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miércoles, 9 de abril de 2025

Hoy tomo café con...

 

Natalia García Freire

 

 


 

 

       Natalia García Freiré, Cuenca-Ecuador, 1991. Es profesora de Escritura Creativa, Relato breve y Novela en la Escuela deEscritores de Madrid. Nuestra piel muerta (2019), su primera novela, fue traducida al inglés, turco, francés, italiano y danés. Trajiste contigo el viento (2022) fue su segunda novela. Ha publicado en Páginas de Espuma, la colección, La máquina de hacer pájaros (2024).

 

 

¿El cuento, para usted, se convierte en un auténtico reto narrativo?

       Es un reto porque es un territorio quizá más cercano a la poesía, en el sentido en el que uno va en busca del lenguaje, de la forma, de las capas de sentido que se condensan en poco espacio. Si un relato no funciona tras muchas reescrituras, puede que después de años vuelvas a él y encuentres el camino. Es un reto porque es un territorio en el que uno va a buscar un secreto y puede que no lo encuentre jamás y por eso también es hermoso porque es un reto y un juego.

 

En La máquina de hacer pájaros (2024), ¿se enfrenta al relato con una mirada y una perspectiva distinta a la novela?

       En general me enfrento a la escritura como una búsqueda, como un cavar en el lenguaje hasta ir encontrando lo que aparece, casi como una arqueología debajo de lo aparente. En ese caso, el método no es distinto, pero la mirada sí. Creo que en la Máquina de hacer pájaros he tratado de reírme mucho, de mí misma, de la escritura y he usado elementos fantásticos, en mis novelas había cierta atmósfera fantástica, pero no había usado esos elementos tan claros. En La máquina de hacer pájaros fui en busca de esos elementos, de eso que es el lenguaje, fantasía, imagen, abrir fisuras en la realidad y ver lo que hay debajo.

 

Una buena dosis de ironía salpica sus cuentos, ¿es un requisito indispensable para construir un buen relato?

       No sé si es indispensable, hay autores que admiro mucho y no lo usan, pero entre mis favoritas y favoritos sí que está casi siempre presente, en Amy Hempel o Stephen Dixon o Angela Carter, Mario Levrero. Creo que la ironía también genera cierta complicidad con el lector, como si pudiese estar con esos personajes, tener ciertas expectativas y que todo salga mal, aun así, reírse un poco y seguir. 

 

¿Ha necesitado enfadarse con el mundo para escribir estos cuento?

       Creo que es raro que una persona no esté enfadada con el mundo, con lo que pasa en el mundo. Quizá vivo bastante enfadada con el mundo, como muchas y muchos, pero cuando escribo hay otras emociones en juego, busco la ternura, busco el juego, busco lo monstruoso también, y escribo desde esos sitios. Quizás más que desde el enfado, he escrito el libro desde la incomodidad, la incomodidad de habitarme y de habitar el lenguaje, el cuerpo.

 

¿Cree en un excesivo culto al cuerpo?

       Sí, creo que es evidente y que está demasiado normalizado. Es quizá de las cosas más monstruosas en esta época y muchas veces eso se relaciona con la idea de tener un cuerpo y no ser un cuerpo. Somos cuerpos, somos fluidos, somos carne que se pudre. El culto al cuerpo a veces impide que veamos con naturalidad eso que somos, parece que lo tenemos y lo podemos convertir, moldear, cambiar, que es una cosa y no eso que somos todo el tiempo. 

 

 

El mundo femenino aflora en sus relatos, ¿cómo se vive ese mundo en los países del otro lado del Atlántico?

       Todavía hay mucho por conquistar, todavía hay demasiado silencio entre madres, abuelas, hijas. Necesitamos encontrar formas de gritar, de hablar, de romper ese silencio. Pero también es un mundo lleno de ternuras, fortalezas, un mundo cada vez más organizado, sobre todo en países como Ecuador, la fuerza está ahí, en los feminismos, en las mujeres indígenas, ha tomado tiempo, pero creo que es ahí donde está la esperanza de nuevas formas de pensarnos como país.

 

Sus personajes femeninos no aceptan su destino, ¿este hecho motiva la extrañeza que subyace en estas vidas atormentadas?

