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El ángel caído
Rosario
Izquierdo (Huelva, 1964) escribe con mano firme, su concepto narrativo se
concreta en ir fragmentando una información que un curioso lector va
descubriendo porque la narradora deja en suspenso algunos acontecimientos que,
en páginas o capítulos, iremos leyendo y serán de una trascendente importancia;
progresa y retrocede en su narración, y es entonces cuando ya no dejamos de
pasar las páginas, avanzamos en el relato porque se nos ofrece una lectura tan inquietante
como desazonada, y no menos expectante.
La
protagonista de El hijo zurdo (2019),
Lola Rey, es una escritora secreta, de clase media alta, que se esconde detrás
de un seudónimo y trabaja para una modesta editorial; aunque estuvo casada con un
abogado de cierto éxito, ahora está separada y tiene en casa a sus dos hijos,
una chica y un chico; es una madre bastante progresista, y siente una especial
predilección por su hijo Lorenzo, zurdo, como lo fue Lola antes de que le
corrigieran esa “anomalía” social que tantos quebraderos de cabeza le ocasionaba
en su entorno familiar; ahora lo que, realmente, le preocupa es que debe
recoger a su hijo en una comisaría de policía donde está detenido, acusado de
verse mezclado en una pelea con cuchillos y puños de acero y parece, por lo que
irá averiguando, que el chico se ha hecho amigo de un grupo neonazi. Aquí surge
el problema, y se convierte en el argumento crucial de esta segunda novela de
la escritora andaluza que enseguida conlleva esa pregunta que toda madre se
haría en semejantes circunstancias, ¿qué he hecho mal para que este niño se me
haya ido de las manos?
El hijo zurdo es un retrato social de las
clases acomodadas frente a las desclasadas y marginadas por su propia condición
que muestra, de una manera convincente, una y otra actitud ante los problemas
cotidianos, incluso se compromete con la educación de los hijos. Lola y Maru,
heroínas de familias tan distintas y en actitud semejante, se conocen y se
apoyan porque sus necesidades, salvando las distancias, son las mismas; el
mundo las ha maltratado de la misma manera, y ansían una benefactora reparación
que nunca llega; el factor común, ese pasado del que deben aprender y al mismo
tiempo huir, aunque el encuentro entre Lola y Maru, la madre de el Loco,
compañero neonazi de su hijo, nos introduce en la distancia que se aprecia
socialmente entre ambas mujeres: burguesa la primera, limpiadora y pobre la segunda,
dos educaciones, dos barrios, dos hijos que se encuentran en parecidas
circunstancias. Lola siente mala conciencia, y trabaja junto a Gloria, su
editora, con un grupo de mujeres que no han tenido tantas oportunidades como ellas;
Maru sobrevive limpiando y echando muchas horas fuera de casa para mantener a
la familia, y no ve futuro alguno en su vida; el presente no resulta muy
halagüeño, lidian con un hijo díscolo, el Loco
y Lorenzo se conocen, de ahí el nexo que une a ambas mujeres. En una de las imágenes
más acertadas de la novela, Rosario Izquierdo hace un paralelismo explícito
entre la caída de Lorenzo, su descenso a los infiernos, y el ángel caído de El paraíso perdido de Milton, cuando recuerda
sus visitas y siente su admiración por la escultura de Ricardo Bellver
emplazada en el parque de El Retiro, que le fascinaba desde niña, ahora Lola
siente los versos de Milton, mientras oye las letras de los grupos de hard rock que escucha Lorenzo.
El hijo zurdo nos habla de las
diferencias de clase
y, al hilo de la historia, añade reflexiones sobre el amor y las relaciones de pareja, o la no menos curiosa y educativa conexión entre la madre y su hija Inés, sostenida por cuatro pinceladas, pero refleja esa particular y precoz madurez que acusan las hijas de madres adolescentes, convertidas en amigas y, a menudo, casi en conciencia de sus desconcertadas madres; y en el repaso de la vida de Lola, la mirada a una generación de jóvenes diezmadas en el pasado por la libertad sexual, los embarazos no deseados, o el consumo desenfrenado de drogas.
y, al hilo de la historia, añade reflexiones sobre el amor y las relaciones de pareja, o la no menos curiosa y educativa conexión entre la madre y su hija Inés, sostenida por cuatro pinceladas, pero refleja esa particular y precoz madurez que acusan las hijas de madres adolescentes, convertidas en amigas y, a menudo, casi en conciencia de sus desconcertadas madres; y en el repaso de la vida de Lola, la mirada a una generación de jóvenes diezmadas en el pasado por la libertad sexual, los embarazos no deseados, o el consumo desenfrenado de drogas.
La estructura
narrativa, acertada y convincente, alterna distintas voces y, sobre todo,
ofrece un acertado manejo del diálogo, fundamental en la conformación de la
novela, los constantes giros de la focalización de externa a interna
intercambia con naturalidad el estilo directo e indirecto con el indirecto
libre. El resultado es un texto impecable, aparentemente sencillo, pero con una
poderosa complejidad formal y de contenido.
EL HIJO
ZURDO
Rosario
Izquierdo
Barcelona, Comba, 2019
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