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viernes, 20 de octubre de 2017

Fernando Iwasaki



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TECLEADO A MÁQUINA
              
       Resulta relativamente fácil escribir sobre alguien cuya versatilidad en la literatura trasciende cualquier temática o aspecto formal, y además se inscribe en el valor mismo de unas claves que al lector le sirven para regocijo porque en sus textos siempre se haya ese movimiento perpetuo que otros muchos autores ya habían intentado ensayar y, a medias, conseguido. Literatura y vida componen, por consiguiente, la obra y por extensión la narrativa breve del peruano Fernando Iwasaki (Lima, 1961), cuyas reflexiones responden a un deseo de cambio que desde siempre ha venido impuesta por una sociedad moderna, aquella de finales de los ochenta, cuando el narrador comenzaba su andadura y propugnaba una necesaria evolución que provenía de una Modernidad emergente de comienzos de siglo, reflejada a lo largo de las décadas siguientes en la esencia más íntimamente humana que provocaría todo tipo de progreso social, artístico o cultural y científico.
       Para hablar de la génesis literaria de Fernando Iwaski bastaría compararlo con autores como Francisco de Quevedo, Ricardo Palma o Ramón del Valle-Inclán porque, sin duda, el peruano-sevillano, siente que se juega la vida con cada palabra que escribe o, al menos, eso trasciende del valor de sus textos, tan precisos como ajustados, o tan aparentemente sencillos como melodramáticos. Iwasaki plantea, al menos en su narrativa breve, contar historias de mitos con personajes de muy diversa procedencia porque pretende, sin duda, ofrecernos su visión tierna de la vida aunque repleta de un oscuro y malintencionado sarcasmo que se percibe en sus planteamientos iniciales y que ya nunca abandonará en su futuro literario.
       De vetustos, arcaicos y decadentes califica el propio Fernando Iwasaki estos dos libros de relatos, Tres noches de corbata (1987) y A Troya, Helena (1993), reeditados ahora, con mucha fortuna, bajo el título de Papel carbón (Páginas de Espuma, 2012), y que, en realidad, son la génesis narrativo-literaria del peruano como hemos podido comprobar después, en sus colecciones siguientes de cuentos, algunas de sus novelas o esas mixtificaciones que dan lugar al particular mundo jocoso festivo del escritor afincado en Sevilla. Recordemos sus títulos de relatos, Inquisiciones peruanas (1994), Un milagro informal (2003), Ajuar funerario (2004), Helarte de amar (2006) o España, aparta de mí estos premios (2009). Sin embargo, Tres noches de corbata, el primero de sus libros de cuentos, ofrece la madurez que otorga la buena literatura. En esta colección, mito, sueño y magia se combinan al tiempo que ofrecen un clima de pánico o una visión de una eterna pesadilla que posteriormente iba a desarrollar el narrador en futuras entregas. En la mayoría de los relatos, quizá en todos podíamos asegurar, planea la muerte, y aun más terminan con la muerte de sus protagonistas, como ocurre en uno de los más sentimentales, “La otra batalla de Ayacucho”, donde un abuelo decide morir porque su nieto no comprende el significado épico de los soldados y el niño se muestra más partidario de las espadas láser; y en otros, se paga el atrevimiento de sus protagonistas y muestran sin duda la fascinación del autor por transmitir al lector su visión de lo inexplicable, o aquello que siempre queda en el aire, o incluso resulta casi inverosímil. Algunas de sus obsesiones ya están presentes, sobre todo su visión particular de las Crónicas de Indias que mezcla con otras mitologías y el saber popular del mundo cinematográfico, televisivo o algunas de las mejores leyendas urbanas de la época para así lograr la yuxtaposición de argumentos varios que incluyen, incluso, el mundo de la novela negra donde el misterio o el engaño resultan lo mejor de la ficción y de la realidad del peruano. La huella de Borges o la fantasía de Cortázar patentizan, de alguna manera, esa recurrencia sorprendente al final de sus cuentos y, una vez aprendida la lección, tenderá a desaparecer en posteriores colecciones. La profundidad de estos cuentos, la huella mostrada de los maestros queda relativizada por la impronta del humor con que Iwasaki dota a algunos de estos relatos, quizá los considerados más duros, suavizándolos con expresiones coloquiales y despojándolos de una abstracción que convertirían a la historia en un sesudo ensayo sobre amplios conceptos filosóficos al más claro estilo schopenhaueriano, y sobre todo esa idea acerca de la ausencia de una identidad en algunos de los personajes.
       En el caso de la segunda colección, A Troya, Helena (1993), Iwasaki solo se repite en su afición a los mitos, aunque insiste en aportar una magistral exposición del habla popular, y ahonda magistralmente en una sensualidad que combina entre la chispa peruana y andaluza porque en estos relatos se plantea un explícito homenaje a los sentidos más humanos, además de un sibilino recorrido por el erotismo aunque en este caso la mujer siempre lleva la voz cantante, como en el caso del cuento que da título al libro en el que el marido descubre a la esposa practicando sexo anal con un antiguo alumno suyo, y dice explícitamente, “Recordé cuántas veces intenté penetrar infructuosamente en los insondables dominios traseros de Helena y reprimí un instinto homicida desde el otro lado del espejo. (...) Helena ahora se había convertido en una cocodrila, en una Melusina insaciable (...). Ahora gritaba con la cara congestionada, la sonrisa contenida, el desenfreno en cuatro patas”. Nos sumergimos en el mundo de los sentidos, por ejemplo, el oído en “Rock in the Andes!, el gusto, “Arroz a la polaca”, la vista y el tacto, “Hawai, Cinco y Medio” o “A Troya, Helena”, y el olfato en “La rueda incontinente”, cuentos donde la música, la comida y sobre todo el erotismo con los sentidos de la vista y el tacto, presuponen el valor que le otorga el narrador a sus relatos, plagados de referencias mitológicas y culturales de la segunda mitad del siglo XX que, de alguna manera, provocan un alto nivel de erudición, ingenio y sabiduría popular que tan espléndidamente combina Iwasaki para provocar una hilarante carcajada que siempre, siempre va mucho más allá. En ocasiones, el tono jocoso, humorístico, cede espacio a la amargura y provoca algunas denuncias que oscilan entre la ternura y la dureza de una existencia, como ocurre en el primero de los cuentos de la colección, “La danza de la gravedad”, que cuenta como un niño boxeador muere en el ring.
       La variedad temática en este libro es mayor que en el anterior, los cuentos ofrecen ahora una sublime propensión a transformaciones de más envergadura porque el mecanismo que las sustenta ofrece reflexiones más complejas sobre los personajes y sus acciones, o sobre los tiempos narrativos que ahora se supone se vislumbran en condiciones diferentes.






PAPEL CARBÓN
Fernando Iwasaki
Madrid, Páginas de Espuma, 2012.

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