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domingo, 21 de octubre de 2018

Desayuno con diamantes, 141


UN PRINCIPITO DE 75 AÑOS
             

       Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) alternó su pasión por la aventura con la meditación sobre el significado de la existencia humana: El Principito (1943), su libro más leído y emblemático, cumple 75 años.


                             
       Las personas mayores fueron niños, como el protagonista de este cuento, El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, uno de esos libros a los que siempre se vuelve, con nuevas perspectivas para renovar aquellas promesas hechas al joven comprometido y vibrante que un día fuimos, cuando la absorbente maquinaria que mueve nuestro mundo, la dinámica del trabajo y del dinero, o de las influencias, de las posesiones y de las prisas nos han vuelto tan inhumanos que no alcanzamos a saber si volveremos a estar vivos en otro momento. El relato de Saint-Exupéry es un texto sencillo, profundamente humano que pretende devolvernos esa infancia pasada de la que hemos olvidado tantas cosas, y el autor intentó mostrar la estupidez y vacuidad del mundo adulto cuando el Principito visita los distintos planetas: del Rey, del Geógrafo, del Hombre de Negocios, del Borracho o del Vanidoso, hombres llenos de una tremenda experiencia y conocimiento pero que la sociedad les lleva a un determinado modelo de vida y se convierten en esas pobres personas infelices que buscan su vacío existencial, ocupándose de cosas que, en realidad, no les importan.
       El libro pretende mostrar el valor de la amistad y sobre todo de la generosidad, de esa capacidad de mirar a nuestro alrededor para que apreciemos cuanto tenemos, pero pronto advertimos que la soledad del hombre está en su incapacidad para ver con los ojos del corazón como señala el zorro. El propio Principito, aislado y solo, se encontrará muy pronto rodeado de amigos con los que compartir sus experiencias. Francisco Arias Solís ha escrito que «Al releer este libro, una y otra vez, uno encuentra una sencilla simbología de gran calidad poética, marca las pautas de la liberación del hombre en sus propios males y errores e invita, sobre todo, a la sencillez, a la pureza, a la verdad, encarnadas por ese ingenuo candor del niño protagonista». Un notable pensador como Martín Heidegger escribió en una ocasión que «se trataba de unos de los libros más existencialistas del siglo». Y para María Cristina Rosas, en realidad, «El Principito es, en cierta forma, una obra biográfica. La descripción de paisajes que Saint-Exupéry desarrolla en la obra evocan los volcanes que el piloto vio en Dakar. La célebre rosa con la que riñe el Principito es la propia Consuelo. Por cierto que la famosa riña es el punto de partida para que el Principito inicie su recorrido por siete planetas donde conocerá a extraños personajes hasta que llega a la Tierra y es recibido por una serpiente. Pero quizá de los pasajes más memorables sean el diálogo que el Principito sostiene con el zorro: solo con el corazón se puede ver bien, y solo lo esencial es invisible para los ojos. A juzgar por esta reflexión, Antoine de Saint-Exupéry escribió con el corazón, y fue el amante de las estrellas, una persona consciente de que lo más importante para un hombre es su infancia; y al mismo tiempo, un ser tímido y solitario, para quien las palabras podrían ser la fuente de malos entendidos. Hombre de la esperanza, del asombro, de los sueños y de la interioridad y la intimidad del ser humano, buscó la amistad de los que viven para siempre. El Principito es un libro de vida por la vida misma, concebida desde tres perspectivas: el Principito, el aviador y los seis planetas más uno. Es un cuento, una parábola meditativa, una fábula o una alegoría, mezcla de folklore, de mito, de historia y de realidad. La historia íntima de un aviador o la realidad dolorosa de la búsqueda de cada hombre, con esa incapacidad de atinar con la maravilla del lenguaje y la necesidad, imperiosa, de recurrir a lo insólito. El niño de Saint-Exupéry es fácilmente reconocible. Hay unas condiciones para que ese niño aparezca: mira atentamente el paisaje del amor para poder reconocerlo; viaja, al menos, una vez en la vida por el desierto y, una vez allí, no se apresura, vive con detenimiento, supera la impostura del reloj, de la prisa y de la superficialidad, pues lo rápido impide la auténtica interiorización, para entrar en ese tiempo del que desconoce la inquietud de los días puesto que son, de alguna manera, eternos.

El autor
       Antoine de Saint-Exupéry nació en el seno de una noble familia francesa el 29 de junio de 1900 en Lyon (Francia). Su padre, ejecutivo de una compañía de seguros, muere muy pronto cuando el autor apenas tenía cuatro años. La familia se traslada a Le Mans en 1909 donde vivirá en el castillo de una tía. Será una de sus etapas más felices. Fracasará en la universidad y se matricula en arquitectura, pero en la Escuela de Bellas Artes. Durante el servicio militar decide hacerse piloto de aviación, y en 1926 comienza a volar regularmente de Toulouse a Rabat, y de Dakar a Casablanca. La experiencia africana le llevará ese mismo año a publicar su primer título El aviador (1926). Después de múltiples aventuras en el norte de África aparece su primera novela Correo del Sur (1929), y tras su matrimonio con Consuelo Carrillo entregará Vuelo nocturno (1931), su mayor éxito literario del momento, con un prefacio de André Gide. Vivió en varios países sudamericanos y cubrió la Guerra Civil española para el Intransegeant. Un accidente en Guatemala le lleva a escribir Tierra de hombres (1939). Durante la ocupación alemana en Francia se exilió a Estados Unidos, publicó entonces Piloto de guerra (1942) y Carta a un rehén (1943), y su mayor éxito El Principito (1943). Poco después se uniría a la Resistencia Francesa para desaparecer en julio de 1944 durante una misión de reconocimiento destinada a preparar el desembarco en Provenza, en el sur de Francia. Saint-Exupéry, a bordo de un Lightning P38, había partido pocas horas antes de la isla de Córcega, cuando los radares dejaron de ver el avión que pilotaba y nunca más se supo de él, cubriendo para siempre al escritor y piloto de un halo de misterio y romanticismo. Quizá fuera abatido frente a la costa gala cuando tan solo tenía 44 años. La ciudadela (cuadernos y notas), aparecería en 1948 y en 1955 Cartas a su madre (1955). Nunca se tuvo indicios del aviador ni de su nave hasta 1998, cuando un pescador encontró una pulsera a orillas del mar, en una de las playas de Marsella. La joya tenía grabado el nombre del escritor y, sin garantía alguna, el descubrimiento ayudó a las autoridades francesas a iniciar una búsqueda en el sector. Cinco años después, casi 60 años de su desaparición, fueron descubiertos en aguas de Marsella restos del avión, cerca de donde había sido descubierta la pulsera. 

   
La primera edición
       El 6 de abril de 1943 se presentaba en Estados Unidos la edición original en inglés de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, exiliado entonces en Nueva York. Y, al mismo tiempo, la editorial Reynal & Hitchcock publicaba una versión en francés, en Nueva York y Montreal. La obra fue calificada de autorretrato y obra testamentaria, fábula mítica y relato filosófico que interroga acerca de la relación del ser humano con su prójimo y con el mundo. La primera edición francesa fue publicada en París por Gallimard, y aunque la impresión se terminó el 30 de noviembre de 1945 y debería haber estado disponible para Navidad, su publicación se aplazó hasta abril de 1946. El Principito fue publicado en Francia de forma póstuma, tres años después de la edición americana.

Antoine de Saint-Exupéry, El Principito; trad., de Bonifacio del Carril; Barcelona, Salamandra, 2015; 96 pp.
           

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