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lunes, 17 de septiembre de 2018

Desayuno con diamantes, 140


LA PRUEBA DE FUEGO

       
       El mapa último de la narrativa peruana contemporánea resulta tan amplio como ecléctico, aunque muchos lectores identifiquen al Perú literario con Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique. A día de hoy leemos a los narradores que surgieron en la década del 80, un período difícil y traumático, producto de la crisis económica, la corrupción política y la violencia terrorista. La literatura se sumió en un gran silencio, creativo y editorial, y la mayoría de los escritores de la década no llegaron a publicar sus obras; visibles los textos de Fernando Ampuero, Alonso Cueto y Guillermo Niño de Guzmán, autores que se evadieron del referente peruano y apostaron por una literatura íntima y personal, coincidieron en el abandono de un proyecto político colectivo, una literatura que explorara aspectos desconocidos de la condición humana y la pérdida de la carga ideológica, características de la literatura de los 60 y 70. Y así la narrativa de los 80 abrió nuevas perspectivas para los autores de los 90, permitió la aparición de una literatura posmoderna, desideologizada, sin compromisos políticos y sociales. Esta década fue significativa, concibió el proceso de globalización, pero el país sufrió el régimen dictatorial del gobierno de turno, y la juventud volvió a una etapa de desconcierto y confusión, caída del sistema socialista, y si no es posible hablar de una Generación del 90, sí de una narrativa cultivada por jóvenes con un espíritu irreverente e iconoclasta, propio de los vientos que soplaban en el resto del mundo. Ivan Thays,  Óscar Malca, Mario Bellatín, Jaime Bayly, Manuel Rilo y Sergio Galarza, autores que ofrecen la imagen de una Lima violenta y alocada de fines del siglo XX, o Fernando Iwasaki, un escritor versátil que encuentra el lado cómico a las situaciones más trágicas, y Patricia de Souza, experta en teóricos franceses, pero desconfía de las virtudes mágicas del tan sencillo como complejo arte de narrar; predomina la poética realista, y el coqueteo con una narrativa experimental de corte metaliterario, autores preocupados en narrar la crisis sociopolítica de las últimas décadas, y quienes piensan que la única patria digna de ser narrada es la literatura.
       Raúl Tola (Lima, 1975) aparece en el marco de una renovación narrativa y es autor de un ambicioso proyecto que inició con su primera novela, Noche de cuervos (1999). Conocido periodista, trabaja en diversos medios escritos y televisivos. Su segunda novela, Heridas privadas (2002), ofrece una mirada implacable a la vida de una familia limeña de clase acomodada, y deja al descubierto sus pequeñas y grandes miserias; Flores amarillas (2013), su tercera entrega, presenta un modelo de autoridad, incapaz de distinguir los límites entre el poder y la podredumbre, un alegato contra las apariencias. Toque de queda (2008) es un conjunto de relatos sobre los años de violencia subversiva en el Perú, y La noche sin ventanas (2017), su cuarta novela, forma parte de ese tipo de relato cuya estética, según la crítica peruana, no plantea innovación alguna, un desafío de la contracultura o un formalismo sutil, pero es un formato válido que concita la familiaridad de los lectores, la amplitud de los mercados literarios, y permite la revitalización de la narrativa peruana tras el boom y sus secuelas.
       Tola alterna, con eficacia, dos historias en capítulos pares e impares, divididos en seis secciones que forman bloques narrativos y separan espacio y tiempo. Una es la de Madeleine, miembro de la Resistencia francesa, prisionera en Sachsenhausen, uno de los muchos campos de concentración del Tercer Reich, hija de padres franceses, peruana de nacimiento, vuelve con sus hermanas a la Europa ancestral en busca de una mejor vida tras una marcada época dolorosa de su vida. La otra, la de Francisco, embajador peruano en Francia, intelectual conservador, miembro de una auténtica logia de hombres de letras nacionalistas, la Generación del 900, confinado en plena ocupación alemana en el Hotel Dreesen, en Bad Godesberg, junto a otras delegaciones de diplomáticos latinoamericanos. Adulto de salud mental deteriorada, con ataques de demencia, asistido y vigilado por su esposa Rosa Amalia, y auxiliado por el Joven Secretario Gálvez, un diplomático principiante que a través de las charlas con su superior, sacia su curiosidad por la vida intelectual de la Lima de sus mayores, que el embajador evoca y relata con todo detalle.
       Madeleine y Francisco, conviven en las mismas fechas, son dos peruanos arrastrados por el régimen nazi de Europa que acorralado se bate en retirada, y La noche sin ventanas explora y explica el pasado de sus protagonistas; en el caso de Madeleine, la novela conjuga un relato objetivo que conduce y nos devuelve a las vivencias del campo de concentración, y en una secuencia cronológica a momentos claves de su vida: la infancia limeña, su adolescencia, la muerte de sus padres, la inmigración a Francia, los primeros padecimientos en París y su progresiva adaptación, sus amistades de una juventud intelectual, la declaración de guerra y la derrota francesa, la ocupación nazi y su militancia como falsificadora de la Resistencia. Francisco en sus conversaciones con el Secretario Gálvez ofrece un discreto discurso que nos introduce no solo a su vida pasada, sino a una reconstrucción de los debates intelectuales protagonizados por sus amigos y contertulios de juventud en la Lima novecentista. La novela incluye una amplia y curiosa nómina, se concentra en el trasunto intelectual Francisco García Calderón Rey, y en sus amigos más íntimos: su hermano Ventura y José El Chupacirios, sobrenombre en La noche sin ventanas, que debe leerse: José de la Riva Agüero y Osma, aristócrata limeño de inteligencia prodigiosa, ferviente católico, multimillonario, líder de su generación y, al final de su vida, dirigente del fascismo en Perú.
       Tola trabaja con una gran variedad de material, discusiones ideológicas, contextos sociales y complexiones personales, se multiplica en explicaciones y glosa abundantes datos de cultura general sobre historia, geografía, biografía e ideología de los personajes; en La noche sin ventanas el autor ha logrado equilibrar un laborioso marco histórico con una trama sutilmente persuasiva, porque el peruano sabe que en literatura todo es factible cuando contribuye a diseñar un sólido y convincente universo narrativo. Pedro M. DOMENE

Raúl Tola, La noche sin ventanas; Madrid, Alfaguara, 2017; 426 pp.


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