“Los buenos libros se escriben para que gusten a sus autores; luego a Dios o al Diablo, o quizá a ambos; y en tercer lugar, para nadie”. Juan Carlos Onetti
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martes, 30 de junio de 2020
lunes, 29 de junio de 2020
domingo, 28 de junio de 2020
sábado, 27 de junio de 2020
Cuaderno en blanco
Junio
Los días de un
junio luminoso avanzan acercándose a un verano que nos trae aires de una
desescalada lenta y juiciosa, y con algo de suerte nos aleja de una pandemia
que ha dejado sus huellas en nuestra vida cotidiana. Hoy mismo, 1 de junio,
comienzo con la lectura de Poeta chileno,
voluminosa e interesante entrega, de Alejandro Zambra, un reto que me llevará
un trabajo firme en las próximas
semanas.
Alterno la
lectura con otro libro de mi buena amiga Carmen Canet que publica Olas (2020)
una excelente colección de aforismo que ella escribe con una extraordinaria
calidad.
Las tardes
largas, las noches cálidas y esa perspectiva de una nueva normalidad antes un
horizonte de imprevisibles razones. Esperemos lo mejor, siempre. Avanzamos en
el mes de junio que me trae de vuelta, treinta años después, la primera novela
importante de Alejandro
López Andrada, La dehesa iluminada, que rescata del olvido
Berenice y que supone esa primera piedra de todo un monumento a la Naturaleza y
su dimensión más ecologista y espacial. López Andrada incide sobre esa España
despoblada que ya se veía venir, y esa necesita de resucitar las costumbres y
hábitos al hilo de una simbiosis hombre-naturaleza.
Entra el
verano con unos días calurosos, mientras el mes de junio se desvanece y nos
encaminamos a un julio repleto de sorpresas en esa prometida “nueva
normalidad”.
viernes, 26 de junio de 2020
Centenarios
13 de
junio de 1920, nace Walter Ernsting, escritor alemán de ciencia-ficción.
20 de junio de 1920, nace Amos Tutuola, escritor nigeriano.
24 de junio de 1820, nace Joaquim Manuel de Macedo, escritor y médico brasileño.
27 de junio de 1720, muere Guillaume Amfrye de Chaulieu, poeta francés.
20 de junio de 1920, nace Amos Tutuola, escritor nigeriano.
24 de junio de 1820, nace Joaquim Manuel de Macedo, escritor y médico brasileño.
27 de junio de 1720, muere Guillaume Amfrye de Chaulieu, poeta francés.
jueves, 25 de junio de 2020
miércoles, 24 de junio de 2020
Ángel Olgoso
… me
gusta
MINIMALISMO BARROCO
El concepto de
literatura fantástica, simbólica, alegórica o mítica en España solo pudo
aplicarse a un puñado de novelas que en la década de los setenta y ochenta
planteaban, narrativamente hablando, un asunto o desarrollo inverosímil, y si
recurrimos a la memoria habría que hablar de casos fantásticos en momentos
concretos que se superponen al contenido general, o se interfieren en el
desarrollo de otras acciones. Lo cierto es que España nunca se ha distinguido
por su predisposición a lo fantástico o fantasmagórico, y hay quien culpa de todo
al clima tan benigno que disfrutamos, a las circunstancias históricas, a la
estructura social, a la política educativa, a una atávica visión a ras de
tierra, o a un inusitado pudor aunque, tal vez, hubiera que considerar todo a la vez. Acerca de este
defecto Álvaro Cunqueiro afirmaba que durante demasiado tiempo ha prevalecido
entre los escritores españoles un miedo paralizante a abordar lo fantástico, y
el lector se ha ido desacostumbrando a que los acontecimientos fabulosos
pudieran ocurrir en lo mejor de nuestra literatura.
Ángel Olgoso (Granada,
1961) ha impregnado su obra breve de ese concepto esgrimido de lo irreal
porque, la literatura fantástica, según Olgoso, permite innumerables formas de
acercamiento al reverso, al envés de lo verdadero, ofrece un mundo infinito de
posibilidades; es, también, un mundo que se enfrenta al real, y cuando lo hace
produce una enorme colisión o un simple contraste, aunque de ese choque se
desprende una lluvia de chispas que ilumina las pobres vidas. El granadino
afirma que su literatura es producto de la imaginación, de la torsión de lo
real, se sirve de un obsesivo gusto por los contenidos expectantes y
vertiginosos, tan insólitos como perturbadores. Además, el relato fantástico le
permite escapar de lo consabido, de lo mostrenco, de lo plano, de un repertorio
tan limitado como es la literatura realista, y la suya, por consiguiente, es
una bruma inquietante y magnética de lo inaudito, una visión maravillosa, esa
que flota sobre las delgadas fronteras que separan lo concreto y lo abstracto, sometiendo
lo fantástico a una intromisión violenta, insólita de un suceso extremo en el
mundo real, hasta el punto de que el autor se ve obligado a hacer verosímil lo
inverosímil.
Ángel Olgoso
es, también, un fervoroso cultivador del mundo del terror y del más allá, un
devoto investigador de lo extraño y de lo absurdo como constata buena parte de su
amplia producción narrativa breve como queda constancia, y ahora explora en
estas cuarenta y tres miniaturas que componen Astrolabio (2020) un volumen que Reino de Cordelia rescata de una
primera versión de 2007. La mayoría de estos textos, un número suficiente, pertenecen
al género fantástico, y en sus páginas se suceden los monstruos, las criaturas
mitológicas, los misterios por descubrir, entes de ficción y personajes
increíbles, sortilegios, filtros de amor y males de ojo, aunque Olgoso no
plantea sus relatos en el exclusivo ámbito de lo fantástico sino que la
temática de su literatura queda caracterizada por una curiosa forma de
abordarlos, de presentarlos al lector con el fin de acrecentar su estupor, su
miedo o su aversión, y para subrayar su intención se aleja del compromiso de un
realismo conventual.
