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lunes, 28 de febrero de 2022

Cuaderno en blanco

 

Febrero, 2022

 

       Este es un mes de esos calificados como “febrerillo loco” quizá porque suele hacer buen y mal tiempo, frío y calor, viento y días soleados, en fin, casi un mes de transición para pasar al comienzo de una primavera repleta de color.

       La literatura, este mes, aporta escasos propósitos, el más interesante o importante o novedoso, la edición de una novela casi oculta de Colombine, descubierta hace unos años, y que se publicó en Lisboa en 1922, la curiosa cifra de hace 100 años, y que ahora quizá pueda publicarse, se titula El retorno, y sigue esa corriente de espiritismo que circuló por Europa y que tanto diera que hablar.

       Los 60 aós de La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa son, también, motivo de celebración, y se perfila en una nota o pequeña aportación a la singular obra.       

       Febrero sierra una pequeña muestra de obviedades que se concretan enn tristes acontecimientos, alguna lectura y propuesta narrativas de algún calado, Reinaldo Jiménez, Carmen Canet y ese monumental Ulises, de James Joyce que asoma y se convierte en meta para este próxmo mes de marzo.

 


 

martes, 22 de febrero de 2022

Ricardo Menéndez Salmón

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                     La realidad reinventada

 

                                                              

       Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) proyecta en su prosa una singular eficacia narrativa, y sus especiales dotes para la trama o el trasfondo de sus historias muestran la complejidad y el desarrollo de las mismas con evidentes referencias a la filosofía de autores como Spinoza, Schopenhauer o Nietzsche, y dignifican, sin duda alguna, ese lugar que ya hoy ocupa el asturiano en el panorama narrativo español del siglo XXI. Evidencia, además, que su categoría ha sido sopesada algunos años después, tras llevar a cabo un auténtico ensayo de modestia con sus primeras novelas y colecciones de relatos de difusión minoritaria que avalaban la solidez de una obra que, hace unos años, Seix-Barral sacaba del anonimato. La obra de Menéndez Salmón quedaría marcada desde el comienzo por ese proyecto que se bautizaría como Trilogía del mal, e incluye La ofensa (2007), Derrumbe (2008) y El corrector (2009), la suma de una metafórica visión sobre ese concepto que el autor otorga a la maldad humana. Una búsqueda personal que explora nuevos territorios que concrete un paisaje posible, continuado en desafíos arriesgados, La luz es más antigua que el amor (2010), Medusa (2012) y Niños en el tiempo (2014), que confirman esas preocupaciones estructurales y temáticas de Menéndez Salmón respecto a escritura y vida, lenguaje y realidad circundante, o tiempo e historia que concibe como algo perdurable; después ha publicado, El sistema (2016). Homo Lubitz (2018), y No entres dócilmente en esa noche quieta (2020) que no es un texto al uso, sino una elegía, una auténtica expiación tras muchos años de proceso creativo literario, un intento que reconstruye una existencia encaminada a una temprana madurez, la de quien ha hecho de la escritura su causa vital, aunque se construya como un proceso de existencia agotado, sin remedio alguno. A medida que avanzamos en su lectura, otros temas vertebrarán el libro que gira en torno a la figura de su padre, aunque reconoce que escribe mucho más de sí mismo, del largo padecimiento paternal, o cómo influyó la enfermedad durante tres décadas en su vida.

       El punto de partida de la nueva entrega, Horda (2021), recrea, o incluso retrata un mundo sin fechas ni nombres que identifiquen a sus personajes, se trata de una terrorífica distopía en una novela que es tanto una alegoría sobre la palabra como la inmersión en un mundo en el que esta aparece prohibida, y por extensión cualquier manifestación que tenga que ver con los libros y con la lectura. Menéndez Salmón construye un mundo donde se han pervertido el significado de las palabras, tal vez por ese excesivo uso sin que importe el significado real que estas contengan, y así son erradicadas. Y aún prolonga su reflexión, no solo queda prohibida la palabra pronunciada, sino la palabra escrita y cuanto tenga que ver con su mundo; es decir, la letra impresa. Todo permanece mudo, nadie habla, no hay libros, no hay periódicos, no se oye la radio, no existen los espectáculos, y lo peor de todo, tampoco existe la risa.

