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domingo, 28 de junio de 2020

Caricaturas


                                                                   Juan Rulfo


sábado, 27 de junio de 2020

Cuaderno en blanco


Junio


       Los días de un junio luminoso avanzan acercándose a un verano que nos trae aires de una desescalada lenta y juiciosa, y con algo de suerte nos aleja de una pandemia que ha dejado sus huellas en nuestra vida cotidiana. Hoy mismo, 1 de junio, comienzo con la lectura de Poeta chileno, voluminosa e interesante entrega, de Alejandro Zambra, un reto que me llevará un  trabajo firme en las próximas semanas.
       Alterno la lectura con otro libro de mi buena amiga Carmen Canet que publica Olas (2020) una excelente colección de aforismo que ella escribe con una extraordinaria calidad.
       Las tardes largas, las noches cálidas y esa perspectiva de una nueva normalidad antes un horizonte de imprevisibles razones. Esperemos lo mejor, siempre. Avanzamos en el mes de junio que me trae de vuelta, treinta años después, la primera novela importante de Alejandro López Andrada, La dehesa iluminada, que rescata del olvido Berenice y que supone esa primera piedra de todo un monumento a la Naturaleza y su dimensión más ecologista y espacial. López Andrada incide sobre esa España despoblada que ya se veía venir, y esa necesita de resucitar las costumbres y hábitos al hilo de una simbiosis hombre-naturaleza.
       Entra el verano con unos días calurosos, mientras el mes de junio se desvanece y nos encaminamos a un julio repleto de sorpresas en esa prometida “nueva normalidad”.

viernes, 26 de junio de 2020

Centenarios


   13 de junio de 1920, nace Walter Ernsting, escritor alemán de ciencia-ficción.
       20 de junio de 1920, nace Amos Tutuola, escritor nigeriano.
24 de junio de 1820, nace Joaquim Manuel de Macedo, escritor y médico brasileño.
       27 de junio de 1720, muere Guillaume Amfrye de Chaulieu, poeta francés.



miércoles, 24 de junio de 2020

Ángel Olgoso


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                             MINIMALISMO BARROCO
              
             

       El concepto de literatura fantástica, simbólica, alegórica o mítica en España solo pudo aplicarse a un puñado de novelas que en la década de los setenta y ochenta planteaban, narrativamente hablando, un asunto o desarrollo inverosímil, y si recurrimos a la memoria habría que hablar de casos fantásticos en momentos concretos que se superponen al contenido general, o se interfieren en el desarrollo de otras acciones. Lo cierto es que España nunca se ha distinguido por su predisposición a lo fantástico o fantasmagórico, y hay quien culpa de todo al clima tan benigno que disfrutamos, a las circunstancias históricas, a la estructura social, a la política educativa, a una atávica visión a ras de tierra, o a un inusitado pudor aunque, tal vez, hubiera que considerar todo a la vez. Acerca de este defecto Álvaro Cunqueiro afirmaba que durante demasiado tiempo ha prevalecido entre los escritores españoles un miedo paralizante a abordar lo fantástico, y el lector se ha ido desacostumbrando a que los acontecimientos fabulosos pudieran ocurrir en lo mejor de nuestra literatura.
       Ángel Olgoso (Granada, 1961) ha impregnado su obra breve de ese concepto esgrimido de lo irreal porque, la literatura fantástica, según Olgoso, permite innumerables formas de acercamiento al reverso, al envés de lo verdadero, ofrece un mundo infinito de posibilidades; es, también, un mundo que se enfrenta al real, y cuando lo hace produce una enorme colisión o un simple contraste, aunque de ese choque se desprende una lluvia de chispas que ilumina las pobres vidas. El granadino afirma que su literatura es producto de la imaginación, de la torsión de lo real, se sirve de un obsesivo gusto por los contenidos expectantes y vertiginosos, tan insólitos como perturbadores. Además, el relato fantástico le permite escapar de lo consabido, de lo mostrenco, de lo plano, de un repertorio tan limitado como es la literatura realista, y la suya, por consiguiente, es una bruma inquietante y magnética de lo inaudito, una visión maravillosa, esa que flota sobre las delgadas fronteras que separan lo concreto y lo abstracto, sometiendo lo fantástico a una intromisión violenta, insólita de un suceso extremo en el mundo real, hasta el punto de que el autor se ve obligado a hacer verosímil lo inverosímil.
       Ángel Olgoso es, también, un fervoroso cultivador del mundo del terror y del más allá, un devoto investigador de lo extraño y de lo absurdo como constata buena parte de su amplia producción narrativa breve como queda constancia, y ahora explora en estas cuarenta y tres miniaturas que componen Astrolabio (2020) un volumen que Reino de Cordelia rescata de una primera versión de 2007. La mayoría de estos textos, un número suficiente, pertenecen al género fantástico, y en sus páginas se suceden los monstruos, las criaturas mitológicas, los misterios por descubrir, entes de ficción y personajes increíbles, sortilegios, filtros de amor y males de ojo, aunque Olgoso no plantea sus relatos en el exclusivo ámbito de lo fantástico sino que la temática de su literatura queda caracterizada por una curiosa forma de abordarlos, de presentarlos al lector con el fin de acrecentar su estupor, su miedo o su aversión, y para subrayar su intención se aleja del compromiso de un realismo conventual.
       El narrador granadino reivindica, en un primer cuento, “Espacio”, el formato a que recurrirá en el resto del libro, el relato y microrrelato. No hacen falta muchas páginas para contar una historia, y el granadino ofrece textos variopintos que se desbordan en una increíble imaginación que ensaya con una prosa opulenta, lírica cuya fantasía queda plasmada en “Historia del rey y el cosmógrafo” y “Si mi cabeza cae”, o sacude nuestra conciencia, “Será como si no hubieras existido”. Dioses, mitos, sirenas en “Los bajíos”, e incluso Medusa y Perseo protagonizan una historia policíaca, “En el lagar”. Para otros relatos cogemos aire, están salpicados de comas, sin apenas puntuación cuando debiera tenerla, salvo cuando termina el relato, solo al final, y el autor nos sorprende, y afirma categóricamente, “Pero es tarde”, entonces acaba el cuento “Venablos”. El otro mundo, el más allá, tan cercano y contiguo, reverso y divisa de nuestra existencia: la muerte, que nos regala textos como “Tributo”, “El espejo” o “Los despeñaderos”.
       Lo que ofrece, Astrolabio, en su conjunto,  sin olvidarnos de la plasticidad de las ilustraciones de Marina Tapia, es una suerte de sorpresas y alegrías literarias que se confunden con la fantasía y la  imaginación, y si un astrolabio nos orienta para realizar una segura navegación, en esta ocasión conviene perderse y abundar en esta colección surcando sus páginas para encontrarnos con la magia veraz y la literatura a cuenta del Quijote, de Avellaneda, y las teorías que apuntan cómo este singular hidalgo fue obra del propio Cervantes como leemos en “El incidente Avellaneda”. Algunos de los objetos más cotidianos tienen voz propia, despiertan el interés y la mirada del autor, un reloj de pulsera, “Todas hieren”, o un ventilador, “Artículo genuino”.
       Ángel Olgoso plantea prodigiosos momentos en su forma, su expresión es milimétrica, tiene un estilo depurado y así logra un efecto concreto y curioso porque la mayoría de estos relatos provocan una emoción, un sentimiento, y con esa facilidad que solo es capaz la pluma de los escritores verdaderamente grandes.







