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viernes, 30 de julio de 2021

Adiós a...

 Muere el escritor y editor italiano Roberto Calasso

 

 

       El escritor y editor italiano Roberto Calasso (Florencia, 1941), director editorial de Adelphi desde 1971, ha fallecido a los 80 años en Milán después de una larga enfermedad. El autor, un grande de la edición literaria italiana, ha fallecido el día en que se publican dos de sus libros autobiográficos “Memè Scianca”, sobre su infancia en Florencia, y “Bobi”, memorias de Roberto Bazlen sobre cómo fundó junto a Luciano Foà la editorial Adelphi en 1965.

       Nacido en Florencia el 30 de mayo de 1941, el literato fue hijo del jurista Francesco Calasso y hermano menor del cineasta Gian Pietro Calasso. Si bien creció en una familia de intelectuales, su pasión por el mundo de la literatura se gestó gracias a su abuelo materno Ernesto Codignola, filósofo fundador de la editorial La Nuova Italia.

       Calasso es autor de Las bodas de Cadmo y Harmonía y El rosa Tiépolo, publicadas en España por Anagrama. En sus ensayos abandona el eurocentrismo para abrirse al pensamiento de extremo oriente, lo que provoca una nueva comprensión de la historia de la cultura a ojos de Occidente. Anagrama acababa de publicar en castellano y catalán Cómo ordenar una biblioteca

       Sobre la literatura, lo importante, decía Calasso, es la calidad de la expresión literaria y no si contiene ficción. 

jueves, 29 de julio de 2021

Sabías que...

 


          “El dinero hace personas ricas…el conocimiento hace personas sabias… pero la humildad hace grandes personas”.

miércoles, 28 de julio de 2021

Cuaderno en blanco

 Julio


 

       Un comienzo caluroso, como es habitual en pleno verano, y pocas noticias en perspectiva para las semanas venideras, algunas lecturas atrasadas y días de cierta tranquilidad que favorecen no seleccionar demasiado: García Jambrina y su misterio en torno al camino de Santiago, dejo atrás, Rey Don Pedro, de Julio Castedo, una soberbia semblanza en torno al rey castellano; casi al final de un singular texto, inclasificable, Aposento, la nueva entrega de Miguel Ángel Muñoz, narrador almeriense que nos devuelve la narrativa de una singular Mercedes Soriano a quien descubrí y leí a finales de los 80 y comienzos de los 90.

       Comienzo el repaso, con cierta tranquilidad y distancia, la revisión de mi novela sobre la figura de Antonio Enríquez Gómez, poeta del Siglo de Oro, cuya vida aseguraría cualquier novela de aventuras. 

       Avanzan las preguntas en torno a la obra de Alejandro López Andrada y que se convertirán, con suerte, en un extenso libro sobre la obra de conjunto del autor cordobés y su mundo, ese mundo mágico en torno a Los Pedroches, esa tierra que tanto ama el autor y tan fielmente refleja en su obra tan rica como variada.

       Alterno las lecturas de Niadela, de Beatriz Montañez, La calle del Medio, de Justo Vila, y Amar a Olga, de Gustavo Valle, un propósito hasta finales de mes.

 

           

domingo, 25 de julio de 2021

Menchu Gutiérrez

 

Un juego de dobles

 

                    

       La nueva novela de de Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957), La mitad de la casa (2021), es un relato que cuenta el regreso de su protagonista a un espacio donde la memoria emerge entre el desasosiego y la intensidad de una profunda intuición, aunque a medida que avanzamos en su lectura una parte desconocida va surgiendo en el proceso de la escritura, aunque sin esos otros elementos de encuentro, de sorpresa, incluso otras formas de manifestaciones no podría progresar esta historia que se convierte en un brillante desafío que la narradora afronta con extraordinaria atención al detalle, la fuerza de la voz y los muchos silencios; un regreso para contar un encuentro repleto de sensualidades, y se añade el valor de un acertado y preciso lenguaje aunque, una vez más, será el tiempo un ejercicio doloroso, tan veraz como revelador de la esencia humana, inherente de cuanto se nos cuenta porque la protagonista no sabe si ha llegado a una casa para guardar un secreto, o quizá para abrir el cofre en el que duermen muchos de sus recuerdos, consciente de que esa memoria tiene muchos pliegues, algunos de tanta profundidad y calaje que pueden confundirse con el concepto negativo que supone la muerte; y una casa, de eso es consciente, es casi una extensión de uno mismo, un organismo vivo que reacciona como una criatura de sangre caliente, y por ese y no otro motivo, algunos espacios nos acogen, otros nos repelen, evidencias que van modelando toda una vida.