El narrador
granadino reivindica, en un primer cuento, “Espacio”, el formato a que recurrirá
en el resto del libro, el relato y microrrelato. No hacen falta muchas páginas
para contar una historia, y el granadino ofrece textos variopintos que se
desbordan en una increíble imaginación que ensaya con una prosa opulenta,
lírica cuya fantasía queda plasmada en “Historia del rey y el cosmógrafo” y “Si
mi cabeza cae”, o sacude nuestra conciencia, “Será como si no hubieras
existido”. Dioses, mitos, sirenas en “Los bajíos”, e incluso Medusa y Perseo protagonizan
una historia policíaca, “En el lagar”. Para otros relatos cogemos aire,
están salpicados de comas, sin apenas puntuación cuando debiera tenerla, salvo
cuando termina el relato, solo al final, y el autor nos sorprende, y afirma
categóricamente, “Pero es tarde”, entonces acaba el cuento “Venablos”. El otro mundo,
el más allá, tan cercano y contiguo, reverso y divisa de nuestra existencia: la
muerte, que nos regala textos como “Tributo”, “El espejo” o “Los
despeñaderos”.
Lo que ofrece,
Astrolabio, en su conjunto, sin
olvidarnos de la plasticidad de las ilustraciones de Marina Tapia, es una
suerte de sorpresas y alegrías literarias que se confunden con la fantasía y la
imaginación, y si un astrolabio nos
orienta para realizar una segura navegación, en esta ocasión conviene perderse
y abundar en esta colección surcando sus páginas para encontrarnos con la magia
veraz y la literatura a cuenta del Quijote, de Avellaneda, y las teorías que
apuntan cómo este singular hidalgo fue obra del propio Cervantes como leemos en
“El incidente Avellaneda”. Algunos de los objetos más cotidianos tienen voz
propia, despiertan el interés y la mirada del autor, un reloj de
pulsera, “Todas hieren”, o un ventilador, “Artículo genuino”.
Ángel Olgoso
plantea prodigiosos momentos en su forma, su expresión es milimétrica, tiene un
estilo depurado y así logra un efecto concreto y curioso porque la mayoría de
estos relatos provocan una emoción, un sentimiento, y con esa facilidad que
solo es capaz la pluma de los escritores verdaderamente grandes.
ASTROLABIO
Ángel
Olgoso
Ilustraciones
de Marina Tapia
Madrid,
Reino de Cordelia, 2020
martes, 23 de junio de 2020
lunes, 22 de junio de 2020
domingo, 21 de junio de 2020
Adiós a …
Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964-Los Angeles, 2020)
Carlos Ruiz
Zafón es uno de los escritores más reconocidos de la literatura contemporánea y
el escritor español más leído en todo el mundo después de Cervantes. Sus obras
han sido traducidas a más de cincuenta idiomas y han recibido los principales
galardones literarios.
En 1993 se da a conocer con El Príncipe de la Niebla,
Premio Edebé, considerada como una de sus mejores novelas juveniles y que
conforma, junto a El Palacio de la Medianoche y Las Luces de Septiembre, la
Trilogía de la Niebla. En
1998 publicará Marina, quizás la más personal de todas sus obras.
En 2001 publica la novela La Sombra del Viento, obra que le encumbrará a nivel mundial y que
es el primer libro del cuarteto El Cementerio
de los Libros Olvidados. Esta saga literaria incluye: La Sombra del Viento (2001), El Juego del Ángel (2008), El Prisionero del Cielo (2011) y El Laberinto de los Espíritus (2016);
todo un universo literario que se ha incorporado a la literatura
universal.
El
Cementerio de los Libros Olvidados se ha convertido en un símbolo universal de
la defensa de la lectura, de la pervivencia de la memoria a través de los
libros y del refugio de aquellos que creen en ellos.
sábado, 20 de junio de 2020
viernes, 19 de junio de 2020
jueves, 18 de junio de 2020
Hoy tomo café con…
Carolina
Molina publica Los
ojos de Galdós, ficción y biografía para conocer al autor de los Episodios
Nacionales.
Carolina Molina (Madrid,
1963) es licenciada en Periodismo y Directora de las Jornadas Madrileñas de
Novela Histórica. Ha publicado las novelas, La
luna sobre la Sabika (2003), Sueños
del Albayzín (2006), Guardianes de la
Alambra (2010), Iliberri (2013), El falsificador de la alcazaba (2014), Carolus (2017), El último romántico (2018) y recientemente, Los ojos de Galdós (Edhasa, 2019). Colabora en medios de prensa
escrita y digital.
Una curiosidad, ¿la Historia, vista como
ficción, como una novela?
Galdós dijo “Imagen de la vida es la
novela”, pero a veces parece que es al contrario. La Historia puede ser novelable,
pero también, en el fondo, es una ficción, porque no existe una Historia
verdadera, la Historia se manipula, por lo tanto Historia, ficción y novela van
siempre de la mano.
Usted ha insistido en ambientar sus
novelas en Granada y en Madrid, ¿qué tienen de especial ambas ciudades?
