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jueves, 12 de marzo de 2015

Los olvidados...



CONCHA ALÓS, O LA NARRATIVA DEL TESTIMONIO


   La abundante bibliografía sobre narrativa española del siglo XX nunca ha tratado bien la obra y la figura de Concha Alós, en otro tiempo, conocida novelista que surgió en la década de los sesenta con obras enmarcadas en el realismo imperante, y las secuelas de una larga postguerra que llevaría a los novelistas de la época a ajustar, de alguna manera, sus cuentas con la historia. María Dolores de Asís, Última hora de la novela española (1996) incluye a la narradora valenciana en el «Capítulo 16», que lleva el título, «La novela escrita por mujeres», censa un total de catorce narradoras que se dan a conocer hasta 1960 y serán dos quienes, a partir de esta década comienzan su andadura, Concha Alós que recibe el Premio Planeta por Los enanos (1962) y Marta Portal, asturiana, en 1966, por A tientas y a ciegas. El censo de narradoras es: Carmen Laforet, Nada (1944), Rosa Chacel, Memorias de Leticia Valle (1946), Eulalia Galbarriato, Cinco sombras (finalista del Nadal, 1946), Ana María Matute, Los Abel (1948), Susana March, Nina (1949), Mercedes Fórmica, Monstse de Sancha (1950), Elena Quiroga, Viento del Norte (Nadal, 1950), Elena Soriano, Caza menor (1951), Dolores Medio, Nosotros los Rivero (Nadal, 1952), Luisa Forellad, Siempre en capilla (Nadal, 1954), Carmen Kurtz, Duermen bajo las aguas (Premio Ciudad de Barcelona, 1955), Carmen Martín Gaite, El balneario (Premio Café Gijón, 1955), Mercedes Salisachs, Primera mañana, última mañana (finalista Planeta, 1955) y Concha Castroviejo, Los que se fueron (1957).
   De Alós escribe, María Dolores de Asís: «A partir de Los enanos, Concha Alós ha publicado Los cien pájaros (1963), Las hogueras, Premio Planeta, 1964, El caballo rojo, 1966, La madama, 1969, Os habla Electra, 1975. Toda la producción novelística a excepción de Os habla Electra de la narradora se mueve bajo el signo del neorrealismo y de la novela de testimonio histórico. Los enanos, en su mismo título, anuncia una inclinación por los humillados, incapaces de ir más allá de sus miserias. El recuerdo de la guerra civil está siempre presente, es argumento explícito en El caballo rojo. La madama es, sin duda, la mejor de su producción, por la manera de enfocar la historia, la degradación de una familia en los años de la posguerra, y por el dominio de la técnica con la que se halla escrita. Ha logrado en ella vencer las deficiencias que acusó en la utilización del contrapunto en Las hogueras. En Os habla Electra ha ensayado la novela utópica y de ficción, sobre el fin de la especie humana. Concha Alós, que es una escritora de la década de los años sesenta, cultiva el neorrealismo cuando en la novela española se imponían nuevas tendencias; solo cuando ya mediaba la década siguiente se incorpora a los cambios de nuestra narrativa». La propia autora valoraba en 1973 su producción con estas palabras: ««Hasta el momento mi obra se hubiera podido encasillar, quizás, en lo social-realista, un realismo testimonial, poético y desgarrado».


   Ignacio Soldevilla Durante, La novela desde 1936 (1982), repasa someramente la trayectoria de Concha Alós cuando la incluye en uno de sus capítulos titulado, «Otros cultivadores de la novela testimonial y social», en un apartado que denomina, «Novela social» junto a los autores, Mariano Tudela, José Asenjo Sedano, María Luisa Forrellad, Francisco José Alcántara, Juan Mollá, María Beneyto, Ramón Solís, Lauro Olmo, Francisco Candel, Roberto Ruiz y Tomás Segovia, Antonio Rabinad, Manuel Arce, Héctor Vázquez Azpiri, Manuel Lamana, José María Castillo Navarro, Víctor Alperi, José Luis Aguirre, Fernando Morán, Ramón Eugenio de Goicoechea, Ramiro Pinilla y, también, a Nino Quevedo, Gonzalo Torrente Malvido y Juan Farias. Sobre Concha Alós afirma que se inscribe de lleno en una literatura de clara voluntad testimonial, potenciando literariamente un mundo de humillados y ofendidos, de «enanos» incapaces de elevarse un palmo por encima de sus miserias, o incapaces de mantenerse en las pequeñas situaciones de privilegio heredadas, con respecto a sus dos primeras novelas, Los enanos (1962) y Las hogueras (1964). Y añade que, Los cien pájaros (1963) y El caballo rojo (1966), prosiguen en la misma orientación, aunque el segundo ofrece una acongojante visión de la guerra civil a través de las hambres y miserias de una familia de refugiados castellonenses en la provincia de Murcia; el primero es la historia de la seducción de una muchacha modesta de Castellón por un joven de la buena sociedad, a la que deslumbra y luego abandonará a su suerte. Con respecto a La madama (1969), Soldevilla Durante, afirma que es una bien construida historia de degradación familiar, en los años miserables de la posguerra: la familia de los Espín, con un hombre en la cárcel y el otro enviudado, en manos de una muchacha que lleva la casa. La combinación de los puntos de vista está lograda, aunque la visión neorrealista de los hechos entonces ha pasado de moda y se impone el boom latinoamericano, ante lo que Concha Alós guarda silencio hasta que en 1975 publica, Os habla Electra, una mezcla de novela gótica y de ficción sobre el fin de la especie humana, a través del testimonio de su última superviviente, en realidad, un intento de superación de su anterior etapa neorrealista.