ASTROLABIO
Ángel Olgoso
Ilustraciones de Marina Tapia
Madrid, Reino de Cordelia, 2020


domingo, 21 de junio de 2020

Adiós a …



Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964-Los Angeles, 2020)



       Carlos Ruiz Zafón es uno de los escritores más reconocidos de la literatura contemporánea y el escritor español más leído en todo el mundo después de Cervantes. Sus obras han sido traducidas a más de cincuenta idiomas y han recibido los principales galardones literarios.
En 1993 se da a conocer con El Príncipe de la Nie­bla, Premio Edebé, considerada como una de sus mejores novelas juveniles y que conforma, junto a El Palacio de la Medianoche y Las Luces de Septiembre, la Trilogía de la Niebla. En 1998 publicará Marina, quizás la más personal de todas sus obras.

       En 2001 publica la novela La Sombra del Viento, obra que le encumbrará a nivel mundial y que es el primer libro del cuarteto El Ce­menterio de los Libros Olvidados. Esta saga literaria incluye: La Sombra del Viento (2001), El Juego del Ángel (2008), El Prisionero del Cielo (2011) y El Labe­rinto de los Espíritus (2016); todo un universo literario que se ha incorporado a la literatura universal. 

El Cementerio de los Libros Olvidados se ha convertido en un símbolo universal de la defensa de la lectura, de la pervivencia de la memoria a través de los libros y del refugio de aquellos que creen en ellos.

jueves, 18 de junio de 2020

Hoy tomo café con…


Carolina Molina publica Los ojos de Galdós, ficción y biografía para conocer al autor de los Episodios Nacionales.


        Carolina Molina (Madrid, 1963) es licenciada en Periodismo y Directora de las Jornadas Madrileñas de Novela Histórica. Ha publicado las novelas, La luna sobre la Sabika (2003), Sueños del Albayzín (2006), Guardianes de la Alambra (2010), Iliberri (2013), El falsificador de la alcazaba (2014), Carolus (2017), El último romántico (2018) y recientemente, Los ojos de Galdós (Edhasa, 2019). Colabora en medios de prensa escrita y digital. 



Una curiosidad, ¿la Historia, vista como ficción, como una novela?
        Galdós dijo “Imagen de la vida es la novela”, pero a veces parece que es al contrario. La Historia puede ser novelable, pero también, en el fondo, es una ficción, porque no existe una Historia verdadera, la Historia se manipula, por lo tanto Historia, ficción y novela van siempre de la mano.

Usted ha insistido en ambientar sus novelas en Granada y en Madrid, ¿qué tienen de especial ambas ciudades?
        Para mí han sido las ciudades donde me he formado como persona y como escritora. Los novelistas históricos tenemos una extraña relación con la ambientación física, a fin de cuentas los personajes se crean dentro de un entorno. Granada me lo ha dado todo a nivel literario y ahora Madrid, además de ser mi ciudad de nacimiento, me está ofreciendo oportunidades diferentes.