       La protagonista transitará por su infancia a través de los objetos y de las situaciones en su casa familiar, evocará recuerdos, sensaciones y emociones intensas que se desgranarán página tras página, y aunque la forma expuesta sea una novela, las imágenes que construye la autora encierran un hondo trasfondo poético. Descubrimos un espejo, una agenda de teléfonos o un estanque, un puente que la narradora cruza para visitar ese territorio de fantasmas y ensoñaciones que en sus muchas duermevelas invoca la memoria. Resulta inevitable acudir a la imagen del tiempo pasado y de la inmovilidad de los recuerdos, inmutables, vivos y dolorosos para que así intentemos entender y asumir quiénes somos. Cada estancia, bajo la mirada de una niña, es afrontada ahora por una adulta en su viaje a través del tiempo y del espacio. Cada objeto emprende un trayecto desde el exterior al interior anímico de la visitante, todo se percibe en esa mitad de misterio, o reconocido detalle: un antiguo mueble bar, antes un castillo con puente levadizo, espejos que inician un viaje al infinito, un teléfono mudo que encierra palabras ocultas, ese dedal compartido a través de generaciones la llevará al pasado en familia, un columpio, un reloj parado, tamizado por el latido que encierran los objetos y mediante el que Menchu Gutiérrez crea una historia profunda y sincera a los ojos del lector.

       La mitad de la casa se convierte en un ejercicio literario profundo, intenso, crea un cálido ambiente de nuestro pasado que sirve para comprender nuestro presente.

 


 

 

La mitad de la casa

Menchu Gutiérrez

Madrid, Siruela, 2021

martes, 20 de julio de 2021

Carmen Canet

 … me gusta    

     

                                  La palabra ondulante de Carmen Canet

                                                                       

       La realidad y las formas, ejemplos de sentencias y procesos, que a lo largo de la historia literaria conformaban la exactitud del aforismo y que a día de hoy definimos como “una concreta frase breve y doctrinal que propone un principio de manera concisa, coherente, y de una forma cerrada”. Carmen Canet (Almería, 1955) lleva a cabo un calculado proceso creativo, equilibra el peso empleado en su lenguaje, y en cada palabra subyace un destello genial, inesperado y magnético, una persistente llama que empezaba con Malabarismos (2016), siguió afianzándose en un camino aforístico personal con Luciérnagas (2018), ha seguido en La brisa y la lava (2019), y confirma su plenitud exponencial, tanto en crecimiento como en desarrollo, en Olas (2020).

       El horizonte habitual de las palabras se ensancha de la mano de la almeriense, y convierte la rutina de lo cotidiano, abre camino a temas precisos y concretos, y convierte a sus textos en un raro objeto de colección, que nos permite sumergirnos en las profundidades de una intimidad absoluta, de lo más subjetivo, al tiempo que es capaz de universalizar conceptos de sus reflexiones donde lo humano y lo social, y lo intrínseco-lírico-poético ofrecen una elíptica visión de cuanto apreciamos en nuestro alrededor, un espacio que Carmen Canet concreta y ha hecho a su medida; construye textos inteligentes, de un soterrado humor, un juego válido de palabras, o ese encubierto recurso de la ironía que observa con cuidado el curioso espectáculo de lo cotidiano en esa búsqueda de aquellos ángulos que son capaces de ofrecer la realidad más absoluta. Canet, tan humana como profunda, explora y reflexiona en sus aforismos sobre sus límites, sobre esos diferentes aspectos de una común existencia: el amor, y/o la amistad, el dolor o la felicidad, la vida o la muerte, el arte y el ingenio, sobre la capacidad de la escritura y de su proyección en la vida, o sobre su mar, ese Mediterráneo cercano, y todo resulta evidente cuando constatamos la fortaleza de sus precisos, y acertados juicios.

          La nueva obra, Olas (2020), según Ángeles Mora, resulta como esa lluvia fina que cala, aunque asegura que algunas de estas reflexiones se tornan crudas o tristes, a veces irónicas, o en ocasiones alegres sobre la condición humana, y esa ineludible senda de lo terrenal transitorio produce la impresión de un cambio continuo, ese caminar, oír los rumores de la voz sabía de Canet, contemplar con ella ese concreto espacio hasta alcanzar la identidad, ese yo consciente que con sus aforismos nos lleva a una escalada tan meditativa como reflexiva.

