del escritor y propone una lectura de la Historia Oficial interpretada desde el presente, y como elemento fundamental incluye las relaciones entre historia y ficción que resultan históricas en sí mismas, cambian con el tiempo y ensayan paradigmas distintos, géneros, o modalidades discursivas dominantes que convierten los discursos de la nación, de la literatura y de la historia en elementos entrelazados de conexiones múltiples y características específicas desde una perspectiva temporal determinada. La historia usa modelos literarios y una de sus principales preocupaciones es la formación de ese concepto de territorio, o de nación que se concibe en los términos ideológicos del proyecto colonizador y se imagina a través de la leyenda y la literatura; una literatura que se vuelve tanto histórica como con un sentimiento profundamente nacional.

       Julio Castedo (Madrid, 1964) ha venido entregando, en un tiempo calculado, una obra narrativa de una exigencia técnica, y una prosa eficaz y sobria nada frecuente en el panorama literario contemporáneo; se ha permitido una extraordinaria redención que, en un sentido figurado, ha liberado mediante una o varias acciones en su narrativa frente al dolor y la adversidad que provoca el silencio tras los intentos de llegar a un público en sus primeras apuestas que conforman un singular corpus, variado e interesante, Apología de Venus (2008), El jugador de ajedrez (2009) y El fotógrafo de cadáveres (2012), tres muestras de una exigencia narrativa sobria y eficaz, aunque Redención (2015) plantea un relato de mayor ambición, apuesta por una estructura más compleja, enlaza diversas historias que convergen y ensaya un auténtico alegato sobre la crueldad y la violencia, con páginas de un elevado tono erótico tan explícito como sutil que justificaría, entre otros aspectos humanos, la actitud de todo un drama familiar, y los límites a los que les lleva un congénito sentido de la  maldad.

       En sus dos apuestas recientes Castedo se consolida con una narrativa de corte histórico que Spang no considera como la única forma literaria que  hace  especial hincapié en la problemática del tiempo, sino que estas manifestaciones literarias que sitúan al novelista histórico cerca del historiador; y en otros casos ciertos historiadores ni siquiera reconocen una distancia entre el trabajo de  ellos  y el quehacer  del literato. Castedo entregaba Rey Don Pedro (2021) un relato contado con una hábil y extraordinaria introspección hasta una convulsa Castilla del siglo XIV, una apuesta que resulta singular, una aventura medida y construida con una acertada precisión, porque Rey Don Pedro arranca en los momentos previos a su muerte, durante el sitio de Montiel, donde Enrique y sus aliados franceses tienen cercado al monarca castellano, y se cometerá el vil asesinato que cambiará el rumbo de la Historia.

       La conquista de América, la gesta de Hernán Cortés y sus victorias frente a la civilización azteca, el fabuloso mundo que encontró en Tenochtitlán convierten su hazaña en esa inagotable sucesión de hechos que, histórica y literariamente, han llenado páginas, y han documentado el viaje en una suerte de aventura continua, una posibilidad que para el narrador Castedo se le ofrecía para armar todo un concepto de “rescribir la historia”, aunque en una acertada decisión, su vocación de narrador le llevaría a contar la desaforada experiencia vivida por unos náufragos frente a las costas de Jamaica cuando las corrientes los arrastraron frente a la península del Yucatán, en enero de 1512, donde Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero sobrevivieron para protagonizar esa otra historia que en El Renegado (XXXVII Premio Jaén de Novela, 2021) se convierte en esa aventura que constituye la esencia misma de la ficción, porque toda aventura conlleva la idea del viaje que es un tema recurrente en la tradición literaria, de manera que un relato en tanto viaje admite varias posibilidades de descubrimiento, conquista y crónica, además de una calculada forma de evasión que supone el vértigo de convertir al aventurero en un auténtico héroe.   

       El soldado-cronista Bernal Díaz del Castillo acompañaba a Cortés en su conquista de Méjico, y en su Historia verdadera de la conquista de Nueva España escribió sobre el “caso Guerrero”, nacido en Palos de la Frontera, quien se embarcaría rumbo a las Américas y tras una estancia en Darién formaría parte de una nao de camino a La Española aunque una desafortunada tormenta truncaría sus planes de gloria militar para encabezar una truculenta historia que, basada en hechos reales, Castedo convierte en una apasionante aventura que convertirá al náufrago en el primer cristiano que se volvió maya, que abandonó toda forma de pensamiento y de vida que había conocido en España y adoptó las costumbres del pueblo que lo acogió, se casó con una princesa, le dio hijos y una nueva vida, incluso llegó a convertirse en cacique de su propio pueblo indígena.

       Las peripecias de unos supervivientes, cómo se salvaron algunos hombres, a quienes los mayas sacrificaron y convirtieron en esclavos, el detalle de las costumbres de este singular pueblo, la selva, el poder del jaguar y la devota admiración de este singular pueblo hacia la Naturaleza y sus fuerzas, su convicción en los muchos dioses o la esperanza que obliga a los españoles a sobrevivir es la muestra inexcusable de la buena literatura que Castedo lleva a cabo en un relato de evidente ambiente aventuresco que se convierte en una narración donde, más allá del espacio desconocido, el héroe y sus peripecias nos brindan la posibilidad de contar su propia experiencia, y nos propone una lectura diferente que obliga a plantearnos toda una serie de preguntas acerca del concepto de este género literario.

       Ocho años después, en febrero de 1519, Cortés, desembarcaría en Cozumel, supo de dos españoles que habían sobrevivido en la zona, pero solo Jerónimo de Aguilar se reintegraría entre los suyos, mientras Gonzalo Guerrero se negaría a volver con los españoles, una decisión que novela Castedo y recrea como un personaje importante en la sociedad maya con la que lucharía por su supervivencia. Pedro M. DOMENE


 

Julio Castedo, El Renegado; XXXVII Premio Jaén de Novela; Córdoba, Almuzara, 2021.

 

 

jueves, 4 de agosto de 2022

Hoy invito a…

José Antonio Sáez Concluyo la lectura en estos días de la novela "El retorno", de la escritora almeriense Carmen de Burgos (Colombine), publicada inicialmente en Portugal y ahora rescatada gracias a los buenos augurios del crítico literario y escritor Pedro M. Domene, autor del siempre certero y ajustado prólogo que pone al lector en situación, editada por Trifaldi. Quien destacara por ser una abanderada del feminismo y la primera mujer corresponsal de guerra, compañera del escritor vanguardista Ramón Gómez de la Serna, sitúa la acción en Estoril y se adentra en el mundo del espiritismo en las primeras décadas del siglo veinte y muestra la fascinación que esta práctica ejerce sobre la clase burguesa acomodada, la cual se debate entre la banalidad, el aburrimiento y los galanteos amorosos. Recuérdese al respecto el documentado ensayo de la catedrática granadina Amelina Correa sobre la sevillana Amalia Domínguez Soler y el espiritismo, publicado en 2021. Carmen de Burgos escribe una novela ligera y fluida, con un castellano diáfano y a veces con alguna ligereza que denota, creo, falta de revisión de lo escrito; pero engancha al lector con una lectura eficiente y acaso bien documentada. Felicitaciones a Pedro M. Domene y a Trifaldi, en nombre de su editor Máximo Higuera Molero.