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martes, 3 de marzo de 2020

Liliana Blum


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                      Una suerte de violencia

                             

          El volumen Tristeza de los cítricos (2019), que Liliana Blum (Durango, Méjico 1974) publica en España, reúne en diez narraciones, historias diversas, que se construyen en torno al tema de la violencia en sus distintas formas, y es un libro que explora el complejo y abrumador mundo en el que viven sus personajes, pero que, de alguna manera, le sirve a la narradora mejicana para sondear obsesivamente la naturaleza oscura del ser humano que, como se manifiesta en su literatura, no tiene lugar ni tiempo. Sus relatos suscitan el interés lector porque se observa que cometemos, frente a ese concepto abstracto de humanismo consciente, las mismas atrocidades, una y otra vez, aunque como cabe en la buena literatura se añaden en el volumen otros temas y obsesiones que inspiran a la narradora, como el desamor, el abuso sexual infantil, la imposibilidad de relación entre hombres y mujeres, en suma toda una serie y suerte de violencias que resaltan como esa parte de inventario entre los seres humanos que llevan una carga de insatisfacción absoluta que certifica, en gran medida, su infelicidad.     
       Los cuentos de Blum nos llevan a una realidad abrumadora, como es el caso del relato cuya protagonista Ashley es prisionera de unos hombres en un asombroso relato “Picota”, y desde las primeras líneas sabemos que la situación no tendrá un buen final, aunque como lectores debemos acompañarla, entender su situación e, incluso, sufrir las torturas a las que se ve sometida; parece como si la narradora intentara dar sentido a los horrores que vive Ashley y los compartiera con nosotros. El tema de la violencia conlleva una absoluta complejidad literaria, y de alguna manera quienes han experimentado algún tipo de agresión se ven inclinados, en consecuencia, a sentir empatía por aquellos que sufren actos violentos; y por otro lado, porque es una noción que recoge fenómenos de distinta índole, aunque en su definición simple parece apuntar a un ejercicio explícito de la fuerza, y solo necesitaríamos prestar atención para descubrir que existen suficientes modalidades sutiles de la violencia, o el retrato de actos violentos extremadamente explícitos, que Blum añade a su catálogo y se manifiestan de una forma o manera encubierta, como “Conejillo de indias”, el primer relato, que narra la vida de una mujer que es infiel a su esposo, y nos obliga a preguntar contra quién se ejerce el acto violento: quizá contra su familia, sí, pero también acaba por ser una autoagresión. La historia resulta problemática porque, desde cierta perspectiva, incluso Lucia, la protagonista, sufre una cohesión tácita en su infeliz matrimonio. Por último, no podemos dejar de considerar que la violencia puede existir emparentada a otras nociones, aparentemente buenas, y no menos curiosa es la relación que se establece en, “Luz de mi vida, fuego de mis entrañas”, que lleva un curioso título con esa innegable alusión a la famosa novela Lolita, de Nabokov, aunque en este caso hace una inversión de las ideas tradicionalmente asociadas al erotismo adolescente y reflexiona, en consecuencia, sobre la naturaleza problemática de este concepto cuando es definido desde una perspectiva sexual, de uso normal, natural o humana calificada de heteropatriarcal. En otros relatos, caso de “Agua en los pulmones”, dos hermanas, sexo, una infidelidad y una culpa que se dilata en el tiempo muchos, muchos años después, una herida que nunca cicatrizó; o “Palabras bajo tierra”, una celosa obsesión con la narradora Cristina Rivera Garza de fondo; en realidad, ambas son historias que se desarrollan de una manera más tradicional, y se construyen paso a paso,  hasta llegar a una conclusión inesperada.
       La efectividad de muchos de los relatos de Blum reside, en buena medida, en los personajes: individuos, masculinos y femeninos turbios, que viven amenazados por un mundo violento, un espacio que marca y define su existencia y los lleva hasta un extremo insospechado. Sin embargo, algunos de los textos que pueden despertar mayor interés son aquellos en los que podemos prever el final y, aun así, recorremos las páginas intentando no soltar la esperanza de que algo cambie el destino de los protagonistas. Este es el caso de “Desnuda como un sándwich de carne”, en el que la narradora intenta huir de un hombre que la acosa; concluimos su lectura, y entonces recordamos que la realidad pocas veces otorga concesiones.
       La heterogeneidad de las historias permite explorar aspectos diferentes de un mismo problema, y el lector se sensibiliza con los mismos, ante los que, a pesar de construirse como historias de ficción, se siente fuertemente atraído. La tristeza de los cítricos, en su conjunto, inquieta al lector y lo logra no solo por el realismo sucio que caracteriza a la mayor parte de los textos, sino cómo sacar a la luz matices de cuestiones incómodas que, generalmente, preferimos evitar, y se convierten en desagradables ante una visión humana de una realidad tangible.








TRISTEZA DE LOS CÍTRICOS
Liliana Blum
Madrid, Páginas de Espuma, 2019


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