       La escritura ondulante de Carmen Canet evoca el mar como ese otro ámbito donde la semántica equilibra y diversifica unos vértices que, de alguna manera, organizan el conjunto de su nueva propuesta, dividida en cuatro apartados, su visión mediterránea es de un azul intenso que se va enriqueciendo con los indicios de una realidad tan simbólica como tangible: "Ondulaciones", "Orillas", "Espumas" y "Alta mar", y a cada bloque le añade una dedicatoria afectiva y, en su profunda vocación literaria universal, la aforista evoca al moralista francés, Michel de Montaigne, y a Virginia Woolf, icono de libertad absoluta de un feminismo intelectual, en el primer bloque, cita a un inconformista Octavio Paz y a la narradora Ángela Becerra, para en el siguiente, celebrar al poeta del amor Pablo Neruda y Dulce María Loynaz, cuyos versos caminan sobre el mar, y finalmente, los versos del mito iconográfico Alfonsina Storní y Vicente Huydobro para el cuarto. La filiación existencial que sustenta la escritura de Canet apunta que, "La vida es una historia con olas. De encuentros y desencuentros, de llegadas y despedidas, de idas y venidas, de subidas y bajadas. De mareas altas y bajas", o "La vida conmueve y los sentimientos mueven"; y en "Orillas", aquellas situaciones que se prolongan en el tiempo incrementan el sesgo meditativo que gira en torno a sentimientos como el amor, la soledad, el destino personal o los itinerarios de lo cotidiano, y afirma, “El amor, como el mar, tiene unas veces marea alta y otras, marea baja”, o “Se quedó sin defensa en el alma”. Una clara sensación de continuidad ofrece los aforismos de "Espumas" y "Alta mar", insisten y tantean la levedad expresiva, esa cresta espumosa y casi intangible que corona las olas y se funde, como lluvia cursiva, con el tacto de arena. Subsiste esa parquedad temática, incluso cuando el aforismo persevera en la intimidad misma, “Cuando se altera el paisaje del cuerpo”, o “Despejaba el frigorífico cuando se ponía a dieta”, entonces surge otra estrategia literaria que confirma la coherente brevedad de estos textos, "Cuando el lenguaje pierde los matices y la honestidad, hay que acudir a la gramática de la verdad de la vida", solo entonces, "La caligrafía, como la vida, va cambiando: al principio es más redonda, luego se vuelve picuda, al final está más afilada y abierta", y como tantas cosas en la vida, "Al aforismo le viene bien tener pérdidas", y claro, "Los aforismos siempre dejan recados en sus frases. Y nos gusta".

       La escritura aforística que conforma el volumen, Olas, rehúye la digresión, atiende a lo esencial, se fortalece en torno a la semántica de una sensibilidad que, en Carmen Canet, ofrece su mejor introspección sobre lo tangible y cercano, siempre encuentra el cauce, la comprensión de una realidad reconocible y próxima, nos emplaza a esas señas de identidad de nuestro tiempo, el pasado y el presente. Con sus aforismos enfoca una sensación, enuncia la inmediatez que se produce en el tiempo de la confidencia personal y en el presente continuo del lector.

 


                                             Olas

                                     Carmen Canet

                   Sevilla, Ediciones de la Isla de Siltolá, 2020

 

 

sábado, 17 de julio de 2021

Hemos llegado a...

 ... la curiosa cifra de 340.000 visitas, durante la última semana ha ido en aumento. Gracias, gracias...


 

sábado, 10 de julio de 2021

Hoy tomo café con…

     Pilar Tena: “ La protagonista de mi novela, Luisa, es una luchadora, quiere ser feliz. Precisamente rememora con insistencia sus breves recuerdos de plenitud, se alimenta de ellos.

       Publica en la editorial Tres hermanas su novela, Fin de semana (2020)

 

 

       Pilar Tena (Madrid, 1955), licenciada en Derecho y en Ciencias de la Información, y ha ocupado a lo largo de su vida profesional cargos directivos en diferentes fundaciones e instituciones públicas y privadas; actualmente es directora del Instituto Cervantes de Utrecht. Ha vivido en Irlanda durante dos períodos de su vida: el primero, en los años sesenta, y el segundo entre 2012 y 2015. La historia de Luciana (2018) recrea sus propios recuerdos y los sentimientos que la vuelta a Dublín despertó en la autora, una ficción que le sirve para hacer un homenaje a personas reales que han sido importantes en su vida. Es también autora de los libros La Embajadora (Roca Editorial, 2016), Contratiempos (Ed. Salto de Página, 2014), y Cómo sobrevivir a un despido… y volver a trabajar (Ed. Pirámide, 2013). En 2020 publica Fin de semana (Tres Hermanas), una historia que habla de la amistad, la juventud y el deseo.

                   ©Óscar Chamorro
 

¿Existe un tiempo, determinado y específico, para los secretos?

       Supongo que sí, claro, los secretos son parte de la vida. Pero solo cada uno de nosotros sabemos cuál es ese tiempo en nuestro caso.

 

¿Podríamos escribir una novela para cada una de las etapas de nuestra vida?

       En mi caso, desde luego. Ya llevo tres, y mi vida está dividida en periodos de cuatro y cinco años. Me quedan muchas novelas en el tintero, algunas de ellas ya están medio definidas en mi cabeza: Nueva York, Sídney, Estocolmo, Ámsterdam… Y lo que quede por vivir.

 

El sexo sigue siendo esa llamada oscura y rotunda que no deja opción al ser humano, ¿se lo pregunto porque presumo que es uno de los temas centrales de su nueva novela?      Absolutamente. Cuando la atracción sexual pega fuerte es una llamada irresistible, que a menudo arrasa con todo: convenciones, conveniencias, convicciones. Todo lo demás da igual, y estamos dispuestos a asumir las consecuencias de nuestra incapacidad de resistirnos. Y sí, es un tema cardinal en Fin de semana.

 

Tal vez, Fin de semana (2020), ¿es, también, la historia de una traición?

       Más bien de varias traiciones cruzadas, algunas traiciones menores, eso sí, incluso en la categoría de las mentiras piadosas, que podrían haber pasado desapercibidas. Silencios que habrían evitado desenlaces no deseados, decisiones que personajes toman unilateralmente y que quizá deberían haber tomado en común. La estrategia podría haber funcionado, a menudo funciona y los  secretos y las traiciones no se conocen nunca. Pero el destino es imprevisible y sus giros sorprendentes.