       La realidad imaginada por Menéndez Salmón, está gobernada por los niños que han decidido rebelarse contra del mundo de unos adultos que no reconocen, y han tomado el poder por la fuerza, obligando a la sociedad a llevar una silenciosa y uniforme actitud en la que ni siquiera se permiten los animales de compañía; solo quedan los monos, sucios y ruidosos, un inequívoco trasunto que nos recuerda de dónde venimos, aunque en un mundo uniforme los recuerdos se desdibujan en aquellos adultos que encuentran perturbador pensar que un tiempo atrás fueron niños. En esta, aparente, realidad paralela, lo que impera es la imagen, y lo visual se convierte en esa vigente alienación a los sujetos que no necesitan cárceles para sentirse prisioneros, su mundo se llena de imágenes que evocan épocas pasadas y que les está prohibido rememorar, solo el tiempo se verbaliza aunque sea simplemente dentro de los pocos individuos que han sobrevivido. Este, y no otro es el mensaje, la crítica feroz, y el terror más humano. El mundo que habitábamos se lleva al extremo en Horda porque nos alienamos delante de pantallas, vivimos en una sociedad llena de estímulos rápidos y respuestas inmediatas, tenemos contaminación ambiental y lumínica en las ciudades y, además, hemos empezado a dejar de hablar, de relacionarnos y comunicarnos frente a frente, de reírnos, y quizá nuestro mundo no es Horda, esa es la distopía, pero se parece bastante, y nos queda esa crítica que es imposible no apreciarla.

 


Horda

Ricardo Menéndez Salmón

Barcelona, Seix-Barral, 2021

 

      

 

martes, 15 de febrero de 2022

Marina F. Colón

…me gusta

                      Caballitos del diablo

 

       La editorial Adeshoras publica la primera novela, Odonata, de Marina F. Colón

 

 

       Marina F. Colón (Ferrol, 1965) publica, Odonata. Almanaque de la obsesión (2021), una historia que parte del curioso concepto de la metamorfosis, esa simbiosis de algunas libélulas que permanecen largo tiempo escondidas para, transcurrido un tiempo, emerger a una luminosa y breve etapa adulta, una noción científica de la que se servirá la narradora para contarnos cómo Edi, una de sus protagonistas, una estanquera madura, que vive en una capital de provincias junto a su hermana, Dulia, sufre unos miedos patológicos de los que no consigue liberarse, su fobia por los ombligos, esa omfalofobia, que en cierta medida le impide ser quien quiere ser y no lograra desarrollarse plenamente, y se quedara eternamente en estado en la ninfa, de náyade, de promesa de libélula, aunque tampoco es su principal obsesión, puesto que Odonata con un subtítulo preciso porque no trata de una única obsesión sino en general de los problemas mentales, de quienes los padecen, un argumento digno y curioso porque, de alguna manera, visibiliza un tema y lo convierte en literario, y lo mejor, en realidad, la narradora no deja de cuestionarle a sus personajes cómo huir de una rutinaria vida que conlleva una existencia anodina por la que transcurre el tiempo, sin apenas nada que altere sus convicciones, tareas y vivencias cotidianas. Un día, Edi, es consciente de verse observada por un cliente, alguien que esporádicamente acude a su estanco, y solo entonces sentirá cómo algo cambia en su vida; es Hipólito, un solitario, un jubilado neurótico, con una madre enferma, que arrastra una vida difícil, quien parece ver una salida a su insustancial existencia en el amor que siente por la estanquera, un personaje, en apariencia bastante gris en sus actuaciones, y que poco a poco va mostrando una mayor complejidad como antagónico de la estanquera, aunque sospecha que solo así podrá librarse de un pasado que no consigue dejar atrás.

