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lunes, 20 de enero de 2020

Marian Izaguirre


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                      La felicidad como mentira
              



      Los humanos tenemos cierta inquietud por el pasado, y la memoria es una herramienta que nos hace emprender un viaje en el tiempo, ese que quizá nos obliga a buscar respuestas en nuestra vida cotidiana, o tal vez se convierta en ese intento de justificar un pasado que nos resulte más idóneo y mejor, porque la memoria es una herramienta fundamental en nuestra propia evolución, y de alguna manera nos vemos obligados a valorar esa necesidad de recordar el pasado que se verá potenciado por los vertiginosos avances y desarrollos sociales que vivimos, y a que nos somete la sociedad actualmente. El peso del pasado sigue siendo ese argumento válido y, en ocasiones, necesario para que Marian Izaguirre (Bilbao, 1951) construya sus historias, que han resultado ser una excelente propuesta literaria, como ocurre en La vida cuando era nuestra (2013) escrita con ese fervoroso sentimiento que la narradora bilbaína incorporó a una novela esencialmente sentimental, aunque al mismo tiempo se mostrará como un firme homenaje a la lectura, traducida en la historia de dos mujeres, una que poco sabe y tiene poca experiencia de la vida, y otra quizá demasiado. Entre estas miradas cómplices anda el talento literario, y aun más la sorpresa lectora que siempre nos procura la narradora; el concepto de lealtad, de entrega mutua, la deuda y el peso de un pasado que dejaba una huella indeleble, en una etapa histórica significativa, y una perfecta ambientación resumen los componentes para una historia tan intimista como la anterior, aunque en este caso con mayores perspectivas, como Izaguirre plantea en Los pasos que nos separan, (2014). Y una historia sobre mujeres, Cuando aparecen los hombres (2017), sobre cómo construimos nuestra identidad a través de los otros, sobre el peso de la culpa; un juego de espejos en el que la protagonista se construye a sí misma a través de otras dos mujeres, un viaje hacia delante y hacia atrás en el tiempo, para que Teresa, la protagonista, se mire desde el ángulo positivo que resulta, Elisabeth y, también, desde el negativo, personificado en Ángela.
          Henar, una joven acomodada de Bilbao, se enamora de Martín y toma la decisión de huir con él a Madrid; Martín, un chico humilde que sueña con ser escritor, se enamora de la chica de los vestidos bonitos, y esta decisión será el punto de partida del libro: la fuga de dos amantes que deberán sortear las adversidades que la sociedad española de los 60 les impone en su relación, porque ninguno de los dos esté dispuesto a renunciar a su amor. Deben luchar en una España represiva que, entre otras muchas cosas, apenas admite los derechos de las mujeres, pero que comienza a despertar e incorporarse a un mundo más real. Después de muchos inviernos (2019) se desarrolla en un Madrid que se abre lentamente a la modernidad, pero sus protagonistas se alejarán de sus sueños y aprenderán a ser adultos. El destino será caprichoso respecto a lo que se espera de ellos, y muy pronto, por la suerte de un destino que encamina sus vidas, se verán separados física y emocionalmente.
       Dos voces irán alternándose en el relato, y de alguna manera sostienen el peso de la narración que, Izaguirre, construye desde dos puntos de vista, sobre los mismos hechos comunes y volviendo la mirada al pasado para reconstruir un presente cercano donde se incide en esa mirada sobre el ansia de un amor pleno, incluso más allá de las distintas formas de vivirlo, y sobre la culpa y el dolor que este sentimiento conlleva, y también los malos tratos, la infidelidad y la insatisfacción personal, o la frustración, y las anheladas ganas de futuro con que ambos protagonistas proyectaban sus respectivas vidas, pero transcurrido el tiempo suficiente, Henar y Martín, han ido madurando y han cruzado el horizonte de una vida que para ellos ha transcurrido con toda su intensidad, con cierta esperanza mutua y, también, dejándose mucho en el camino, y por añadidura sufriendo una acusada crudeza en sus vivencias. Aunque Después de muchos inviernos es una novela de amor, ofrece una curiosa mezcla de novela negra porque arranca con un crimen, pero es sobre todo, una novela sobre la reciente historia de España, que la narradora bilbaína documenta como una espléndida reseña sobre el glamour de las fiestas de la alta sociedad, el ambiente de un Hollywood en su mejor momento como séptimo arte, y nos acerca al trabajo que hay detrás del diseño y la confección del vestuario, especialmente cuando se trata de ambientaciones en épocas históricas que requieren de una exhaustiva mirada, nos pasea por las grandes obras renacentistas que una inquieta Henar admira en el Museo del Prado para inspirarse en su trabajo, se adentra en las bambalinas del gran teatro bonaerense y, con un corte costumbrista, recorre el Madrid más castizo de las corralas, y el Café Gijón con el ambiente literario de sus tertulias, puesto que Martín sueña con ser escritor lo que sirve de excusa a la autora para dotar a la novela de una cierta perspectiva metaliteraria.
       El eje argumental, las tres décadas que recorremos con sus protagonistas, se concreta en el espacio temporal de dos jóvenes que se aman hasta que, transcurridos los suficientes años, ambos ha sido capaces de superar sus frustraciones y sus propios límites.







DESPUÉS DE MUCHOS INVIERNOS
Marian Izaguirre
Barcelona, Lumen, 2019

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