 

¿La capacidad de la mujer ante el adulterio y el secreto en torno al hecho se mide de distinta forma que en el hombre?

       Me temo que sí, aún sí, al menos en algunos ámbitos, generaciones, culturas. En la nuestra estoy convencida de que sigue habiendo un estilo de género:  los hombres tienden a ser más obvios  -y por tanto se les pilla más rápido- y las mujeres mucho más discretas. En cuanto a la reprobación social del adulterio, supongo que en eso se ha avanzado mucho: ahora es un tema exclusivamente de pareja, que se resuelve entre dos.

 

¿La historia de Luisa es la de una insatisfacción, y sus consecuencias a lo largo de toda una relación?

       Mucho de eso hay, sí. Hay algo en ella que, a pesar de ser una niña bien convencional, se resiste a encajar 100% en el molde. No encuentra una profesión, su marido la aburre, no consigue tener más hijos… Desde muy joven ya convive con sus frustraciones: tendría que ser feliz, pero no lo es.

 

La infidelidad de su personaje femenino protagonista ¿es una deslealtad, y por consiguiente un engaño?

       Lo es en la misma medida que lo son las infidelidades constantes de Toni.

 

Después de toda una vida, Luisa y Toni, ¿intentan sostener su relación pese a todo, quizá a base de silencios?

       Claro, claro. Creo que en muchas parejas que llevan tiempo juntos existen esos pactos no escritos, ni siquiera formulados: hay cosas que no se hablan, o sobre las que se pasa de puntillas si salen.

 

¿El ambiente, incluso el escenario, resulta importante para el desarrollo de su narración y de sus personajes?

       En el caso de mis libros es esencial. Pienso que puede ser un valor añadido de mi trabajo, o eso me dicen: aportar la descripción de los lugares, las culturas, el momento que he vivido. Irlanda (en Luciana), la India (en La Embajadora), Inglaterra (en Fin de semana). Me he esmerado por ofrecer una crónica de los ambientes, incluso el contexto histórico. Esta aspiración quizá refleje algo de mi vocación periodística.

 

  ©Óscar Chamorro

A lo largo de Fin de semana avanzamos sobre la raíz que ha convertido en inevitable ese presente de apariencia y de tranquilidad, ¿ambos personajes sobreviven en una burbuja irrompible?

       Bueno, queda claro en el desarrollo de la historia que es eso, una burbuja, por definición frágil. Y desde luego no irrompible. No hay sin embargo en ella hipocresía alguna, no juzgo su matrimonio con dureza, al contrario. Es una elección libre, lo que ambos quieren. Cuando se estropea tanto Luisa como Toni salen perjudicados.

 

Para entender al personaje Flora, ¿debemos volver siempre al comienzo, y ser conscientes del pasado de sus padres?

       Flora es por una parte esencial -precisamente porque sí, es el reflejo del pasado de sus padres-  y por otra representa una subtrama que me costó integrar. No estaba muy convencida. Maticé mucho, le di muchas vueltas a ese personaje tan complejo, tan vulnerable. Pero al final funciona, parece, y ha llamado la atención de muchos lectores que hablan de ella con proximidad, a quienes su historia conmueve y emociona.

 

Déjeme entresacar algún párrafo de su texto, por ejemplo donde se afirma, “A pesar de que los tiempos iban cambiando, pertenecían a una generación que daba prioridad al placer del hombre sobre el de la mujer”, ¿esta es otra de sus intenciones de poner de manifiesto esa domesticación femenina?

       Ni en este ni en ninguno de mis libros pretendo enviar grandes mensajes trascendentales, y mucho menos moralizar. Más bien, como mencionaba antes, hay un afán de ofrecer una crónica. No se trata de reivindicar, ni de alimentar militancias de uno u otro signo. Sencillamente quiero reflejar una realidad, dejar constancia de ella, tanto desde el punto de vista personal como colectivo -mi historia y la del tiempo que me ha tocado vivir-.. Ahora estoy escribiendo de nuevo relatos, vuelvo a mis orígenes de Contratiempos (Salto de página 2014): quizá en esas historias cortas, al condensar la narración, sean más evidentes las “moralejas”, aunque sean involuntarias.

 

¿Luisa tiene necesidad de aferrarse, a lo largo de tanto tiempo, a lo turbio, y a las sombras de su vida?

       No, no lo creo, Luisa es una luchadora, quiere ser feliz. Precisamente rememora con insistencia sus breves recuerdos de plenitud, se alimenta de ellos.

 


¿Debemos rendirnos ante las limitaciones que la sociedad nos impone sobre nuestro espíritu libre?

       Afortunadamente vivimos en una sociedad, la occidental, que tolera cada vez más las opciones individuales: así veo yo los avances sociales. Abren opciones que tú puedes utilizar o no. Lo que hasta hace unos años requería una rebeldía osada, hoy es una opción reconocida. Cada vez hay menos limitaciones, y eso se ha conseguido a base de no rendirse ante ellas. La rebeldía es siempre una gran cosa.