La narrativa de Concha Alós
   Lucía Montejo Gurruchaga publicaba un excelente estudio aproximativo de la narradora en Anuario de Estudios Filológicos, vol. XXVII (2004), págs.175-190, en el que aportaba su visión sobre cinco novelas de la autora, y reivindicaba la figura de la narradora, sobre todo, a partir de la década de los ochenta con la publicación de dos monografías, Mujer y sociedad: la novelística de Concha Alós (1985), de Fermín Rodríguez y La narrativa de Concha Alós: texto, pretexto y contexto (1993), de Genaro J. Pérez, además de algunos artículos citados en la publicación de Montejo Gurruchaga que actualizan su narrativa y animan a una relectura de sus principales novelas, Los enanos (1962),  Los cien pájaros (1963),  Las hogueras (1964). y El caballo rojo (1966) y La Madama (1969), obras que se caracterizan por su tendencia realista, pero sobre todo porque fueron censuradas en el momento y cuyo expediente, según Montejo Gurruchaga, está en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, donde puede apreciarse la severidad con que la censura aplicó sus métodos a estos textos, además del proceso de reescritura a que fueron sometidos por la narradora para su publicación posterior.
  Los escritores realistas del momento, los hermanos Goytisolo, Jesús López Pacheco, Armando López Salinas, Alfonso Grosso o Antonio Ferres, sufrieron la censura ejercida por Gabriel Arias Salgado entre 1951 y 1962 puesto que de su Ministerio de Información y Turismo dependía el organismo. Lo mismo ocurriría con las narradoras, Dolores Medio, Carmen Kurtz, Elena Soriano o Ana María Matute. Todas ellas navegaron por unas aguas comprometidas, hasta el punto de explotar las ambigüedades del momento, tanto desde el punto de vista temático como del lenguaje, hecho que tal vez llevara a los autores y a las narradoras a ensayar un tipo de novela con claves y con un léxico determinado, casi en clave, para soslayar las incisivas actuaciones de la censura. Concha Alós sortearía, también, la difícil época que le tocó vivir, aunque cuando ella empieza a publicar sus primeras novelas, en cierta manera, la vida cotidiana había empezado a cambiar y los temas sobre la Guerra Civil, el hambre, el sexo y la prostitución se permitían con algunas licencias, incluido un lenguaje que, en el caso de Alós, siempre sonó muy fuerte, impropio, según la crítica, tratándose de una mujer. Lo cierto es que, cuando la narradora valenciana publicó su primera novela, Los enanos (1962), sorprendió porque creó un narrador objetivo que intercalaba su voz con la de María, uno de los personajes que se manifiestan a través de un diario que relata su existencia, es decir, ensaya distintos puntos de vista con una narración objetiva, característica de la narrativa social del momento histórico y, también, de la obra de Alós. Cuenta la vida de unos personajes que viven en una pensión, con abundante suciedad, repleta de ratas y de miseria, en la Barcelona de la postguerra y, en ocasiones, tiene rasgos tremendistas, muy celianos de los comienzos de los cuarenta, como se manifiesta en la presentación de la trama, donde la apatía, el hambre, la suciedad, o el sexo vulgar presiden esta visión de la narradora. Su novela será la manifestación de una literatura de testimonio en un mundo donde sobreviven los humillados incapaces de superar la miseria en la que se ven envueltos. En este caso, señala Lucía Montejo, la autora no tuvo problemas con la censura. La segunda, Los cien pájaros (1963), cuenta la experiencia de una voz durante los primeros meses del inicio de los años sesenta, en una pequeña capital de provincia en la costa mediterránea. Cristina ha conseguido un primer trabajo como profesora de una niña burguesa y sueña con no depender de nadie, aunque siente la incomunicación con madre, en otros tiempos prostituta. En esta historia, Alós, distancia las relaciones entre la burguesía y el proletariado, secuela de esa narrativa social que imperaba en la época, aunque no se trata de una denuncia en contra de un sistema burgués, sino de los problemas existenciales que la narradora aborda con un lenguaje extremadamente duro, alejado de la dulcificación de una prosa de época, y con temas como el aborto, las desigualdades tanto económicas como sociales y la injusticia, como telón de fondo. Poco después, Las hogueras, consiguió el ya prestigioso Premio Planeta, en 1964, hecho que conllevaría una mayor difusión de su obra y que esta novela alcanzara en pocos meses cinco ediciones. De nuevo, la narradora trabaja sobre un protagonismo colectivo, sobresalen dos figuras importantes, Sibila y su marido Archibal que llevan una vida retirada en la isla de Mallorca, aunque la mujer recordará sus tiempos de modelo en París. El marido está encerrado en sus estudios y su mundo y, apenas, hay comunicación entre ellos. El resto de personajes comparten visiones del mundo en el que viven: jornaleros, una maestra desencantada y escéptica, un tabernero, una criada que amplia la visión pesimista de la autora y que vuelve a tocar la insatisfacción y el hastío de una sociedad que malvive.
