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MINIMALISMO BARROCO
El concepto de
literatura fantástica, simbólica, alegórica o mítica en España solo pudo
aplicarse a un puñado de novelas que en la década de los setenta y ochenta
planteaban, narrativamente hablando, un asunto o desarrollo inverosímil, y si
recurrimos a la memoria habría que hablar de casos fantásticos en momentos
concretos que se superponen al contenido general, o se interfieren en el
desarrollo de otras acciones. Lo cierto es que España nunca se ha distinguido
por su predisposición a lo fantástico o fantasmagórico, y hay quien culpa de todo
al clima tan benigno que disfrutamos, a las circunstancias históricas, a la
estructura social, a la política educativa, a una atávica visión a ras de
tierra, o a un inusitado pudor aunque, tal vez, hubiera que considerar todo a la vez. Acerca de este
defecto Álvaro Cunqueiro afirmaba que durante demasiado tiempo ha prevalecido
entre los escritores españoles un miedo paralizante a abordar lo fantástico, y
el lector se ha ido desacostumbrando a que los acontecimientos fabulosos
pudieran ocurrir en lo mejor de nuestra literatura.
Ángel Olgoso (Granada,
1961) ha impregnado su obra breve de ese concepto esgrimido de lo irreal
porque, la literatura fantástica, según Olgoso, permite innumerables formas de
acercamiento al reverso, al envés de lo verdadero, ofrece un mundo infinito de
posibilidades; es, también, un mundo que se enfrenta al real, y cuando lo hace
produce una enorme colisión o un simple contraste, aunque de ese choque se
desprende una lluvia de chispas que ilumina las pobres vidas. El granadino
afirma que su literatura es producto de la imaginación, de la torsión de lo
real, se sirve de un obsesivo gusto por los contenidos expectantes y
vertiginosos, tan insólitos como perturbadores. Además, el relato fantástico le
permite escapar de lo consabido, de lo mostrenco, de lo plano, de un repertorio
tan limitado como es la literatura realista, y la suya, por consiguiente, es
una bruma inquietante y magnética de lo inaudito, una visión maravillosa, esa
que flota sobre las delgadas fronteras que separan lo concreto y lo abstracto, sometiendo
lo fantástico a una intromisión violenta, insólita de un suceso extremo en el
mundo real, hasta el punto de que el autor se ve obligado a hacer verosímil lo
inverosímil.
Ángel Olgoso
es, también, un fervoroso cultivador del mundo del terror y del más allá, un
devoto investigador de lo extraño y de lo absurdo como constata buena parte de su
amplia producción narrativa breve como queda constancia, y ahora explora en
estas cuarenta y tres miniaturas que componen Astrolabio (2020) un volumen que Reino de Cordelia rescata de una
primera versión de 2007. La mayoría de estos textos, un número suficiente, pertenecen
al género fantástico, y en sus páginas se suceden los monstruos, las criaturas
mitológicas, los misterios por descubrir, entes de ficción y personajes
increíbles, sortilegios, filtros de amor y males de ojo, aunque Olgoso no
plantea sus relatos en el exclusivo ámbito de lo fantástico sino que la
temática de su literatura queda caracterizada por una curiosa forma de
abordarlos, de presentarlos al lector con el fin de acrecentar su estupor, su
miedo o su aversión, y para subrayar su intención se aleja del compromiso de un
realismo conventual.
El narrador
granadino reivindica, en un primer cuento, “Espacio”, el formato a que recurrirá
en el resto del libro, el relato y microrrelato. No hacen falta muchas páginas
para contar una historia, y el granadino ofrece textos variopintos que se
desbordan en una increíble imaginación que ensaya con una prosa opulenta,
lírica cuya fantasía queda plasmada en “Historia del rey y el cosmógrafo” y “Si
mi cabeza cae”, o sacude nuestra conciencia, “Será como si no hubieras
existido”. Dioses, mitos, sirenas en “Los bajíos”, e incluso Medusa y Perseo protagonizan
una historia policíaca, “En el lagar”. Para otros relatos cogemos aire,
están salpicados de comas, sin apenas puntuación cuando debiera tenerla, salvo
cuando termina el relato, solo al final, y el autor nos sorprende, y afirma
categóricamente, “Pero es tarde”, entonces acaba el cuento “Venablos”. El otro mundo,
el más allá, tan cercano y contiguo, reverso y divisa de nuestra existencia: la
muerte, que nos regala textos como “Tributo”, “El espejo” o “Los
despeñaderos”.
Lo que ofrece,
Astrolabio, en su conjunto, sin
olvidarnos de la plasticidad de las ilustraciones de Marina Tapia, es una
suerte de sorpresas y alegrías literarias que se confunden con la fantasía y la
imaginación, y si un astrolabio nos
orienta para realizar una segura navegación, en esta ocasión conviene perderse
y abundar en esta colección surcando sus páginas para encontrarnos con la magia
veraz y la literatura a cuenta del Quijote, de Avellaneda, y las teorías que
apuntan cómo este singular hidalgo fue obra del propio Cervantes como leemos en
“El incidente Avellaneda”. Algunos de los objetos más cotidianos tienen voz
propia, despiertan el interés y la mirada del autor, un reloj de
pulsera, “Todas hieren”, o un ventilador, “Artículo genuino”.
Ángel Olgoso
plantea prodigiosos momentos en su forma, su expresión es milimétrica, tiene un
estilo depurado y así logra un efecto concreto y curioso porque la mayoría de
estos relatos provocan una emoción, un sentimiento, y con esa facilidad que
solo es capaz la pluma de los escritores verdaderamente grandes.
ASTROLABIO
Ángel
Olgoso
Ilustraciones
de Marina Tapia
Madrid,
Reino de Cordelia, 2020
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