Vistas de página en total

viernes, 29 de abril de 2022

Cuaderno en blanco

 

Abril, 2022

 

       Este mes, instalada ya la primavera, vuelve a proponernos días de lluvia y frío, aunque los días se alargan y tendemos a prolongar las jornadas de trabajo.

       Buena parte de mi tiempo estará ocupado por la presentación de Ana Rosetti en la Feria del Libro de Almería. Y los proyectos habituales de Cuadernos del Sur, una entrevista a Carmen Canet que publica dos libros de aforismos. Concluida, y también enviada, los días de Semana santa transcurren con las últims revisiones de una amplia reseña sobre Ulises de Joyce que cumple 100 años y nos devuelva la magia de un clasicismo universal que recuerda a la larga tradición de todos los tiempos, desde el Quijote a Madame Bovary.

       Otros proyectos se asoman a las páginas de un documento de ordenador, una dedicada a Kerouac y su centenario, y otra más a Saramago, por el mismo motivo.

jueves, 28 de abril de 2022

Patricia Esteban Erlés


… me gusta

                           Érase una vez la tradición

 

 

       Sabemos que ocurren cosas extraordinarias, aquellas que suponemos rompen las leyes naturales y, en ocasiones, nos encontramos ante hechos difíciles de explicar, quizá por eso Patricia Esteban Erlés (Zaragoza, 1972) se sirve, para su nueva colección de cuentos, Ni aquí ni en ningún otro lugar, de imágenes alegóricas y de universos paralelos, recrea un mundo de fantasía que nos obliga a elaborar hipótesis posibles sobre lo leído, conjeturas acerca de una realidad que no es tan estable y sólida como parece, sino que forma parte, al menos, de dos planos diferentes: lo evidente y lo dudoso. Sobresale, en estos relatos, la imaginación de la narradora, característica que no surge de una proyectada evasión de la realidad, sino que profundiza en ella. Dos primeros libros llamaron la atención de la crítica, Abierto para fantoches (2008) y Manderley en venta (2008), este como ensayo de una colección de interesantes relaciones duales, con unas deliberadas comunicaciones inequívocas, incluso un cierto sentido de culpabilidad en la mayoría de sus historias, una trama secreta que convertía un espacio cerrado en cómplice de otras posibilidades de relaciones que la aragonesa se permitía con sus personajes, otorgando a sus cuentos el beneficio de una trama enigmática que nos transportaba a otra dimensión, a ese lugar donde lo superfluo y las complacencias estaban ausentes, un hecho que demandaba una lectura atenta, capaz de discernir las oportunidades que ofrecía este curioso libro. La colección Azul ruso (2010) es la crónica de una decadencia actual, la abolición de un mundo reconocible porque sus criaturas comparecen en la escena como prisioneras, le ocurre a Emma Zunz, protagonista de su cuento más extenso, convive con sus gatos, ancestralmente, animales misteriosos e independientes, traidores e imprevisibles, y lo más curioso es que el universo de la mujer sobrevive en estos cuentos, cuya vida subterránea, paralela, tan aislada como real, se muestra en sus relatos más significativos, así la narradora crea un mundo a su alrededor para que sus historias tengan consistencia, un espacio donde personajes como una cajera, una adúltera, un superhéroe, un maquillador de cadáveres o una pareja de jóvenes que se replantea su relación por una iguana abandonada, sobreviven en una realidad cotidiana, inamovible, porque lo tangible siempre esconde los pliegues de una irrealidad, de una fantasía en que basamos una experiencia, y optamos por olvidar. Casa de muñecas (2012), reúne una colección de relatos góticos, ilustrados por Sara Morante, una especie de parada de los monstruos, de belleza convulsa sobre la parte más oscura del ser humano, los sueños que desde niño alberga la mente y no se dejan ver porque lo onírico es una parte del individuo y lo que la narradora muestra es ese lado oscuro, esos miedos y fobias que guardamos desde siempre, nos fascinan y se representan en esas muñecas que tienen la belleza de lo eterno de la vida inanimada, y un lado bastante oscuro.