Para mí han sido las ciudades donde me
he formado como persona y como escritora. Los novelistas históricos tenemos una
extraña relación con la ambientación física, a fin de cuentas los personajes se
crean dentro de un entorno. Granada me lo ha dado todo a nivel literario y
ahora Madrid, además de ser mi ciudad de nacimiento, me está ofreciendo
oportunidades diferentes.
¿Literariamente estamos obligados a
volver, siempre, la mirada al escritor Pérez Galdós?
En mis charlas siempre digo que todo, a
nivel literario, está inventado ya por Cervantes o por Benito Pérez Galdós.
Ambos fueron inmensos, con una mente prodigiosa. Aunque los españoles no somos
dados a reconocer las virtudes de los nuestros, Cervantes ya está en el plano
de nuestro escritor universal. Ahora nos queda reconocer a Galdós como el mejor
escritor de todos los tiempos tras Cervantes. Esto, para algunos, es
discutible, pero yo no sé de ningún otro que haya escrito tanto, con tanta
diversidad ni con esa mirada tan moderna. Hay que reivindicar a Galdós desde
todos los puntos de vista, literario y humano.
Su novela reciente, Los ojos de
Galdós, ¿es ese obligado homenaje al autor o estaba ya escrita con
anterioridad?
Llevo dedicándome a Galdós hace mucho
tiempo. Primero como lectora, desde niña, luego aprendiendo de él como
escritora. De hecho mi estilo es bastante galdosiano, no lo puedo remediar.
Hace más de diez años me planteé escribir algo sobre Galdós, fui
documentándome, haciendo actividades con mi asociación Verdeviento. Gracias a
él (pues buscando a un cronista para comenzar a realizar las Jornadas
Madrileñas de Novela Histórica) encontré a Eduardo Valero (un gran
documentalista de la vida de Galdós) y poco a poco llegó el centenario. No
podía demorar más terminar mi novela. Y aquí está. Pero esto no va a quedar
aquí, con nuestra Asociación Verdeviento comenzaremos a realizar un encuentro
anual sobre don Benito y este año nos dedicaremos a ofrecer charlas y rutas
literarias.
En realidad, usted piensa que ¿sabemos
poco de Galdós?
Sabemos muy poco y en los aspectos de su
vida incluso hasta se están vertiendo errores importantes. Las fake news
también han llegado a Galdós. No fue tan mujeriego como se ha dicho, ni engañó
a Emilia Pardo Bazán (que fue al contrario), ni fue socialista, ni anticlerical
(al menos tal y como se dice), ni vivió en Lavapiés, ni la madre de su hija
María era analfabeta…todas estas cosas las están desmintiendo diariamente su
descendiente, Luis Verde, en redes sociales y Eduardo Valero, que además ha
conseguido que se nombre a Galdós hijo adoptivo de Madrid. El periodismo es una
gran herramienta para difundir noticias pero también contribuye a que se
arrastren errores. Uno copia a otro y así sucesivamente. Espero que las
próximas biografías de Yolanda Arencibia y Germán Gullón corrijan de una vez
esas falsedades.
Los últimos años de un anciano y
ciego Galdós ¿son realmente tristes y literarios?
En absoluto. Murió entre los suyos, con
su hija María, con el resto de su familia, con sus amigos. Murió como cualquier
otro ser humano, enfermo. Tampoco murió pobre, quizás endeudado porque tenía
muchos negocios abiertos y mantenía varias casas, pero él cumplió con sus
deudas y dejó una herencia considerable que ha llegado hasta sus descendientes
actuales. Esa imagen de Galdós pobre es muy literaria pero no es cierta,
trabajó mucho, a todas horas.
La relación de Carmela Cid y el
escritor, ¿forma parte de un exclusivo mundo de ficción?
Sí, totalmente. Carmela Cid es un
personaje ficticio que procede de mis anteriores novelas. Fue la manera de unir
Granada con Madrid, pues hace tiempo prometí que Granada tendría una referencia
siempre en todo lo que escribiera. Y por ahora lo estoy cumpliendo. Por otro
lado era la oportunidad de sacar a una mujer de protagonista paralela con
Galdós. Era lo suyo, Galdós tuvo personajes femeninos inigualables. Carmela, a
veces, se compara con Galdós al ser una forastera (ambos llegaron de diferentes
ciudades a Madrid), comienza en el periodismo como lo hizo Galdós, pero también
tiene que luchar contra la discriminación que le supone ser mujer. Por otro
lado, al ser cronista de sociedad me permitía describir los acontecimientos
históricos del momento: el atentado en la boda de Alfonso XIII, inauguración de
los hoteles Alhambra Palace, Ritz y Palace de Madrid, inicio de la construcción
de la Gran Vía
madrileña…
En su novela aparecen personajes
reales, Pardo Bazán, Colombine y, entre ambas, la fuerza de la joven Cid, ¿se trata de
poner de manifiesto el papel de la mujer en la época?
Era uno de los objetivos. Tanto la Pardo
como Colombine son dos escritoras y mujeres a las que admiro. Sobre todo
Colombine, porque fue censurada durante muchos años y ahora se está
recuperando. Es además periodista, algo que me llega más profundamente,
corresponsal de guerra. Una mujer excepcional, aunque ambas nos dieron
lecciones en un momento muy complejo para la mujer: se independizaron de sus
maridos, trabajaron y lucharon por los derechos femeninos.
La realidad histórica, abunda en bastantes
datos, y se mezcla la ficción ¿el lector debe saber en cada momento en qué
realidad se encuentra?