¿Literariamente estamos obligados a volver, siempre, la mirada al escritor Pérez Galdós?
        En mis charlas siempre digo que todo, a nivel literario, está inventado ya por Cervantes o por Benito Pérez Galdós. Ambos fueron inmensos, con una mente prodigiosa. Aunque los españoles no somos dados a reconocer las virtudes de los nuestros, Cervantes ya está en el plano de nuestro escritor universal. Ahora nos queda reconocer a Galdós como el mejor escritor de todos los tiempos tras Cervantes. Esto, para algunos, es discutible, pero yo no sé de ningún otro que haya escrito tanto, con tanta diversidad ni con esa mirada tan moderna. Hay que reivindicar a Galdós desde todos los puntos de vista, literario y humano.

Su novela reciente, Los ojos de Galdós, ¿es ese obligado homenaje al autor o estaba ya escrita con anterioridad?
        Llevo dedicándome a Galdós hace mucho tiempo. Primero como lectora, desde niña, luego aprendiendo de él como escritora. De hecho mi estilo es bastante galdosiano, no lo puedo remediar. Hace más de diez años me planteé escribir algo sobre Galdós, fui documentándome, haciendo actividades con mi asociación Verdeviento. Gracias a él (pues buscando a un cronista para comenzar a realizar las Jornadas Madrileñas de Novela Histórica) encontré a Eduardo Valero (un gran documentalista de la vida de Galdós) y poco a poco llegó el centenario. No podía demorar más terminar mi novela. Y aquí está. Pero esto no va a quedar aquí, con nuestra Asociación Verdeviento comenzaremos a realizar un encuentro anual sobre don Benito y este año nos dedicaremos a ofrecer charlas y rutas literarias.

En realidad, usted piensa que ¿sabemos poco de Galdós?
        Sabemos muy poco y en los aspectos de su vida incluso hasta se están vertiendo errores importantes. Las fake news también han llegado a Galdós. No fue tan mujeriego como se ha dicho, ni engañó a Emilia Pardo Bazán (que fue al contrario), ni fue socialista, ni anticlerical (al menos tal y como se dice), ni vivió en Lavapiés, ni la madre de su hija María era analfabeta…todas estas cosas las están desmintiendo diariamente su descendiente, Luis Verde, en redes sociales y Eduardo Valero, que además ha conseguido que se nombre a Galdós hijo adoptivo de Madrid. El periodismo es una gran herramienta para difundir noticias pero también contribuye a que se arrastren errores. Uno copia a otro y así sucesivamente. Espero que las próximas biografías de Yolanda Arencibia y Germán Gullón corrijan de una vez esas falsedades.

Los últimos años de un anciano y ciego Galdós ¿son realmente tristes y literarios?
        En absoluto. Murió entre los suyos, con su hija María, con el resto de su familia, con sus amigos. Murió como cualquier otro ser humano, enfermo. Tampoco murió pobre, quizás endeudado porque tenía muchos negocios abiertos y mantenía varias casas, pero él cumplió con sus deudas y dejó una herencia considerable que ha llegado hasta sus descendientes actuales. Esa imagen de Galdós pobre es muy literaria pero no es cierta, trabajó mucho, a todas horas.

La relación de Carmela Cid y el escritor, ¿forma parte de un exclusivo mundo de ficción?
        Sí, totalmente. Carmela Cid es un personaje ficticio que procede de mis anteriores novelas. Fue la manera de unir Granada con Madrid, pues hace tiempo prometí que Granada tendría una referencia siempre en todo lo que escribiera. Y por ahora lo estoy cumpliendo. Por otro lado era la oportunidad de sacar a una mujer de protagonista paralela con Galdós. Era lo suyo, Galdós tuvo personajes femeninos inigualables. Carmela, a veces, se compara con Galdós al ser una forastera (ambos llegaron de diferentes ciudades a Madrid), comienza en el periodismo como lo hizo Galdós, pero también tiene que luchar contra la discriminación que le supone ser mujer. Por otro lado, al ser cronista de sociedad me permitía describir los acontecimientos históricos del momento: el atentado en la boda de Alfonso XIII, inauguración de los hoteles Alhambra Palace, Ritz y Palace de Madrid, inicio de la construcción de la Gran Vía madrileña…



En su novela aparecen personajes reales, Pardo Bazán, Colombine y, entre ambas, la fuerza de la joven Cid, ¿se trata de poner de manifiesto el papel de la mujer en la época?
        Era uno de los objetivos. Tanto la Pardo como Colombine son dos escritoras y mujeres a las que admiro. Sobre todo Colombine, porque fue censurada durante muchos años y ahora se está recuperando. Es además periodista, algo que me llega más profundamente, corresponsal de guerra. Una mujer excepcional, aunque ambas nos dieron lecciones en un momento muy complejo para la mujer: se independizaron de sus maridos, trabajaron y lucharon por los derechos femeninos.

La realidad histórica, abunda en bastantes datos, y se mezcla la ficción ¿el lector debe saber en cada momento en qué realidad se encuentra?
        Debería saberlo, la novela histórica nada entre dos mares: la realidad y la verosimilitud. Lo ficticio tiene que ser verosímil. Es cierto que a veces, si lo mezclas demasiado (o demasiado bien) cuesta diferenciarlo pero siempre aconsejo a los lectores que una vez terminada una novela investiguen sobre lo que en ella se dice. Las novelas son novelas, no pretenden dogmatizar (o al menos no deberían) pero sí estimular para que podamos averiguar por nuestra cuenta.