       La buena literatura nos permite que, desde una primera mirada, se intuya la madurez en sus textos, descubrimos a un escritor que ha encajado, de una manera minuciosa, palabra por palabra, provoca una atmósfera ambigua, o causa un temblor que estremece al leer, ocurre en estos cuentos de Esteban Erlés y las verosimilitudes de Ni aquí ni en ningún otro lugar exponen una minuciosa recreación que reinventa aquellos cuentos de la niñez, con una mirada y una visión personal que no desdice a ninguno de los singulares ejemplos de la tradición literaria popular infantil, y una vez más, la narradora zaragozana, conforma un hermoso y estremecedor catálogo humano de gestos y de personajes marcados por una serie de constantes para que nunca olvidemos que, en realidad, somos los libros que hemos leído y los cuentos que hemos oído en nuestra más tierna infancia.

       Patricia Esteban Erlés escribe sobre el amor, la muerte, la traición, la locura o la crueldad, y sus cuentos están protagonizados por unos personajes que se parecen poco o nada a los de nuestra niñez, porque las dieciséis historias de Ni aquí no en otro lugar suponen una curiosa colección y, en ocasiones, muchos de ellos resultan inesperados, porque la narradora irá dando continuos saltos temporales, llevándonos a antiguos palacios con princesas de largo cabello trenzado, o a dos niños que ven cómo avanza la noche en el asiento trasero del coche y, como cabía esperar, esta estructura funciona y ha sido capaz de trasladar ese mismo terror o esa pesadilla, esa moraleja a relatos de una coetaneidad que nos hace ver que hubo un tiempo en el que las historias sobre brujas y reyes eran la actualidad. En esta entrega recrea los cuentos tradicionales y nos asoma a ellos desde el otro lado del espejo, aunque Esteban Erlés no pretende que lo narrado suceda aquí o en algún otro lugar, su mundo no es real sino imaginado, surge de lo más oculto, incluso de lo oscuro. Y, como en la tradición, hay unos niños perdidos que no son Hansel y Gretel, pero que nos recuerdan a ellos, transitan en una realidad más adversa, y una madrastra que no es la de Blancanieves porque piensa y siente, sufre y ama, o un monstruo que se parece a Bestia que Bella finalmente amó tanto, o nos encontramos a una princesa encantada que no es la Bella Durmiente pero que lleva siglos atrapada en un sueño que envuelve todo en un acuciante fondo negro. No debemos pensar que son los personajes de los cuentos que conocemos, aunque podrían serlo si volviéramos atrás a las pesadillas de nuestra niñez porque la narradora reinventa esos personajes y los convierte en seres desvalidos, crueles o incomprendidos, y nos ofrece un conjunto de cuentos tan hipnóticos como sobrecogedores, y de una factura bellísima.

       Este libro reúne un muestrario de sensaciones e impresiones de acentuado estímulo que provocan una fuerza singular a una prosa de belleza sugerente, un concienzudo trabajo que nos lleva a experimentar esa pulsión psíquica que nos dirige hacia la acción de un fin tan dinámico como trabajado. La artista chilena, Alejandra Acosta, firma las inquietantes ilustraciones que añaden una oscura belleza a las palabras de Esteban Erlés, reproducen el terror que dibujan, y alimentan con imágenes nítidas nuestras pesadillas. Pedro M. DOMENE

 

Patricia Esteban Erlés, Ni aquí ni en ningún otro lugar; Madrid, Páginas de Espuma, 2021.

 

 

viernes, 22 de abril de 2022

60 AÑOS DE LA CIUDAD Y LOS PERROS

 

                 La opera prima de un joven escribidor                        

 

    

 

       Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) confesaba, años después, que “había comenzado a escribir La ciudad y los perros en el otoño de 1958, en Madrid, en una tasca de Menéndez Pelayo llamada El Jute, mientras disfrutaba de una beca para escribir su tesis doctoral sobre Rubén Darío. La taberna miraba al parque del Retiro, aunque terminó su novela en el invierno de 1961, instalado ya en París. Julia Urquidi, tía y primera esposa del narrador, describe este importante momento en su libro Lo que Varguitas no dijo: “Durante una temporada vivimos tranquilos, y hasta podría decirse que felices. Nuestra vida se iba formalizando en todos los aspectos; ya había algo de comunicación entre nosotros. Empezamos a compartir muchas cosas que habíamos dejado de hacer. Llegaron las pruebas de galeras de su libro, las que corregíamos juntos en un café junto al Sena, con la emoción y alegría que esto significaba para los dos (…) Viajamos a Barcelona. Mario debía recibir el Premio “Biblioteca Breve” por  La ciudad y los perros. Conocimos gente estupenda que fueron muy buenos amigos, como Luis Goytisolo y varios más cuyo nombre no recuerdo (…)”. Autor de Ka casa verde (1966), Conversación en La Catedral (1959), La tía Julia y el escribidor (1977), La guerra del fin del mundo (1981), Lituma en los Andes (1993), La fiesta del Chivo (2000), El paraíso en la otra esquina (2003), o los ensayos, La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary (1975), La verdad de las mentiras (1990), o La realidad de un escritor (2020).

