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miércoles, 19 de septiembre de 2018

Acabo de leer... y descubro



Gratitud                                              


Un legado

       De vez en cuando uno mira a esa estantería de la biblioteca donde se han ido dejando algunos de esos libros que se acumulan en un calculado tiempo de espera y llegado el momento abrirlos y empezar a leer sus primeras páginas. No suelen ser muchos sino los suficientes para recuperar, de alguna manera, esa mirada que has dejado atrás por motivos diversos y que en ese momento dado algo te devuelve a una actualidad y a una realidad bastante más convincente que cuando llegaron a tus manos, y tal vez a esos instantes que te sacuden la conciencia lectora porque a lo largo de los años has ido acumulando experiencias de todo tipo, leyendo textos, admirando la inteligencia y sabiduría de amigos que, por esa extraña circunstancia de esta vida, ya no están con nosotros. Tres ejemplos, la memoria del gallego Camilo José Cela (1916-2002) con quien mantuve, en una lejana juventud, un cruce de epistolario cuando quería abarcar y aprender de su inmensa obra; el madrileño Medardo Fraile (1925-2013) con quien tanto quería, de quien sigo admirando el trazo firme para contar las breves historias de una España de posguerra y levantar acta de un presente no menos convulso y literario; y el hermano- mexicano Sergio Pitol (1933-2018) de exquisito trato, viajero incansable, maestro de una prosa narrativa-memorialística. 



       El libro, que tengo en mis manos, es menudo, de una asombrosa brevedad, aunque de un incalculable mensaje humano, incluso igual de breve es su título, Gratitud (2016), que firma Oliver Sacks, famoso neurólogo que renovó la narrativa médica con algunos de sus libros que conquistaron a millones de lectores en todo el mundo.
       Oliver Sacks reúne, en esta ocasión, cuatro pequeños ensayos, que escribiría tras recibir la noticia de que el melanoma que le habían diagnosticado diez años antes había hecho metástasis y apenas si le quedaban seis meses de vida. Una vez constatado el hecho, “Mercurio”, el primer texto, se convierte en ese profundo sentimiento de gratitud por haber disfrutado durante tanto tiempo una existencia plena tanto en su aspecto vital como intelectual y, sobre todo, ofrece una mirada sobre la muerte ante un tiempo que se siente breve pero en plenas facultades para aceptar el desenlace; habla, sin embargo, de las delicias de la vejez, de ser consciente del paso del tiempo, pero de una auténtica celebración de la vida y de la belleza de la misma; en “De mi propia vida”, el segundo, hace un breve balance de su existencia, enumerando esos momentos difíciles, aunque por encima de todo subraya el privilegio de haber vivido; el científico Sacks evoca su afición a la física en “Mi tabla periódica” que ha ido coleccionando a lo largo de los años y simboliza la energía que le ha acompañado y aún sustenta sus días finales; y, en el último, “Sabbat” realiza un repaso por sus complicada relación con la religión de sus padres, el judaísmo, y su posterior reconciliación con la celebración del sabbat y con sus muchos familiares, ofrece incluso el dato de su homosexualidad motivo de distanciamiento durante años.
       Oliver Sacks se muestra, en estos breves ensayos de una plena y larga existencia, agradecido sobre todo a la vida, a sus seres más queridos, y a los lectores por ese diálogo entablado durante años, inevitablemente posible cuando nos encontramos frente a esa percepción que se sabe de la buena literatura, aquella que solo los genios son capaces de escribir.

Oliver Sacks, Gratitud, Barcelona, Anagrama, 2016.

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