La joven granadina ¿va creciendo a la sombra del maestro Galdós o se convierte en un personaje con entidad propia?
        Ambas cosas. Es una joven provinciana, muy arropada por su padre, Maximiliano Cid, un defensor activo del patrimonio artístico de Granada. Su sombra le acompañará en todo momento y de hecho en esta novela aparece como un ángel guardián. Pero Carmela ha tenido que sobreponerse a muchas cosas desde niña: a la muerte de su madre en el parto, a la muerte de su madrastra y a casi todas las ausencias de sus seres queridos. Decidió dar el paso y llegar a Madrid y gracias a Galdós ha ido tomando forma. Es como si hubiera asumido muchas de las características de los personajes femeninos galdosianos: la entereza de Tristana, el desamor de Fortunata, la rebeldía de Electra y a veces los temores de ser una burguesa como lo era Jacinta.

El personaje Carmela Cid y lo que representa es, de alguna manera, ¿un homenaje o una deuda a la ciudad de Granada?
        Siempre tendré una deuda hacia Granada, su ciudad y sus gentes. Me siento medio granadina. Un profesor de literatura me dijo hace muchos años, cuando yo tenía unos dieciséis y ya empezaba a leer a Galdós (curiosamente) que hay que escribir de lo que se sabe y de lo que siente. Y eso hago. Siento a Granada en mis venas y a Madrid por haberme criado entre sus calles, su acento y sus costumbres. De ambas seguiré hablando en el futuro.



¿Debemos quedarnos con un Galdós mujeriego y ambicioso o, en definitiva, con un gran escritor? 
        Galdós no fue ambicioso nunca. O eso es lo que yo pienso. No actuaba por ambición sino por superación. Era una persona de una gran creatividad hiperactiva, tanto en la narrativa como en el teatro. En todo lo que hizo innovó. Tampoco fue tan mujeriego como se ha dicho. ¿Qué escritor del s. XIX relacionado con escritoras y actrices no hubiera amado más de una vez? La gran diferencia es que Galdós nunca olvidó a las mujeres a las que amó y se ocupó de ellas, bien económicamente o simplemente manteniendo una relación de amistad. Tuvo algunas relaciones menos felices, claro está, como nos ha pasado a cualquier de nosotros. Esto es otro de los tópicos que se le han impuesto a Galdós y que hay que matizar en este centenario. Nos tenemos que quedar con que era un gran hombre, un hombre bueno, tolerante, moderno, observador, educado y sí, un gran seductor. Como seducen siempre las personas sabias.

El lector debe verla, de alguna manera, ¿como una historia de amor?
        En el fondo sí, es una historia de amistad entre Galdós y Carmela Cid, que personifica esas amistades que le ayudaron en sus últimos años, que le admiraron. Carmela ve en Galdós el padre que ya no tiene, pero quizás el lector vea en Galdós ese abuelo que siempre quisimos tener. Hay mucho de buenos sentimientos en esta novela y me he esforzado por no juzgar, por hacer entender que todos tenemos derecho a equivocarnos y a amar sin ser prejuzgados.

¿Qué le debe usted a Benito Pérez Galdós?
        A nivel literario, mucho. No te puedo decir que todo porque sería injusto. Siempre he dicho que mis referentes en mi vida literaria han sido Federico García Lorca y Galdós. a escribir novela (con conciencia de querer hacerlo) con catorce años. Pocos después encontré a Galdós que me ofrecía una manera de narrar que yo comprendía. Además me hablaba del Madrid en el que vivía (mi barrio de la Arganzuela, la calle de Toledo, el Paseo del Prado, el Parque del Retiro). Luego llegó Federico y me obsesioné por el teatro, por los diálogos, por la poesía. Y ahora que he profundizado en Galdós me doy cuenta de que ambos tienen mucho en común. Se observa a Federico en los dramas de Galdós. Doña Perfecta y Bernarda Alba, las mujeres frustradas y luchadoras que ambos describen y que quieren la libertad, son las mismas. Federico conocía muy bien a Galdós. Así que ambos me han dado lo que soy y espero seguir aprendiendo de ellos.

miércoles, 17 de junio de 2020

Noches blancas


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Dostoievski: el primer soñador de la historia de la literatura y sus "Noches blancas"

       En Rusia ocurre un fenómeno natural durante el solsticio de verano en las áreas de latitud alta, caso de San Petersburgo, cuyas puestas de sol son tardías y los amaneceres más tempranos. Como consecuencia, la oscuridad nunca es completa. Este fenómeno natural es conocido popularmente con el nombre de “noches blancas”, a las cuales Dostoievski hace alusión en sus obras, incluso titula así una de sus primeras novelas, Noches blancas (1848), y repite más tarde en, El Idiota (1866), cuando Ippolit lo visita en su dacha. Además, el narrador ruso, muestra un instante fugaz, en el cual el protagonista a lo largo de estas noches cree haber encontrado por fin el alivio tan esperado a su soledad, aunque en la última noche todo se convierte en un triste amanecer con la culminación de su ilusión.