 

Un joven desconocido

 

       Las vicisitudes que corre un libro hasta que llega a los escaparates de una librería, son dignas de otra crónica, sobre todo si el texto en cuestión debe sortear la censura como ocurría en la España de 1962, cuando la novela, La ciudad y los perros, obtuvo, en Barcelona, el Premio Biblioteca Breve por unanimidad. José Miguel Oviedo ya había propuesto el original de un desconocido Mario Vargas Llosa a un editor argentino, quien no le concedió importancia alguna. El texto circuló por la editorial barcelonesa, que dirigía entonces Carlos Barral, durante meses quizá olvidado por un informe negativo que había redactado un afamado novelista de época, Luis Goytisolo. El propio Barral salvó el original tras verse en París con el joven autor de una novela que originariamente se llamaba La morada del héroe, y convencido por el editor, tras una prolongada deliberación, envío con ciertas reticencias al Premio Biblioteca con el título de Los impostores que el jurado premió por unanimidad; poco después, optaría al Prix Formentor, premio de un gran y verdadero prestigio literario que no consiguió, derrotado por Le grand voyage de Jorge Semprún. Sin embargo, La ciudad y los perros, muy aplaudida, recibió el Premio de la Crítica Española un año después. El nombre de Mario Vargas Llosa, y la lectura de La ciudad y los perros, se convirtió en un hecho literario digno de atención y estudio; primero por la juventud del escritor que salía de la nada y, segundo, porque la crítica especializada se atrevió con interpretaciones que convirtieron la novela en obligada lectura, no solo en el ámbito español sino en otras lenguas traducida a lo largo de los años y, además, bien recibida siempre por el público.

 


Historia de una novela     

 

       La novela circuló con tres nombres diferentes que ninguno gustaba a Vargas Llosa, aunque había sido remitida a Barcelona con La morada del héroe, alusión a Leoncio Prado, jefe militar fusilado por las tropas chilenas durante la Guerra del Pacífico de 1879, colegio que designa donde se desarrolla buena parte del relato; en otro momento, se llamó Los impostores, que provenía del epígrafe sartriano que encabeza la novela, y por la atmósfera de la misma, el autor consideraba que, en realidad, debería llamarse Los jefes pero no podía usarlo porque hubiera repetido el título de su primer libro. José Miguel Oviedo apunta que, en realidad, el título definitivo se justifica por una pequeña historia personal: cuando volvieron a verse en la redacción de El Comercio, Oviedo llevaba anotados tres títulos de los que hoy solo recuerda dos: La ciudad y la niebla, que aludía al cielo casi permanentemente encapotado de Lima; y La ciudad y los perros, bautizado así porque cuando Vargas Llosa lo escuchó, afirmó: ¡Ese es!