 

jueves, 8 de julio de 2021

Centenarios...

 Efemérides

 

   08 de julio de 1621, nace Jean de la Fontaine, escritor francés.
       08 de julio de 1621, nace Leonora Christina Ulfeldt, escritora danesa.
  09 de julio de 1721, nace Johann Nikolaus Götz, poeta alemán.
       16 de julio de 1921, nace Miguel Labordeta, poeta español.
  21 de julio de 1821, nace Vasile Alecsandri, poeta, dramaturgo y diplomático rumano.
       24 de julio de 1621, nace Jan Andrzej Morsztyn, poeta y escritor polaco.
  26 de julio de 1921, nace Alicia Morel, escritora chilena.

miércoles, 7 de julio de 2021

Juan Manuel Gil

                                           Una novela perfect             

   

                                            

        La literatura de Juan Manuel Gil (Almería, 1979), al menos hasta el momento, ha sido capaz de cuestionar esos cimientos sobre los que se sostiene nuestra noción de realidad y de fantasía, y además lo hace con la sutiliza de una estética dilatada a lo largo de una mínima historia cuya tensión, a medida que avanzamos en su lectura, nunca decae, mantiene el interés durante el tiempo que sostenemos el libro y, una vez terminada su lectura, merece la pena que sea tenida en cuenta. El narrador Gil ha aprendido a desdoblarse, a mirarse desde fuera y a construir ficción con el material de la vida cotidiana que, en materia de invención y fingimiento, resulta uno de los mayores desafíos de la escritura a que un narrador pueda someter su obra. El almeriense ha supeditado su narrativa a un exigente proceso creativo que iniciaba con Inopia (2008), una  primera novela que proponía una experimentación transparente, un arriesgado texto de perspectivas narrativas variadas que debe leerse bajo una mirada múltiple; un extraordinario ejemplo de relato fragmentario, una híbrida imbricación que propone una nueva técnica en el terreno arquitectónico textual lírico de la narración, o de aquellos otros géneros literarios fronterizos sin delimitar; textos construidos con una variedad formal, una técnica, una estilística y una temática que desde el punto de vista narrativo se mueven entre el relato, más o menos extenso, y la novela, incluyen temas tan característicos como las relaciones humanas y la sumisión que delimitan el conflicto de identidad, rozan esa locura que lleva a los personajes a la soledad, la incomunicación y el miedo, un terror físico que condiciona al ser humano; tiempo y voz se dan cita en Mi padre y yo (2012), un delicioso e irónico western, pero insistió en un nuevo espacio narrativo en la turbadora Las islas vertebradas (2017), una novela repleta de preguntas, sin las respuestas que convienen, construida con mucho acierto, una inteligente narración en torno a la fragilidad y las muchas contradicciones humanas que, temáticamente, hubiera desembocado en un realismo sociológico al uso por cuanto le ocurre a Martín de Juan, un personaje que se esconde entre las sombras y las luces que proyectan las imágenes de la isla que, con algo de suerte, pueda convertirse para él en su única salvación. Un hombre bajo el agua (2019), su última entrega, es una novela que busca descubrir, en la reminiscencia prestada del pasado y de los amigos, la recuperación de la memoria real, un episodio que sucedió durante su adolescencia porque el protagonista, de nombre Juan Manuel, encuentra en una balsa de riego el cadáver de Eduardo, un hecho que se convierte en un acontecimiento a nivel personal y vecinal que, sin saberlo, marcará el resto de su vida, una obsesión constante que dibujará en el niño el perfil del adulto del mañana, que dejará atrás definitivamente la infancia. La balsa se convierte ese componente simbólico que le devuelve, una y otra vez, a ese sentimiento de dolor y de angustia, a una turbulenta relación con quienes convive el ya adulto Juan Manuel y cuyo recuerdo amplifica la sensación de desasosiego, de irrealidad y de oscuridad que, a modo de relato escrito, transmite cuando intenta reconstruir la historia.

