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miércoles, 24 de junio de 2020

Ángel Olgoso


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                             MINIMALISMO BARROCO
              
             

       El concepto de literatura fantástica, simbólica, alegórica o mítica en España solo pudo aplicarse a un puñado de novelas que en la década de los setenta y ochenta planteaban, narrativamente hablando, un asunto o desarrollo inverosímil, y si recurrimos a la memoria habría que hablar de casos fantásticos en momentos concretos que se superponen al contenido general, o se interfieren en el desarrollo de otras acciones. Lo cierto es que España nunca se ha distinguido por su predisposición a lo fantástico o fantasmagórico, y hay quien culpa de todo al clima tan benigno que disfrutamos, a las circunstancias históricas, a la estructura social, a la política educativa, a una atávica visión a ras de tierra, o a un inusitado pudor aunque, tal vez, hubiera que considerar todo a la vez. Acerca de este defecto Álvaro Cunqueiro afirmaba que durante demasiado tiempo ha prevalecido entre los escritores españoles un miedo paralizante a abordar lo fantástico, y el lector se ha ido desacostumbrando a que los acontecimientos fabulosos pudieran ocurrir en lo mejor de nuestra literatura.
       Ángel Olgoso (Granada, 1961) ha impregnado su obra breve de ese concepto esgrimido de lo irreal porque, la literatura fantástica, según Olgoso, permite innumerables formas de acercamiento al reverso, al envés de lo verdadero, ofrece un mundo infinito de posibilidades; es, también, un mundo que se enfrenta al real, y cuando lo hace produce una enorme colisión o un simple contraste, aunque de ese choque se desprende una lluvia de chispas que ilumina las pobres vidas. El granadino afirma que su literatura es producto de la imaginación, de la torsión de lo real, se sirve de un obsesivo gusto por los contenidos expectantes y vertiginosos, tan insólitos como perturbadores. Además, el relato fantástico le permite escapar de lo consabido, de lo mostrenco, de lo plano, de un repertorio tan limitado como es la literatura realista, y la suya, por consiguiente, es una bruma inquietante y magnética de lo inaudito, una visión maravillosa, esa que flota sobre las delgadas fronteras que separan lo concreto y lo abstracto, sometiendo lo fantástico a una intromisión violenta, insólita de un suceso extremo en el mundo real, hasta el punto de que el autor se ve obligado a hacer verosímil lo inverosímil.
       Ángel Olgoso es, también, un fervoroso cultivador del mundo del terror y del más allá, un devoto investigador de lo extraño y de lo absurdo como constata buena parte de su amplia producción narrativa breve como queda constancia, y ahora explora en estas cuarenta y tres miniaturas que componen Astrolabio (2020) un volumen que Reino de Cordelia rescata de una primera versión de 2007. La mayoría de estos textos, un número suficiente, pertenecen al género fantástico, y en sus páginas se suceden los monstruos, las criaturas mitológicas, los misterios por descubrir, entes de ficción y personajes increíbles, sortilegios, filtros de amor y males de ojo, aunque Olgoso no plantea sus relatos en el exclusivo ámbito de lo fantástico sino que la temática de su literatura queda caracterizada por una curiosa forma de abordarlos, de presentarlos al lector con el fin de acrecentar su estupor, su miedo o su aversión, y para subrayar su intención se aleja del compromiso de un realismo conventual.
       El narrador granadino reivindica, en un primer cuento, “Espacio”, el formato a que recurrirá en el resto del libro, el relato y microrrelato. No hacen falta muchas páginas para contar una historia, y el granadino ofrece textos variopintos que se desbordan en una increíble imaginación que ensaya con una prosa opulenta, lírica cuya fantasía queda plasmada en “Historia del rey y el cosmógrafo” y “Si mi cabeza cae”, o sacude nuestra conciencia, “Será como si no hubieras existido”. Dioses, mitos, sirenas en “Los bajíos”, e incluso Medusa y Perseo protagonizan una historia policíaca, “En el lagar”. Para otros relatos cogemos aire, están salpicados de comas, sin apenas puntuación cuando debiera tenerla, salvo cuando termina el relato, solo al final, y el autor nos sorprende, y afirma categóricamente, “Pero es tarde”, entonces acaba el cuento “Venablos”. El otro mundo, el más allá, tan cercano y contiguo, reverso y divisa de nuestra existencia: la muerte, que nos regala textos como “Tributo”, “El espejo” o “Los despeñaderos”.
       Lo que ofrece, Astrolabio, en su conjunto,  sin olvidarnos de la plasticidad de las ilustraciones de Marina Tapia, es una suerte de sorpresas y alegrías literarias que se confunden con la fantasía y la  imaginación, y si un astrolabio nos orienta para realizar una segura navegación, en esta ocasión conviene perderse y abundar en esta colección surcando sus páginas para encontrarnos con la magia veraz y la literatura a cuenta del Quijote, de Avellaneda, y las teorías que apuntan cómo este singular hidalgo fue obra del propio Cervantes como leemos en “El incidente Avellaneda”. Algunos de los objetos más cotidianos tienen voz propia, despiertan el interés y la mirada del autor, un reloj de pulsera, “Todas hieren”, o un ventilador, “Artículo genuino”.
       Ángel Olgoso plantea prodigiosos momentos en su forma, su expresión es milimétrica, tiene un estilo depurado y así logra un efecto concreto y curioso porque la mayoría de estos relatos provocan una emoción, un sentimiento, y con esa facilidad que solo es capaz la pluma de los escritores verdaderamente grandes.







ASTROLABIO
Ángel Olgoso
Ilustraciones de Marina Tapia
Madrid, Reino de Cordelia, 2020


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