       El argumento de la novela es nítido y ha sido resumido en numerosas ocasiones por la crítica; para Villanueva, “se trata de una indagación crítica sobre las estructuras del poder, y de la tergiversación que de ellas se puede hacer de la justicia y la verdad. El colegio militar las representa de modo objetivo, y el grupo de cadetes conocido como “El Círculo” lo hace también de forma espontánea en el seno de la comunidad colegial”. En realidad, se apoya en un esquema que sigue el modelo de novela policíaca: hay un grave acto delictivo que viola las normas del colegio, el robo de las preguntas de un examen; un castigo impuesto, se suprimen las salidas de fines de semana; una delación, la del Esclavo; la muerte violenta del soplón; una acusación, Alberto, que niega el accidente y sostiene que el Jaguar mató al Esclavo por pura venganza, y un desenlace poco ortodoxo: las autoridades militares desechan la acusación para evitar el escándalo, para que todo vuelva a la normalidad dentro y fuera de la institución, como afirma Oviedo; y señala que “la historia va más allá de los lineamientos de ese esquema porque hace un vasto examen crítico de la concreta realidad peruana, que incluye el colegio, la jerarquía militar, la desigualdad de las clases sociales y económicas, las divisiones raciales o los prejuicios sexuales”. Sobresale esa ambigüedad moral que caracteriza a los actos humanos porque la propia historia se teje en un continuo circular que lleva la acción del relato del Colegio a la Ciudad, de adelante hacia atrás que, al mismo tiempo, envuelve a los personajes en una persistente desorientación vital que pasa por continuas frustraciones, una violencia gratuita o la soledad y la angustia existencial como propuesta de Vargas Llosa para escribir sobre la dualidad y el contraste que tan buenos resultados le procuró, y que en su primera experiencia novelesca utilizó, máxima que años más tarde esgrimiría cuando recibió el Premio Rómulo Gallegos en 1968, “la razón de ser escritor es la protesta, la contradicción y la crítica”, precisamente sobre la sociedad peruana de la que el Colegio es un auténtico microcosmos o macrocosmos, como señala Oviedo, porque en ese espacio se perfilan ya los temas que dominarán en la narrativa posterior de Mario Vargas Llosa, la hipocresía, la violencia, la corrupción moral, el falso ideal del machismo o el determinismo social. El detalle del robo es un aspecto nimio aunque desencadena el resto de los episodios, tampoco son importantes las clases de química o cualquier otra asignatura, lo importante en la institución es convertirse de “perros” en “hombres”, en trocar su aprendizaje en la auténtica represión sistemática de algunos valores fundamentales, la compasión, la consideración hacia los demás, o el sacrificio propio, para de esa forma cultivar valores opuestos. El Leoncio Prado funciona como un universo donde todo se concentra, un mundo de límites establecidos, un lugar donde un grupo de adolescentes cursan su último año de secundaria, sometidos a una educación militarizada que aspira a convertirlos en “hombres” a través, sin duda, de una declarada imitación de las virtudes castrenses.

 

 

 

miércoles, 20 de abril de 2022

Hoy tomo café con…

 Eduardo Halfon, “La novela Canción (2021) es una crónica familiar, también una crónica personal y una crónica nacional y crónica regional”.

 


 

       Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) es uno de los más reconocidos autores centroamericanos, cuya narrativa se ciñe a un constante anhelo por conciliar el desfase de identidades que fluye en sus venas, la problemática que subyace entre realidad, o ese mundo de ficción que se alimenta de lo fáctico, lo biográfico, o lo veraz. Traducido a varios idiomas, algunas de sus novelas forman ya un corpus interesante, Esto no es una pipa, Saturno (2003), De cabo roto (2003), El ángel literario (2004), Siete minutos de desasosiego (2007), El boxeador polaco (2008), Clases de dibujo (2009), La pirueta (2010), Mañana nunca lo hablamos (2011), Elocuencias de un tartamudo (2012), Monasterio (2014), Duelo (2017), Biblioteca bizarra (2018) y, recientemente, Canción (2021) una novela que reproduce esa desquiciada historia política y social de Guatemala durante la segunda mitad del siglo XX: golpes de estado, dictaduras y tutelas militares, guerrillas insurgentes, paramilitares, intromisión y control político y económico de los Estados Unidos, secuestros y asesinatos individualizados, pobreza, guerras civiles, y en ese tramo relevante histórico y trágico, se producirá el rapto del abuelo, un secuestro incentivado por la denuncia de un miembro de la comunidad judía, y realizado para que, con el rescate, se financien actividades de las FAR (Fuerzas Armadas Rebeldes), fundadas hacia 1962, y disueltas en torno a 1996. El relato del secuestro, su desarrollo y consecuencias en la familia forman una parte sustantiva de la novela, ofrece la creación del personaje del guerrillero “Canción”, la evocación de Rogelia Cruz, esbozo del guerrillero “bueno” que custodiaba al abuelo, y de Sara, la mujer del gabán rojo, otra de las secuestradoras, con la que el narrador, pasado el tiempo, tendrá una cita. Aunque se trate de una ficción, los personajes y las escenas conservan su intimidad, su personalidad intrínseca, conectada en ese doble viaje al pasado y a un Tokio del presente donde palpita afectivamente la figura, con evidentes planos diferentes, del abuelo.

 

 

¿La literatura es un oficio inexplicable, y un evidente recuento de memoria?