Debería saberlo, la novela histórica
nada entre dos mares: la realidad y la verosimilitud. Lo
ficticio tiene que ser verosímil. Es cierto que a veces, si lo mezclas
demasiado (o demasiado bien) cuesta diferenciarlo pero siempre aconsejo a los
lectores que una vez terminada una novela investiguen sobre lo que en ella se
dice. Las novelas son novelas, no pretenden dogmatizar (o al menos no deberían)
pero sí estimular para que podamos averiguar por nuestra cuenta.
La joven granadina ¿va creciendo a la
sombra del maestro Galdós o se convierte en un personaje con entidad propia?
Ambas cosas. Es una joven provinciana,
muy arropada por su padre, Maximiliano Cid, un defensor activo del patrimonio
artístico de Granada. Su sombra le acompañará en todo momento y de hecho en
esta novela aparece como un ángel guardián. Pero Carmela ha tenido que
sobreponerse a muchas cosas desde niña: a la muerte de su madre en el parto, a la
muerte de su madrastra y a casi todas las ausencias de sus seres queridos.
Decidió dar el paso y llegar a Madrid y gracias a Galdós ha ido tomando forma.
Es como si hubiera asumido muchas de las características de los personajes
femeninos galdosianos: la entereza de Tristana, el desamor de Fortunata, la
rebeldía de Electra y a veces los temores de ser una burguesa como lo era
Jacinta.
El personaje Carmela Cid y lo que
representa es, de alguna manera, ¿un homenaje o una deuda a la ciudad de Granada?
Siempre tendré una deuda hacia Granada,
su ciudad y sus gentes. Me siento medio granadina. Un profesor de literatura me
dijo hace muchos años, cuando yo tenía unos dieciséis y ya empezaba a leer a
Galdós (curiosamente) que hay que escribir de lo que se sabe y de lo que
siente. Y eso hago. Siento a Granada en mis venas y a Madrid por haberme criado
entre sus calles, su acento y sus costumbres. De ambas seguiré hablando en el
futuro.
¿Debemos quedarnos con un Galdós
mujeriego y ambicioso o, en definitiva, con un gran escritor?
Galdós no fue ambicioso nunca. O eso es
lo que yo pienso. No actuaba por ambición sino por superación. Era una persona
de una gran creatividad hiperactiva, tanto en la narrativa como en el teatro.
En todo lo que hizo innovó. Tampoco fue tan mujeriego como se ha dicho. ¿Qué
escritor del s. XIX relacionado con escritoras y actrices no hubiera amado más
de una vez? La gran diferencia es que Galdós nunca olvidó a las mujeres a las
que amó y se ocupó de ellas, bien económicamente o simplemente manteniendo una
relación de amistad. Tuvo algunas relaciones menos felices, claro está, como
nos ha pasado a cualquier de nosotros. Esto es otro de los tópicos que se le
han impuesto a Galdós y que hay que matizar en este centenario. Nos tenemos que
quedar con que era un gran hombre, un hombre bueno, tolerante, moderno,
observador, educado y sí, un gran seductor. Como seducen siempre las personas
sabias.
El lector debe verla, de alguna
manera, ¿como una historia de amor?
En el fondo sí, es una historia de
amistad entre Galdós y Carmela Cid, que personifica esas amistades que le
ayudaron en sus últimos años, que le admiraron. Carmela ve en Galdós el padre
que ya no tiene, pero quizás el lector vea en Galdós ese abuelo que siempre
quisimos tener. Hay mucho de buenos sentimientos en esta novela y me he
esforzado por no juzgar, por hacer entender que todos tenemos derecho a
equivocarnos y a amar sin ser prejuzgados.
¿Qué le debe usted a Benito Pérez
Galdós?
A nivel literario, mucho. No te puedo decir
que todo porque sería injusto. Siempre he dicho que mis referentes en mi vida
literaria han sido Federico García Lorca y Galdós. a escribir novela (con
conciencia de querer hacerlo) con catorce años. Pocos después encontré a Galdós
que me ofrecía una manera de narrar que yo comprendía. Además me hablaba del
Madrid en el que vivía (mi barrio de la Arganzuela, la calle de Toledo, el
Paseo del Prado, el Parque del Retiro). Luego llegó Federico y me obsesioné por
el teatro, por los diálogos, por la poesía. Y ahora que he profundizado en Galdós me
doy cuenta de que ambos tienen mucho en común. Se observa a Federico en los
dramas de Galdós. Doña Perfecta y Bernarda Alba, las mujeres frustradas y
luchadoras que ambos describen y que quieren la libertad, son las mismas.
Federico conocía muy bien a Galdós. Así que ambos me han dado lo que soy y
espero seguir aprendiendo de ellos.
miércoles, 17 de junio de 2020
Noches blancas
… me gusta
Dostoievski: el primer soñador de la historia de la literatura y sus "Noches blancas"
En Rusia
ocurre un fenómeno natural durante el solsticio de verano en las áreas de
latitud alta, caso de San Petersburgo, cuyas puestas de sol son tardías y los
amaneceres más tempranos. Como consecuencia, la oscuridad nunca es completa.
Este fenómeno natural es conocido popularmente con el nombre de “noches blancas”,
a las cuales Dostoievski hace alusión en sus obras, incluso titula así una de
sus primeras novelas, Noches blancas (1848), y repite más tarde en, El Idiota
(1866), cuando Ippolit lo visita en su dacha. Además, el narrador ruso, muestra
un instante fugaz, en el cual el protagonista a lo largo de estas noches cree
haber encontrado por fin el alivio tan esperado a su soledad, aunque en la
última noche todo se convierte en un triste amanecer con la culminación de su
ilusión.
