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domingo, 21 de diciembre de 2014

Hoy tomo café con…



Alejandro Zambra

     “Escribir es fingir, pero fingir completamente, hasta rozar una especie de verdad”.



      Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975), es autor de dos libros de poemas (Bahía Inútil (1998) y Mudanza (2003), de la colección de ensayos No leer (Alpha Decay, 2012), y de tres novelas, publicadas por Anagrama de forma simultánea en España, y en  casi  toda Latinoamérica, Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011). Acaba de publicar, el libro de relatos, Mis documentos (2014). Bonsái ganó en Chile el Premio de la Crítica y el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, 2006. En 2011 el director chileno Cristián Jiménez estrenó la película homónima en el Festival de Cannes; La vida privada de los árboles fue nominada en Francia al Prix du Marais 2010, y Formas de volver a casa obtuvo en Chile el Premio Altazor y el Premio del Consejo Nacional del Libro del año 2012, En 2007 Zambra fue elegido uno de los mejores escritores latinoamericanos por el jurado del Hay Festival para participar en el encuentro Bogotá 39. En 2011 la revista británica Granta lo eligió como uno de los mejores 22 narradores en lengua española. En 2013 recibió en Holanda el Premio Príncipe Claus, por el conjunto de su obra. Ha sido publicado en varios países, Brasil, Francia, Grecia, Israel, Italia, Portugal, Holanda, Turquía y Estados Unidos.

Si usted tenía ubicado su lugar en la lectura, ¿qué le llevó a la poesía y a la narrativa?
        Escribía desde chico, pero como un juego. La lectura después se volvió el lugar verdadero del placer, aunque siempre seguía jugando a ser poeta. No sé en qué momento escribir se volvió un hábito, una manera de estar en el mundo. A la poesía me llevó una suerte de destino nacional. A la novela, quizás, la falta de talento como poeta.

¿Se encerró usted, literalmente, para escribir Bonsái (2006)?
        No podría, porque estuve como cinco años con esa idea. Soy un poco claustrofílico, pero no puedes, salvo en la cárcel, estar cinco años encerrado. Soy más obsesivo que metódico y en ese tiempo, como en el poema de Darío, perseguía una forma, obsesivamente.  

Su novela La vida privada de los árboles (2007) es la crónica de una espera, ¿la de algunos chilenos que nunca volvieron?
        También. La novela no habla de ellos, sino de una mujer que insistentemente no llega, mientras su marido hace dormir a la niña. Y hay algo, un sentimiento colectivo, que el protagonista recupera o  descubre sólo entonces, mientras espera. 

Dígame en qué momento confunde su propia vida con la literatura.
        Nunca, la verdad. Alguna vez tuve el deseo de vivir literariamente, creo que estuve seriamente enfermo de bovarismo, pero afortunadamente me mejoré

Una novela como Formas de volver a casa (2011) ofrece otra mirada sobre Chile, ¿quizá volver a la palabra escrita frente a las versiones oficiales?
        Sí. O simplemente representar, revivir ese proceso, el que vivimos todos los chilenos, cuando intentamos formular una experiencia colectiva. Creo que uno de los temas importantes para mi generación es esa vacilación entre el yo y el nosotros. Tardamos en aprender que no hay experiencias totalmente personales, individuales. 

Nos engaña usted, realmente, cuando afirma No leer (2010) y nos remite en sus textos a tantos autores y buenas obras literarias, ¿cuál fue su intención al publicar este libro?
        Ese libro fue una idea de su editor, Andrés Braithwaite. Él lo armó, a partir de un montón de textos que yo había publicado en diversos lugares. Si el libro funciona es gracias al montaje que él hizo. Le dimos muchas vueltas al título y finalmente llegamos a ese, un poquito demagógico y efectista, pero me gusta.



¿Qué inquietudes habría que tener, por consiguiente, para ser un buen lector?
        Oh, no lo sé. Soy malo para generalizar. Una vez, en Bogotá, un niño de siete años nos preguntó, a Álvaro Enrigue y a mí, de dónde sacábamos la inspiración, pero no para escribir, sino para leer. El niño no podía creer que hubiera gente a la que realmente le gustara leer.  

Acaba usted de publicar un nuevo libro, Mis documentos (2014) ¿está escrito desde la nostalgia?
        Quizás, pero no sé si es nostalgia o melancolía o quizás simplemente el deseo de recordar con precisión. Y recordar desde aquí, desde ahora, porque cuando recordamos con precisión, sin idealizar, sin creer del todo en lo que muestran las fotos, lo recordado consigue modificar el presente.

Es un libro más complejo, esa carpeta de documentos, guardada y rescatada finalmente, ¿la estructura del cuento le proporciona mayor libertad?
        Sí, aunque nunca he sabido bien cuál es la estructura del cuento. Son once textos narrativos, eso es seguro. En cada uno intenté algo distinto. Son como once hijos. 

Vida privada, incluidos conflictos familiares, y también, ficción y otras vidas literarias, se confabulan en este libro, ¿el resultado del esbozo de una cotidiana ansiedad?
        Claro, puede ser. Me gusta eso, cotidiana ansiedad.

Estos relatos están poblados se silencios, ¿quizá para dar un portazo a un pasado que es necesario olvidar? 
        Más bien revivirlo. Crecimos en ese silencio, nos criamos en las frases a medias, en los sobreentendidos, en los malentendidos. Nos costaba discernir la diferencia entre silencio y silenciamiento. Me interesó, sobre todo en algunos relatos del libro, retratar eso.

Familia, educación, y en tercer lugar, una extraña madurez componen las variantes temáticas que el lector encuentra en Mis documentos ¿es esa la desesperada evolución del ser humano?
        Oh, realmente no lo sé. Alguien me dijo que con este libro yo había alcanzado la madurez literaria y pensé que era un insulto. Como buen gombrowicziano, desconfío de la madurez, en todas sus variantes. Yo pienso que Mis documentos es un libro paradójicamente plural, donde abordo asuntos que me importaban en los libros anteriores, siempre desde la incertidumbre, indagando en las preguntas, buscando nuevas vueltas, nuevas preguntas. 

Finalmente, ¿la impostura es la única forma de arraigo que tiene un escritor?
        Es lo que decía Pessoa en su poema famoso. Escribir es fingir, pero fingir completamente, hasta rozar una especie de verdad. Quienes estudiamos literatura tenemos la impostura a flor de piel: nuestros profesores nos decían que no habíamos leído nada, entonces teníamos que fingir que habíamos leído, como los protagonistas de “Bonsái”, que fingen que leyeron a Proust. Y también nos decían que no podíamos hablar sobre Chile, porque no habíamos nacido para el golpe de Estado, porque no habíamos vivido el gobierno de Allende. Me interesan esas descalificaciones, me interesa indagar esos lugares: ese sentimiento de impropiedad, de lejanía. Mostrar esa distancia y el deseo de recorrerla, de anularla. 


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