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Dostoievski: el primer soñador de la historia de la literatura y sus "Noches blancas"
En Rusia
ocurre un fenómeno natural durante el solsticio de verano en las áreas de
latitud alta, caso de San Petersburgo, cuyas puestas de sol son tardías y los
amaneceres más tempranos. Como consecuencia, la oscuridad nunca es completa.
Este fenómeno natural es conocido popularmente con el nombre de “noches blancas”,
a las cuales Dostoievski hace alusión en sus obras, incluso titula así una de
sus primeras novelas, Noches blancas (1848), y repite más tarde en, El Idiota
(1866), cuando Ippolit lo visita en su dacha. Además, el narrador ruso, muestra
un instante fugaz, en el cual el protagonista a lo largo de estas noches cree
haber encontrado por fin el alivio tan esperado a su soledad, aunque en la
última noche todo se convierte en un triste amanecer con la culminación de su
ilusión.
La historia a contar
El argumento
de Noches blancas, que se desarrolla
en San Petersburgo, es aparentemente simple: un joven solitario e introvertido
narra cómo conoce de forma accidental a una muchacha durante una “noche blanca”.
Tras el primer encuentro, la pareja de desconocidos se citará durante las
cuatro noches siguientes, noches en las que la chica, de nombre Nástenka, relatará
su triste historia, y en las que harán acto de presencia, de forma sutil y
envolvente, las grandes pasiones que mueven al ser humano: el amor, la ilusión,
la esperanza, el desamor, el desengaño.
Un soñador
La crítica universal ha manifestado que Dostoievski, fue sin duda, el primer soñador de la historia de la literatura universal, aunque es verdad que, con el paso del tiempo, solo él ha conseguido soñar diferente, y por eso ocupa ese lugar privilegiado en el cosmos de los soñadores aunque quizá, influenciado por autores como Gógol o Turguéniev, transformara su propia quimera, porque pronto supo que ellos exploraban nuevas formas de expresión literaria como respuesta a los diversos movimientos románticos europeos que ya languidecían, y tradujo el suyo en un sueño trágico aunque repleto de esperanza, en un sueño ya derrotado de antemano, tal vez porque soñar, ya sea en el mundo real o en el mundo imaginado, siempre es arriesgado porque casi nunca sucede lo soñado y eso resulta doloroso, incluso en literatura. Y tal vez, Noches Blancas, una fugaz historia, a medias entre el relato y la novela corta, sea uno de los textos que mejor describen ese dolor literario, esa descomposición de los sueños y del propio soñador.
Dostoievski
transforma a su personaje en un hombre que ciertamente inspira tristeza por
parecer un ser desvalido y timorato, alguien que rehúye de su realidad y se
esconde de la misma, como si, quién sabe, huyera de un turbio pasado de
sufrimiento (¿lo fue el propio del autor?) y para él su única redención posible
sea la soledad, y convertirse en un misántropo y también en un soñador que
espera que sus sueños no le dañen; en esto se traduce el intimismo de
Dostoievski, y en especial el intimismo de muchas de las páginas de Noches Blancas, una trama que se recrea
con rapidez, en tan solo cuatro noches y una especie de epílogo final, y la
ciudad de San Petesburgo como escenario de nostalgia (podemos imaginarla,
incluso tocarla y olerla como si de una secuencia cinematográfica se tratara),
cuando el soñador camina y reflexiona (muy válidas algunas de sus indagaciones
sobre el alma humana; inicio, sin duda, del retrato psicológico en la
literatura) para encontrar de repente a Nástenka, un ser que también parece
indefenso pues llora en soledad, y con quien el protagonista inicia una amistad
que finalmente se transforma en un amor sincero por su parte, e idealizado, y
posiblemente necesario para reemplazar a otro amor ausente por parte de ella,
aunque el amor entre ambos, protagonista y Nástenka, nunca llegará a
consumarse. Aún así se vislumbra en el final del relato una cierta esperanza,
ausente de tragedia, como si retener un recuerdo fuera el motivo suficiente
para la supervivencia de un hombre que ha renunciado por completo a sus
semejantes. Es como la historia de un sueño, del sueño dostoiesvkiano, o al
menos de sus inicios oníricos, cuando todavía gran parte de su obra transitaba
en un lugar desconocido, en ese mundo que no se ve ni se siente y que, sin
embargo, ya caminaba junto al autor, susurrándole ideas, tramas, sentimientos y
más sueños para que en el instante oportuno nacieran a la vida literaria sus
clásicos, Los hermanos Karamazov (1880),
o Crimen y Castigo (1886), tal vez obras mayores que Noches Blancas, aunque es justo decir que este relato siempre vaga
en el recuerdo del lector, tal vez porque la tristeza de sus páginas finalmente
consigue aquello que Dostoievski siempre quiso: que alguien pueda creer en el
sufrimiento humano como redención para el alma.
El autor
Fiódor
Dostoievski (Moscú, 1821 - San Petersburgo, 1881), educado por su padre, un
médico de carácter despótico y brutal, encontró protección y cariño en su
madre, que murió prematuramente. Al quedar viudo, el padre se entregó al
alcohol, y envió finalmente a su hijo a la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo, lo que
no impidió que el joven Dostoievski se apasionara por la literatura y empezara
a desarrollar sus cualidades de escritor. En 1849 fue condenado a muerte por su
colaboración con determinados grupos liberales y revolucionarios. Tras largo
tiempo en Tver, recibió autorización para regresar a San Petersburgo, donde no
encontró a ninguno de sus antiguos amigos, ni eco alguno de su fama. Su obra,
aunque escrita en el siglo XIX, refleja también al hombre y la sociedad contemporánea.
El ilustrador
Nicolai
Troshinsky (Moscú, 1985). Estudió ilustración en Madrid y más tarde asistió a
cursos intensivos con Józef Wilkon y Linda Wolfsgruber en Italia. En 2009
terminó sus estudios de realización de cine de animación en la escuela francesa
«La Poudrière».
Desde 2006 lleva realizando proyectos de literatura infantil y juvenil,
principalmente con editoriales españolas y en ocasiones siendo también autor
del texto. En 2013 realiza el cortometraje de animación Astigmatismo que le merece
numerosos premios y menciones en festivales internacionales. Desde 2010 realiza
también una actividad paralela como diseñador de videojuegos experimentales.
Fiódor Dostievski, Noches blancas, Ilustraciones de
Nicolai Troshinsky; traducción de Marta Sánchez-Nievas; Madrid, Nórdica, 2015;
126 págs.
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