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domingo, 23 de noviembre de 2014

Hoy tomo café con…



Margarita García Robayo

“La infancia: ese estadio en el que podemos convivir naturalmente con situaciones bizarras, extravagantes e incluso siniestras, con la mayor naturalidad”.



La narradora colombiana, Margarita García Robayo (Cartagena, 1980) ha escrito una novela sobre la memoria, sobre la construcción retrospectiva del pasado, Lo que no aprendí (Malpaso, 2014), y es autora de los libros de relatos, Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza (2009), Las personas normales son muy raras (2011) y Orquídeas (2012), y la novela corta, Hasta que pase el huracán (2012).


        Usted empezó escribiendo cuentos, ¿háblenos de su proceso literario hasta el momento?
Mis primeros cuentos tienen una búsqueda más bien técnica, estructural, y menos literaria, si se quiere. Me pasa lo que a bastantes escritores cuando han publicado más de un libro, rechazo ese primero porque no siento que me represente. Representa la impostación de quien quiere escribir y piensa, ingenuamente, que así es como se hace. No soy muy partidaria de la inexperiencia, o la ingenuidad. Encontrar lo que quiero decir suele tomar tiempo, pero una vez lo encuentro, el resto sale relativamente rápido y resulta muy placentero.
       
        La crítica ha señalado la soledad, una soledad femenina, motivo esencial en su narrativa breve, ¿está de acuerdo?
Es algo que se dijo de mi primer libro: una colección de historias tituladas, cada una, con el nombre de su protagonista, siempre una mujer, y que tenían conexiones entre sí. Tengo cierta fascinación por algunos personajes femeninos, en mi novela el personaje de la madre es casi el más importante. Si hubiese algo que pudiera hermanar a mis libros entre sí, sería quizá una especie de sensación de quiebre de los vínculos afectivos, familiares, como indicio de una fractura más generalizada en la sociedad.

        En sus cuentos ofrece la perspectiva de una tercera persona, en su novela Lo que no aprendí, una primera, ¿se trata de un proceso de maduración literaria?
No todos los cuentos están en tercera. En mi libro de relatos breves Las personas normales son muy raras, las historias están narradas desde una primera persona muy cercana a mi mirada porque, justamente, surgen de un ejercicio de observación muy intenso. Sin embargo, al momento de sentarme a escribir una novela la búsqueda y la motivación quizá sea otra. En Lo que no aprendí, y la novela breve, Hasta que pase un huracán, la búsqueda fue distinta, hubo más intervención de la memoria, más introspección, más preguntas irresueltas.
 

  
      ¿Se debe partir de una autobiografía para hacer más creíble la visión literaria de una vida particular?
No lo creo. Lo que sí creo es que en todo lo que se escribe se deja parte de la vivencia personal. No importa cuán tergiversada esté. Por eso el término autobiografía, o eso que llaman ahora “auto ficción”, me parece tan innecesario y, en un punto, redundante. Y es también un poco simplista pensar que la autobiografía es un formato cerrado que consiste en escribir sobre uno mismo en primera persona. En cuanto a la credibilidad depende exclusivamente de la habilidad del narrador.
       
        Lo que no aprendí, más que una novela de iniciación, parece una auténtica muestra de indignación.
Puede ser. Yo digo que es una novela escrita desde la necesidad de decir algunas cosas que venía pensando hacía bastante sobre las construcciones familiares que, en mi opinión, se asemejan demasiado a las construcciones literarias.  

  La cita de Silverstein sobre la “vulnerabilidad”¿una muestra de descubrimientos y secretos que rodean a nuestra infancia?
Absolutamente. Silverstein es un autor de poesía infantil que me fascina. Es un tipo supremamente oscuro y complejo, y los niños lo consumen desde un lugar muy fresco. Y creo que esto sería una buena síntesis de la infancia: ese estadio en el que podemos convivir naturalmente con situaciones bizarras, extravagantes e incluso siniestras.

        Pese a ofrecer un tema duro, memoria y recuerdo, el ritmo de su texto es pausado, Caty lo acepta casi todo.
Tiene que ver con la respuesta anterior. Caty es una niña y por lo tanto tiene la habilidad de aceptar todo, hasta lo más siniestro, con la naturalidad propia de los niños. Cuando esa habilidad se pierde, Caty deja de ser niña.

        ¿Nos traiciona la memoria para contar nuestras cosas familiares, y echamos mano de la literatura?
Tal cual. Aunque suene un poco extremo, creo que escribir es traicionar. Y más cuando tratamos de reconstruir memorias personales, porque la traición está implícita en el recuerdo. Recordar es también traicionar. En un ejercicio silogístico clásico diríamos, entonces, que escribir es recordar.



       Los rasgos políticos en su historia, el gobierno colombiano y Pablo Escobar, ¿intenta usted concretar un momento histórico vivido al hilo de la narración?
Yo elegí una porción de la vida del personaje, que se sitúa en un espacio con un contexto determinado. El contexto político que aparece de fondo en la historia de Lo que no aprendí es lo que estaba sucediendo en el mes de junio de 1991 en Colombia. Yo recuerdo particularmente la entrega de Pablo Escobar y su posterior fuga, así como todo el debate de la extradición que, más o menos, se dio en paralelo con el de la nueva Constitución nacional. Esos temas tan álgidos pasaron a ser conversaciones domésticas.

      La protagonista Caty sufre un auténtico desencanto con respecto a la figura del padre, ¿en ese proceso narrativo madura realmente?
El desencanto de Caty coincide con lo que narrativamente llaman la pérdida de la inocencia. Caty pasa a ser adulta, a tener conciencia de lo que hace su padre, de lo que hace ella misma, entiende que las acciones generan consecuencias y que, en general, no estamos preparados para asumirlas, aceptarlas o digerirlas.

         La lectura une a padre e hija, ella se siente fascinada por un libro como Los Siete Principios, ¿qué busca Cathy?
Busca entender, como todo niño. La curiosidad debe ser el rasgo más sobresaliente de este personaje, y de muchos niños. Yo recuerdo haber sido una niña muy curiosa, aunque despistada; por eso, las lecturas, en vez de aterrizarme, contribuían a la construcción de un universo personal medio disparatado. Los Siete principios es un libro que no existe.

        



¿Qué límites se impone usted entre verdad/ ficción? Si es que se los impone, claro.
El límite es muy subjetivo, tiene que ver con la valoración que haga del texto en cuestión. Con respecto a lo que yo escribo y con respecto a lo que escriben los demás. Tengo que tener la seguridad de que el texto merece la pena en términos de calidad literaria.

        La segunda parte de la novela justifica, de alguna manera, lo narrado, un auténtico proceso de escritura, ¿deberíamos hablar de una expiación?
Creo que la segunda parte es la esencia de la novela. Pone en duda la narración anterior y deja abierta la pregunta de si eso pasó realmente o es una construcción caprichosa y en verdad no se sabe si la narradora está hablando de la memoria familiar o del oficio de escribir.
       
        La madre, juega un papel importante, ¿es realmente ella y no Caty la verdadera protagonista de su relato?
La madre resulta ser un personaje fundamental, pero el padre también, en el sentido de que conocerlo o conectarse con él es la principal motivación del personaje de Caty. Quizá en la segunda parte, la madre, como dueña de la versión oficial de la memoria de su padre, y de su familia, esa memoria que, inútilmente, intentamos reconstruir, se vuelve una pieza clave, atractiva y al tiempo perturbadora ante la mirada de la narradora. 


1 comentario:

  1. Por sus respuestas parece tener las ideas bastante claras, aun siendo tan joven.

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