La historia a contar
El argumento
de Noches blancas, que se desarrolla
en San Petersburgo, es aparentemente simple: un joven solitario e introvertido
narra cómo conoce de forma accidental a una muchacha durante una “noche blanca”.
Tras el primer encuentro, la pareja de desconocidos se citará durante las
cuatro noches siguientes, noches en las que la chica, de nombre Nástenka, relatará
su triste historia, y en las que harán acto de presencia, de forma sutil y
envolvente, las grandes pasiones que mueven al ser humano: el amor, la ilusión,
la esperanza, el desamor, el desengaño.
Un soñador
La crítica universal ha manifestado que Dostoievski, fue sin duda, el primer soñador de la historia de la literatura universal, aunque es verdad que, con el paso del tiempo, solo él ha conseguido soñar diferente, y por eso ocupa ese lugar privilegiado en el cosmos de los soñadores aunque quizá, influenciado por autores como Gógol o Turguéniev, transformara su propia quimera, porque pronto supo que ellos exploraban nuevas formas de expresión literaria como respuesta a los diversos movimientos románticos europeos que ya languidecían, y tradujo el suyo en un sueño trágico aunque repleto de esperanza, en un sueño ya derrotado de antemano, tal vez porque soñar, ya sea en el mundo real o en el mundo imaginado, siempre es arriesgado porque casi nunca sucede lo soñado y eso resulta doloroso, incluso en literatura. Y tal vez, Noches Blancas, una fugaz historia, a medias entre el relato y la novela corta, sea uno de los textos que mejor describen ese dolor literario, esa descomposición de los sueños y del propio soñador.
Dostoievski
transforma a su personaje en un hombre que ciertamente inspira tristeza por
parecer un ser desvalido y timorato, alguien que rehúye de su realidad y se
esconde de la misma, como si, quién sabe, huyera de un turbio pasado de
sufrimiento (¿lo fue el propio del autor?) y para él su única redención posible
sea la soledad, y convertirse en un misántropo y también en un soñador que
espera que sus sueños no le dañen; en esto se traduce el intimismo de
Dostoievski, y en especial el intimismo de muchas de las páginas de Noches Blancas, una trama que se recrea
con rapidez, en tan solo cuatro noches y una especie de epílogo final, y la
ciudad de San Petesburgo como escenario de nostalgia (podemos imaginarla,
incluso tocarla y olerla como si de una secuencia cinematográfica se tratara),
cuando el soñador camina y reflexiona (muy válidas algunas de sus indagaciones
sobre el alma humana; inicio, sin duda, del retrato psicológico en la
literatura) para encontrar de repente a Nástenka, un ser que también parece
indefenso pues llora en soledad, y con quien el protagonista inicia una amistad
que finalmente se transforma en un amor sincero por su parte, e idealizado, y
posiblemente necesario para reemplazar a otro amor ausente por parte de ella,
aunque el amor entre ambos, protagonista y Nástenka, nunca llegará a
consumarse. Aún así se vislumbra en el final del relato una cierta esperanza,
ausente de tragedia, como si retener un recuerdo fuera el motivo suficiente
para la supervivencia de un hombre que ha renunciado por completo a sus
semejantes. Es como la historia de un sueño, del sueño dostoiesvkiano, o al
menos de sus inicios oníricos, cuando todavía gran parte de su obra transitaba
en un lugar desconocido, en ese mundo que no se ve ni se siente y que, sin
embargo, ya caminaba junto al autor, susurrándole ideas, tramas, sentimientos y
más sueños para que en el instante oportuno nacieran a la vida literaria sus
clásicos, Los hermanos Karamazov (1880),
o Crimen y Castigo (1886), tal vez obras mayores que Noches Blancas, aunque es justo decir que este relato siempre vaga
en el recuerdo del lector, tal vez porque la tristeza de sus páginas finalmente
consigue aquello que Dostoievski siempre quiso: que alguien pueda creer en el
sufrimiento humano como redención para el alma.
El autor
Fiódor
Dostoievski (Moscú, 1821 - San Petersburgo, 1881), educado por su padre, un
médico de carácter despótico y brutal, encontró protección y cariño en su
madre, que murió prematuramente. Al quedar viudo, el padre se entregó al
alcohol, y envió finalmente a su hijo a la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo, lo que
no impidió que el joven Dostoievski se apasionara por la literatura y empezara
a desarrollar sus cualidades de escritor. En 1849 fue condenado a muerte por su
colaboración con determinados grupos liberales y revolucionarios. Tras largo
tiempo en Tver, recibió autorización para regresar a San Petersburgo, donde no
encontró a ninguno de sus antiguos amigos, ni eco alguno de su fama. Su obra,
aunque escrita en el siglo XIX, refleja también al hombre y la sociedad contemporánea.
El ilustrador
Nicolai
Troshinsky (Moscú, 1985). Estudió ilustración en Madrid y más tarde asistió a
cursos intensivos con Józef Wilkon y Linda Wolfsgruber en Italia. En 2009
terminó sus estudios de realización de cine de animación en la escuela francesa
«La Poudrière».
Desde 2006 lleva realizando proyectos de literatura infantil y juvenil,
principalmente con editoriales españolas y en ocasiones siendo también autor
del texto. En 2013 realiza el cortometraje de animación Astigmatismo que le merece
numerosos premios y menciones en festivales internacionales. Desde 2010 realiza
también una actividad paralela como diseñador de videojuegos experimentales.