       Trigo limpio (2021) es una nueva historia que, una vez más, constata cómo una mirada hacia atrás nos supone que, como lectores curiosos, descubramos cuando la memoria se convierte en materia para una ficción condicionada por un singular punto de vista, del que en ocasiones nos costaría desprendernos porque ordenar esa especie de puzzle de vida implicaría que volviéramos a disponer de todas las piezas posibles para colocarlas de nuevo sobre un tablero, para reordenar las historias que confluyen en un puñado de recuerdos y anécdotas, pero esta es una novela que incide plenamente en esa literatura que aúna la libre imaginación con la teoría bastante ironizada sobre la urdimbre retórica de cuanto se fabula, y desde la voz narrativa del presente, evoca un incidente de aparente banalidad: principios de los noventa, un niño tras una pelota, y la incursión de ambos en la pista de aterrizaje de un aeropuerto en obras, imprudencia que le llevará al cuartelillo de la Guardia Civil para aclarar el suceso; ahí conocerá a un curioso personaje, Huáscar, al que deben validar su pasaporte. Mientras ambos esperan la resolución de sus asuntos, se intercambiarán jugosas historias y vivencias en un diálogo plagado de un rico y estimulante  anecdotario, equívocos y acontecimientos varios, y será con el paso de los años cuando, Simón, ese amigo que un día desapareció del barrio, quien inducirá al joven a escribir sobre cómo esa circunstancia cambió sus vidas. En esta novela su autor insiste y vuelve a algunos de sus temas y recursos habituales, que presenta ahora en un proyecto bastante más ambicioso y que se sitúa en el punto exacto entre la absoluta exigencia literaria y ese devenir popular a que debería estar sometido el texto de Juan Manuel Gil, un relato escrito en una primera persona que cede abundante espacio a diálogos rápidos, jocosos, vivaces e inteligentes, y nos va enredando en la historia de un escritor a quien aquel amigo de la infancia ha invitado a recrear en una ficción aquellos años en su barrio que, de pronto, se vio invadido por la ampliación del aeropuerto cercano y sus días se vieron alimentados por gamberradas de las que no siempre salían ilesos, y fue así cómo esa energía que vertebra el mundo de la fantasía infantil aportaría a sus vidas la suficiente manifestación de un futuro distinto para algunos de ellos.

       Trigo limpio va multiplicando los planos de su historia, y destaca por una rigurosa estructura en su desarrollo, se inspira en ese principio que, para el lector, puede traducirse en sobrecogerse ante lo que va a pasar en la propia novela, y la sensación de que, si supiera lo que va a suceder en las siguientes páginas, o tal vez en la última del libro, ese asombro desaparecería totalmente, porque ese entramado de planos no está hecho de una manera deliberada sino orgánica, lo que no implica que haya un trabajo de ajuste, como por ejemplo una mirada irónica a uno de los géneros que durante los últimos años más espacio ha ocupado en la narrativa reciente, la autoficción que, según Juan Manuel Gil, es un proceso muy antiguo y que, salvando unas distancias muy grandes, ya lo hiciera Cervantes en el Quijote, es decir, escribir una parodia de la autoficción haciendo uso de esa misma autoficción, y en el caso de Trigo limpio, es el propio autor quien se parodia y quien se divierte consigo mismo, suponiendo que sea el narrador del libro, quizá porque no se toma en serio la vida, y con su prosa se aleja de esa emoción de solemnidad en la literatura que suena como algo hueco o bajo una armadura de la cual no se sabe si hay alguien dentro. Y sin duda, porque Gil ha sabido echar mano de un curioso término, pasadizos, esos que cruzan los amigos en su barrio, como los literarios para que el autor nos hable de las conexiones entre lecturas, pasajes de libros identificados, o con ciertas curvaturas de una realidad muy apropiada para describir esa naturaleza intrincada e interconectada de textos y experiencias. Y así se convierte en una novela ágil y divertida que no deja de interesar al lector que pretende saber más de unos chavales de barrio que parecen sacados de un relato juvenil, en busca de aventuras y haciendo trastadas, inventando desafíos entre colegas y protagonizando algunos dramas ocultos al borde de una adolescencia que se mantenía olvidada en esa penumbra que proporcionaba aquella vida doméstica, en un barrio y en una pequeña ciudad. Aunque un lector cauto aceptará sus trampas porque son esas mismas las que nos tiende a nosotros la memoria, nos hace comprender a los personajes y sus vivencias, y lo pasamos bien con esos diálogos coloquiales y envarados que parecen de aquel otro tiempo.

 


                                          Trigo limpio

                                      Juan Manuel Gil

                            Premio Biblioteca Breve, 2021

                            Barcelona, Seix-Barral, 2021

 

sábado, 3 de julio de 2021

Hoy tomo café con…

     Menchu Gutiérrez, “la poesía, más que un género, es el alimento fundamental de todos los lenguajes creativos, aquello que los hace perdurables”.

 

 

       Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957) es novelista, traductora y poeta. De su obra poética destaca, El ojo de Newton (2005), La mano muerta cuenta el dinero de la vida (1997), o La mordedura blanca (Premio Ricardo Molina, 1989); traductora de Poe, Faulkner, Austen, Brodsky o Auden; los ensayos, San Juan de la Cruz (2003), Decir la nieve (2011), y Siete pasos más tarde (2017), o las novelas, Viaje de estudios (1995), La tabla de las mareas (1998), La mujer ensimismada (2001), Latente (2002), Detrás de la boca (2007), Disección de una tormenta (2011), La niebla, tres veces (2011), El faro por dentro (2011), araña cisne, caballo (2014); recientemente ha publicado, La mitad de la casa (2021), que cuenta el regreso de su protagonista a un espacio donde la memoria emerge entre el desasosiego y la intensidad de una profunda intuición, aunque a medida que avanzamos en su lectura una parte desconocida va surgiendo en el proceso de la escritura, aunque sin esos otros elementos de encuentro, de sorpresa, incluso otras formas de manifestaciones no podría progresar esta historia que se convierte en un brillante desafío que la narradora afronta con extraordinaria atención al detalle, la fuerza de la voz y los muchos silencios; un regreso para contar un encuentro repleto de sensualidades, y se añade el valor de un acertado y preciso lenguaje aunque, una vez más, será el tiempo un ejercicio doloroso, tan veraz como revelador de la esencia humana, inherente de cuanto se nos cuenta porque la protagonista no sabe si ha llegado a una casa para guardar un secreto, o quizá para abrir el cofre en el que duermen muchos de sus recuerdos, consciente de que esa memoria tiene muchos pliegues, algunos de tanta profundidad y calaje que pueden confundirse con el concepto negativo que supone la muerte; y una casa, de eso es consciente, es casi una extensión de uno mismo, un organismo vivo que reacciona como una criatura de sangre caliente, y por ese y no otro motivo, algunos espacios nos acogen, otros nos repelen, evidencias que van modelando toda una vida.