       Un oficio inexplicable, sí. Pero no un recuento, y mucho menos un recuento evidente. La literatura no es estonografía. Yo más bien diría que es un ejercicio de memoria o un juego de memoria en el cual una memoria se estira y encoje y manipula hasta que deja de serlo, y se convierte en otra cosa, en algo efímero y ligero.

 

Desde una perspectiva propia, ¿ciñe usted, de alguna manera, su narrativa a un constante anhelo por conciliar el desfase de identidades que fluye en sus venas?

       No por conciliar, pues eso implicaría que mis tantas identidades están en pugna o en desorden, sino simplemente en mostrarlas o describirlas. Se me ocurre que quizás yo soy la sumatoria de mis tantas identitades. Aunque también es enteramente posible que yo sea el promedio de ellas.

 

¿Y quizá su mundo de ficción se alimenta vorazmente de lo fáctico, lo biográfico, o lo veraz?

       Sí, pero versiones muy diluidas de los tres. Es decir, sólo me interesa lo biográfico o lo fáctico o lo veraz como punto de partida. Empiezo a escribir un relato desde ese punto, pero luego ese punto se diluye o se disminuye o a veces hasta desaparece del todo. 

 

La herida de represión y violencia de la guerra interna en Guatemala no cicatrizó durante el período democrático, ¿existe en usted esa necesidad de dejar constancia por escrito?

       En absoluto. Aunque es cierto que la gran herida de Guatemala no ha cicatrizado, la literatura, para mí, no debe tener una intencionalidad política o social o histórica de dejar constancia. Lo literario sucede en otro plano. Un plano sin necesidades ni caprichos nacionales ni agendas personales. 

 

Se dice de usted que es un autor con paciencia, y que de una manera obsesiva, viene construyendo una obra literaria sólida y original, ¿es esa su voluntad?

       Creo que mis amigos y conocidos discreparían con llamarme paciente, aunque sí obsesivo. Pero ambas cosas —mi paciencia y mi obsesión— coinciden en la revisión de todo manuscrito. Escribo breve y rápido un primer borrador, pero luego puedo pasar años revisándolo. Es una obsesión principalmente con el lenguaje: revisar y volver a revisar cada palabra, cada coma, cada línea, cada párrafo, cada página. Pero también es un oficio de ingeniería, y no sólo en esa historia, sino en cómo esa historia encaja con todas las demás, con todas las anteriores. Hay en mí una obsesión o una voluntad por crear una sola obra completa, un libro total, aunque esté compuesto de pequeñas historias independientes.     

 

¿Existe un Eduardo Halfon autor, y otro narrador y protagonista de historias y crónicas de viajes que se nos va descubriendo en cada libro?

       Así es, al igual que ese otro Eduardo Halfon se me ha ido descubriendo a mí, poco a poco, en cada libro. Tiene él ya una historia muy propia. Un temperamento muy suyo. Viaja bien y dice lo que piensa y fuma mucho. Yo no fumo. 

 

Su última novela, Canción (2021), ¿debía ser una necesaria crónica familiar?

       Una crónica familiar, sí, pero también una crónica personal y una crónica nacional y crónica regional. Estoy seguro de que cualquier lector latinoamericano, ya sea argentino o chileno o salvadoreño, entenderá perfectamente la historia de opresión y colonialismo y dictadores y desaparecidos. Me parece que una crónica se vuelve literatura cuando deja de ser únicamente una crónica familiar. 

 


¿Ese disfraz de árabe es la excusa necesaria para contar una historia como Canción?

       Es curioso que yo escribí esa escena en Tokio, disfrazado de árabe, casi cinco años antes de toparme con la historia del secuestro de mi abuelo y de uno de sus secuestradores, apodado Canción. Es decir, de alguna manera, el verme en el espejo disfrazado de árabe hizo que volviera la mirada hacia mi abuelo libanés, y luego hacia su historia de migración, y luego hacia la historia de su secuestro, y luego, en fin, hacia la historia reciente de mi país. Entonces, sí, fue una excusa perfecta y necesaria, aunque yo no lo supiera entonces.  

 

Esta novela, Canción, ¿es en realidad el relato de una tragedia que se salva por un fino fondo humorístico?

       Es que lo trágico y lo cómico son inseparables. Yo no sabría escribir sobre algo tan trágico como el conflicto armado interno guatemalteco sin recurrir también al humor. Para mí, el humor siempre ha sido una válvula de escape, necesaria en los momentos más solemnes.