Fiódor Dostievski, Noches blancas, Ilustraciones de
Nicolai Troshinsky; traducción de Marta Sánchez-Nievas; Madrid, Nórdica, 2015;
126 págs.
martes, 16 de junio de 2020
lunes, 15 de junio de 2020
domingo, 14 de junio de 2020
sábado, 13 de junio de 2020
Sabías que...
La palabra escrita
posibilita dos caminos, el que conduce a los ámbitos del tiempo, al ir
materializando memoria y por lo tanto historia, y el que lleva a los lugares
sin tiempo, del tiempo inmóvil o detenido. La lectura de un mito clásico,
mientras nos permite comprender la dimensión temporal que nos separa de él, nos
devuelve paradójicamente al momento de su escritura y al de la lectura de
cuantos nos han precedido, consiguiendo detener el tiempo, vencer
milagrosamente ese fluir irreversible...
José María Merino/ Eduardo Souto
viernes, 12 de junio de 2020
Adiós a…
Manuel Quiroga
Clérigo (Madrid,
1945 – Madrid, 2020), sociólogo y hombre de letras.
El autor de Fuimos
pájaros rotos (Ámbito Literario, 1980) y Las batallas de octubre (Plaza &
Janés, 2002), cosechó una carrera literaria de más de medio siglo. Ha muerto a
los 75 años.
Entre sus
obras destacan títulos como De Morelia callada (Adonais, 1997); Los jardines
latinos (Endymión, 1998); Desolaciones tardías (J, Navas, 2000); Las batallas
de octubre (Plaza&Janés, 2002); y Los afectos metódicos (Visión Libros,
2008). Además, participó en periódicos y revistas, congresos nacionales e
internacionales y conferencias y colaboró con entidades literarias y de defensa
de escritores y escritoras a través de la Asociación Colegial
de Escritores de España, la Asociación Andaluza de Críticos Literarios.
También formó parte de la Academia Cervantina de Guanajuato y el Pen Club
de España.
Compañero en el suplemento, Cuadernos del Sur, y Cuadernos del Matemático.
Compañero en el suplemento, Cuadernos del Sur, y Cuadernos del Matemático.
jueves, 11 de junio de 2020
Hoy invito a...
María Ángeles Pérez
AMANECERES
A Dios rogando
Ante la salida
de su madriguera de tantas voces expertas en política y otros muchos
menesteres, me había negado rotundamente a hablar de esta imprevista y tremenda
crisis coronavidesca que hemos recibido como el más temido de los castigos
divinos. Pero decido lanzarme, y escucho en las noticias de turno, dudando de
su posible veracidad, que esta maldita plaga ha despertado nuestra acérrima fe
y nuestros infinitos deseos de rezar para pedir, supongo, al más generoso de
los dioses, que nos libre de caer en la tentación virulenta y que nos aparte de
morir en la más extrema soledad. Y, mientras aumentan nuestras plegarias,
observo todos los intríngulis políticos a los que nos ha llevado esta rocambolesca
situación, y reflexiono sobre los firmes propósitos de la enmienda que vamos a
poner en práctica cuanto todo esto acabe. Sencillamente, no me lo creo. Pues
eso, que seguiremos a Dios rogando y con la maza dando.
miércoles, 10 de junio de 2020
martes, 9 de junio de 2020
Francisco López Barrios
Lo invisible y lo lejano
Un juego de
máscaras y el azar como telón de fondo en los cuentos de Francisco López Barrios
Los cuentos de Francisco López Barrios
(Granada, 1945) se caracterizan porque muestran una literatura de acertados
asombrosos, disfrutamos de auténticas historias de amor, y algunos relatos
resultan crueles porque, en definitiva, como en el conjunto de su narrativa,
forman parte de su tiempo y de su mundo. Conocemos a un López Barrios periodista,
gestor cultural, crítico y articulista que había publicado dos novelas, Dicen que Ramón Ardales ha cruzado el
Rubicón (1976), el relato de toda una generación y Alguna vez, más tarde y para siempre (1984), el capricho de un
destino al que se opone la historia, retrato de un grupo de personajes marcados
por unos incidentes que, desde la posguerra hasta la democracia en España,
sirven al autor para hacer un repaso de la sociedad de su tiempo; en La noche de terror del terrorista (2002)
reúne seis cuentos de variada extensión, de hecho alguno de ellos se acerca a
esa definición clásica de novela corta, caso de «Plata en el espejo», un cuento
sufí, en definición de su autor y «Patera»; el resto, con desigual extensión,
podrían ser calificados de relatos en su sentido estricto, con técnicas
narrativas que oscilan entre el cuento de contracción,
cuento de situación y cuento combinado. Unos años de acertado silencio, nos devolvían su mundo
de ficción con un curioso volumen, Yo soy
todos los besos que nunca pude darte (2015), que incluye dos novelas
cortas, la primera titulada “Cubanito”, y la segunda que da título al volumen;
ambos casos muestran, desde una mirada tan perspicaz como morbosa, la lúcida
visión de temas universales como el incesto o la muerte. Una nueva
novela, Amado pulpo (2017), un texto ingenioso e irónico, que se
prodiga en imaginación y sabiduría para contar
la historia, extraña y atípica de su protagonista: un pulpo que para otorgarle cierto sentido a su narración tiene
la capacidad de oír, ha sido capaz de aprender a leer e, incluso, en ocasiones
escribe; es decir, un pulpo humanizado que a lo largo del relato protagonizará
unas increíbles vivencias que le llevarán a compartir dos mundos tan distintos
y contradictorios como el animal y el humano, y una vez que este cefalópodo
descubra la realidad de la superficie, sobre todo las maravillas de la costa
almeriense y malagueña, embarcará al lector en toda una sucesiva correlación de
vicisitudes.
