Socorro
Venegas
El volumen, La memoria donde ardía, que publica, Páginas de Espuma, 2019, reúne
diecinueve relatos de la mejicana Socorro Venegas, en los que la
supervivencia crea una unidad temática.
Socorro Venegas (Luis Potosí, México, 1972) es
escritora y editora mexicana. Ha publicado las novelas La noche será negra y blanca (2009) y Vestido de novia (2014); los libros de
cuentos Todas las islas (2002),
La muerte más blanca (2000) y
La risa de las azucenas (1997).
Sus cuentos se han traducido al inglés y al francés, y han sido recogidos en
varias antologías. Escritora residente en el Writters Room de Nueva York,
becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y del Centro Mexicano de
Escritores. Su columna «Modo Avión» aparece en Literal Magazine. Ha dirigido proyectos editoriales en el
Fondo de Cultura Económica y la Universidad Nacional
Autónoma de México. En España acaba de publicar la colección,
La memoria donde ardía (2019).
¿Debemos movernos en la ambigüedad para escribir buena
literatura?
Me siento
cómoda en la ambigüedad, qué difícil es vivir con certezas en un mundo al que
le encanta cambiar y rompernos la
cara. Creo que cada escritor encontrará sus coordenadas y
obsesiones, y seguirlas hasta las últimas consecuencias es su único deber. Para
mí la ambigüedad es un territorio necesario en las historias de La memoria donde ardía, donde busco sugerir
más que describir con exactitud ambientes o personajes. Funciona en estos
cuentos, pero en otro proyecto tal vez necesite algo distinto.
¿Busca, de alguna manera, sobrevivir con sus relatos?
Yo aprendí la
ficción, a imaginarme en otros sitios o siendo distinta a partir de una
tragedia familiar. Así que la necesidad de escribir es profunda, misteriosa,
como el dolor, como el azar, como todo lo que nos empuja a transformarnos para
sobrevivir. Tal vez los suicidas son los grandes resistentes al cambio.
Prefieren hundirse con sus banderas ondeando.
Es autora de varias colecciones de cuentos y dos novelas,
¿qué le lleva a publicar un nuevo libro de relatos?
Había
trabajado varios años en los cuentos de La
memoria donde ardía. Puse el libro en pausa varias veces por distintas
razones, pero el año pasado sentí que ya era poco lo que tenía que hacer. Al
mismo tiempo fue también lo más difícil: decidir el orden en que los relatos se
engarzarían para darle un ritmo y coherencia al libro. Y luego, la decisión no
menos relevante de proponerlo a una editorial. Siempre pensé que era un libro
para Páginas de Espuma. La fortuna fue que Juan Casamayor pensó
igual.
¿Los diecinueve cuentos de La memoria donde ardía (2019) ofrecen, temáticamente, un conjunto
unitario?
Podría decir
que hay un tema recorriendo cada página del libro, lo formularé como una
pregunta: ¿cómo diablos sobreviven los que sobreviven? Yo misma me considero
una sobreviviente. Sé lo que es quedarse y atemperar el impulso de saltar por la ventana. Quería
escribir sobre el dolor de la pérdida, de un ser querido pero también de lo que
es perderse uno mismo, verse forzado a convertirse en alguien distinto porque
la vida impone esas metamorfosis. La pérdida que es para una madre la
separación de la criatura que gestaba y de pronto es tan ajena a ella: esa
inesperada e incomprensible sensación.
¿Qué perspectiva ofrece la maternidad en la sociedad
mexicana para que usted escriba sobre ella?
Es una
sociedad en donde la voz de una mujer no puede escucharse para cuestionar o siquiera
dudar de la bondad de la
maternidad. Es una sociedad donde a las mujeres no les
pertenece su cuerpo, el aborto sigue siendo penalizado en varios estados del
país, nos prefieren silenciosas, quietas: muertas. En mis cuentos no es que
haya una voz militante o que politice la situación de las mujeres. Mi
exploración es literaria y profundiza desde otro lugar en la angustia, el
dolor, el sufrimiento que puede venir con la maternidad. Se
trata de romper con los tabús, con ese secreto oscuro que es, por ejemplo, la
depresión posparto. Todo aquello que no puede decirse y que yo quise narrar
porque es esencial escuchar la voz silenciada de las mujeres: es la perspectiva
de una mitad del mundo.
¿El cuento que usted propone para sus lectores siempre
conlleva la brevedad más absoluta?
No todos los
cuentos de este libro son tan breves, al menos ninguno llega a ser un
microrelato. Pero quien ha seguido esta entrevista hasta aquí, podrá inferir
que mis materiales literarios son duros, altamente sensibles. Trabajar a
temperaturas muy altas obliga de alguna manera a pensar en historias como
saetas muy finas, bien afiladas, que no se vean venir y se metan hondo en los
lectores. Busco esa intensidad que tiene la brevedad y que, quizá, he aprendido
como lectora de poesía.