 

Ese paralelo protagonista, el abuelo libanés y el guerrillero “Canción”, ¿son el auténtico rompecabezas que debe construir el lector?

       Hay un protagonismo compartido entre los dos personajes, sí. Pero también hay un antagonismo entre ellos, en sus orígenes y sus posiciones sociales y económicas y políticas. Además, durante y después del cautiverio, ellos dos crean una extraña amistad. Sería un rompecabezas muy complejo, entonces. 

Esta historia es el resultado de ¿esa desquiciada historia política y social de Guatemala durante la segunda mitad del siglo XX?

       Más que el resultado, esta no es más que una historia desquiciada de ese pequeño y violento país que mi abuelo, no sin cierta razón, llamaba surrealista. 

 

La cita con la mujer del gabán rojo resulta casi un auténtico argumento narrativo, ¿es así como lo imaginó?

       Es la vértebra del relato. El hilo conductor. Pero un hilo conductor que el lector debe seguir sin saber hacia dónde conducirá, hasta que llega al final. Todo la información que el narrador posee desde el inicio del relato deriva de ese encuentro, y el lector está recibiendo esa información antes de saber esto. Escribir la escena así fue pedirle a los lectores y lectoras que confiaran en mí, o más bien que confiaran en el relato. Leer es siempre un acto de fe.

 


Al final, Canción ¿propone una síntesis emocional y argumental, una preciosa, o una incipiente y esbozada historia de amor en ese congreso literario que, lamentablemente, se rompe?

       Es que sólo me interesan las historias de amor incipientes y esbozadas, las historias de amor que apenas se ven, las historias de amor antes de que algo suceda. El coqueteo es tanto más importante que el sexo.

 

Llegó tarde a la literatura, pero ¿en este momento ya se encuentra lo suficientemente cómodo?

       No, no me siento cómodo en el mundo literario. Aún percibo en mí una impostura o una pose al tener que hablar sobre el acto de escribir o sobre qué significa ser un escritor o qué significa alguno de mis libros. Pero cada vez me siento más cómodo escribiendo. No del todo, pero cada vez más. Como si hasta ahora, después de veinte años y quince libros, apenas empezara a sentirme próximo a las palabras.

miércoles, 13 de abril de 2022

Adiós a Javier Goñi

Muere el crítico literario Javier Goñi, altavoz de la periferia

 


 

El periodista y crítico literario Javier Goñi ha muerto en Madrid a los 69 años, según ha informado su familia. El cáncer que le diagnosticaron hace una década ha terminado con la vida de un hombre bienhumorado que se refería a su enfermedad como “el territorio comanche” del que, decía, uno nunca termina de escapar.

Curtido en las ruidosas redacciones de finales del siglo XX y gran aficionado al cine, fue sobre todo un lector. Nació en Zaragoza en 1952, entró como becario en El Norte de Castilla de Valladolid para luego trabajar en el mítico Informaciones y como asesor en el programa de Televisión Española Tiempo de papel. Periódicos como Diario 16 y El Mundo y revistas como Turia o Mercurio también contaron con su firma. Desembarcó en Babelia en 1992, muy poco después de la fundación del suplemento cultural de EL PAÍS. En estas páginas ejerció como crítico de narrativa española hasta que el cáncer le obligó a abandonar una actividad que simultaneó con su labor en el departamento de prensa de la Fundación Juan March, en la que trabajaba desde 1985.

        Por los pasillos de El Norte de Castilla se cruzó más de una vez con Delibes, al que en 1985 consagró el libro de entrevistas Cinco horas con Miguel Delibes (reeditado en 2020 por la editorial Fórcola con una cubierta del pintor Damián Flores con motivo del centenario del autor de El camino). Un año antes había publicado A contrapelo, dedicado a otro de sus autores de referencia junto a Galdós y Max Aub: Pío Baroja.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí. Un tercer título, Milhojas de sentido (La Isla de Siltolá, 2014), reunió algunas de sus lecturas y crónicas. Llegó a ser vicepresidente de la Asociación de Críticos y pilar fundamental del prestigioso premio que dicha corporación concede cada año. Su mayor orgullo, no obstante, fueron sus hijos Paloma y Mateo. Y ya a mucha distancia, como quería el clásico, todos los libros que había leído y los muchos que desde la prensa dio a conocer.