La historia a contar
      
       El argumento de Noches blancas, que se desarrolla en San Petersburgo, es aparentemente simple: un joven solitario e introvertido narra cómo conoce de forma accidental a una muchacha durante una “noche blanca”. Tras el primer encuentro, la pareja de desconocidos se citará durante las cuatro noches siguientes, noches en las que la chica, de nombre Nástenka, relatará su triste historia, y en las que harán acto de presencia, de forma sutil y envolvente, las grandes pasiones que mueven al ser humano: el amor, la ilusión, la esperanza, el desamor, el desengaño.


Un soñador

       La crítica universal ha manifestado que Dostoievski, fue sin duda, el primer soñador de la historia de la literatura universal, aunque es verdad que, con el paso del tiempo, solo él ha conseguido soñar diferente, y por eso ocupa ese lugar privilegiado en el cosmos de los soñadores aunque quizá, influenciado por autores como Gógol o Turguéniev, transformara su propia quimera, porque pronto supo que ellos exploraban nuevas formas de expresión literaria como respuesta a los diversos movimientos románticos europeos que ya languidecían, y tradujo el suyo en un sueño trágico aunque repleto de esperanza, en un sueño ya derrotado de antemano, tal vez porque soñar, ya sea en el mundo real o en el mundo imaginado, siempre es arriesgado porque casi nunca sucede lo soñado y eso resulta doloroso, incluso en literatura. Y tal vez, Noches Blancas, una fugaz historia, a medias entre el relato y la novela corta, sea uno de los textos que mejor describen ese dolor literario, esa descomposición de los sueños y del propio soñador.
       Dostoievski transforma a su personaje en un hombre que ciertamente inspira tristeza por parecer un ser desvalido y timorato, alguien que rehúye de su realidad y se esconde de la misma, como si, quién sabe, huyera de un turbio pasado de sufrimiento (¿lo fue el propio del autor?) y para él su única redención posible sea la soledad, y convertirse en un misántropo y también en un soñador que espera que sus sueños no le dañen; en esto se traduce el intimismo de Dostoievski, y en especial el intimismo de muchas de las páginas de Noches Blancas, una trama que se recrea con rapidez, en tan solo cuatro noches y una especie de epílogo final, y la ciudad de San Petesburgo como escenario de nostalgia (podemos imaginarla, incluso tocarla y olerla como si de una secuencia cinematográfica se tratara), cuando el soñador camina y reflexiona (muy válidas algunas de sus indagaciones sobre el alma humana; inicio, sin duda, del retrato psicológico en la literatura) para encontrar de repente a Nástenka, un ser que también parece indefenso pues llora en soledad, y con quien el protagonista inicia una amistad que finalmente se transforma en un amor sincero por su parte, e idealizado, y posiblemente necesario para reemplazar a otro amor ausente por parte de ella, aunque el amor entre ambos, protagonista y Nástenka, nunca llegará a consumarse. Aún así se vislumbra en el final del relato una cierta esperanza, ausente de tragedia, como si retener un recuerdo fuera el motivo suficiente para la supervivencia de un hombre que ha renunciado por completo a sus semejantes. Es como la historia de un sueño, del sueño dostoiesvkiano, o al menos de sus inicios oníricos, cuando todavía gran parte de su obra transitaba en un lugar desconocido, en ese mundo que no se ve ni se siente y que, sin embargo, ya caminaba junto al autor, susurrándole ideas, tramas, sentimientos y más sueños para que en el instante oportuno nacieran a la vida literaria sus clásicos, Los hermanos Karamazov (1880), o Crimen y Castigo (1886), tal vez obras mayores que Noches Blancas, aunque es justo decir que este relato siempre vaga en el recuerdo del lector, tal vez porque la tristeza de sus páginas finalmente consigue aquello que Dostoievski siempre quiso: que alguien pueda creer en el sufrimiento humano como redención para el alma.




El autor
       Fiódor Dostoievski (Moscú, 1821 - San Petersburgo, 1881), educado por su padre, un médico de carácter despótico y brutal, encontró protección y cariño en su madre, que murió prematuramente. Al quedar viudo, el padre se entregó al alcohol, y envió finalmente a su hijo a la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo, lo que no impidió que el joven Dostoievski se apasionara por la literatura y empezara a desarrollar sus cualidades de escritor. En 1849 fue condenado a muerte por su colaboración con determinados grupos liberales y revolucionarios. Tras largo tiempo en Tver, recibió autorización para regresar a San Petersburgo, donde no encontró a ninguno de sus antiguos amigos, ni eco alguno de su fama. Su obra, aunque escrita en el siglo XIX, refleja también al hombre y la sociedad contemporánea.

El ilustrador
       Nicolai Troshinsky (Moscú, 1985). Estudió ilustración en Madrid y más tarde asistió a cursos intensivos con Józef Wilkon y Linda Wolfsgruber en Italia. En 2009 terminó sus estudios de realización de cine de animación en la escuela francesa «La Poudrière». Desde 2006 lleva realizando proyectos de literatura infantil y juvenil, principalmente con editoriales españolas y en ocasiones siendo también autor del texto. En 2013 realiza el cortometraje de animación Astigmatismo que le merece numerosos premios y menciones en festivales internacionales. Desde 2010 realiza también una actividad paralela como diseñador de videojuegos experimentales.