 

¿De qué manera, según afirma la crítica, su narrativa está comprometida con la poesía, quizá porque su prosa toma frecuentes elementos de ese género?

       Yo creo que la poesía, más que un género, es el alimento fundamental de todos los lenguajes creativos, aquello que los hace perdurables. Por poesía se ha entendido tradicionalmente la escritura de poemas, e incluso, en su momento, costó seguir llamando poemas a una composición de versos que habían eliminado la rima. La poesía de una novela puede residir en su estructura, en la forma de acercarse a las cosas o a la idea de tiempo.

 

Su obra, en general, ¿enfrenta a un lector ante una perspectiva sensible distinta, que muestra lo oculto y, también, lo latente de las cosas?

       Ahí estarían, a mi juicio, algunos de los elementos de esa poesía de la que acabamos de hablar. Ese dialogar con una vida invisible, o latente. Alguien puede mirarse en un espejo y describir lo que ve, y hay otra literatura interesada en saber qué es un espejo, o en buscar una total identificación con él.

 

¿Hasta qué punto siente usted que debe reflejar la temporalidad en sus historias, y si para ello recurre a la memoria, como es el caso de su nueva entrega, La mitad de la casa (2021)?

       Lo que me ha movido a escribir este libro, entre otras cosas, es la idea de un tiempo diferente, que todos conocemos de una manera u otra; en palabras de Pessoa: “la sucesión nunca igual de las horas iguales”.  Existe el reloj y existen los calendarios, pero también hay experiencias que nos hablan de un tiempo detenido o de un tiempo crecido en el interior del tiempo. Una habitación cerrada durante años parece haber acumulado en su interior otra clase de tiempo o haberse quedado dormida, al margen del tiempo.

 

La suya es una auténtica visión en todo el proceso narrativo que nos lleva, de alguna manera, a imaginar aquello que usted no nombra o describe, ¿es ese y no otro su poder de persuasión?

       En el pasado, la descripción física de un personaje era casi condición indispensable de un relato. En gran parte de la narrativa contemporánea esa labor descriptiva no existe y es nuestra imaginación la que va apoderándose de las facciones o la corporeidad de un sujeto. Creo que eso mismo es extensivo al espacio, incluso a determinadas acciones que se detienen en una especie de umbral y no llegan a consumarse, salvo en la mente del lector. Tengo confianza en que la fuerza de aquello que ha sido insinuado termine por fructificar en su imaginación. 

 

Todo está sopesado y se busca atrapar al lector cuando el suspense forma parte, también, del propio autor, de tal forma que ¿podría asegurar que cuando comenzó su novela no sabía el final?

       Efectivamente, no sabía cómo iba a terminar, sólo conocía la emoción que  ponía el libro en marcha, en este caso el tiempo retenido en algo que podría llamarse la casa de la memoria. De alguna forma, sucede algo parecido en una conversación, en la que quieres abordar un tema determinado sobre el que tienes algunas ideas previas. El desarrollo de la conversación aparecerán elementos que ni siquiera sospechabas que estaban allí; aparecerá la expresión justa, una forma de decir las cosas que no había sido calculada. Y esa forma precisa de decir las cosas lo es todo en literatura.

 

Este libro no se escribe con el cálculo que requiere un thriller policiaco, está dotado de un suspense psicológico del que yo misma, como autora, participo.   

    El libro comienza con una profunda intuición pero, efectivamente, hay una gran parte desconocida que irá surgiendo en el proceso de la escritura, pero ¿sin ese elemento de encuentro, de sorpresa, esa otra forma de decir, no podría progresar el relato?

       Así es, yo no podría escribir si conociera todos los elementos de un libro, debe existir un componente desconocido, debe producirse una aventura vital.  De otro modo sentiría que me limitaba a transcribir unos hechos. 

