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Una suerte de violencia
El volumen Tristeza
de los cítricos (2019), que Liliana Blum (Durango, Méjico 1974) publica en
España, reúne en diez narraciones, historias diversas, que se construyen en
torno al tema de la violencia en sus distintas formas, y es un libro que
explora el complejo y abrumador mundo en el que viven sus personajes, pero que,
de alguna manera, le sirve a la narradora mejicana para sondear obsesivamente
la naturaleza oscura del ser humano que, como se manifiesta en su literatura,
no tiene lugar ni tiempo. Sus relatos suscitan el interés lector porque se
observa que cometemos, frente a ese concepto abstracto de humanismo consciente,
las mismas atrocidades, una y otra vez, aunque como cabe en la buena literatura
se añaden en el volumen otros temas y obsesiones que inspiran a la narradora,
como el desamor, el abuso sexual infantil, la imposibilidad de relación entre
hombres y mujeres, en suma toda una serie y suerte de violencias que resaltan
como esa parte de inventario entre los seres humanos que llevan una carga de
insatisfacción absoluta que certifica, en gran medida, su infelicidad.
Los cuentos de
Blum nos llevan a una realidad abrumadora, como es el caso del relato cuya
protagonista Ashley es prisionera de unos hombres en un asombroso relato
“Picota”, y desde las primeras líneas sabemos que la situación no tendrá un
buen final, aunque como lectores debemos acompañarla, entender su situación e,
incluso, sufrir las torturas a las que se ve sometida; parece como si la
narradora intentara dar sentido a los horrores que vive Ashley y los
compartiera con nosotros. El tema de la violencia conlleva una absoluta
complejidad literaria, y de alguna manera quienes han experimentado algún tipo
de agresión se ven inclinados, en consecuencia, a sentir empatía por aquellos
que sufren actos violentos; y por otro lado, porque es una noción que recoge
fenómenos de distinta índole, aunque en su definición simple parece apuntar a
un ejercicio explícito de la fuerza, y solo necesitaríamos prestar atención
para descubrir que existen suficientes modalidades sutiles de la violencia, o
el retrato de actos violentos extremadamente explícitos, que Blum añade a su
catálogo y se manifiestan de una forma o manera encubierta, como “Conejillo de
indias”, el primer relato, que narra la vida de una mujer que es infiel a su
esposo, y nos obliga a preguntar contra quién se ejerce el acto violento: quizá
contra su familia, sí, pero también acaba por ser una autoagresión. La historia
resulta problemática porque, desde cierta perspectiva, incluso Lucia, la
protagonista, sufre una cohesión tácita en su infeliz matrimonio. Por último,
no podemos dejar de considerar que la violencia puede existir emparentada a
otras nociones, aparentemente buenas, y no menos curiosa es la relación que se
establece en, “Luz de mi vida, fuego de mis entrañas”, que lleva un curioso
título con esa innegable alusión a la famosa novela Lolita, de Nabokov, aunque en este caso hace una inversión
de las ideas tradicionalmente asociadas al erotismo adolescente y reflexiona,
en consecuencia, sobre la naturaleza problemática de este concepto cuando es
definido desde una perspectiva sexual, de uso normal, natural o humana calificada
de heteropatriarcal. En otros relatos, caso de “Agua
en los pulmones”, dos hermanas, sexo, una infidelidad y una culpa que se dilata
en el tiempo muchos, muchos años después, una herida que nunca cicatrizó; o
“Palabras bajo tierra”, una celosa obsesión con la narradora Cristina
Rivera Garza de fondo; en realidad, ambas son historias que se
desarrollan de una manera más tradicional, y se construyen paso a paso, hasta llegar a una conclusión inesperada.
La efectividad
de muchos de los relatos de Blum reside, en buena medida, en los personajes:
individuos, masculinos y femeninos turbios, que viven amenazados por un mundo
violento, un espacio que marca y define su existencia y los lleva hasta un
extremo insospechado. Sin embargo, algunos de los textos que pueden despertar
mayor interés son aquellos en los que podemos prever el final y, aun así,
recorremos las páginas intentando no soltar la esperanza de que algo cambie el
destino de los protagonistas. Este es el caso de “Desnuda como un sándwich de
carne”, en el que la narradora intenta huir de un hombre que la acosa; concluimos
su lectura, y entonces recordamos que la realidad pocas veces otorga
concesiones.
La
heterogeneidad de las historias permite explorar aspectos diferentes de un
mismo problema, y el lector se sensibiliza con los mismos, ante los que, a
pesar de construirse como historias de ficción, se siente fuertemente atraído.
La tristeza de los cítricos, en su conjunto, inquieta al lector y lo logra no
solo por el realismo sucio que caracteriza a la mayor parte de los textos, sino
cómo sacar a la luz matices de cuestiones incómodas que, generalmente,
preferimos evitar, y se convierten en desagradables ante una visión humana de
una realidad tangible.
TRISTEZA
DE LOS CÍTRICOS
Liliana
Blum
Madrid,
Páginas de Espuma, 2019
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