Fiódor Dostievski, Noches blancas, Ilustraciones de Nicolai Troshinsky; traducción de Marta Sánchez-Nievas; Madrid, Nórdica, 2015; 126 págs.

sábado, 13 de junio de 2020

Sabías que...




     La palabra escrita posibilita dos caminos, el que conduce a los ámbitos del tiempo, al ir materializando memoria y por lo tanto historia, y el que lleva a los lugares sin tiempo, del tiempo inmóvil o detenido. La lectura de un mito clásico, mientras nos permite comprender la dimensión temporal que nos separa de él, nos devuelve paradójicamente al momento de su escritura y al de la lectura de cuantos nos han precedido, consiguiendo detener el tiempo, vencer milagrosamente ese fluir irreversible...

                                       José María Merino/ Eduardo Souto

viernes, 12 de junio de 2020

Adiós a…


Manuel Quiroga Clérigo (Madrid, 1945 – Madrid, 2020), sociólogo y hombre de letras.



       El autor de Fuimos pájaros rotos (Ámbito Literario, 1980) y Las batallas de octubre (Plaza & Janés, 2002), cosechó una carrera literaria de más de medio siglo. Ha muerto a los 75 años.
       Entre sus obras destacan títulos como De Morelia callada (Adonais, 1997); Los jardines latinos (Endymión, 1998); Desolaciones tardías (J, Navas, 2000); Las batallas de octubre (Plaza&Janés, 2002); y Los afectos metódicos (Visión Libros, 2008). Además, participó en periódicos y revistas, congresos nacionales e internacionales y conferencias y colaboró con entidades literarias y de defensa de escritores y escritoras a través de la Asociación Colegial de Escritores de España, la Asociación Andaluza de Críticos Literarios. También formó parte de la Academia Cervantina de Guanajuato y el Pen Club de España.

Compañero en el suplemento, Cuadernos del Sur, y Cuadernos del Matemático.

jueves, 11 de junio de 2020

Hoy invito a...


 

 

 María Ángeles Pérez




AMANECERES


A Dios rogando


  Ante la salida de su madriguera de tantas voces expertas en política y otros muchos menesteres, me había negado rotundamente a hablar de esta imprevista y tremenda crisis coronavidesca que hemos recibido como el más temido de los castigos divinos. Pero decido lanzarme, y escucho en las noticias de turno, dudando de su posible veracidad, que esta maldita plaga ha despertado nuestra acérrima fe y nuestros infinitos deseos de rezar para pedir, supongo, al más generoso de los dioses, que nos libre de caer en la tentación virulenta y que nos aparte de morir en la más extrema soledad. Y, mientras aumentan nuestras plegarias, observo todos los intríngulis políticos a los que nos ha llevado esta rocambolesca situación, y reflexiono sobre los firmes propósitos de la enmienda que vamos a poner en práctica cuanto todo esto acabe. Sencillamente, no me lo creo. Pues eso, que seguiremos a Dios rogando y con la maza dando.

martes, 9 de junio de 2020

Francisco López Barrios


                         Lo invisible y lo lejano
                
       Un juego de máscaras y el azar como telón de fondo en los cuentos de Francisco López Barrios
              


              
       Los cuentos de Francisco López Barrios (Granada, 1945) se caracterizan porque muestran una literatura de acertados asombrosos, disfrutamos de auténticas historias de amor, y algunos relatos resultan crueles porque, en definitiva, como en el conjunto de su narrativa, forman parte de su tiempo y de su mundo. Conocemos a un López Barrios periodista, gestor cultural, crítico y articulista que había publicado dos novelas, Dicen que Ramón Ardales ha cruzado el Rubicón (1976), el relato de toda una generación y Alguna vez, más tarde y para siempre (1984), el capricho de un destino al que se opone la historia, retrato de un grupo de personajes marcados por unos incidentes que, desde la posguerra hasta la democracia en España, sirven al autor para hacer un repaso de la sociedad de su tiempo; en La noche de terror del terrorista (2002) reúne seis cuentos de variada extensión, de hecho alguno de ellos se acerca a esa definición clásica de novela corta, caso de «Plata en el espejo», un cuento sufí, en definición de su autor y «Patera»; el resto, con desigual extensión, podrían ser calificados de relatos en su sentido estricto, con técnicas narrativas que oscilan entre el cuento de contracción, cuento de situación y cuento combinado. Unos años de acertado silencio, nos devolvían su mundo de ficción con un curioso volumen, Yo soy todos los besos que nunca pude darte (2015), que incluye dos novelas cortas, la primera titulada “Cubanito”, y la segunda que da título al volumen; ambos casos muestran, desde una mirada tan perspicaz como morbosa, la lúcida visión de temas universales como el incesto o la muerte. Una nueva novela, Amado pulpo (2017), un texto ingenioso e irónico, que se prodiga en imaginación y sabiduría para contar la historia, extraña y atípica de su protagonista: un pulpo que para otorgarle cierto sentido a su narración tiene la capacidad de oír, ha sido capaz de aprender a leer e, incluso, en ocasiones escribe; es decir, un pulpo humanizado que a lo largo del relato protagonizará unas increíbles vivencias que le llevarán a compartir dos mundos tan distintos y contradictorios como el animal y el humano, y una vez que este cefalópodo descubra la realidad de la superficie, sobre todo las maravillas de la costa almeriense y malagueña, embarcará al lector en toda una sucesiva correlación de vicisitudes.

