Un extraño realismo
Sara Mesa (Madrid, 1976) mueve a los protagonistas de sus historias en esos dos extremos de un mundo tan denso como dramático y sus personajes caminan por las zonas de sombra de una realidad donde se aprecia el valor de la intimidad, y queda insinuado el territorio de lo misterioso. La narradora madrileña, afincada en Sevilla desde su niñez, ha dado sobradas muestras de su buen quehacer y ha publicado las novelas, El trepanador de cerebros (2010), Un incendio invisible (2011), Cuatro por cuatro (2013), Cicatriz (2015), un excelente relato de aprendizaje, dos jóvenes que establecen una particular correspondencia basada en un simple intercambio y, Cara de pan (2018), la historia de dos seres marginados, en cierta medida, autoexcluidos de una sociedad que no comparten, aunque se sienten independientes, con un firme deseo de conquistar un espacio propio en un mundo libre de las convenciones sociales; y las colecciones de cuentos, La sobriedad del galápago (2008), No es fácil ser verde (2009) y Mala letra (2016), un alegato al miedo infantil, los secretos, el sentido de la culpa, y por añadidura una considerable valoración de la muerte.
La nueva entrega de Sara Mesa, Un amor (2020), cuenta un viaje interior en mitad de una atmósfera asfixiante que remite al mundo de los sueños, sobre todo por la forma en que la trama se va enredando y por el clima que describe la narradora, porque tras cada párrafo se presiente que algo va a pasar, e incluye escenas y episodios implícitamente muy violentos, inspirados parcialmente en una de las pesadillas más recurrentes de la protagonista, en la que presencia cómo un desconocido irrumpe en su casa, y va surgiendo en ella esa especie de incomodidad a lo largo de la historia que, en igual proporción, se llena de intensidad, pese a la doble brevedad de su argumento y de su extensión.
La protagonista Nat, una inexperta traductora, es una joven solitaria de cuya vida anterior se nos cuenta muy poco, huye de su pasado y llega como una especie de intrusa a un mundo rural y extremadamente cerrado, se enfrenta a un paraíso abstracto por la dureza de su entorno, donde viven personajes a los que Nat debe enfrentarse y que, en cierta medida, removerán y sacudirán el sentido de su retiro voluntario, obligándola a descubrir aspectos de su personalidad que ignoraba hasta ese momento; es así como llega a La Escapa, una pedanía con el monte de El Glauco siempre presente, que terminará adquiriendo una personalidad propia, un espacio tan oprimente como confuso al mismo tiempo, y enfrentará a Nat no solo con sus vecinos, sobre todo con su casero, un extraño que no tardará en mostrar su verdadera cara, aunque le regala un perro como gesto de bienvenida que la joven bautizará como Sieso, pero sufre los posteriores conflictos en torno a la casa alquilada, una construcción pobre, llena de grietas y goteras, que se convertirán en una verdadera obsesión para ella; el resto de los habitantes de la zona, la chica de la tienda, Píter el hippie y sus visitas al bar del Gordo, la vieja y demente Roberta, la familia de ciudad que pasa allí los fines de semana, y en gran medida Andreas el alemán, con quien realiza un extraño trueque de favor, e iniciará una relación; será entonces cuando la joven conocerá, como ya les había ocurrido a otros personajes de la narrativa de Sara Mesa, otra forma muy diferente de amor, que experimentará como algo inagotable y adictivo, mezcla de deseo, ansia y vértigo, al mismo tiempo; todos acogerán a Nat con aparente normalidad, mientras de fondo late la incomprensión y la extrañeza mutuas, incluso con ella misma y sus propios fracasos. La historia está llena de silencios y de equívocos, de prejuicios y de sobrentendidos, de tabúes y transgresiones, y quizá por eso, Un amor, aborda de manera implícita pero constante, el asunto del lenguaje no como forma de comunicación sino de exclusión y de diferencia.
La novela está escrita desde el punto de vista de Nat, pero en tercera persona, un recurso que ha posibilitado a la narradora efectuar una auténtica simbiosis con su personaje, estableciendo la distancia y la frialdad necesarias para un concepto narrativo de inusitada fuerza, y entre otros aciertos, el relato se construye en escenas más o menos sueltas que nos devuelven a la memoria una acusada técnica en el mejor estilo faulkneariano, cuyos episodios, magistrales por su brevedad, se ordenan mientras vamos completando el puzzle cuyas piezas son esas abundantes elipsis que el lector irá rellenando, hasta llegar con algo de suerte a colocar la última.
Un amor
Sara Mesa
Barcelona, Anagrama, 2020
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