       La narradora ferrolana envuelve a Odonata en un cierto ambiente costumbrista del que se sirve para enmarcar las historias singulares de unos personajes perseguidos por un cuadro de obsesiones patológicas que a lo largo de su existencia han marcado el devenir de su vida a diario; en realidad, un sencillo argumento desencadenará la historia final que, tras dar a conocer algunos de sus personajes, incluye tintes de relato negro donde cabe la más loable ficción detectivesca, e incluso asesinos que esconcen una obsesiva convicción que se enmarca en ese almanaque, detallado científicamente, que pretende servirnos la narradora sin que por ello debamos pensar que se trata de un profundo estudio psicológico de unos personajes que sobreviven como muchos de esos otros que sentimos cercanos y pueblan nuestras calles, incluso que conocemos y saludamos al pasar o se ocultan en ese letargo que un día, sin pensarlo, les deja liberarse tras una metamorfosis que los devuelve a la vida. Esos otros personajes, Abelardo Iglesias, Carlos. Olga y la misma Dulia conforman la justificada confirmación de la verdad que se quiere contar en esta novela porque, pese a una axiomática afirmación, no todo a nuestro alrededor se muestra como esa patológica visión de una sociedad enfermiza.

       La novela, breve, y no menos curiosa entretiene, nos identifica con alguna que otra obsesión y subraya cómo en este mundo el abanico de individualidades es tan heterogéneo que todos estamos dentro, sin excepción alguna.

          


Odonata

Almanaque de la obsesión

Marina F. Colón

Madrid, Adeshoras, 2021

 

viernes, 11 de febrero de 2022

miércoles, 9 de febrero de 2022

Hoy invito a…

María Ángeles Pérez

amaneceres

Miedos

     

 De pequeños, con la finalidad de recortar al máximo cualquier tipo de travesura de la época que nos había tocado vivir, nos amenazaban con que vendría el tío del saco y nos llevaría a un lugar recóndito y desconocido. Yo siempre me imaginaba a este señor cargado con un raído talego en el que podría, en cualquier momento que me pillara desprevenida, introducir mi diminuto cuerpo y que me llevaría hacia un espacio oscuro del que no podría regresar nunca jamás.  

       Nuestra vida está llena de miedos que nos pueden llevar a estados de ansiedad insospechados, aunque ahora, de mayores, las causas sean distintas a las de nuestra añorada infancia. Nos pueden venir anunciados por mortíferos virus amenazando invadir nuestro indefenso cuerpo, por escandalosas subidas de facturas que no podemos pagar, miedos a estar nadando, a contracorriente, en un mundo descontrolado que no acabamos de entender y de asimilar. Muy mal nos hemos tenido que portar para llegar a este extremo. Pues, seamos «niños buenos», quizá podamos vencer nuestros miedos. Y, ya se suele decir, miedo, aquel que tú te quieras tomar.

 

martes, 8 de febrero de 2022

Adiós a Fernando Marías

Muere a los 63 años Fernando Marías ((Bilbao, Vizcaya, 13 de junio de 1958-Madrid, 5 de febrero de 2022)

 El novelista bilbaíno, ganador del premio Nadal de 2001 por ‘El niño de los coroneles’, fue capaz de reinventarse una y otra vez en todos los planos humanos y culturales

 

 

       Fue un hombre profundamente culto, generoso, capaz de reinventarse una y otra vez en todos los planos humanos y culturales y, probablemente, el bilbaíno más alegre, universal, desprendido y creativo.

 La luz prodigiosa (1992), sorprendente ficción en torno a un Lorca que habría sobrevivido a los captores y que lucha por abrirse paso en territorio hostil.

Esa capacidad para la reinvención se reflejó en su segunda novela memorable, El mundo se acaba todos los días (2005), un desnudo integral, una inmersión honesta, escandalosa, en las pulsiones suicidas de la adicción capaces de arrastrar a quien más quieres y en los frágiles asideros en que puede sustentarse la salvación. Ganó premios como el Primavera con Todo el amor y casi toda la muerte, el Nadal con El niño de los coroneles o el Biblioteca Breve con La isla del padre.

 

       

Obras narrativas

La luz prodigiosa (1990), Premio Ciudad de Barbastro

Esta noche moriré (1992)

Páginas ocultas de la Historia (1997), coescrito con Juan Bas

Los fabulosos hombres película (1998)

El niño de los coroneles (2001). Premio Nadal 2001

La batalla de Matxitxako (2001)

La mujer de las alas grises (2003)

Invasor (2004), Premio Dulce Chacón de Narrativa Española 2005

Cielo abajo (2005), Premio Anaya 2005 y Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 2006