Cuentos
       La vuelta de López Barrios durante estos años se ha convertido en una constante, y ejemplifica, de alguna manera, esa firme voluntad de ofrecer, en esencia, calidad literaria, frente a modas pasajeras que contravienen ese concepto esgrimido, siempre, de buena literatura; ahora nos invita a que leamos, El violinista imposible (2019), que reúne cuatro relatos, “Rashid”, “El violinista imposible”, que da título al libro; “Papaloco” y “Plano corto de moros y cristianos. Memoria, pasión y muerte del morisco Aben Farax”. López Barrios presenta en su primer cuento una realidad premonitoria, esbozo de una perfecta trama: «Pocos segundos antes de estrellarse contra el suelo, Martín se sintió como un fardo pesado y ligero. Una sensación extraña, contradictoria. Y oyó mientras volaba, sabiendo que caía irremisiblemente y que muy pronto sería un amasijo de fluidos derramados y vísceras esparcidas, tinta sobre papel de periódico, crujir de huesos quebrados y asombro de transeúntes; oyó, o creyó oír, como en un sueño, el repique de campanas del cercano convento de las Clarisas». Las campanas, sonido común y cotidiano a nuestros oídos, serán el recurso que anuncia tanto la vida como la muerte, y la tensión a que nos somete el narrador desde el inicio es razón suficiente, clave de su destreza narrativa, que se cierra cuando leemos, “Martín solo derramó una lágrima en su postrer viaje, y la vio partir hacia el cielo mientras él se desplomaba sobre la tierra”, una lágrima, principio y fin de todo, quizá porque en este relato, el juego sucesivo de imágenes aporta originalidad y oficio en un ajustado discurso narrativo que va creciendo en sus páginas, y en esa contradicción o anverso y reverso de una misma moneda, que se traduce como el sentido de la vida y de la muerte.
       El segundo relato alterna narraciones de presente, pasado y futuro, y el protagonista de este relato, Israel Cendón, marca el ritmo y la armonía contemplando la Alhambra, como marco inigualable, y su pasión por la literatura contendrá los espacios y tiempos por los que transcurre el relato que mira al futuro, cuando construye su propio relato, e imagina una sociedad próxima donde los rebeldes y ancianos no tienen cabida, y se enfrenta a los revolucionarios literarios, y ensaya un regreso que devuelve al lector al presente desde un pasado, como constata Alfredo Lombardo, un personaje visionario, inventor del holograma, estudiante y rico terrateniente de Jáen; o como Don Ramón Aparicio, un hombre de paz y coleccionista de tinteros de época, y que obsequiará a Israel con un tintero de tinta Montblanc, acompañado de una pluma Meisterstück 149. Es verano y hace mucho calor, y son las 14:30 horas del día 18 de julio de 1936, y aquel día de extremado calor Granada se vería envuelta en un luto desgarrador. Un disparo enfrentaría a un violín con un fusil hasta silenciar la última nota de La Internacional y también la vida de Israel Cendón, y sus recuerdos musicales de la mano de Manuel de Falla, Rusiñol o Ángel Barrios, el joven músico formado en París. Con este relato que da título al libro El violinista imposible, López Barrios ha compuesto una verdadera sinfonía, ha devuelto al violinista olvidado a su carmen, a ese paraíso, y alma de una Granada de embrujo, iluminando un espacio en aquellos difíciles momentos del terror y del odio. El tercer relato “Papaloco” es una propuesta narrativa distinta, y bastante ambiciosa, temáticamente hablando, donde el humor y la ironía cabalgan por sus páginas con el oficio del ingenioso narrador que es López Barrios. El Vaticano, la Sierra de Granada, El Grove e Israel, un asno y otros personajes configuran una historia de mafias y espías, de traiciones, y donde el azar es la última pieza que encaja al final de la partida, y como ya nos tiene acostumbrados, casi una novela corta por su extensión y características. El cuarto y último relato nos sitúa en la última batalla acaecida en las Alpujarras entre moros y cristianos. Un relato, que titula “Plano corto de moros y cristianos. Memoria, pasión y muerte del morisco Aben Farax”, que el autor documenta desde el punto de un hecho histórico, fabula y consigue una narración verosímil, coherente, donde el lenguaje juega un curioso papel de gran significación.
       López Barrios crea, y consigue, una atmósfera propia en cada uno de sus relatos, ambienta y profundiza con el suficiente calaje sus historias que refuerza con una versatilidad lingüística sorprendente porque utiliza una prosa acertada y medida, entre otras cosas, porque para el granadino la solvencia narrativa hay que demostrarla en cada página y, una vez más, el volumen El violinista imposible afianza su posición en el panorama de la narrativa contemporánea.









