UNA LUZ INTERMITENTE
Mariana
Enriquez (Buenos Aires, 1973) ilumina con luz intermitente las zonas más
oscuras del presente y del pasado argentinos, y acompaña a los lectores a explorar espacios ocultos y
tenebrosos en sus diferentes formas y manifestaciones: el miedo, el terror y el
pánico, incluso ese concepto que denominamos, horror, y que, en ocasiones, se
traduce en violencia. Los asesinos en serie, la dictadura, el machismo, la
homofobia, y por la época en que se desarrolla su relato, el estigma social del
sida, aunque el tema que mueve la acción de Ese
verano a oscuras (2019) es la violencia, la curiosa constatación que dos jóvenes
tienen de los asesinos en serie y de su extrema crueldad hecho puntual que
inquieta a estas quinceañeras, en tanto que llama poderosamente su atención, y
verán asesinos por doquier, incluso entre sus vecinos más cercanos. Las
protagonistas se recrean en una violencia irreal y extravagante, desenfadadas y
de tonos en blanco y negro, escuchan música y emulan a estrellas de rock o
punk, como única y exclusiva forma de escapar de la realidad, en la que la
sangre es roja y la gente muere de verdad.
La narradora y su amiga Virginia
tienen quince años y viven su adolescencia en la ciudad de Buenos Aires de
1989, cuando Argentina acaba de salir de la dictadura y de la guerra de las
Malvinas, y por su actitud se muestran como dos chicas góticas que, en el verano
en el que transcurre la narración, época en la que se producen cortes de luz en
el país, se obsesionan con un libro de asesinos en serie que han conseguido en
una feria que ponen los domingos frente a la Catedral. Esta
obsesión se dilata a lo largo de las páginas de este breve relato de 70
páginas, motor de la historia que conforma las incógnitas e inquietudes de las
dos adolescentes, y lo único que pueden hacer cuando es de noche, y hace calor,
es salir a la calle a respirar un poco de aire, leer a la luz de las velas y
fumar Malboro y algún que otro porro.
La realidad
que viven las protagonistas es muy distinta a la que viven los adultos, aunque eso
no significa que la de ellas sea descabellada o, por convencimiento, una
exclusiva ilusión, sino que la actitud ante determinados temas evidencia una
gran diferencia generacional. El mejor ejemplo lo encontramos en sus muestras
de simpatía hacia Pity, el quiosquero al que un vecino, que califican de viejo
y patético, desprecia por maricón. Saben, gracias al colegio, cómo se contagia
el VIH y, sobre todo, cómo no, pero, por más que tratan de explicarlo, nadie
las escucha, quizá porque la narradora les ha otorgado esa juventud que, ante
los mayores, le niega tener voz. El desconocimiento conduce al temor y al odio,
y las protagonistas son conscientes de ello. Usan la escalera del edificio
donde viven para pasar al fresco las tediosas tardes y, sobre todo, para fumar
tranquilas en el lugar más oscuro, sin la luz que ilumina los pasillos, y
proyecta la del ascensor, allí parecen estar en una tumba amplia y concurrida,
aunque, eso sí, los vecinos van y vienen, mientras ellas fantasean con el
vecino del séptimo piso, a quien conocían como Carrasco que había matado a su
mujer y a su hija durante una noche, y se habían enterado a la mañana siguiente
por la presencia de bomberos y policía; sin embargo, él había escapado de
madrugada.
Mariana
Enriquez formula en, Ese verano a oscuras,
una expresa carga política de calculadas dimensiones sociales; trata aspectos y
situaciones históricas con una naturalidad apabullante pese a lo escabroso de
su propuesta narrativa. Es conciente de la mirada adolescente de su narradora,
morbosa y no del todo inocente, porque ya empieza a tener conciencia de lo que
ocurre a su alrededor, y le otorga el juego enigmático suficiente a la hora de
contar esta historia de evidente minimalismo, y en la que no debemos olvidar
que los hechos resultan de por sí interesantes, y lo son, precisamente, desde
el punto de vista en que son narrados.
Las ilustraciones
de Helia Toledo (Madrid, 1994) de tonos marrones, naranjas, negros, blancos y
un verde azulado, consiguen que percibamos otra perspectiva diferente, quizá el
punto de vista externo de un relato en el que se ven esas cosas que la protagonista
no puede ver. La narrativa de Mariana Enriquez autora de las novelas Bajar es lo peor (1995 y 2013), Cómo desaparecer completamente (2004) y
Este es el mar (2017) y de
las colecciones de cuentos Los peligros
de fumar en la cama (2009 y 2017) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016) empieza a conocerse
en España, y ahora suma a su obra el Premio Herralde de Novela por Nuestra parte de noche (2019).
La narradora Enriquez
y la ilustradora
Toledo nos adentran, con su curiosa propuesta, Ese verano a
oscuras, y desde un plano diferente, en un mundo oscuro y triste, tan cerrado
como asfixiante, lleno de sombras, de prejuicios y salpicadas todas y cada una
de sus páginas, de una absoluta y preconcebida violencia.
ESE
VERANO A OSCURAS
Mariana
Enríquez
Madrid,
Páginas de Espuma, 2019
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