       Creo que eso motiva la extrañeza, pero también esos vínculos inesperados entre lo femenino y lo animal, vínculos de ternura y complicidad, de humor y de un lenguaje que no es el de todo el mundo, sino el que se construye en un mundo ajeno, propio, de rarezas y extravíos. No aceptan su destino y van creando sus propias formas de afectos.

 


¿La literatura ha dejado de hablar de la infancia como si esta no fuera ya un territorio sagrado y significativo?

       Me parece que la literatura siempre está emancipándose de los significados que han sido idealizados; la infancia y también la familia o el hogar han sido siempre territorios sagrados o incuestionables y muchas autoras han puesto el foco en subvertir esos significados. La infancia también es el terreno de lo monstruoso, un sitio fundacional en el que no todos los personajes encuentran un espacio sagrado, a veces encuentran solo desamparo o dolor. Y creo que esa emancipación de los temas y las perspectivas amplían mucho las posibilidades de las historias que escribimos

 

¿El lector aprecia en sus cuentos las lagunas de la sociedad?

       Me gustaría que el lector entrase en esa fisura de la realidad en donde la sociedad, sus formas, sus sistemas se ponen en cuestión. Creo que la literatura no debe responder siempre a todas las preguntas, debe dejarnos con más inquietudes, rasgar y cavar en todo aquello que parece sólido.

 

¿El tratamiento del lenguaje es igual en una novela que en un cuento?

       En mi caso sí, el tratamiento del lenguaje es igual, uno persigue el lenguaje de cada historia independientemente de su forma. Sin embargo, sí que hay algo más de pelea con el lenguaje en el relato, en la novela puedes desviarte, perderte en un bosque, en el cuento tratas de llegar a un sitio en donde miras algo por única vez; el lenguaje es quizá incluso más escurridizo y hay que correr tras él. En la novela puedes desandar caminos, extraviarte mucho más. En el cuento, me parece que no, que tienes que atrapar cuanto antes la imagen, la emoción, ir detrás de ese lenguaje antes de que la visión desaparezca. Quizá por eso muchos cuentos se escriben en una sentada, aunque luego los reescribas muchas veces, porque persigues una especie de revelación.

 

El tema de la maternidad, irrenunciable, en el relato cotidiano aparece en su libro como algo hermoso, extraño, incluso horrendo, ¿es su particular visión al respecto?

       Tengo muchas visiones con respecto a la maternidad. Creo que debe ser deseada y vivida con todas sus contradicciones. Creo que esa no es la realidad de muchas maternidades, que hay horror y monstruosidad en torno a muchas maternidades y es terrorífico que vivamos en un mundo en el que muchas mujeres ni siquiera pueden hablar de eso y menos tener opciones.

 

La familia es un recurso literario importante, ¿de alguna manera esta complementa su visión de la realidad?

       La familia es un territorio, una institución que hay que cuestionar todo el tiempo, porque no hay una forma única de familia. Me gusta poner el foco en los vínculos familiares que son en apariencia normales, pero basta con que un elemento se subvierta para que veamos cómo una familia es también un artefacto extrañísimo, una serie de personas con vínculos mutilados, monstruosos, que tratan de sobrevivir. Como dice Fabián Casas: “todo lo que se pudre forma una familia”.

 

Realismo mágico y fantasía, surrealismo y ciencia-ficción, ¿muestras inequívocas para contar una realidad universal?

       No encuentro otras formas de relacionarme con las historias que partiendo de esos elementos fantásticos, surreales, de la ciencia ficción; necesito ese lenguaje alucinado para entender a mis personajes, que están siempre transformándose o a los que les pasan cosas extrañas, pero a ellos no les parecen extrañas. Creo que los géneros fantásticos, no miméticos, son tan antiguos como el mundo, no solo contamos historias, imaginamos otros mundos, otros seres porque la imaginación es una extensión del lenguaje, por eso creo que esas formas de narrar nunca dejarán de mostrarnos la realidad universal. Es el lenguaje más natural que tenemos.

Instalada en el catálogo de Páginas de Espuma, ¿cómo se siente formando parte de ese proyecto editorial?  

       Es un honor muy grande. No solo por compartir catálogo con autores y autoras que admiro, también porque es una editorial que ha hecho un trabajo grandísimo de crear lectores de cuento, buscar esos lectores, pelear contra el canon de la novela. Parecería un sueño imposible, pero ellos lo han hecho y ser parte de ese proyecto entusiasma mucho. 

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