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martes, 1 de diciembre de 2020

Mónica Ojeda

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                                    Una geografía emocional

 


       Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988) profundiza en el estudio del miedo y de las emociones, fórmula que le permite explorar el interior de sus personajes en Las voladoras (2020), su primer volumen de cuentos, y aunque renuncia a escribir relatos de terror, se cuestiona el concepto miedo ligado a la religión y al mito en favor de una identidad. La mitología ecuatoriana muestra abundantes supersticiones, creencias y temores sobre la mala suerte, los conjuros o maldiciones, y sobre los muertos. Mitos que se agrupan en seres imaginarios, objetos maravillosos y personajes legendarios; los seres imaginarios y los objetos maravillosos configuran parte de esta mitología, los sujetos legendarios rememoran el pasado.

       Los personajes de Las voladoras responden a preceptos de orden moral y cómo cumplirlos, las leyendas de ultratumba indican las consecuencias de profanar esos preceptos morales respecto a la adopción de conductas reñidas con un patrón de comportamiento socialmente establecido. El miedo, emoción primaria, se convierte en el origen, es recurrente y determina nuestra vida, aunque no siempre es sobrenatural porque ante la palabra miedo, asociamos terror; tenemos miedo a las cosas más cotidianas, las relaciones sentimentales, a la falta de trabajo, a la muerte, o mostramos pudor frente al desconocido, miedos psicológicos alejados de lo prodigioso, un terreno apto al estudio de lo humano.

       Las voladoras, entre lo terrenal y lo celestial, combina lo sobrenatural y lo físico, e invita al lector a un cruce de sensaciones, plasma el horror de una manera tan bella que sobrecoge; Ojeda escribe sobre violencias intrafamiliares, abuso infantil, dolor y duelo, o acerca de falsos tabúes en el amor, cuentos sobre el deseo y su vinculación con lo divino, textos que se sustentan por la fuerza de una mágica visión que entendemos como un conjuro; los ocho cuentos son la certeza de ese universo mágico en el que coexisten con la realidad misma. El primero, “Las voladoras”, surge de una leyenda oral de un pueblo andino ecuatoriano, un mito que afirma cómo una mujer de cualquier familia de ese lugar, por la noche, puede entrar en trance, subir a los tejados, untarse las axilas con miel, abrir los brazos y volar; en Sangre coagulada” la abuela besa a los animales antes de decapitarlos, un atisbo de ternura que se repite en otros relatos, un destello de delicadeza en medio de la brutalidad; “Soroche”, se mueve por el sendero del testimonio, retrata a través del vídeo erótico que se difunde de una mujer, las vejaciones que provoca la tecnología, y resulta doloroso por esa insana capacidad humana de odiar, una violencia discursiva que destruye psicológicamente a su protagonista. Ojeda, certera con el lenguaje empleado, nombra cada situación y reproduce el embrujo en forma de una ficción literaria que sintetiza en el cuento final, “El mundo de arriba y el mundo de abajo”, donde a través de un conjuro se quiere cambiar la realidad ante la pérdida de una hija, aunque esta seguirá sosteniendo sus propias normas. La ficción no busca trastocar la realidad, intenta permanecer el tiempo suficiente para que se vea como es: imprecisa. Para Ojeda todo es gracias a esas ideas que vuelan, como cabezas sin cuerpo.

 


 

 

 

Las voladoras

Mónica Ojeda

Madrid, Páginas de Espuma, 2020

 

 

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