 

Debemos hacernos a la idea, tras leer La mitad de la casa, que se percibe una noción de lo incompleto, puesto que lo contrario ofrecería un mundo cerrado, y en esa casa aún se esconden secretos, cajones y puertas por abrir, objetos que hablan… 

       Sí, no creo que lleguemos a conocer más que una parte de las cosas, una realidad siempre incompleta, entre otras cosas porque hay una parte de nosotros mismos que también lo es, y porque también los demás, incluso las personas más queridas y cercanas, son en gran parte unas desconocidas para sí mismas. La sinceridad es un ejercicio casi imposible, incluso las confesiones más honestas están repletas de lagunas que son consustanciales a la formación del recuerdo. Por otro lado, creo que la literatura ofrece mucho más cuando se aleja de lo categórico y que, efectivamente, lo cerrado no puede interactuar con lo que lo rodea, y en ese sentido, de alguna manera, nace muerto.  

 

La protagonista de este relato vuelve a la residencia familiar de verano para desvelar muchos de los misterios ocultos o, tal vez, para escenificar parte de ese pasado y encontrar respuestas.

       Vuelve siguiendo una especie de mandato interior, en la fe de que su presencia física en la casa despertará al pasado mismo, hasta el punto de vivir en él. Algo parecido sucede cuando la policía lleva a un asesino a la escena de un crimen. Durante un tiempo parece que jamás haya estado ahí hasta que, de pronto, un objeto o una luz determinada desencadena el recuerdo vívido que había quedado grabado en el almacén de imágenes de su ojo. En la casa del libro, por ejemplo, el sonido de la línea del teléfono, de alguna forma, hace recuperar a la protagonista la idea de un tiempo sin principio ni final.

 

Ofrece la imagen de una casa que no es solo una sucesión de objetos visibles, y en sus habitaciones se incuba el misterio de toda una vida, tal vez porque en cada casa, hay una parte visible y una parte invisible, ¿ese sería parte del argumento de la novela? 

       Esta casa es un organismo, un útero de piedra que se va despertando poco a poco. Efectivamente, hay una parte visible y otra invisible, el mismo título del libro tiene que ver con todo aquello que anima una casa y que no se ve. El mismo pegamento de los recuerdos es invisible.

 

Una novela como La mitad de la casa está repleta de espacios ilimitados, o al menos esa es la sensación del lector, ¿es una especie de almacén de emociones ligadas a un espacio concreto que alguna vez debemos desvelar? 

       Las emociones no son nunca estables, hay una especie de vértigo que es inherente a ellas. El desvelamiento tiene una connotación definitiva que no forma parte de la naturaleza de este libro. María Zambrano llamaba la atención sobre la diferencia entre revelar y desvelar. Yo creo que existe un secreto que se revela sin perder su condición de secreto, y en gran medida, este libro tiene que ver con eso.


 

¿Cree usted que a lo largo de nuestra existencia el tiempo se detiene no una sino varias veces y es, entonces, cuando nos disponemos a buscar el sentido del mismo?

       Sinceramente, creo que buscar sentido al tiempo es una tarea estéril, que no podemos sustraernos a nuestra condición de seres de tiempo. Yo no hablaría de sentido pero sí de experiencias temporales que pueden ayudarnos en una tarea de conocimiento. “Hay claustros en esta hora”, escribía también Pessoa. Esos claustros son espacios de liberación de un tiránico yo.

 

Como en su protagonista, ¿en nuestra vida reina la ambigüedad, los secretos, y el misterio que en algún momento intentamos desvelar? 

       Como le decía antes, creo que lo que llamamos realidad está compuesto de multitud de facetas, muchas de ellas opacas a nuestra comprensión. Creo también que lo esencial no puede nombrarse; sin embargo, aunque parezca paradójico,  lo mejor de la literatura nace en ese rodeo en torno a la formación del recuerdo, en nuestra forma de cercar lo indecible. 

 

Si pensamos en la escena en la que la narradora ve a su padre, de  unas visiones que no se despierta nunca, ¿qué importancia tiene para usted en la escritura y en la vida el sueño? 

       Creo que el sueño es un elemento fundamental de la escritura. Incluso de los escritores llamados realistas. El sueño es otra clase de realidad, que deja en la vigilia un rastro, una memoria, y que es un desencadenante de la imaginación. No es preciso utilizar los sueños mismos como materia de escritura. Los sueños se quedan para decir algo y ese algo, más o menos reconocido, nos moldea también y condiciona nuestra mirada.

 

Cierta atmósfera de irrealidad va tiznando la historia, ¿es la muerte o la memoria la que impregna de cierta niebla lo que se cuenta?

       Además del sueño, al que acabo de referirme, siempre he pensado que la muerte y la memoria son los grandes motores de la creación. No creo que la escritura deba necesariamente hablar de la muerte, sino que sólo podremos reflexionar sobre la vida si la enfrentamos a la muerte. Se trata de otra manera de decir que no podemos conocer el blanco sin la profundidad del negro. La memoria es el armazón de lo que somos, aunque esté, sí, envuelto en niebla. 

 

Para terminar, ¿su literatura se reduce a una experiencia en busca de un lenguaje?

       Decía Bachelard que lo misterioso es la formación y no la forma, y se preguntaba: ¿por qué un día la concha tomó la decisión de enroscarse hacia la derecha o hacia la izquierda? Me mueve a escribir aquello que no entiendo o que me produce extrañeza. El lenguaje será consecuencia de las preguntas que me plantee.