Cuentos
La vuelta de López Barrios durante estos años se ha convertido
en una constante, y ejemplifica, de alguna manera, esa firme voluntad de
ofrecer, en esencia, calidad literaria, frente a modas pasajeras que
contravienen ese concepto esgrimido, siempre, de buena literatura; ahora nos
invita a que leamos, El violinista
imposible (2019), que reúne cuatro relatos, “Rashid”, “El violinista imposible”, que
da título al libro; “Papaloco” y “Plano corto de moros y cristianos. Memoria,
pasión y muerte del morisco Aben Farax”. López Barrios presenta en su primer
cuento una realidad premonitoria, esbozo de una perfecta trama: «Pocos segundos
antes de estrellarse contra el suelo, Martín se sintió como un fardo pesado y
ligero. Una sensación extraña, contradictoria. Y oyó mientras volaba, sabiendo
que caía irremisiblemente y que muy pronto sería un amasijo de fluidos
derramados y vísceras esparcidas, tinta sobre papel de periódico, crujir de
huesos quebrados y asombro de transeúntes; oyó, o creyó oír, como en un sueño,
el repique de campanas del cercano convento de las Clarisas». Las campanas,
sonido común y cotidiano a nuestros oídos, serán el recurso que anuncia tanto
la vida como la muerte, y la tensión a que nos somete el narrador desde el
inicio es razón suficiente, clave de su destreza narrativa, que se cierra cuando
leemos, “Martín solo derramó una lágrima en su postrer viaje, y la vio partir
hacia el cielo mientras él se desplomaba sobre la tierra”, una lágrima,
principio y fin de todo, quizá porque en este relato, el juego sucesivo de
imágenes aporta originalidad y oficio en un ajustado discurso narrativo que va
creciendo en sus páginas, y en esa contradicción o anverso y reverso de una
misma moneda, que se traduce como el sentido de la vida y de la muerte.
El segundo
relato alterna narraciones de presente, pasado y futuro, y el protagonista de
este relato, Israel Cendón, marca el ritmo y la armonía contemplando la Alhambra,
como marco inigualable, y su pasión por la literatura contendrá los espacios y
tiempos por los que transcurre el relato que mira al futuro, cuando construye
su propio relato, e imagina una sociedad próxima donde los rebeldes y ancianos
no tienen cabida, y se enfrenta a los revolucionarios literarios, y ensaya un
regreso que devuelve al lector al presente desde un pasado, como constata Alfredo
Lombardo, un personaje visionario, inventor del holograma, estudiante y rico terrateniente
de Jáen; o como Don Ramón Aparicio, un hombre de paz y coleccionista de
tinteros de época, y que obsequiará a Israel con un tintero de tinta Montblanc,
acompañado de una pluma Meisterstück 149. Es verano y hace mucho calor, y son
las 14:30 horas del día 18 de julio de 1936, y aquel día de extremado calor
Granada se vería envuelta en un luto desgarrador. Un disparo enfrentaría a un
violín con un fusil hasta silenciar la última nota de La Internacional y
también la vida de Israel Cendón, y sus recuerdos musicales de la mano de Manuel
de Falla, Rusiñol o Ángel Barrios, el joven músico formado en París. Con este
relato que da título al libro El
violinista imposible, López Barrios ha compuesto una verdadera sinfonía, ha
devuelto al violinista olvidado a su carmen, a ese paraíso, y alma de una Granada
de embrujo, iluminando un espacio en aquellos difíciles momentos del terror y
del odio. El tercer relato “Papaloco” es
una propuesta narrativa distinta, y bastante ambiciosa, temáticamente hablando,
donde el humor y la ironía cabalgan por sus páginas con el oficio del ingenioso
narrador que es López Barrios. El Vaticano, la Sierra de Granada, El Grove e
Israel, un asno y otros personajes configuran una historia de mafias y espías,
de traiciones, y donde el azar es la última pieza que encaja al final de la
partida, y como ya nos tiene acostumbrados, casi una novela corta por su
extensión y características. El cuarto y último relato nos sitúa en la última
batalla acaecida en las Alpujarras entre moros y cristianos. Un relato, que
titula “Plano corto de moros y cristianos. Memoria, pasión y muerte del morisco
Aben Farax”, que el autor documenta desde el punto de un hecho histórico,
fabula y consigue una narración verosímil, coherente, donde el lenguaje juega
un curioso papel de gran significación.
López Barrios
crea, y consigue, una atmósfera propia en cada uno de sus relatos, ambienta y
profundiza con el suficiente calaje sus historias que refuerza con una
versatilidad lingüística sorprendente porque utiliza una prosa acertada y
medida, entre otras cosas, porque para el granadino la solvencia narrativa hay
que demostrarla en cada página y, una vez más, el volumen El violinista imposible afianza su posición en el panorama de la
narrativa contemporánea.