¿Qué papel juega la memoria en su literatura?
Pienso en la
memoria como en una hermosa cicatriz. La materialización del dolor, del tiempo
transcurrido. Desde ahí me gusta contar una historia, ese tiempo de la
evocación, como aconsejaba Quiroga: no escribir desde la emoción, dejarla pasar
y luego evocarla. Esto implica saber distanciarse de la experiencia que detona
un cuento, una novela. Y en ese saber distanciarse puede surgir la literatura.
Como sus personajes, ¿usted acepta su papel en esta
sociedad contemporánea, o es un simple recurso literario?
Mis personajes
no aceptan su papel en esta sociedad, lo padecen y lo subvierten. Hacen
visibles las fisuras de su inconformidad. Se separan de los demás. Los niños
que viven en el hospital en mi cuento “Los aposentos del aire” llevan a cabo la
mayor transgresión en ese espacio: se enamoran. La mujer solitaria que espera
un tren y cuenta que hace pocos días dio a luz, ha abandonado todo; también es
transgresora la viuda que decide no donar las pertenencias de su marido muerto
a un albergue, como todo mundo hace, sino intercambiar cada cosa que le
pertenece, sus propias cosas, buscando así resignificar una memoria dolorosa.
Mis personajes se salen de los márgenes socialmente impuestos: es su manera de
sobrevivir, su pequeña revancha en un mundo abrumador. Es una de las mejores
posibilidades de la literatura: imaginarnos distintos y que el mundo también puede
ser distinto.
En sus relatos hay un fondo de realidad más absoluta, ¿se
siente usted cercana a una atmósfera realista para contar sus historias?
A veces parto
de una anécdota que puede venir de mi experiencia personal, pero es inevitable
(y no hay por qué evitarlo) que la ficción gane terreno. En ese sentido, no soy
nada realista. En mis cuentos el registro realista se diluye por la fuerza de
la mirada de los personajes, por sus actos, por todo lo que la imaginación hace
posible. El cuento “Como flores” narra la llegada inexplicable de un grupo de
niños ciegos a una escuela, nunca sabremos por qué están ahí, lo que importa es
qué harán los otros niños con los invasores. A fin de cuentas, la realidad
también puede ser muy extraña.
Un cuento como “Los aposentos del aire” es,
extremadamente, duro, ¿la enfermedad infantil resulta útil para un buen relato?
Cualquier tema
es útil para un relato, siempre que atraiga al escritor primero. Si un tema no
me obsesiona, si no me parece fascinante a mí, no podré hacer que le interese a
los lectores. Por otro lado, elegir un tema como la vida de los niños enfermos
tiene la dificultad de ponerte en el límite de la compasión o la condescendencia. Es
indispensable vigilar el proceso de escritura, ser fiel a la historia y a sus
personajes, evitar la tentación de imponer un final feliz sólo para complacer.
La crítica habla de “una prosa teñida de lirismo” para
definir su literatura; ¿cuánto hay de verdad en esta afirmación?
Me parece una
crítica acertada. En mi prosa hay un trabajo con el lenguaje que viene de mi
lectura de poesía. Confío en el lenguaje poético para expresar las más
profundas emociones humanas.
La soledad no esta reñida con la infancia, la maternidad o
el alcoholismo de sus cuentos o ¿tal vez forma parte de estos mundos?
Es la manera
como se atraviesa o se vive la soledad lo que me interesa. Los niños no viven
en un mundo distinto a éste en el que tenemos puestos los pies nosotros mismos.
Si pensamos de una manera idílica en la infancia no veremos que el mundo de los
niños puede ser más complejo de lo que parece. En lo que escribo hay personajes
viviendo infancias solitarias, duras, y al mismo tiempo sobreviviendo con una
luz muy poderosa dentro de ellos.
Una vez escrito y publicado La memoria donde ardía, ¿se ha desprendido usted de esa orfandad
que desprenden sus historias?
No lo sé. Creo
que una obsesión es inagotable cuando se le alimenta. Eso me pasa a mí. Sigo
explorando, no para repetir, sino para encontrar ángulos que no he visto. Escribiré
sobre lo que sienta que es necesario contar.
Y para terminar, ¿qué supone para una narradora mexicana
publicar en España?
Cuando envié
el libro a Páginas de Espuma pensaba en su catálogo, en las búsquedas de autores
con los que tengo profunda afinidad. Sentí que mi libro podía pertenecer a esa
constelación. No pensaba tanto en la plataforma que es para un escritor
latinoamericano publicar en España, pero es cierto que le ha dado una
proyección a mi trabajo. Estoy sorprendida y muy agradecida por el interés y
generosidad de la prensa española.
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