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martes, 7 de agosto de 2018

Hoy tomo café con…


Edurne Portela


       Edurne Portela (Santurce, Vizcaya, 1974) ha desarrollado su carrera profesional en Estados Unidos, país donde realizó primero un doctorado en Literaturas Hispánicas en la Universidad de Chapel Hill, Carolina del Norte, para después trasladarse a la Universidad de Lehigh (Pensilvania), donde ha sido profesora titular de Literatura Hispanoamericana y Española. Durante 13 años compaginó el trabajo docente con la dirección del centro de investigación para las humanidades de la universidad (Humanities Center).
       En enero de 2016 puso punto final a su carrera universitaria en Estados Unidos y volvió a España, y desde entonces se dedica por completo a la escritura y colabora en medios como La Marea y El Correo, escribiendo sobre el conflicto vaso. Ha publicado el ensayo El eco de los disparos: cultura y memoria de la violencia (Galaxia Gutenberg, 2016) y recientemente la novela Mejor la ausencia (2017), también con Galaxia Gutenberg.



Una pregunta tópica, ¿es hora de poner distancia con respecto al terrorismo en Euskadi?
       Si por poner distancia se refiere a empezar a verlo desde una perspectiva histórica, desvinculada de nuestro presente, diría que sí y que no. Por una parte, creo que ya han pasado los suficientes años desde el final de la actividad terrorista de ETA como para empezar a evaluar, con toda la complejidad que el tema entraña, ese pasado. Por otra parte, las secuelas del terrorismo y de otras cuestiones relacionadas con la violencia en Euskadi están todavía muy vivas. Las heridas son muy recientes y por tanto no deberíamos pensar que, una vez acabada la violencia de ETA, han acabado todos los problemas. Ese terrorismo está inscrito en un problema mayor que no se circunscribe a la actividad terrorista y que no sólo afectó a víctimas y verdugos, sino que nos atravesó como sociedad.

Sin embargo, parece que el problema del terrorismo vasco queda un tanto desdibujado en Mejor la ausencia (2017), ¿entonces qué intenta transmitirle al lector?
       El tema del terrorismo vasco es uno más de muchos temas en la novela. Es una obra que se desarrolla principalmente en los años 80 en una zona de Euskadi —la margen izquierda del Nervión, los pueblos que van de Bilbao a Santurce— que vive un momento convulso: el proceso de desindustrialización, la incursión de la heroína en nuestros entornos, unos índices de paro entre el treinta y cincuenta por ciento, y sí, también ETA, su entorno, la violencia policial, la presencia amenazante de los GAL. Este es el contexto histórico de la novela que, además aporta una crítica a la violencia patriarcal.

¿Cómo asume su generación la violencia etarra?
       Creo que no puedo hablar en nombre de mi generación. Sería demasiado arrogante de mi parte. Lo único que puedo decir es que hemos empezado un proceso de indagación, de intentar entender qué supuso esa violencia —que como digo arriba no era la única— para nosotros. Hemos nacido y crecido con la sombra de ETA y creo que aquí cada uno ha tenido su proceso: algunos de acercamiento y posterior rechazo, otros de rechazo continuo, otros de miedo y huida, otros la han abrazado y la siguen justificando. No sé, como te digo, no puedo hablar en nombre de nadie, sólo en el mío. 



¿Su novela en el resultado de una autocrítica o quiere mostrar su responsabilidad como vasca?
       La verdad es que no pretendo mostrar nada con la novela. No hay una tesis detrás de ella, ni una intencionalidad. ¿Autocrítica? Supongo que sí, y que la arrastro desde El eco de los disparos. Ese ensayo sí fue un ejercicio de autocrítica, de escribir desde dentro y desde mi posición de testigo sobre nuestra responsabilidad en relación a la violencia. Igual ese lugar de la escritura ha continuado en Mejor la ausencia, pero no me lo he planteado como un objetivo.

¿La protagonista, Amaia, y su entorno familiar, se convierten en un reflejo de la sociedad vasca en los 80?
       Por lo que me dicen los lectores que conocen bien esos años y ese contexto que describía antes, sí son personajes que remiten a una situación social, económica y política específica.

¿La niña Amaia crece en esa espiral de violencia que vive a su alrededor, ¿el personaje es el resultado inequívoco de esa violencia?
       Cuando empecé a escribir la novela desde la perspectiva de Amaia me di cuenta que eso era precisamente lo que me interesaba: indagar cómo marca desde la infancia vivir en un contexto en que la violencia es una constante, dentro y fuera de casa. Quise entender, a través de su evolución, cómo nos moldea afectiva, ética, políticamente, cómo marca nuestras relaciones sociales, familiares, amorosas, cómo, en definitiva, nos situamos en el mundo cuando nuestra vida está marcada por la violencia.

¿Cree usted que hay mucha crueldad en las páginas de Mejor la ausencia?
       Sí, creo que hay crueldad, pero no es una crueldad gratuita, sino que creo que desvela cuestiones que incomodan pero que son parte de nuestra historia y, por desgracia, de nuestro presente. La violencia machista, por ejemplo, y las reacciones de las víctimas de esa violencia, que no siempre son las que queremos o esperamos (el caso de Elvira, la madre de Amaia, creo que es buen ejemplo). Y a pesar de que hay crueldad también hay mucha ternura en la novela. O por lo menos eso me lo parece a mí.

Por otra parte, intenta ofrecer un reflejo de esa juventud desarraigada, ¿fue un relato distinto al que se vivió en el resto del país?
       No, yo creo que esa juventud desarraigada se dio en muchas otros lugares de España. El extrarradio de Madrid, por ejemplo: en Vallecas sonaba Eskorbuto, como en Santurce, y también la heroína hizo estragos. Lo mismo en otros paisajes industriales que también sufrieron la reconversión, como Vigo o Cádiz. Lo que pasa que en Euskadi parte de esa juventud canalizó su desarraigo por la vía política radical e incluso la violencia.

¿Hasta dónde llegan los límites de Amaia?
       Yo creo que son los lectores tienen que interpretar dónde están esos límites.

La niña vive en un ambiente, casi protegido, hasta que descubre la hostilidad de su entorno en su adolescencia ¿empieza entonces la destrucción del personaje?
       Yo aquí discrepo con usted. El ambiente de Amaia en la niñez no es en absoluto protegido. Piense en la violencia del padre contra la madre y los hermanos, el miedo que siente de que esa violencia se vuelva también hacia ella. Piense en la violencia en la calle, en el colegio. Las consecuencias del consumo de heroína en el hermano. En fin, que la infancia de Amaia es durísima. Todo esto hace en ella una mella terrible y con esa herida llega a la adolescencia, en la que otras violencias más explícitas entran a formar parte de su vida.



¿Qué queda por hacer en el País Vasco?, ¿seguir insistiendo literariamente?
       Sí, yo creo que queda mucho por contar y cuanto más pluralidad de relatos haya, mejor. Es una historia muy compleja y muy larga que no se agota en un par de novelas.

Como su personaje, ¿usted ha vuelto a casa para narrar los sucedido en los 80 y 90?

       Pues sí, esa impresión da. La verdad es que no lo pensé cuando escribí la novela, pero es cierto que tanto Amaia como yo hemos hecho ese camino de retorno. De todas formas, aunque yo he pasado mucho tiempo fuera, siempre he estado volviendo. La diferencia es que ahora lo he hecho de forma más definitiva.


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