El mundo se acaba todos los días (2005). Premio Ateneo de Sevilla 2005

Zara y el librero de Bagdad (2008), Premio Gran Angular 2008

Todo el amor y casi toda la muerte (2010), Premio Primavera 2010

El silencio se mueve (2010)

La isla del padre (2015). Premio Biblioteca Breve 2015

Arde este libro, 2021

 

viernes, 4 de febrero de 2022

Diego Prado

 me gusta…

                           Adiós a la juventud

 

                  

       Diego Prado (Mahón, 1970) experimenta con su literatura y ofrece la irónica visión de una sociedad desgajada de sus elementos más imprescindibles, falta de bondad, o la negación absoluta de la condición humana porque sus personajes, mujeres y hombres, se ven inmersos en algunos de los momentos más inesperados de su vida, y es así como sus historias se convierten en un extraño conjunto de adversidades, donde la angustia destruye todo a su alrededor, aunque estos protagonistas se esfuerzan e intentan dar sentido a cuanto sucede para liberarse de la pesadilla inesperada en que se han visto sumergidos.

       Autor de las novelas En algún lugar te espero (2000)  y Hospital Cínico (2013), y los libros de relatos Las espigas de la imprudencia (2003), Domingos buscando el mar  (2007) y Sopa de fauno (2017), para el mahonés sus historias surgen de una simple anécdota que, en su mano, cobra protagonismo, porque en el fondo subyace ese otro relato que como lectores somos capaces de imaginar. Con Summertime blues (2021) entrega su novela más ambiciosa, un curioso recorrido por la música y la juventud de los años cincuenta y sesenta, ejemplo y modelo de una incómoda realidad y la búsqueda de un camino que alejara a los adolescentes de la sombra de lo mundano, una huida necesaria, y una actitud que revolucionó no solo el mundo de la música, sino que sacudió las conciencias de una generación arrastrada a la incomprensión de sus mayores, crónica del hastío cotidiano, y de donde surge la necesidad de encontrar nuevos espacios por los que transitar en una inquietante y convulsa sociedad de abundantes cambios y no menos sorprendentes acontecimientos, una generación que huyó del sueño americano y encontró la libertad de asegurarse un mundo a su medida, aunque el devenir histórico truncó sus sueños.

       Este singular desafío eclosionó hacia nuevas posibilidades existenciales e indujo a vivir en un mundo diferente que originó otra música, otra literatura, otra forma de convivencia, provocó un acusado antibelicismo ante la barbarie de Vietnam, un consumo desmedido de alcohol y de drogas, y un acentuado individualismo que sustentaría una férrea lucha contra el juego del poder. En este concreto y singular escenario, Diego Prado, hilvana su historia desde distintos puntos de vista, en un prolongado espacio temporal que alternará a lo largo del relato, enlazado por el protagonismo de los personajes, la conversación que inicia Nick Prom, un viejo músico, con una joven desconocida cuando descubre que el anciano acaba de recuperar la guitarra perdida de Eddie Cochran tras décadas perdida. Se incorpora a la narración la historia de Johnny, joven de mala reputación, enamorado de una chica a quien le hace una promesa para demostrarle su amor, robar y llevarle la guitarra de Cochran; no menos curioso, su amigo, el Largo, que le ayudará para que su aventura salga bien y protagonizará el episodio bélico en el infierno vietnamita, acompañado de otros personajes que intervienen en los acontecimientos y contribuyen a una ajustada y precisa ambientación casi fílmica porque, Prado, deja que Prom empiece la historia, para ir enlazando el resto de acontecimientos que desconoce el músico, y darán coherencia al resto del relato, aunque eso sí, el lector apreciará que la historia  de la guitarra pierde protagonismo desde que su último portador la abandona y reaparece en las últimas páginas.

       El desarrollo de esta novela queda trazado en los círculos del amor y de la amistad que nace en un pequeño pueblo del Oeste norteamericano, donde nunca ocurre nada digno de contar, y cuya pasión por el rock and roll y las promesas de amor dadas llevan a viajar a sus protagonistas por Inglaterra, España, Francia y, de vuelta al pueblo, donde se cierra el círculo. Quizá por eso, Summertime blues, no es una novela de amor adolescente, ni la crónica de quienes vivieron, sintieron y bailaron el rock and roll, el blues, el country o el jazz, sino una historia acerca de la condición humana, o esa inquietante sucesión del paso de los días vacíos y de esas circunstancias que dejan huella en las personas vulnerables, y les lega esa forma de hacer y de estar que, también, identifica a una época determinada. Prado recrea ciertas figuras míticas de época, y al tiempo que descentraliza su acción, el narrador imprime a sus protagonistas una mirada diferente que, pese a los acontecimientos, los unirá con los exclusivos lazos de una sincera amistad para que en nombre de esta consigan su objetivo final.

