Julio
Un comienzo caluroso, como es habitual en pleno verano, y pocas noticias en perspectiva para las semanas venideras, algunas lecturas atrasadas y días de cierta tranquilidad que favorecen no seleccionar demasiado: García Jambrina y su misterio en torno al camino de Santiago, dejo atrás, Rey Don Pedro, de Julio Castedo, una soberbia semblanza en torno al rey castellano; casi al final de un singular texto, inclasificable, Aposento, la nueva entrega de Miguel Ángel Muñoz, narrador almeriense que nos devuelve la narrativa de una singular Mercedes Soriano a quien descubrí y leí a finales de los 80 y comienzos de los 90.
Comienzo el repaso, con cierta tranquilidad y distancia, la revisión de mi novela sobre la figura de Antonio Enríquez Gómez, poeta del Siglo de Oro, cuya vida aseguraría cualquier novela de aventuras.
Avanzan las preguntas en torno a la obra de Alejandro López Andrada y que se convertirán, con suerte, en un extenso libro sobre la obra de conjunto del autor cordobés y su mundo, ese mundo mágico en torno a Los Pedroches, esa tierra que tanto ama el autor y tan fielmente refleja en su obra tan rica como variada.
Alterno las lecturas de Niadela, de Beatriz Montañez, La calle del Medio, de Justo Vila, y Amar a Olga, de Gustavo Valle, un propósito hasta finales de mes.
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