AMANECERES
María Ángeles Pérez
LUCIÉRNAGAS
Como un juego más de verano aguardábamos, con cierto desasosiego, la noche para rastrear la luz que, meticulosamente, desprendía la hilera de luciérnagas posadas sobre el verdor de la hierba que servía de alfombra a la caudalosa acequia, cuya agua aprovechaban las lavanderas para dejar resplandeciente su ropa. Observábamos esos destellos luminosos, que ubicábamos en sus ojos, pero que el tiempo y la ciencia nos ha enseñado que, esa luz destellante, está situada en el abdomen de la luciérnaga y aparece cuando absorben oxígeno y, una vez mezclado con otras sustancias, reaccionan produciendo luz sin apenas generar calor.
Hoy, pasado el tiempo, esas luciérnagas que guiaban nuestro nocturno y adolescente camino, durante las tórridas noches de verano, han desaparecido, quizá por eso deambulamos sin rumbo fijo, desorientados, ausentes, carentes de altruismo, solidaridad y sentimientos, resbalando cerrilmente ante continuos fracasos y derrotas creadas por nosotros mismos. Hoy, esas encantadoras y luminosas luciérnagas, creo que merecidamente, se han cansado de nosotros. Nos han abandonado.
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