 


 

 

 

Summertime Blues

Diego Prado

Sevilla, Algaida, 2021

miércoles, 2 de febrero de 2022

Hoy tomo café con…

 

Katya Adaui, narradora limeña, explora en sus cuentos la difícil relación familiar entre padres e hijos

 


 

       Katya Adaui (Lima, 1977) es comunicadora, periodista y fotógrafa. Autora de los libros de cuentos Aquí hay icebergs  (2017), doce relatos cuya estructura lineal juega con los tiempos, Algo se nos ha escapado (2011), donde la autora explora las interrelaciones humanas, abordándolas desde diversos puntos de vista: lo real, lo onírico y lo fantástico, y Un accidente llamado familia (2007), que presenta retratos familiares en los que, con un estilo marcado por la honestidad y la nostalgia, descubrimos que todos somos sobrevivientes del mismo accidente, del llamado familia: y de la novela Nunca sabré lo que entiendo (2014). En 2018 fue invitada a la residencia de escritura creativa de la Academia Lu Xun,  en China. En 2019 se publicó su libro infantil, Muy Muy en Bora Bora.  Sus relatos están recogidos en más de veinte antologías en el Perú y el extranjero, han sido traducidos al inglés y al italiano. Sus cuentos se han publicado en Review Magazine (EE.U.U. 2013); Mi madre es un pez (Libros del Silencio, España, 2012); Más allá de la medida, I Premio internacional de microrrelatos del Museo de la Palabra (España, 2010) y en Asamblea Portátil, muestrario de nuevos narradores iberoamericanos (Casatomada, 2010). Ha publicado en Etiqueta Negra, Hermano Cerdo, Periplo, Buen salvaje, Le Monde Diplomatique. La editorial madrileña, Páginas de Espuma, ha publicado Geografía de la oscuridad (2021), una colección de cuentos, donde la peruana ensaya su teoría de la paternidad, un mapa opaco que enseña cómo sobrevivir a la educación de los hijos, relatos dotados de una poderosa intimidad, buscan cualquier prueba de ternura y felicidad para redimir esas fingidas relaciones. Actualmente vive en Buenos Aires y dicta talleres de escritura.

Katya Adaui, la narradora limeña, explora en sus cuentos la difícil relación familiar entre padres e hijos, cuenta unas historias ambiguas que surgen de unas extrañas y envolventes relaciones que resultan tan decepcionantes como oscuras desde el punto de vista humano, aunque no excluyen la ternura y la compasión, sobresale la rabia de sentirse diferentes. Adaui consigue  despertar nuestras emociones ensayando sus textos con un lenguaje, preciso, hermético, y calculado, capaz de dominar el espacio  que se crea entre las frases cortas y medidas, habilidad que provoca ese mar de dudas que llevan a no dejar de leer tan inquietantes episodios que se zambullen en las profundidades de la esencialidad humana.

La suya, si nos lo planteamos, ¿es una melancolía perturbadora para componer su literatura?

       Escribo en estado de curiosidad, intriga, expectativa. No sé quiénes son los personajes, pero les voy armando un arco a medida que avanzo. Dotarlos de una vida creíble es un problema enorme y un placer que yo misma me he inventado.

 

La familia es el tema que predomina en sus últimos relatos, ¿o quizá es tan solo una excusa para dejar constancia de la infelicidad de las personas?

       Cuando vemos una película sobre desastres mundiales, siempre se enfocan en un universo íntimo. Le pasa a todo el planeta, pero solo vemos afectadas a dos o tres personas, las seguimos porque representan a la humanidad entera. Así pienso un cuento: entrar a un tema universal desde una geografía o un hábitat pequeñito.

 

¿Los cuentos de Geografía de la oscuridad (2021) ofrecen un catálogo de madres y padres perdedores, y por añadidura sus consecuencias?