EL
VIOLINISTA IMPOSIBLE
Francisco López Barrios
Granada, Dauro, 2019
lunes, 8 de junio de 2020
domingo, 7 de junio de 2020
sábado, 6 de junio de 2020
viernes, 5 de junio de 2020
Brenda Navarro
EL AMOR Y
LA CULPA
La primera
novela que Brenda Navarro (México D.F. 1982) publica, Casas vacías (2020), es un drama que condensa en sus páginas
diferentes realidades relacionadas con el mundo de la maternidad que la
sociedad arbitra desde ángulos muy diferentes, y con los evidentes límites que se
impone el ser humano cuando se entrega y ejerce el cuidado de los demás. La
historia de Casas vacías está narrada
desde la perspectiva del monólogo de dos mujeres, dos madres: la primera es la de Daniel, el hijo
perdido en el parque, y cuyo autismo siempre ha sido afrontado con cierta frustración
y un gran sentido de culpabilidad; la segunda es la madre impostora, la mujer
que ha robado a Daniel del parque y lo ha transformado en Leonel, el hijo
deseado que su realidad más cercana se obstina en negarle. El juego a dos voces
se lee como la única forma posible de esta narración, en un desvelamiento que
no solo requiere una intriga, sino de un desamparo profundo de los personajes. Al
hilo del argumento, surgen otras muchas madres en esta novela: la madre muerta
a manos de su marido, la del propio asesino, la de la hija asesinada, esa otra
que fue madre porque la violó su propio hermano, y el grupo de madres de hijos
desaparecidos en un México violento o aquellas que se alejan de la miseria de
camino a Estados Unidos y en el camino se reúnen para consolarse y contar sus
historias.
Brenda Navarro
sostiene que casi toda maternidad conflictiva de la narración se origina en una
vida problemática, aunque la excepción es la madre de Daniel, cuya vida es
fácil en apariencia, y no resulta paradójico que el personaje de más calado no
sea la madre que pierde el hijo sino aquella que se lo lleva porque la
narradora convierte su relato en una magnífica composición cuando retrata una
mujer de barrio humilde que es incapaz de salir de la existencia miserable que
la rodea a pesar de tener una herramienta que la hace poderosa: su independencia
económica y su voluntad de sobrevivir. Aun así no lo consigue, mantiene a un
hombre maltratador con las ventas de los pasteles que cocina, y con las paletas
pero con la esperanza de que se cumpla su sueño: darle una hija; sigue sometida
a una madre sin escrúpulos que la intentó matar cuando era niña, y poco después
de perder a su hermano, su único apoyo, en un accidente de trabajo que todos se
empeñan en negar, será cuando se dirige a un parque donde juegan los niños. Otros
personajes secundarios: las parejas, Fran y Rafael, la niña Nagore, las
suegras, abuelas, figuras nítidas que mantienen esa cierta opacidad de personas
reales; también ocurre con el niño robado, cuyo autismo puede leerse como una curiosa
y no menos cierta alegoría, fetiche de una proyección de las dos protagonistas,
aunque siga siendo exactamente un niño. En Casas
vacías cada relación se convierte en el accidentado camino de las dos
narradoras para completar su identidad, una suerte de detonante entre lo
imprevisible y lo irreversible. La narradora mexicana calcula bien los
elementos de los que puede prescindir para que el relato mantenga la desnudez:
por ejemplo, los nombres de las protagonistas. Y de entre todas estas mujeres,
emerge una hija huérfana, Nagore, reverso de la moneda de esta historia trágica,
la única mujer que tiene un nombre, la única también que no carga con culpas,
ni de ella ni de nadie, porque a diferencia del resto de personajes, se enfrenta
con optimismo a su drama personal, tras saber que su padre se ha convertido en un
asesino, verse huérfana y al cuidado de la madre de Daniel, que en ese momento
está embarazada de este; curiosamente su nueva madre se encontrará, de repente,
a cargo de dos hijos, y la responsabilidad se le hace demasiado pesada. Desde
el principio rechaza el cariño que le ofrece Nagore, y la situación se agrava cuando
descubre el autismo de Daniel, que acapara todas sus atenciones. Cuando Daniel
desaparece, a Nagore no le queda otro remedio que cuidar de ella misma, aparcar
su dolor, con respeto al dolor de los demás, y hacerse fuerte sin rencores,
tratando de pasar desapercibida siempre en esa “casa vacía”. Cuando la madre de
Daniel por fin se dé cuenta de su existencia, quizá ya será demasiado tarde.
El lector no
siente, en ningún momento, simpatía por alguna de las madres de esta novela,
aunque semejantes situaciones no imposibilitan que dejemos de sufrir esos
modelos categóricos y absolutos como testigos de las vicisitudes de cada una, o
de todas las mujeres retratadas en sus más extremas situaciones, tal vez porque
no resulta fácil mostrarnos indiferentes ante tanta desdicha, un hecho que, de
alguna manera, queda transfigurado gracias al refuerzo y uso del lenguaje con
que narra la autora, y se manifiesta como una lectura absorbente en la que la
sensibilidad de las palabras, que tienden al lirismo, amortigua las imágenes
punzantes que transmiten; por otra parte, destaca y se subraya el reflejo del
habla popular en las calles más modestas de México, que convierte cada escena
en una visión realista por muy tremenda que esta sea construida. Casas vacías habla, en igual proporción,
de la profunda inhumanidad del autodominio, del instinto de supervivencia, del
paso de víctima a victimario. No se conforma con una visión abstracta de la
violencia patriarcal, sino que realiza un agudo estudio de las luchas de poder,
de la vulnerabilidad y de la responsabilidad personal. Y, de nuevo, y una vez
más, del desamparo femenino.
CASAS
VACÍAS
Brenda
Navarro
Madrid,
Sexto Piso, 2020
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