   El caballo rojo (1966) es su relato más autobiográfico, el tema es la Guerra Civil y sus múltiples consecuencias posteriores. La acción comienza con la huida de algunos refugiados republicanos de Castellón para asentarse en pueblo desconocido mientras transcurre la barbarie de la guerra. Divida en cuatro partes, verano, otoño, invierno y primavera, se vuelve a mostrar un aguda visión de la injusticia, las represalias, el miedo, el hambre y las privaciones, frente a lo que fueron los tiempos pasados, esos días felices antes de estallar la guerra. En «El caballo rojo», un café de Lorca (Murcia), donde se sitúa la acción, se reúnen los desplazados y asistimos al devenir de sus vidas, el camarero Félix Alegre, su mujer Rosa y su hija Isabel, aunque han perdido un hijo en los bombardeos, el practicante, señor Vicente, su esposa y dos hijas, Manolo Cansanilles, teniente republicano que defiende sus ideas y será encarcelado posteriormente, don Leoncio, director del hospital, todos seres comprometidos y condenados a sufrir una mediocre existencia y un incierto provenir. Se trata de un documento interesante y una visión distinta sobre la Guerra Civil pero que a su autora le proporcionaría dificultades con la censura: a la editorial Planeta se le indica suprimir algunos de sus pasajes y sustituir la palabra fascista por la de nacionales que aparecerá en numerosas páginas a lo largo de la novela.
   La Madama (1969) es la última novela del período realista de la autora. Se desarrolla en la inmediata postguerra, en la provincia de Castellón, y cuenta, una vez más, la difícil situación del momento: hambre, miseria, miedo, soledad, incomunicación, y por encima de todo la sensación de sometimiento de los que sobrevivieron. Alós utiliza en esta ocasión la técnica ensayada por Martín Santos en, Tiempo de silencio, el contrapunto y la alternancia de distintas voces, la disminución de los diálogos y ese monólogo interior que lleva a la indagación psicológica. Las consecuencias de la Guerra Civil se muestran aun en mayor medida en este relato cuando varios personajes aportan su visión de una sociedad marcada por el odio, la venganza y el miedo. Clemente la ofrecerá de las cárceles franquistas, un narrador omnisciente relata la vida de su familia, acomodada, pero arruinada por el devenir de los acontecimientos: la madre y una hija, viuda, viven al amparo de su hijo primogénito que ha incorporado a la familia a la madama, prostituta en otros tiempos, y dueña ahora de la casa familiar. Por otro lado, la mujer de Clemente acabará prostituyéndose para dar de comer a sus hijos y mantener con vida a su marido en la cárcel. La guerra acabará por destrozar la vida de todos estos personajes. Como el libro anterior, Plaza & Janés, lo envía a la censura que tacha abundantes párrafos de una obra que la autora no está dispuesta a suprimir y solicita una nueva revisión, aunque finalmente se publicará con bastantes páginas censuradas que nunca más volvieron a editarse.
    Concha Alós había nacido en Valencia, el 22 de mayo de 1926, parte de su infancia transcurrió en Castellón, pero vivió entre Mallorca, donde conoció a Baltasar Porcel con quien mantuvo un largo idilio y posteriormente se casaría, y luego en Barcelona. Se dió a conocer en 1962 con Los enanos, aunque había escrito anteriormente, Cuando la luna cambia de color (1958), que nunca se publicó. Después se consagraría con el Premio Planeta por su obra, Las hogueras (1964). El escritor mallorquín Biel Mesquida, lamentaba unos días después de su muerte, el olvido de esta excelente narradora, sobre todo al final de su vida, y la describía como una ferviente luchadora, como muchas de las protagonistas de sus historias, añadía, además, que «su vida había sido una historia increíble, llena de superación, pero también de dolor, con detalles dignos de una novela de Bukowski. Y su muerte marca el final de una época».


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