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martes, 19 de enero de 2021

Alejandro Zambra

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La estrategia del poncho

                           

 

       Chile reúne a algunos de los mejores novelistas contemporáneos que, entre otras curiosidades, evitan la estética del realismo mágico en favor de una armonía propia, y proponen nuevos relatos del pasado histórico y del presente actual en un país reconstruido en los últimos quince años. Certifican una curiosa diversificación y profusión en el terreno narrativo, frente a ese conocido concepto de “país de poetas” que supuso la indiscutible repercusión de Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Su temática viene marcada por un hecho sencillo: estos narradores vivieron el final de su infancia y parte de su adolescencia en un contexto histórico-político inestable que, como toda dictadura militar, causó heridas en la vida nacional, y articulan sus discursos pensando cómo se vivía antes del golpe, qué ocurrió durante la dictadura, o qué ha cambiado en la pos-dictadura. Su ficción ofrece historias personales y familiares de un pasado reciente, contadas desde la perspectiva de los hijos, una construcción narrativa sobre la infancia y la juventud en los años ochenta, noventa y principios del dos mil, como Cansado ya del sol (2002), de Alejandra Costamagna, Verano robado (2006), de María José Viera-Gallo, La vida privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011), de Alejandro Zambra y Ruido (2013) de Álvaro Bisama, que exponen perspectivas que vinculan o desvinculan al lector con el pasado: una infancia o adolescencia que se cruza en cualquier punto con la de otro, ese “otro” es un personaje de novela chilena reciente; un periodo que abarca a una generación, desde mediados de los ochenta en adelante, asociada a situaciones cotidianas, objetos y enlaces con los medios de masas, y relaciones familiares con recuerdos comunes de lectores de otras promociones.

       Conocido como el mejor escritor de la generación más joven, Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) había publicado los poemarios, Bahía inútil (1998) y Mudanza (2003). Ensayista y crítico literario se decantará por la narrativa, experimenta una autoficción consciente y concibe la escritura como ese desvelamiento de la realidad, publica la trilogía, Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011). Su responsabilidad cívica respecto a su Chile natal se lee en Mis documentos (2013), curiosidad que desvela innumerables signos de vigor y la habilidad de quien se aleja del encorsetamiento literario. Facsímil (2014) es un libro muy de Zambra, su estilo y temas lo han convertido en una voz imprescindible de la literatura latinoamericana que despliega de manera radical y extrema, nos interpela ante la desigualdad, la memoria, la educación, muestra a un autor que arriesga y proyec­ta una obra que se distingue por su precisión, contundencia y esa tonalidad única que conjuga rabia, humor y delicadeza. Tema libre (2018) evidencia esa indeterminación liberadora que alcanza un escritor, reúne conferencias, cuentos dispersos, o ese homenaje a la escritura; incluye dos relatos cómicos con chistes de argentinos y personajes estrafalarios y absurdos, un ingenio deprimente, bastante risible que ya adelantaba en No leer (2010) una recopilación de textos sobre literatura, a medias entre crítica o memoria publicados en prensa.

       Poeta chileno (2020) es su obra más extensa, y los tres temas que vertebran el libro están íntimamente conectados: uno es el de las relaciones paterno-filiales, con ese padrastro y ese hijastro que no aciertan a definir del todo el vínculo que los une, ni sopesan con exactitud hasta qué punto los define o influye; otro, una masculinidad vacilante en el cambio de milenio, con un machismo más que superviviente obstruyendo otros modos dubitativos de estar en el mundo, y el tercero ese sentimiento comunitario, de pertenencia a un país, gremio, generación, clase social o familia, de ahí la importancia de esa alusión a legendarias escenas de la poesía chilena en un libro que no trata exactamente acerca del tema, lo utiliza para sus verdaderas preocupaciones: la vocación de la escritura, la necesidad de reconocimiento frente a la voluntad de independencia, el concepto de éxito o de fracaso, la extraña mezcla de entendimiento y competencia que caracteriza a los miembros de una misma generación, y las peculiaridades de una vida dedicada a un asunto improductivo como la literatura.

       La novela se articula en tres tiempos: Gonzalo y Carla, novios adolescentes, se separan tras un decepcionante sexo primerizo, se encuentran diez años después, y Carla es madre de Vicente, un niño de seis años que Gonzalo, poeta en ciernes, criará como propio hasta una nueva separación; años más tarde, Vicente, que ha cumplido dieciocho, se enamora de una “gringa” y comienza a escribir sus propios poemas y retoma el contacto con Gonzalo. Zambra indaga acerca de las relaciones afectivas paternofiliales, sobre la vulnerabilidad y el orgullo, y acerca de los malentendidos de la convivencia y de la generosidad como una forma mayor de amor. Las mejores páginas las protagonizan el “padrastro” y el “hijastro”, se modulan sin entrar en complejidades psicológicas ni salirse del patrón heterosexual en nuevas formas de masculinidad. Zambra mantiene una respetuosa, y algo burlesca distancia, respecto a sus personajes que no pierden encanto por ello; la trama irá más allá, Gonzalo y después Vicente son poetas, y no olvidemos que en Chile la poesía es algo parecido a un deporte nacional y cumple un importante papel en la novela, aunque no resulte exclusivo, porque la sociedad de los poetas funciona como un espejo humorístico y embellecedor de una sociedad popular y, gracias a la poesía, Zambra reformula uno de sus temas predilectos: la defensa de una entusiasta inmadurez, y como suele hacer, el narrador evita la tentación de presentar una novela en clave, solo para entendidos, y lo justifica con un curioso personaje extranjero, Pru, una norteamericana que entrevistará a una variopinta lista de poetas locales que recuerdan a personajes de Bolaño, si cabe más ridículos que sublimes, porque para Zambra la elección no es inocente, escribe con ese inevitable aire de época, aunque una neoyorquina objetive el bullicioso mundo de los poetas chilenos, y Nueva York se convierta en esa mirada que permite definir lo local en momentos determinados.

 

Alejandro Zambra 

Poeta chileno

Barcelona, Anagrama, 2020.

 

 

      

 

        

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