EL VIOLINISTA IMPOSIBLE
Francisco López Barrios
Granada, Dauro, 2019  

viernes, 5 de junio de 2020

Brenda Navarro


EL AMOR Y LA CULPA
              

                        
                   
       La primera novela que Brenda Navarro (México D.F. 1982) publica, Casas vacías (2020), es un drama que condensa en sus páginas diferentes realidades relacionadas con el mundo de la maternidad que la sociedad arbitra desde ángulos muy diferentes, y con los evidentes límites que se impone el ser humano cuando se entrega y ejerce el cuidado de los demás. La historia de Casas vacías está narrada desde la perspectiva del monólogo de dos mujeres, dos madres: la primera es la de Daniel, el hijo perdido en el parque, y cuyo autismo siempre ha sido afrontado con cierta frustración y un gran sentido de culpabilidad; la segunda es la madre impostora, la mujer que ha robado a Daniel del parque y lo ha transformado en Leonel, el hijo deseado que su realidad más cercana se obstina en negarle. El juego a dos voces se lee como la única forma posible de esta narración, en un desvelamiento que no solo requiere una intriga, sino de un desamparo profundo de los personajes. Al hilo del argumento, surgen otras muchas madres en esta novela: la madre muerta a manos de su marido, la del propio asesino, la de la hija asesinada, esa otra que fue madre porque la violó su propio hermano, y el grupo de madres de hijos desaparecidos en un México violento o aquellas que se alejan de la miseria de camino a Estados Unidos y en el camino se reúnen para consolarse y contar sus historias.
       Brenda Navarro sostiene que casi toda maternidad conflictiva de la narración se origina en una vida problemática, aunque la excepción es la madre de Daniel, cuya vida es fácil en apariencia, y no resulta paradójico que el personaje de más calado no sea la madre que pierde el hijo sino aquella que se lo lleva porque la narradora convierte su relato en una magnífica composición cuando retrata una mujer de barrio humilde que es incapaz de salir de la existencia miserable que la rodea a pesar de tener una herramienta que la hace poderosa: su independencia económica y su voluntad de sobrevivir. Aun así no lo consigue, mantiene a un hombre maltratador con las ventas de los pasteles que cocina, y con las paletas pero con la esperanza de que se cumpla su sueño: darle una hija; sigue sometida a una madre sin escrúpulos que la intentó matar cuando era niña, y poco después de perder a su hermano, su único apoyo, en un accidente de trabajo que todos se empeñan en negar, será cuando se dirige a un parque donde juegan los niños. Otros personajes secundarios: las parejas, Fran y Rafael, la niña Nagore, las suegras, abuelas, figuras nítidas que mantienen esa cierta opacidad de personas reales; también ocurre con el niño robado, cuyo autismo puede leerse como una curiosa y no menos cierta alegoría, fetiche de una proyección de las dos protagonistas, aunque siga siendo exactamente un niño. En Casas vacías cada relación se convierte en el accidentado camino de las dos narradoras para completar su identidad, una suerte de detonante entre lo imprevisible y lo irreversible. La narradora mexicana calcula bien los elementos de los que puede prescindir para que el relato mantenga la desnudez: por ejemplo, los nombres de las protagonistas. Y de entre todas estas mujeres, emerge una hija huérfana, Nagore, reverso de la moneda de esta historia trágica, la única mujer que tiene un nombre, la única también que no carga con culpas, ni de ella ni de nadie, porque a diferencia del resto de personajes, se enfrenta con optimismo a su drama personal, tras saber que su padre se ha convertido en un asesino, verse huérfana y al cuidado de la madre de Daniel, que en ese momento está embarazada de este; curiosamente su nueva madre se encontrará, de repente, a cargo de dos hijos, y la responsabilidad se le hace demasiado pesada. Desde el principio rechaza el cariño que le ofrece Nagore, y la situación se agrava cuando descubre el autismo de Daniel, que acapara todas sus atenciones. Cuando Daniel desaparece, a Nagore no le queda otro remedio que cuidar de ella misma, aparcar su dolor, con respeto al dolor de los demás, y hacerse fuerte sin rencores, tratando de pasar desapercibida siempre en esa “casa vacía”. Cuando la madre de Daniel por fin se dé cuenta de su existencia, quizá ya será demasiado tarde.
       El lector no siente, en ningún momento, simpatía por alguna de las madres de esta novela, aunque semejantes situaciones no imposibilitan que dejemos de sufrir esos modelos categóricos y absolutos como testigos de las vicisitudes de cada una, o de todas las mujeres retratadas en sus más extremas situaciones, tal vez porque no resulta fácil mostrarnos indiferentes ante tanta desdicha, un hecho que, de alguna manera, queda transfigurado gracias al refuerzo y uso del lenguaje con que narra la autora, y se manifiesta como una lectura absorbente en la que la sensibilidad de las palabras, que tienden al lirismo, amortigua las imágenes punzantes que transmiten; por otra parte, destaca y se subraya el reflejo del habla popular en las calles más modestas de México, que convierte cada escena en una visión realista por muy tremenda que esta sea construida. Casas vacías habla, en igual proporción, de la profunda inhumanidad del autodominio, del instinto de supervivencia, del paso de víctima a victimario. No se conforma con una visión abstracta de la violencia patriarcal, sino que realiza un agudo estudio de las luchas de poder, de la vulnerabilidad y de la responsabilidad personal. Y, de nuevo, y una vez más, del desamparo femenino.







CASAS VACÍAS
Brenda Navarro
Madrid, Sexto Piso, 2020