       Son madres y padres que deben lidiar con la vida, como cualquiera de nosotros. Con sus sombras, sus fracasos a cuestas, su léxico familiar, sus alegrías.

 

Parece que los personajes de sus cuentos no terminan de comunicarse entre sí, media entre ellos esa geografía del mismo título, ¿si es así, cómo plantea usted ese conflicto?

       En una ficción, cuando las personas se comunican es sobre todo para dar cuenta del malentendido. Sabemos que no todo es lenguaje; a veces, como con el amor, no basta.

 

La madre del relato, “En un lugar seguro”, necesita que su hija enferme para verter su odio en la relación con su pareja, ¿existe tanta maldad en el mundo?

       No es odio lo que la mueve, sino una forma perversa de entender el amor.

 

¿El lector, en este cuento concreto, debería entender que existe una moraleja tras la historia?

       No.

 

La brevedad y el ritmo, la elipsis y la economía de recursos, ¿resultan tan imprescindibles como importantes en su prosa?

       La contención me parece lo importante: no se puede contar todo. Ecualizar, calibrar. A partir de la dosificación se construye cierta tensión narrativa.

 

¿El lenguaje que utiliza, sin duda atropellado y atroz, confiere a sus relatos el dolor necesario para expresar esa rabia que desprende todo lo relacionado con lo humano?

       Es un gesto adulto poder sostener una rabia. Protege de la tentación de volver a pasar por un dolor conocido. También es adulto aceptar que a veces la reconciliación no es posible. Como escritora me atraen los “a veces”, más que los “nuncas” o los “siempres”.

 


¿Quizá debemos pensar que el lenguaje surge como una defensa propia para dejar constancia de un mundo que usted percibe a su alrededor?

       Para mí la belleza del lenguaje es su flexibilidad, su predisposición a la duda ilimitada, en ese sentido el lenguaje nos arma, nos defiende. Lo contrario a la intemperie, nos viste.

 

La convivencia contemporánea parece abocada a mostrar extrañas relaciones familiares, ¿tal vez por eso en su literatura subyace una crítica feroz y contundente?

       Existir es una extrañeza, una dificultad. La convivencia diaria expone desde siempre una tirantez, esa tirantez la mueve hacia delante.   

 

Según se desprende de sus cuentos, ¿las relaciones de los hijos con sus padres suelen ser bastante complejas, y en ocasiones incoherentes?

       Te diría que según se desprende de la vida misma. ¿Qué relación no es compleja y ambigua? Cualquier relación implica aprendizaje mutuo, escucha, cuidado, paciencia, piedad, consuelo, pelea, encono, alivio; el corazón de lo humano. Amar es entregarse a ser desollado, algo así escribió Susan Sontag.

 

¿Es usted consciente de que altera el tiempo y el espacio con absoluta impunidad para contarnos sus historias?

       Un relato se construye de saltos en el tiempo, de vacíos, de viajes hacia adelante y hacia atrás. La memoria es una maquinaria de reciclaje donde todo se mezcla, una plataforma de avistamiento y lo que ve está ya mediado por la distorsión, la confusión, la sensación de perplejidad, la reescritura mental del acontecimiento, el olvido. Sabiendo que estoy frente a algo tan poco confiable: ficción, ficción, ficción.

 

¿Prevalece la intensidad emocional en sus cuentos frente a la estructura y el argumento?

       Priorizo el lenguaje porque está al servicio de todo lo demás, originando la reacción en cadena: atmósfera, acciones, estructura, trama.

 

¿Queda algo de ternura y bondad en el mundo, al final de sus cuentos, parece que atisbamos, como lectores, cierta aire de delicadeza y de afecto?

       Discutir es un acto de entrega y escucha, es una mediación amorosa: discutimos con quienes no sentimos que perdemos el tiempo. Tal como es irreal la vida sin conflicto, también es imposible la vida sin ternura. Cualquier cuento medianamente interesante especula sobre lo ambiguo, lo contradictorio, el momento del trastoque: cuando algo pasa a ser otra cosa.  

 

Para terminar, después de leer los cuentos de Geografía de la oscuridad ¿debemos, por casualidad, psicoanalizarnos?

       Por qué habría que hacer algo?