 

miércoles, 6 de abril de 2022

Hoy invito a…

 


M. Ángeles Pérez

 Amaneces

 Guerras


     

    Mi tremenda ingenuidad y desesperado deseo me llevaron a pensar que el pueblo ucraniano no iba a ser invadido por otro país hermano y vecino. La terrible realidad me ha demostrado que, esta vez, mi positiva imaginación me ha gastado una mala pasada. Las noticias diarias nos transmiten una guerra en directo con imágenes devastadoras de niños huyendo, protegidos por sus madres, y de padres que se quedan para defender su país. Se nos ablanda el corazón, incluso nos aflora la vena solidaria de ayudar a esta pobre gente que les ha pillado en el centro mortal de la discordia y que se sienten impotentes ante un panorama desolador.

Y, cuando pasa un tiempo, los que bailamos alrededor de este son nos vamos habituando a que nos bombardeen y nos acribillen, en el sentido metafórico de la palabra, claro está, con terribles y dantescas escenas y que, con ellos, no existe metáfora ni sentimientos que valgan. Y yo, que siempre he defendido que el mundo está sembrado de muchas más personas buenas que malas me entristezco, y llego a poner en duda o cuestionarme esta frágil y humilde aseveración.

martes, 5 de abril de 2022

Adiós a…

 Sergio Chejfec

 

 

El escritor argentino, que ha muerto a los 65 años, fue un maestro de la cavilación literaria. Publicó 19 libros y dio clases en su país y en Nueva York

 


 

Sergio Chejfec (Buenos Aires, 28 de noviembre de 1956 - Nueva York, 2 de abril de 2022. Desde 1990 hasta 2005 vivió en Caracas, donde fue jefe de redacción de Nueva Sociedad, una revista latinoamericana de política, cultura y ciencias sociales. Posteriormente se trasladó a vivir a Nueva York, donde dictaba clases en Universidad de Nueva York.

 

Bibliografía

 

Lenta biografía. Buenos Aires: Puntosur, 1990.

Moral. Buenos Aires: Puntosur, 1990.

El aire. Buenos Aires: Alfaguara, 1992.

Cinco. Saint-Nazaire (Francia): M.E.E.T., 1996.

El llamado de la especie. Rosario (Argentina): Beatriz Viterbo, 1997.

Los planetas. Buenos Aires: Alfaguara, 1999.

Boca de lobo. Buenos Aires: Alfaguara, 2000.

Tres poemas y una merced, Diario de Poesía 62 (2002), Buenos Aires.

Los incompletos. Buenos Aires: Alfaguara, 2004.

El punto vacilante. Buenos Aires: Norma, 2005.

Baroni: un viaje. Buenos Aires: Alfaguara, 2007. España (Barcelona): Candaya, 2010.

Mis dos mundos. España (Barcelona): Candaya, 2008.

Sobre Giannuzzi. Buenos Aires: bajo la luna, 2010.

La experiencia dramática. Buenos Aires: Alfaguara, 2012. España (Barcelona): Candaya, 2013.

Hacia la ciudad eléctrica. La Plata, Argentina: El Broche, 2012.

Modo linterna. Buenos Aires: Editorial Entropía, 2013. España (Barcelona): Candaya, 2014.

Últimas noticias de la escritura. España: Jekyll and Jill, 2016.

Teoría del ascensor. España: Jekyll and Jill, 2016.

5. España: Jekyll and Jill, 2019.

 

 

viernes, 1 de abril de 2022

Cuaderno en blanco

Marzo, 2022

 

       Un marzo lluvioso, frío y desapacible de tardes más largas aunque tímidamente se anuncia una primavera que, finalmente, llegará.

       Un Orlando ilustrado, de una singular Virginia Woolf que me permitirá volver la vista a un libro curioso y genuino. Una página para Cuadernos que ya está en marcha.

       Un marzo irregular de irregulares lecturas y propuestas que en este mes de abril que arranca nos trae la perspectiva de unas curiosas posibilidades, la presentación de Ana Rosetti en Almería con sus dos últimas y curiosas obras, y las páginas dedicadas a Kerouac y a Saramago que formarán parte de los números de Cuadernos del Sur.

       Entregado el original de Colombine, El retorno, debo aún perfilar una introducción a esta curiosa novela publicada en Portugal en 1922.